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______ POR LO GENERAL SE CREE QUE LA ECONOMÍA DE MERCADO ESTÁ A FAVOR DE LOS INTERESES DE LOS EMPRESARIOS, LO CUAL ES FALSO. LA VERDADERA ECONOMÍA DE MERCADO, BASADA EN LA LIBERTAD INDIVIDUAL, LA PROPIEDAD PRIVADA Y LA RESPONSABILIDAD PERSONAL Y, POR ENDE, EN LA MAYOR COMPETENCIA POSIBLE ENTRE PRODUCTORES, ESTÁ A FAVOR DE LOS INTERESES DE LOS CONSUMIDORES, A QUIENES LOS SATISFACTORES SE LES OFRECEN CON EL MENOR PRECIO, LA MAYOR CALIDAD Y EL MEJOR SERVICIO POSIBLES, CONTRIBUYENDO A ELEVAR SU BIENESTAR. TODO ELLO, HAY QUE INSISTIR, EN UNA VERDADERA ECONOMÍA DE MERCADO.PARA ENTENDER CUÁL ES LA VERDADERA ECONOMÍA DE MERCADO HAY QUE CONSIDERAR, DESDE LA PERSPECTIVA DE LA RELACIÓN ENTRE DICHA ECONOMÍA, LA COMPETITIVIDAD DE LAS EMPRESAS Y EL BIENESTAR DEL CONSUMIDOR, LA DEFINICIÓN DE PROGRESO ECONÓMICO, EL INTERÉS DE LOS CONSUMIDORES, AL EMPRESARIO COMO CAUSA EFICIENTE DE ESE PROGRESO, A LA ESENCIA DE LA ECONOMÍA DE MERCADO Y, EN NUESTRO CASO, A LA TRANSFORMACIÓN DEL MARCO INSTITUCIONAL DE LA ECONOMÍA MEXICANA EN LOS ÚLTIMOS CINCUENTA AÑOS, SUPUESTAMENTE A FAVOR DE LA ECONOMÍA DE MERCADO. ESTOS SON LOS TEMAS QUE, EN UNA PRIMERA APROXIMACIÓN, SE DESARROLLAN EN ESTE ESCRITO.

EL PROGRESO ECONÓMICO

El progreso económico consiste en la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios, para un mayor número de gente.

Producir más bienes y servicios, que es la dimensión cuantitativa del progreso, está relacionado con el crecimiento de la economía y se mide por el comportamiento de la producción de bienes y servicios, lo que se conoce como el Producto Interno Bruto (PIB).

Producir mejores bienes y servicios, dimensión cualitativa del progreso, hace posible satisfacer de mejor manera las necesidades del consumidor.

Producir más y mejores bienes y servicios, para un mayor número de gente, dimensión social del progreso, hace posible que más personas puedan disponer de más y mejores satisfactores.

¿De qué depende el progreso económico? De las inversiones directas, que son las que apuntalan o abren empresas, producen bienes y servicios, crean empleos y les permiten, a quienes obtienen esos puestos de trabajo, generar ingresos.

Inversión directa es todo gasto destinado a producir más y/o mejor, por lo que directamente puede invertirse en investigación científica y desarrollo tecnológico; en instalaciones, maquinaria y equipo; en infraestructura de comunicaciones y transportes o en la inversión directa más importante de todas: educación y capacitación generadora de capital humano, definido como el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que le permiten a la persona realizar trabajos más productivos.

Entonces, ¿de qué depende el progreso económico? De las inversiones directas. ¿Y de qué dependen las inversiones directas? De la competitividad del país, definida como la capacidad de la nación para atraer, retener y multiplicar inversiones directas. Atraer: que los empresarios decidan invertir directamente en el país. Retener: que los capitales ya invertidos se queden invertidos en el país. Multiplicar: que las utilidades generadas por los capitales invertidos directamente en el país se reinviertan, también, directamente en el país.

¿De qué depende el progreso económico? De las inversiones directas. ¿De qué dependen las inversiones directas? De la competitividad del país, ¿Y de qué depende esta última? Entre otras variables, del marco institucional, es decir, de las instituciones que establecen las reglas del juego, desde las informales (usos y costumbres) hasta las formales (normas jurídicas). Instituciones que deben ser justas (garantizar los derechos de los agentes económicos) y eficaces (lograr la mayor oferta posible de bienes y servicios, al menor precio).

De instituciones justas y eficaces depende, no exclusivamente pero sí de manera importante, la competitividad del país, de la cual dependen las inversiones directas, de las cuales depende el progreso económico.

Comencé preguntando de qué depende el progreso económico y la respuesta fue: de la inversión directa y de la competitividad del país. De acuerdo, y ahora la pregunta es ¿de quién depende? Del gobierno depende la competitividad del país, y del empresario, las inversiones directas.

EL INTERÉS DE LOS CONSUMIDORES

Para entender el interés de los consumidores hay que tener presente que el problema económico de fondo es la escasez: no todo alcanza para todos, menos en las cantidades que cada uno quisiera y mucho menos gratis. A las pruebas me remito: ¿quién no tiene alguna necesidad, gusto o deseo insatisfecho?

Dada esta escasez, es interés del consumidor que los bienes y servicios se le ofrezcan al menor precio, con la mayor calidad y el mejor servicio posibles, lo que llamo la trilogía de la competitividad. ¿De qué depende tal trilogía? De la competitividad, no del país, sino de las empresas que operan en este, lo que se define como la capacidad para, en materia de precios, calidad y servicio, hacerlo mejor que la competencia.

De la competitividad del país (la capacidad de la nación para atraer, retener y multiplicar inversiones directas) depende cuánto se invierte directamente. De la competitividad de las empresas (la capacidad para, en términos de precio, calidad y servicios, hacerlo mejor que la competencia) depende cómo se invierte, debiéndose invertir de forma tal que los bienes y servicios, producto de esas inversiones directas, se le ofrezcan a los consumidores con menores precios, mayor calidad y mejor servicio, lo cual reduce la escasez y aumenta el bienestar del consumidor.[1]

¿Cuál es la única manera de lograr la mayor competitividad posible de las empresas? Logrando que, en cada sector de la actividad económica, en el cual se produzcan bienes y servicios, y en cada mercado de la economía, donde se ofrezcan mercancías, se genere la mayor competencia posible, para lo que son necesarias dos condiciones.

Primero, que el gobierno permita que todo aquel nacional o extranjero (lo que importa es la competencia, no la nacionalidad del competidor), que quiera participar en algún sector de la economía produciendo bienes y servicios, con capital nacional o extranjero, o en algún mercado de la economía ofreciendo mercancías, nacionales o importadas, pueda hacerlo.

En segundo lugar es indispensable que el gobierno prohíba, detecte, sancione y elimine prácticas monopólicas, tanto absolutas como relativas, que limiten o anulen la competencia, impidiendo que el consumidor reduzca su escasez y aumente su bienestar lo más posible.

Tomando en consideración el interés del consumidor, hay que tener en cuenta que la actividad económica terminal, aquella que le da sentido a todas las demás (apropiación, distribución, producción, ahorro, inversiones directas, intercambio, etc.) es el consumo.

Entonces, ya que el consumo es la actividad económica que le da sentido a todas las otras, estas últimas deben estar ordenadas de acuerdo con este y no al revés. El consumo es el fin y la producción es el medio, con toda la importancia que el medio tiene para el logro del fin, pero sin dejar de ser solo eso: un medio para el logro de un fin.

Lo anterior quiere decir que el productor[2] está en función del interés del consumidor, y que lo justo y eficaz es que lo sirva de la mejor manera posible, para lo cual se requiere, en todos los sectores de la actividad económica y en todos los mercados de la economía, la mayor competencia posible. Esto se consigue permitiendo que todo aquel que quiera participar pueda hacerlo y que el gobierno prohíba, detecte, sancione y elimine prácticas monopólicas.

EL EMPRESARIO, CAUSA EFICIENTE DEL PROGRESO ECONÓMICO

¿De qué depende el progreso económico? De las inversiones directas. ¿De quién depende el progreso económico? Del empresario.

Podríamos considerar que la esencia de la empresarialidad consiste en la coordinación de todos los agentes económicos que aportan factores para la producción de bienes y servicios, reconociendo que ninguna empresa puede operar sin tal coordinación. Pero, ¿consiste en ello la esencia de la empresarialidad? No, en ello consiste la tarea del administrador, y ser administrador no es igual a ser empresario. Entonces, ¿en qué consiste, esencialmente, la empresarialidad?

También podríamos considerar que la empresarialidad consiste en inventar maneras menos costosas, y por ello más productivas, de producir bienes y servicios, lo cual le permite a la empresa volverse más competitiva, capaz de ofrecer lo que produce a menor precio. La esencia de la empresarialidad ¿consiste en la productividad? A cualquier empresa le conviene volverse más productiva (reducir costos de producción) y, si tiene competencia, más competitiva (ofrecer sus productos a menor precio que la competencia). Pero, ¿en ello consiste la esencia de la empresarialidad? No, en ello consiste la tarea propia del ingeniero industrial (el que, ¡ingeniándoselas!, inventa maneras menos costosas de producir), pero no la tarea propia del empresario. Ser ingeniero industrial no es igual a ser empresario. Entonces, ¿en qué consiste, esencialmente, la empresarialidad?

Podríamos considerar que la esencia de la empresarialidad consiste en adelantar el pago a los agentes económicos que aportan recursos para la producción, con el fin de iniciarla, primer paso para poder ofrecer, vender y generar ingresos, mismos que sirven, entre otras cosas, para reponer tales adelantos. Sin estos, una empresa no puede iniciar operaciones, lo que sucede antes de generar ingresos (primero producir, luego ofrecer, luego vender y, consecuencia de ello, generar ingresos). Razón por la cual debe haber quien, con la expectativa de que se generarán ingresos, adelante los pagos a los agentes económicos que aportan factores de la producción. ¿Es esta la tarea esencial del empresario? No, esta es la tarea propia del capitalista (el que aporta capital para echar a andar la empresa), pero no del empresario, y ser capitalista no es igual a ser empresario. Entonces, ¿en qué consiste, esencialmente, la empresarialidad?

Ni la coordinación de los agentes económicos que aportan factores para la producción (tarea propia del administrador), ni la invención de maneras menos costosas, más productivas, de producir (tarea propia del ingeniero industrial), ni el adelanto del pago a los agentes económicos (tarea propia del capitalista), son la esencia de la empresarialidad, por más que el empresario pueda ser también el administrador, el ingeniero industrial, el capitalista,[3] y por más que en toda empresa deba haber capital, ingeniería industrial y administración. La pregunta entonces persiste, ¿en qué consiste la esencia de la empresarialidad?

Lo primero que la define es el riesgo que enfrenta el empresario al saber cuánto le cuesta producir (algo que sabe a priori, antes de comenzar la producción), pero sin tener la certeza de a qué precio podrá vender (algo que sabe a posteriori, una vez que produjo, ofreció y conoció la respuesta de los consumidores), razón por la cual enfrenta tres posibilidades: que el precio sea menor al costo de producción, por lo que incurre en pérdidas; que el precio sea igual al costo de producción, por lo que obtiene solamente la ganancia normal;[4] que el precio sea mayor al costo de producción, por lo que obtiene una ganancia extraordinaria.[5]

Llegados a este punto, puede considerarse que esta incertidumbre, y el riesgo que conlleva, es la que enfrenta el capitalista, que adelanta los pagos a los agentes económicos que aportan factores de la producción, lo cual no es cierto, sobre todo cuando uno es el capitalista y otro el empresario. El empresario, que para poder adelantar los pagos señalados le pide dinero prestado al capitalista, debe pagarle en tiempo y forma, independientemente de la aceptación o rechazo que su mercancía haya tenido entre los consumidores, de lo cual depende el precio al quepuede venderse.

Además de enfrentar el riesgo de saber cuánto le cuesta producir sin saber a qué precio podrá venderse lo ofrecido, el empresario es quien inventa mejores maneras de satisfacer necesidades (satisfactores más eficaces), tarea que no hay que confundir con inventar maneras menos costosas de producir. La invención de mejores satisfactores pone en marcha el proceso de destrucción creativa, por el cual, en el mercado, lo bueno sustituye a lo malo, lo mejor sustituye a lo bueno y lo excelente sustituye a lo mejor, en un proceso de mejora que, hasta hoy, no ha tenido límite, y que es la dimensión cualitativa del progreso económico, la capacidad para producir, no solo más bienes y servicios, sino mejores bienes y servicios.[6]

El empresario es la causa eficiente del progreso económico. Es él quien invierte directamente el capital para apuntalar o abrir empresas, producir bienes y servicios, crear empleos y generar ingresos. El empresario, realizando inversiones directas, no solo es la causa eficiente del crecimiento de la producción de bienes y servicios, que es la parte cuantitativa del progreso económico, sino que es la causa eficiente de la dimensión cualitativa del mismo, que consiste en la capacidad para producir y ofrecer no solo más satisfactores, sino mejores, capaces de satisfacer de mejor manera las necesidades de los consumidores. En ello radica la esencia de la empresarialidad.

LA ESENCIA DE LA ECONOMÍA DE MERCADO

El mejor marco institucional para el desempeño de la empresa, en función de los intereses de los consumidores, es el de la economía de mercado, la cual tiene una doble dimensión: literal e institucional.

Literalmente, son de mercado las economías en las que el intercambio es la actividad central, en torno a la cual giran todas las demás. En estas economías se produce para vender y se compra para consumir, de tal manera que entre la producción y la oferta, y la demanda y el consumo, media el intercambio.

Institucionalmente son de mercado las economías en las cuales las reglas del juego, sobre todo las formales (normas jurídicas), facilitan lo más posible el intercambio, así como lo que le antecede, producción y oferta, y lo que le sigue, consumo y demanda.

El origen de la economía de mercado, en el sentido literal del término, es la división del trabajo, que tiene sentido si el intercambio es posible.

Si el intercambio entre productores, oferentes y vendedores de un lado, y demandantes, compradores y consumidores del otro, fuera imposible, la división del trabajo resultaría contraproducente y tendríamos que limitarnos a la autarquía, cada quien produciría sus satisfactores, por lo cual la cantidad, calidad y variedad de los mismos se reduciría considerablemente, dando como resultado mayor escasez y menor bienestar.

Entre más amplia y profunda sea la división del trabajo, más y mejores posibilidades de producir más y mejores bienes y servicios, así como, más y mejores posibilidades de reducir la escasez y de elevar el bienestar.[7]

En el sentido institucional del término, la economía de mercado supone el reconocimiento pleno, la definición puntual y la garantía jurídica del derecho al trabajo (libertad individual) y del derecho al producto del trabajo (propiedad privada). Institucionalmente, la economía de mercado es laissez faire (dejar trabajar) y laissez avoir (dejar poseer el producto del trabajo), todo ello con un solo límite: el respeto a los derechos de los demás.

Desde el punto de vista de la empresa (producción, oferta y venta) la economía de mercado, en sentido institucional, incentiva la productividad (capacidad para hacer más con menos) y la competitividad (capacidad para, en términos de precio, calidad y servicio, hacerlo mejor que los demás), todo lo cual beneficia al consumidor.

Se cree que la economía de mercado, en sentido institucional, basada en el laissez faire y el laissez avoir, responde al principal interés de los productores, oferentes y vendedores: vender al mayor precio posible (que es el máximo precio que el consumidor está dispuesto a pagar). No es así. La economía de mercado, institucionalmente hablando, responde al principal interés de los demandantes, compradores y consumidores: comprar al menor precio posible (que es el mínimo precio al que le conviene vender al oferente para no incurrir en pérdidas); y la economía de mercado supone el único arreglo institucional que justifica éticamente las ganancias del empresario.

La ganancia es la remuneración propia del empresario, así como el salario lo es del trabajador, el dividendo del accionista, el interés del capitalista, etc. La ganancia es la retribución a cambio de la cual ese agente económico, que hace las veces de empresario, está dispuesto a actuar como tal.

Para que el empresario genere ganancias es necesario que responda correctamente dos preguntas: ¿qué producir? y ¿cómo producirlo?

La respuesta abstracta a la primera es lo que los consumidores aprecien, aquello por lo cual estén dispuestos a pagar un precio que alcance, por lo menos, a cubrir el costo de producción, incluida la ganancia normal. La respuesta general a la segunda pregunta es: al menor costo posible, con la mayor productividad posible.

No es la empresa, entendida como la organización, la que genera las ganancias. La empresa produce los bienes y servicios que se le ofrecen al consumidor, por lo cual a todo agente económico que aporta algún factor de la producción se le remunera, pero es el empresario, responsable de responder correctamente las preguntas qué producir y cómo producirlo, quien genera la ganancia, que es su remuneración. Estas respuestas correctas son la justificación técnica de sus ganancias.

¿Cuál es la justificación ética? Que las haya generado en mercados lo más competidos posible propios de la economía de mercado en el sentido institucional del término, en la cual se reconoce plenamente, se define de manera puntual y se garantiza en el plano jurídico el derecho a la libertad para participar, produciendo en cualquier sector de la actividad económica y ofreciendo, importaciones incluidas, en cualquier mercado de la economía, condición necesaria para que se genere la mayor competencia posible.

La economía de mercado, en el sentido institucional del término, obliga a productores, oferentes y vendedores a servir a demandantes, compradores y consumidores de la mejor manera posible, siendo económicamente eficaz (reduce la escasez) y éticamente justa (respeta los derechos de los empresarios a la libertad y la propiedad), y siendo económicamente eficaz porque es éticamente justa. En economía lo justo es condición de lo eficaz.

EN EL PLANO INSTITUCIONAL, ¿TENEMOS EN MÉXICO UNA ECONOMÍA DE MERCADO?

En los últimos cincuenta años la economía mexicana ha pasado, en términos generales, por las siguientes siete etapas. 1.ª: fin del Desarrollo Estabilizador (1967-1970); 2.ª: la Docena Trágica (1971-1982); 3.ª: el Estancamiento con Inflación (1983-1988); 4.ª: la Primera Generación de Reformas Estructurales (1989-1994); 5.ª: Error de Diciembre, Efecto Tequila, y Estabilización y Recuperación (1995-2000); 6.ª: los Sexenios de la Alternancia (2001-2012); 7.ª: la Segunda Generación de Reformas Estructurales (2013 a la fecha).

Analicemos el comportamiento general de la economía mexicana durante cada una de estas etapas, y hagámoslo en función del comportamiento de la producción de bienes y servicios (el Producto Interno Bruto, PIB, variable con la que se mide el crecimiento de la economía) y también en función de la evolución del Índice Nacional de Precios al Consumidor (variable con la que se calcula la inflación, que sirve para medir la estabilidad económica), siendo crecimiento y estabilidad las dos variables cuyo comportamiento nos dan una idea adecuada del desempeño general de una economía.

Entre 1967 y 1970, los últimos cuatro años del Desarrollo Estabilizador, el crecimiento promedio anual de la economía mexicana fue de 6.29%, y la inflación promedio anual se ubicó en 3.36%. En la siguiente etapa, la Docena Trágica, 1971-1982, ambos resultados fueron, respectivamente, 6.26 y 25.44%. Entre 1983 y 1988, la etapa del Estancamiento con Inflación, el crecimiento promedio anual fue de 0.34% y la inflación promedio anual de 86.71 puntos porcentuales. A lo largo de la Primera Generación de Reformas Estructurales, entre 1989 y 1994, los resultados para cada una de las variables fue de 3.91 y 15.90% respectivamente. En la siguiente etapa, que abarca el Error de Diciembre de 1994, el Efecto Tequila de 1995 y la Estabilización y Recuperación de 1996 a 2000, el crecimiento promedio anual fue de 3.51 puntos porcentuales y la inflación promedio anual de 22.48%. Entre 2000 y 2012, los años de la Alternancia en el Poder, ambos resultados fueron, respectivamente, 2.12 y 4.36%. Por último, entre 2013 y 2016, ya en la Segunda Generación de Reformas Estructurales, el crecimiento promedio anual fue 2.14% y la inflación promedio anual de 3.38 puntos porcentuales.

Resumiendo, en los últimos cincuenta años, en cuanto al comportamiento del PIB y la inflación, tenemos lo siguiente de acuerdo con información del INEGI. Una primera etapa, de 1967 a 1970, con un crecimiento promedio anual de 6.29% y una inflación, también promedio anual, de 3.36%, resultados aceptables. Una segunda etapa, entre 1971 y 1982, en la cual se mantuvo un crecimiento elevado de 6.26% en promedio anual, pero con una inflación cada vez mayor, que promedió 25.44%. Una tercera etapa, de 1983 a 1988, con un crecimiento promedio anual de 0.34% y una inflación promedio anual de 86.71 puntos porcentuales, que sintetizó lo peor de dos mundos: el de la inestabilidad (de precios) y el estancamiento (de la producción). La cuarta etapa, que en términos del análisis del comportamiento del crecimiento y la inflación abarca, con el Error de Diciembre del 94 y el Efecto Tequila del 95, de 1989 a 2016, con un crecimiento promedio anual de 2.70% y una inflación, también el promedio anual, de 10.58%.

A lo largo de estas etapas, las visiones del papel de la empresa privada que se han concebido desde el poder político han sido distintas, y se han plasmado en diferentes arreglos institucionales, comenzando por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con las modificaciones de 1983, 1994 y 2013.

Durante la etapa del Desarrollo Estabilizador (1958-1970) se le asignó a la empresa privada un papel protagónico. La inversión privada se complementaba con la inversión pública, sobre todo en obras de infraestructura, todo ello en el marco del modelo de sustitución de importaciones que, entre otras cosas, implicaba proteger a los productores nacionales de la competencia de las importaciones, en perjuicio del bienestar de los consumidores. ¿Economía de mercado? No.

A lo largo de la Docena Trágica (1970-1982) la actitud del poder político hacia la empresa privada se volvió cada vez más negativa y agresiva, culminando con la gubernamentalización de la banca privada en 1982 y los cambios al capítulo económico de la Constitución, sobre todo el artículo 25, lo cual nos puso a unos cuantos pasos de la economía centralmente planificada. ¿Economía de mercado? Tampoco.

Durante la etapa de Estancamiento con Inflación (1982-1988), la principal preocupación y tarea del gobierno, por lo menos en lo que a la economía se refirió, fue estabilizarla, comenzando por poner orden en las finanzas públicas. Sin embargo, con la adhesión de México al GATT (Acuerdo General de Aranceles y Comercio) y el inicio de la apertura comercial, se dieron los primeros pasos para sujetar a las empresas que operaban en México, tanto de capital nacional como extranjero, a la competencia de las importaciones, creándose los incentivos correctos para que aumentaran su productividad y competitividad, todo ello en beneficio de los consumidores. ¿Economía de mercado? Todavía no, pero hacia allá se apuntaba.

El cambio a favor de los consumidores se había iniciado y, durante la siguiente etapa, la de la Primera Generación de Reformas Estructurales (1988-1994), habría de ampliarse y profundizarse, sobre todo con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá y con otros tratados comerciales, cuyo principal fin es, no que los consumidores extranjeros tengan acceso a los productos mexicanos, sino que los consumidores mexicanos tengan acceso a los productos extranjeros: las exportaciones (que implican producción, oferta y venta) son el medio, y las importaciones (que suponen demanda, compra y consumo) son el fin.

Durante la Época de la Alternancia (2001-2012), se reconoció una y otra vez la necesidad de una segunda ronda de reformas estructurales que complementara la primera pero, por una u otra razón, se quedó en eso: reconocimiento de una necesidad, sin satisfacción de la misma, satisfacción que llegaría en el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto con la realización, consecuencia del Pacto por México, de las siguientes reformas estructurales: la reforma laboral,[8] la de competencia, la de telecomunicaciones, la financiera, la energética y la fiscal,[9] cuyo objetivo general es elevar la competitividad, no solo del país, también de las empresas que operan en este, y hacerlo no solo a favor de las ganancias de los empresarios, sino sobre todo para el bienestar de los consumidores, que es el verdadero fin de la economía de mercado.

¿Que falta mucho por hacer? Sin duda alguna. Por ello es necesario seguir avanzando en beneficio de los consumidores, el único que justifica, tanto técnica como éticamente, las ganancias de los empresarios.

REFLEXIÓN FINAL

En este contexto —falta mucho por hacer—, ¿qué le toca hacer a cada una de las partes involucradas, gobierno y empresa?

Al gobierno le corresponde, a partir de lo que ya se ha hecho en esa dirección (desde los tratados de libre comercio, pasando por la autonomía del banco central, llegando a la más reciente ronda de reformas estructurales) seguir creando el marco institucional propio de la economía de mercado, basado en el pleno reconocimiento, la definición puntual y la garantía jurídica de la libertad individual para producir, intercambiar y consumir, y de la propiedad privada sobre los medios de producción y los ingresos.

En este contexto, el gobierno ha de contribuir en lo que le corresponde de manera legítima: elevar la competitividad del país, definida como la capacidad para atraer, retener y multiplicar inversiones directas (que son las que abren empresas, producen bienes y servicios, crean empleos y generan ingresos, es decir, la causa eficiente del crecimiento económico y del progreso social), competitividad que, hoy en día, se ve frenada por la deshonestidad e ineficacia del gobierno, no solo a nivel federal, también en los ámbitos estatal y municipal.

El INEGI ha calculado y publicado el Índice Nacional de Competitividad (INC) y la buena noticia es que entre el año 2010 y 2015 este pasó de 98.02 a 102.86 unidades, un incremento de 4.94%. En ese periodo de tiempo, el comportamiento de los siete componentes del INC fue: desempeño macroeconómico, avance de 2.46%; instituciones, retroceso de 3.50%; capacidades, avance de 5.89%; infraestructura, avance de 5.41%; eficiencia de negocios, avance de 17.20%; innovación, avance de 5.69%; medio ambiente e inclusión social, avance de 2.61 puntos porcentuales.

¿Qué incluye el componente “instituciones”? Fundamentalmente estas dos variables: eficiencia del gobierno y seguridad (que depende de la eficiencia del gobierno), único componente del INC en el cual, entre 2010 y 2015, hubo retroceso (3.50%). El gobierno no está haciendo su tarea y, mientras no la haga, las posibilidades de crecimiento y progreso se verán limitadas.

En contraste, de los siete componentes del INC fue el de “eficiencia en los negocios” el que más avanzó (17.20%), compuesto por los siguientes elementos: mercado de bienes, mercado financiero y mercado laboral. ¿Cuánto más habría avanzado este subíndice si el correspondiente a “instituciones” hubiera también avanzado?

El reto del gobierno contempla, entre otros elementos, los siguientes: manejar sus finanzas con prudencia, consiguiendo superávit primario, de tal manera que no tenga que recurrir a la contratación de nueva deuda para pagar deuda vieja; no caer en la tentación, ante el entorno antilibre comercio que se está formando (Brexit en Gran Bretaña, triunfo de Trump en Estados Unidos), de dar marcha atrás en la apertura comercial; mantener la libre flotación del peso frente al dólar para evitar la acumulación de presiones sobre el tipo de cambio, condición necesaria para evitar crisis cambiaras; llevar a cabo una reforma fiscal que, entre otras cosas, dé como resultado un sistema tributario basado en impuestos indirectos a la compra de bienes y servicios, de preferencia de consumo final, lo cual supondría no cobrarle impuestos a las inversiones de las empresas (que compran bienes y servicios, no de consumo final, sino de uso intermedio: factores de la producción) con la explosión de competitividad que ello traería consigo.

Por su parte, el sector empresarial tiene el reto, para empezar, de lograr que el gobierno haga todo lo señalado en el párrafo anterior, no en beneficio de la empresa, ni a favor de las ganancias del empresario, sino del bienestar de los consumidores mexicanos y de su condición de trabajadores.

Además enfrenta el reto, permanente para cualquier empresa, de elevar su productividad (capacidad de hacer más con menos) y, si está sujeta, como debe estarlo, a la mayor competencia posible, de elevar también su competitividad (capacidad para, en términos de precio, calidad y servicio, hacerlo mejor que la competencia).

Toda empresa tiene el reto de conquistar nuevos mercados, para lo cual el empresario debe voltear la vista hacia otros países, además de Estados Unidos y Canadá. De acuerdo con la Secretaría de Economía, específicamente la Subsecretaría de Comercio Internacional (2017), México cuenta con 12 tratados de libre comercio que involucran a 46 naciones. Esto es, al margen del TLCAN hay otros 44 hacia los cuales se puede exportar. ¿Qué tan proactivas han sido las empresas que operan en México y los empresarios que las encabezan para aprovechar esos otros tratados, distintos del TLCAN, y expandir sus mercados lo más posible? ¿Cuántas posibilidades de expansión de mercados se han quedado en eso, en meras posibilidades, sin llegar a ser realidades?

De cara al futuro, y si la economía de mercado supone empresas al servicio del consumidor, ese consumidor no tiene que ser solo el nacional: puede ser cualquiera y, para que lo sea, la empresa ha de ser proactiva y salir al mundo a conquistar nuevos mercados, sirviendo al consumidor. En general, el empresario mexicano y el extranjero que opera en México ¿está preparado para el reto?, es más, ¿es consciente de este?

NOTAS

[1] El bienestar del consumidor depende de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios a su disposición. Cantidad: debe ser suficiente para satisfacer correctamente todas sus necesidades. Calidad: debe ser la adecuada para que las satisfaga de la mejor manera posible. Variedad: debe ser la mayor posible para satisfacer la mayor variedad posible de necesidades.

[2] Todo productor, oferente y vendedor, aun el que es monopolio, sirve al consumidor, ya que este tiene frente a aquellos la libertad de decidir si compra o no, por lo que una empresa, incluidos los monopolios, sobrevive hasta que los consumidores quieren. De lo que se trata es de que la empresa sirva al consumidor, no de cualquier manera, sino de la mejor manera posible.

[3] Sería el mismo agente económico realizando tareas esencialmente distintas.

[4] Que forma parte del costo de producción. El costo de producción es la suma de todas las remuneraciones que se pagan a quienes aportan factores de la producción. El empresario aporta, precisamente, el factor empresarial, aportación a cambio de la cual espera obtener una remuneración, que se conoce como la ganancia “normal”.

[5] sta idea, “Empresario es quien enfrenta la incertidumbre de conocer su costo de producción pero no su precio de venta”, la propuso y desarrolló Ricardo Cantillón (1680-1734, versión de 1996).

[6] Esta idea, “Empresario es quien inventa mejores maneras de satisfacer las necesidades”, es de Joseph Schumpeter (1883-1950, versión de 1978).

[7] Este es uno de los principales temas que trata Adam Smith (1723-1790) en La riqueza de las naciones (1776, versión de 1987).

[8] Que se “cocinó” durante el sexenio de Calderón, pero entró en vigor en enero de 2013, ya en el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.

[9] Que en realidad resultó una contrarreforma fiscal, muy lejos de lo que, tanto en materia de impuestos, como de gasto del gobierno, se necesita para elevar la competitividad de la economía mexicana.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cantillón, R. (1996). Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. México: Fondo de Cultura Económica.

INEGI. Banco de Información Económica. Recuperado de: http://www.inegi.org.mx/sistemas/bie/

INEGI. Índice Nacional de Competitividad. Recuperado de: http://www.beta.inegi.org.mx/temas/inc/

Schumpeter, J. (1978). Teoría del desenvolvimiento económico. México: Fondo de Cultura Económica.

Smith, A. (1987). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica.

Subsecretaría de Comercio Internacional. Secretaría de Economía (10 de mayo de 2015). Comercio Exterior/Países con Tratados y Acuerdos firmados con México. Recuperado de: http://www.gob.mx/se/acciones-y-programas/comercio-exterior-paises-con-tratados-y-acuerdos-firmados-con-mexico

ARTURO DAMM ARNAL

DOCTOR Y MAESTRO EN FILOSOFÍA, MAESTRO EN DERECHO ECONÓMICO, LICENCIADO EN FILOSOFÍA Y ESPECIALIDAD EN FILOSOFÍA POLÍTICA Y SOCIAL (UNIVERSIDAD PANAMERICANA). LICENCIADO EN ECONOMÍA (UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA). ESTUDIOS DOCTORALES EN FILOSOFÍA (UNIVERSIDAD DE NAVARRA).

PROFESOR EN LA ESCUELA DE GOBIERNO Y ECONOMÍA Y EN LAS FACULTADES DE DERECHO Y FILOSOFÍA, DE LA UNIVERSIDAD PANAMERICANA. COLABORA ACTIVAMENTE EN MEDIOS DE COMUNICACIÓN; ES AUTOR DE DIECINUEVE LIBROS Y COAUTOR DE OTROS SEIS. PROFESOR INVITADO DEL IPADE.

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