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Prólogo

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En la primera lectura de este libro, no pensé como exagerada la intención de analizar a Racing por los caminos del preconsciente, ese lugar oscuro del cerebro que emite los rayos divinos del entendimiento. Y no solo por el dato fehaciente de que todo pasa por ahí. Se lo puede llamar “in”, “pre”, pero el empuje hacia lo que decimos, hacemos, soñamos, elegimos, posee una dinámica propia, que no manejamos. Y nos descubre, nos desnuda, nos amenaza. Y nos lleva a gritar por Racing, como a Jorge Vazquez.

Hay algo más para justificar el camino inesperado elegido por el autor. Racing es un caso de diván. No en la forma común de explicar a una persona, porque algo le falla. Sino en el sentido de comprenderlo mejor.

Hubo una época en que este relator hablaba con los hinchas al terminar los partidos. Por la ventana de la cabina estiraba el cable del micrófono hasta ellos y discutíamos sobre lo que había ocurrido. Los más impresionantes eran los académicos de Avellaneda. La capacidad de análisis era mucho más racional que emocional. El grado de compenetración con el juego era muy elevado. El desglose que hacían de lo sucedido alcanzaba el nivel de los profesionales del comentario. Había, en los fanáticos de Racing, a los que juzgaba así por la entrega emocional que les observaba durante los partidos, un lugar parecido al de los ríos propicios para el rafting, donde después del frenesí de los saltos aparece un tramo más tranquilo, de aguas sin olas.

Años de derrotas, sin ganar campeonatos, les habían enseñado a ver en el fútbol bastante más que otros amantes del juego. Los triunfos no tienen demasiadas explicaciones. Se los celebra sin vueltas. Somos los mejores, los más grandes, invencibles… de este domingo, al menos. Pero las derrotas, reflejadas en ese gris oscuro del cemento, cuando la tarde se desvanece y se mira la vida entre las piernas, con los brazos apoyados en ellas y la cabeza hundida, enseñan más.

El hincha de Racing era el que mejor se despojaba de las heridas narcisistas a las que alude Jorge Vazquez. No ser el centro del mundo, ni poseer origen divino, ni pensar que manejamos nuestras vidas. Todo cambia en aquellos estudios pospartido.

No somos ni el centro de la tierra, ni procedemos de una creación divina, ni somos dominantes de nuestra razón, pero Racing es el principio de todo. Es la luz en el cerebro, la inteligencia de una decisión, que quizás anida antes del inconsciente. Así sienten aquellos a los que fui conociendo, micrófono en mano, atraído por su manera de exponer los hechos. Debe decirse que era casi unánime la concurrencia de intérpretes lúcidos, al menos para mi comprensión. Como si fueran previamente elegidos entre la multitud racinguista para representarlos.

Ellos (ustedes) mismos encontrarán en estas páginas buenas razones para aclarar qué fuerzas extrañas, y no siempre el papá, el tío o el amigo más grande, los llevaron a una elección que racionalmente no se entiende demasiado. Podía entender, desde la cabina, a los veteranos que veneraban los éxitos del pasado, pero se hacía difícil comprender a los jóvenes, que sin victorias, desde que habían llegado al mundo, y sobre todo desde que nacieron al hinchismo, ponían el grito en el cielo por la Academia. Sobre todo, porque a Racing le robaron una parte de lo que justifica su grandeza. Las estadísticas absurdas, como bien señala el periodista Alejandro Fabbri, dejan afuera el amateurismo, como si entonces se jugara con otra pelota, no fueran once contra once, ni se tratase de la Argentina. No se entiende. Y la mirada hasta el pasado, el refugio que significan las fuentes de grandeza deportiva, a la Academia se los han podado.

Aquellos logros apuntalan la paciencia para esperar los resultados, en la certeza de que su grandeza le permita llegar por fin a nuevas victorias. Claro que hay un título mundial. Una primera vez de la Argentina, harta de ser los mejores del mundo sin probarlo. Racing lo hizo y será siempre el salvavidas de sus hinchas a la hora de discutir grandezas. El gol de Cárdenas es un escudo eterno para las desventuras de los domingos, así transcurran décadas sin obtener campeonatos. Como si fuera un desprendimiento de ese rasgo inteligente de los simpatizantes, este libro sale del barrio del fútbol, para internarse en otros vericuetos explicativos. La primera vez que oí algo transformador para hablar de fútbol fue que la batalla de Trafalgar era el origen de nuestro gusto por ese deporte. Si vencía Napoleón, los mares hubieran sido portadores más del rugby que del fútbol, traído en los barcos por los ingleses vencedores.

Racing: Historia, Política y Psicoanálisis cava hacia honduras más inquietantes del pensamiento futbolero. Freud pasándose la pelota con Einstein no es una jugada esperable al mundo más acotado, al gana/pierde de lo que no deja de ser un deporte y, sin embargo, puede ser la resolución, al menos emocional, de un conflicto de intereses. Tirando paredes, Freud y Einstein juegan con la idea de que esos conflictos de apetencias opuestas se arreglan por el recurso de la fuerza. El fútbol pone eso en el terreno. Cuando Argentina le gana a Inglaterra en el 86, hace correr por las heridas un líquido aliviador. Había intereses muy importantes en juego. La Argentina fue más fuerte en lo espiritual, y con las mismas armas de un lado y de otro, pudo inclinar a su adversario.

En esa búsqueda de pertenencia, en la que los hombres se desplazan inconscientemente, los clubes de fútbol significan un refugio escasamente equiparable por otras inclinaciones. Son menos convocantes, cuales se quieran de las otras opciones. En tiempo y dimensión, no tienen la periodicidad, semana a semana, ni se grita, ni se abraza a cada rato. De ahí viene esa pasión, que a quienes se quedan afuera se les ocurre desmesurada. Tanta locura por un gol, por una vuelta olímpica, tanto dolor por una derrota, tanto insulto absurdo, no se entiende si se mira desde el exterior de esa pasión.

¡Vamos Racing, carajo! ¿Qué hay en esa frase que no sea pasión? ¿Un entusiasmo definitivo hacia un deseo que se devora los otros deseos? En la expresión lanzada, con los puños apretados, con el cuerpo echado atrás, las piernas abiertas y el empujón al aire desde los testículos, va todo. Mis broncas, frustraciones, sueños, deseos, va todo ¡carajo! La mía y la de todos los que me rodean en mi tribuna, mi pasión desenfrenada como debe ser, porque si no, no es pasión. Mi pasión colectiva, inundados mis ojos de banderas blancas y celestes, metiendo y metiendo, como si tuviera un bombo bajo mis pies, colgado de mi estómago, sostenido por mis atributos de varón. Es el alma colectiva que cita el autor, a través de otros pensadores, la que limita facultades del intelecto y propone un aumento de la afectividad.

Este libro es un ida y vuelta entre la historia, las anécdotas, los desastres dirigenciales, las glorias acumuladas a veces, en otras extrañadas mucho tiempo, y la búsqueda de la explicación de por qué en eso se nos va la vida.

Víctor Hugo Morales

Racing

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