Читать книгу Iniciativa empresarial - José Antonio Dávila - Страница 9

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______ EN ESTE CAPÍTULO A DOS VOCES, LA DE UNA BABY BOOMER TARDÍA, ROSSANA, Y LA DE UN MILLENNIAL TEMPRANERO, GUILLERMO, SE HACE UNA PROVOCACIÓN REFLEXIVA SOBRE LOS ÚLTIMOS CINCUENTA AÑOS, NO DESDE LA CLÁSICA VISIÓN SOCIOLÓGICA QUE ESTABLECE ACONTECIMIENTOS FUNDACIONALES COMO GUERRAS O CRACS ECONÓMICOS, SINO A TRAVÉS DE LA VIVENCIA PERSONAL DE LA TECNOLOGÍA Y EL GRADO DE GLOBALIZACIÓN DE MÉXICO. LA DIFERENCIA CRONOLÓGICA ENTRE LOS AUTORES DESTACA, CON UNA MEZCLA DE NOSTALGIA Y EXPECTATIVA, LAS CIRCUNSTANCIAS DEL PASO DE LO ANALÓGICO A LO DIGITAL EN NUESTRAS VIDAS EN TRES PERIODOS.
PRIMERO, EL ESTRECHO MILAGRO MEXICANO (1966-1985), EN EL QUE ROSSANA NARRA SU VIDA EN EL MÉXICO DE UN SOLO PARTIDO, UNA TELEVISORA Y UNA EMPRESA TELEFÓNICA; LAS NOVEDADES TECNOLÓGICAS ESTABAN REPRESENTADAS POR LA TELEVISIÓN Y LA LAVADORA, Y EN EL QUE SE SEMBRARON LAS SEMILLAS DE EMPRESAS MEXICANAS QUE LUEGO SE EXPANDIERON AL MUNDO COMO CEMEX, SOFTTEK, MEXICHEM Y BIMBO. DESPUÉS EL PERIODO ENTRE TERREMOTO Y TERRORISMO (1985-2001) EN EL QUE GUILLERMO NARRA EL DESPEGUE DEL ACCESO MASIVO A INTERNET QUE CREÓ LA PRIMERA BURBUJA DEL COMERCIO ELECTRÓNICO, EL RENACIMIENTO POSBURBUJA DE MODELOS DE NEGOCIO EN LA NUBE Y EL DEBATE ENTRE PRIVACIDAD Y SEGURIDAD NACIONAL EN EL USO DE DATOS PERSONALES.
FINALMENTE, EL NUEVO SIGLO QUE TIENE PRISA (2001-2016), EN EL QUE ROSSANA Y GUILLERMO JUNTOS REFLEXIONAN SOBRE EL CRECIMIENTO EXPONENCIAL DE LA TECNOLOGÍA EN TIEMPOS RECIENTES QUE HA TRANSFORMADO INDUSTRIAS ENTERAS, IMPULSADO UNA MAYOR INTEGRACIÓN GLOBAL Y DETONADO LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL QUE DEFINIRÁ EL DESTINO DE LA HUMANIDAD EN ESTE SIGLO. EL CAPÍTULO CIERRA CON UNA ESPECULACIÓN SOBRE LOS PRÓXIMOS CINCUENTA AÑOS DE LA MANO DE LAS IDEAS DE VISIONARIOS COMO PETER DIAMANDIS Y KOTLER (2013), RAY KURZWEIL (2000) Y STEVE CASE (2016).

¿Qué pensó el hombre la primera vez que usó el fuego para preparar alimentos cultivados? Seguro ese antecesor nuestro no reflexionó: “Combino tecnologías: agricultura de riego y cocción, para producir alimentos que me nutren y me dan tiempo para refinar mi lenguaje, construir ciudades y, más importante, iniciar sueños que devengan en acciones a partir de imaginar que existe algo más allá de la pura sobrevivencia”.

No, seguramente no lo verbalizó y probablemente no meditó ni por un nanosegundo lo que la adopción de esa práctica significaba para la humanidad. Sin embargo, eso fue exactamente lo que sucedió cuando el Homo sapiens empezó a usar tecnologías habilitadoras, en ese caso la agricultura y el fuego. Ahí hubo un primer cambio civilizatorio. La revolución agrícola permitió a esos seres humanos abandonar las vicisitudes de una vida nómada y adoptar otra, basada en el cultivo de la tierra.

De igual manera, es improbable que en la Escocia de 1776, al darse las primeras aplicaciones del motor a vapor, James Watt, su inventor, haya cobrado conciencia de que con ese movimiento, con ese fulgor de su inventiva convertida en acción, en una máquina, se potenciaba la fuerza humana y se daría paso a un segundo gran cambio civilizatorio, lo que hoy conocemos como la Revolución industrial, con sus motores de combustión interna que fueron evolucionando a través de los siglos y con los cuales llegó uno de los factores definitorios del poder mundial: el petróleo.

Tampoco un muchacho flaco, desaliñado, hijo de un estudiante sirio y entregado en adopción a una pareja de clase trabajadora estadounidense, sin estudios universitarios, previó lo que desataría su pasión por el diseño y las computadoras. Steve Jobs y su generación propiciaron el tercer cambio civilizatorio: el digital.

Al potenciarse el uso, el acceso y la configuración personal de datos, transmitidos en pulsaciones electrónicas, conocidas por el anglicismo bytes, el mundo cambió de nuevo al acercar la capacidad de producción a la palma de la mano de cada uno de nosotros. Tierra, máquinas y datos; la posesión, explotación y comprensión de lo que cada uno de ellos han significado en la acumulación de capital, ha sido y es la base de la historia económica mundial.

El cierre del siglo XX y la alborada del XXI nos recuerdan que es nuestro privilegio vivir no en una época de cambio, sino en un cambio de época. Igual que el hombre que experimentó con el fuego y el que lo hizo con las máquinas de combustión, en nuestro tiempo la civilización se definirá por el dominio digital de la información.

Una tecnología, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (2015), “es un conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento”. Los emprendedores, los de alto impacto, fueron y serán los visionarios capaces de vislumbrar antes que nadie cómo esas tecnologías, que propiciaron la agricultura, la industrialización y la digitalización, impactan en nuevas formas, sí de producción, pero también de convivencia humana.

Los emprendedores son quienes detectan en cualquier geografía del mundo cómo pueden usarse las tecnologías para generar valor, para crear un mercado donde no lo había y para capturar el valor de hacer algo no imaginado.

En cincuenta años del IPADE en México, sus aulas en el antiguo casco de la Hacienda de Clavería han visto pasar a muchas generaciones de emprendedores. De acuerdo con definiciones sociológicas, el transcurrir de ese medio siglo corresponde a la convivencia entre dos generaciones activas que se significan “por compartir condiciones de existencia y acontecimientos históricos”.

Justo por eso narramos este capítulo a dos voces: la de una baby boomer tardía, Rossana, y la de un millennial tempranero, Guillermo. Ambos profesionistas mexicanos determinamos como provocación reflexiva no la clásica visión sociológica a la Durkheim, que establece acontecimientos fundacionales —como una guerra, una revolución o un crac económico como el sello de las generaciones—; nosotros establecimos como determinante generacional nuestro acceso a la tecnología y el grado de globalización de México. Ese será el hilo conductor de la narrativa de este texto.

Lo que a continuación leerás, si nos haces el honor de dedicar unos 20 minutos a ello, es una partitura a dos voces, primero individual, andante ma non troppo, escrita por Rossana, sobre los años 1966-1985; luego vivace, por Guillermo (1985-2001) y más adelante, conjunta, gran finale (2001 a 2016). Cada generación narra su encuentro personal con la dupla que nos interesa: tecnología y globalización y luego, juntos, exploramos escenarios para lo que sigue.

La diferencia cronológica entre los autores destaca las circunstancias del paso de lo analógico a lo digital en nuestras vidas, el fulgor, el descubrimiento, el momento de encuentro con internet y la sociedad de la información. Narrarlo nos genera a ambos tanto nostalgia como expectativa.

Nostalgia, porque el contacto con las telecomunicaciones y la red de redes definió buena parte de nuestra niñez y adolescencia y encauzó decisiones que nos definen hoy como adultos.

Expectativa, porque la revolución digital, estamos convencidos, domina y dominará cada vez más la creación de valor en el siglo XXI, tu siglo.

EL “ESTRECHO” MILAGRO MEXICANO (1966-1985)

Rossana.- La tecnología y sobre todo la globalización no eran conceptos relevantes en el México de los monopolios políticos, económicos y sociales, el México de un solo partido político, de una televisora y de una empresa telefónica. Ese era el México en que el IPADE abrió sus puertas en 1967.

Un México que vivía “un milagro”, el del crecimiento económico sostenido a partir de la sustitución de importaciones durante y posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que prácticamente no había competencia interna y mucho menos externa.

Un país con una economía pequeña pero pujante, de un solo hombre: el presidente priista, que se acompañaba de otras figuras emblemáticas como el empresario nacionalista. Ese era el país también de una sola oferta: lo mismo para los poderes políticos que para los productos, el de un detergente, una telefónica: Teléfonos de México, y una televisora: Telesistema Mexicano, hoy Televisa.

En la fabulosa década de los años sesenta del siglo pasado, cuando el grupo de rock inglés The Beatles pisó tierras americanas por primera vez, desde Roma se había difundido el Concilio Vaticano II, Intel había creado su primer microprocesador en Silicon Valley, la primera generación del IPADE se sentaba en alguno de sus salones y leía el primer ejemplar de la revista nacional de negocios Expansión con una portada en la que mostraba nada menos que ¡“El poder de las computadoras”!

Pasé mi primer año de estudios fuera del país, en Nueva York. Tenía la curiosidad natural de los prepúberes y la identidad heredada de quienes hacen de la globalización espacio de desarrollo sin jamás abandonar su tierra, sus orígenes, su patria, esa Ítaca que nos da identidad.

Hablaba entonces con mi familia por teléfono solo los domingos en la tarde, porque hacerlo era carísimo y porque el resto de la semana recibía las cartas de mi mamá quien, como escritora que fue, me compartía diariamente las peripecias de papá, hermanos y país.

Así supe que estaba preocupada porque su hijo, que estudiaba Medicina, y su hija, que cursaba Derecho, habían comenzado, como miles de compañeros universitarios de instituciones públicas y privadas, a levantar la voz para criticar cuando menos a uno de los monopolios prevalecientes en la época: el político.

El movimiento de 1968 acabó con una matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco y un presidente enojado, pero trágicamente empoderado, que en la transmisión televisiva de su informe a la nación usó a los medios de comunicación electrónicos para reafirmar que ni por un momento dudaba de la pertinencia de las medidas represivas.

¡Ah, la “caja idiota”! Ese aparato que en las encuestas a población abierta en México está tan relacionado con lo que entendemos con tecnología en el hogar, como las lavadoras, refrendaba noche tras noche la verdad única. Mis primos de Saltillo y Monterrey tuvieron las primeras de ambas: teles y lavadoras.

En mi casa en la ciudad capital se sustituyó al armatoste del blanco y negro por “la modernidad” en el verano caliente de la antesala de las Olimpiadas en México. Llegó del norte industrializado, cortesía de “la fayuquera”, personaje inefable pero indispensable para entender a las clases medias en el México de la sustitución de importaciones.

Chilanguitos que codiciábamos el moderno aparato tan inaccesible como lo era en esa época un simple chocolate Hershey’s. Realidades de las fronteras cerradas.

Al sur, en Oaxaca, los otros primos tenían menos acceso aún a la manifestación primaria de la tecnología casera, ellos de plano se saltaron el blanco y negro de las primeras teles y con ello a Cachirulo y al Tío Gamboín y se fueron directo al color, pero no lo hicieron hasta el primer Mundial de Futbol, porque no hubo televisión abierta en sus casas sino hasta entrada la década de 1970.

País de contrastes, entonces y ahora, México vive simultáneamente realidades distintas en cuanto a acceso y adopción de tecnologías en el norte, el centro y el sur de la República.

De igual manera que se viven maneras contrastadas de relacionarse con el exterior, dependiendo de la latitud del país desde donde se parta.

En el centro, al iniciarse el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, en medio de una época muy intensa de la Guerra Fría, se optó por un alejamiento del capitalismo y la libertad individual. Sin llegar a decantarse por el comunismo y la economía planificada por el Estado, sí que se coqueteó desde Los Pinos con algo que no se llamaba antiglobalización —porque el término sería acuñado tiempo después— sino “antiimperialismo”.

Había de pasar una década y una crisis del tamaño de la de 1982, con una devaluación de más de 68% (o una apreciación del dólar de 318%, al pasar de 22 a 70 pesos) y la nacionalización de la banca, para entender que el modelo de sustitución de importaciones que se estableció durante el Milagro Mexicano se agotaba y era necesario vincular de otra manera los aparatos productivos mexicanos con el mundo.

México sobrevivió en el limbo de una curiosa mezcla de rechazo velado a lo internacional y una receta particularmente hipócrita de “no alineación” hasta la caída del muro de Berlín en 1989, cuando la geopolítica dio un nuevo giro y, como al final “geografía es destino”, al comenzarse a hablar de apertura, esta se dio mayoritariamente hacia el norte.

En cuanto a telecomunicaciones, la compañía de teléfonos, expropiada en 1947, fue adquirida por un consorcio formado mayoritariamente por la estadounidense South Western Bell y un empresario nacional hasta ese momento dedicado al comercio y la construcción: Carlos Slim.

Ese empresario supo leer la oportunidad de una crisis y, al igual que su papá durante 1918, que en plena revolución salió de compras y se hizo de enormes propiedades en el centro de la Ciudad de México, Slim Helú compró cuando todos querían irse. Grupo Carso adquirió así muchas de las empresas asociadas a los bancos que el Estado fue rematando, pero sin duda la joya de la corona fue una empresa tecnológica, el monopolio de la telefonía pública cuyo título de concesión había de garantizarle el ingreso en la lista de los más ricos del mundo.

Otros no reaccionaron tan audazmente a lo impensable, que fue la firma de un tratado norteamericano de libre comercio.

Jorge Espinosa Mireles, con Printaform, tenía experiencia con calculadoras y cajas registradoras, por lo que en las décadas de los años setenta y ochenta empezó a fabricar equipos de cómputo que además eran accesibles en precio para la clase media del país. Sin embargo, al llegar la década de los noventa, no supo, no pudo o no quiso hacer la transición a una economía abierta. No se asoció y tampoco adquirió marca alguna, razón por la cual la competencia fue desplazándolo.

Actitud muy distinta la de otros empresarios, de manera destacada, la de dos jóvenes regiomontanos, Lorenzo Zambrano (CEMEX) y Blanca Treviño (Softtek), que al llegar la apertura proyectaron sus carreras con base en la dupla tecnología y globalización y lograron grandes crecimientos.

Zambrano, heredero de una tradicional familia empresarial mexicana, era, sin saberlo, lo que hoy conocemos como un “geek”, un estudioso de los datos, un apasionado de las computadoras, un ingeniero cuyo corazón latía con el flujo de los procesos reflejado en algoritmos alimentados a grandes centros de cómputo.

A la piedra, grava, arena, fuego y agua con la que se producía el cemento, no desde el siglo XIX, cuando sus antepasados compraron Cementos Mexicanos, sino desde los romanos, le sumó una buena dosis de tecnología: computadoras enlazadas desde antenas terrestres en Texas intercambiaban indicadores de la temperatura de los hornos, minuto a minuto, permitiéndole al ingeniero y su equipo establecer guías de eficiencia a través de distinguir patrones óptimos de todo tipo.

Sin que se le denominara entonces así, CEMEX fue pionero del Big Data —no solo en México sino probablemente en todo el hemisferio—, de los datos aplicados al aumento de productividad. Una de las 10 empresas emblemáticas de Monterrey se convirtió en referencia obligada de casos internacionales de negocio, apalancando tecnología y visión global.

Mientras tanto, Blanca Treviño hizo igualmente lo impensable en esa coyuntura: renunció al corporativo de Alfa para emprender una empresa junto con Gerardo López y otros cuatro socios. Así nació Softtek. El equipo fundador tenía una convicción y una idea: competir con empresas de la India en el desarrollo de software, y hacerlo desde México.

Así inventaron el concepto “nearshoring”, que consiste en entregar servicios de tecnologías de la información desde un lugar cercano o adyacente al cliente. Hoy, la empresa tiene 30 oficinas en el mundo, más de una docena de reconocimientos a su tecnología, 10 centros de desarrollo tecnológico y más de 11,000 asociados.

En el centro del país otros empresarios han desarrollado tecnologías y avanzado de la misma forma en los senderos de la globalización.

Un modesto taller de la colonia Independencia y el capital social de inmigrantes que iniciaron un sueño con 40,000 pesos dio origen a COMEX, la empresa de la familia Achar que, al comenzar la primera década del siglo XXI, contaba con 15,000 soluciones tecnológicas, desde impermeabilizantes contra fuego o bacterias hasta pinturas para recubrir buques que alejan a algas y crustáceos.

Unos venden y otros compran en el tablero de la globalización desde y hacia México. Los Achar decidieron hacer lo primero; los Del Valle y los Servitje lo segundo.

Cambiarse del sector financiero al petroquímico fue una decisión que llevo a Antonio del Valle y a su familia, con Mexichem, a tener presencia en más de 30 países con ventas superiores a 70,000 millones de pesos.

De igual manera Lorenzo y Daniel Servitje con Bimbo han subrayado la idea de que la globalización es una avenida de dos carriles. México abrió sus mercados, pero desde México se abrieron otros mercados para empresas como Bimbo que se convirtió en la panificadora más grande del mundo entre septiembre y octubre de 2011, cuando se concretaron tres movimientos que impulsaron la empresa a la cima. Daniel, quien da continuidad al legado familiar, ha protagonizado la adquisición de 43 empresas que han fortalecido la penetración de Grupo Bimbo en todo el planeta.

Muchos mexicanos de mi generación pasamos de pensar que la globalización y el progreso tecnológico era algo que ocurría en otras latitudes a sostener que, desde aquí, desde nuestro país podrían cultivarse, sin complejo alguno, marcas y proyectos de escala mundial.

DEL TERREMOTO DEL 85 AL CATACLISMO DE 2001

Guillermo.- Nacer en la década de 1980 y crecer en los noventa significó formarme en un México enmarcado entre dos catástrofes. Una natural, con fuertes repercusiones en lo doméstico, y otra causada por el terrorismo con cambios trascendentales en lo global. Ambas tuvieron un impacto en el desarrollo tecnológico de nuestro país y del mundo.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985, que marcó a los mexicanos para siempre, también tuvo un impacto brutal en la infraestructura tecnológica del país. Las instalaciones de Televisa Chapultepec se derrumbaron, destruyendo los másteres de los dos canales principales (el 2 y el 5) y la antena de transmisiones. La infraestructura de Teléfonos de México sufrió tales daños que 12 estados quedaron incomunicados durante semanas y la larga distancia internacional no se restableció hasta marzo de 1986. Los que teníamos familia fuera de México, ¡tuvimos que recurrir a telegramas para avisar que estábamos bien!

Una vez recuperados de esta catástrofe sin precedentes, la tecnología satelital marcó un avance significativo para ambas empresas en esa década. Televisa empezó a transmitir a través de una red de cinco satélites sus contenidos y noticias a todo el mundo, consolidándose como un jugador global. Telmex empezó a conectar ciudades con los satélites Morelos I y II, llegando a miles de comunidades en todo el país.

Al principio de los años ochenta, las tecnologías de la información apenas empezaban a ser accesibles al consumidor en la forma de consolas de videojuego como Atari o computadoras muy básicas, como la Commodore 16. Pero cuando la década terminaba, por primera vez entró en mi casa una novedad que me fascinó: una computadora personal IBM, con sistema operativo DOS de Microsoft, una impresora y un módem.

Mis padres lo vieron como una máquina de escribir glorificada y, como no tenía juegos, mis hermanas no le descubrieron el atractivo. Pero para mí, la línea de comandos de MSDOS y el lenguaje BASIC fueron la entrada temprana a todo un nuevo universo que años más tarde transformaría por completo nuestra forma de hacer las cosas.

En los albores de la década de los noventa, mi avidez tecnológica iba al mismo ritmo que la Ley de Moore, que dice que cada 18 meses se duplica el poder de cómputo de los chips en las computadoras al tiempo que se reduce a la mitad de su costo. La máquina IBM fue reemplazada por una Compaq mucho más poderosa con Windows 3.1 y esta a su vez fue sustituida poco tiempo después por una Acer con Windows 95, ambas con procesadores Intel. Conceptos como memoria RAM, velocidad de procesador, capacidad de disco duro, tarjeta de video, kpbs del módem, empezaron a ser de uso común entre los pioneros que queríamos tener una computadora en casa.

En el ámbito empresarial empezaron a proliferar las aplicaciones, tanto de línea como a la medida, para facilitar muchos de los procesos que antes se hacían en papel, empezando por bases de datos sencillas y evolucionando hasta sistemas tan robustos como los ERP, para optimizar información de procesos back office, y los CRM, para manejar información sobre clientes. Con estas aplicaciones empezaron a consolidarse empresas que hoy son gigantes, como Oracle, SAP y Salesforce.

En el consumo masivo, lo que provocó que las tecnologías de la información dieran un salto —desde los pioneros como yo, al resto de los usuarios que solo veían utilidad en el procesador de palabras y la enciclopedia Encarta— fue la irrupción de internet.

Telmex, que inició la década de 1990 como una empresa privada, empezó a ofrecer su servicio de Internet Directo Personal y más adelante compró una participación en Prodigy para comercializar de forma masiva el acceso a internet desde el hogar.

Tres tecnologías transformaron mi computadora, que hasta entonces era un instrumento creativo pero aislado, en un instrumento social: el correo electrónico de Hotmail, los “chats” de CompuServe y AOL y el mensajero instantáneo de ICQ. De un momento a otro dejamos de intercambiar teléfonos con la gente y empezamos a darnos direcciones con arrobas, @.

La llamada entonces “supercarretera de la información” se volvió tan popular entre la gente, que todas las empresas querían poner su escaparate en línea con el omnipresente dominio “punto com”. Esto naturalmente dio lugar al inicio del comercio electrónico, liderado desde Estados Unidos por marcas como Amazon.com y eBay.com, y en Latinoamérica por MercadoLibre.com.

Empezó a hablarse de una “economía digital” que generó tal entusiasmo que en un momento dado parecía que todos querían poner un portal en internet como negocio.

En el año 2000 entré a la universidad para formarme como ingeniero en Tecnologías de Información y Telecomunicaciones, una carrera completamente nueva que reflejaba lo que estaba pasando en el mundo: la informática se cruzaba con los protocolos de comunicación por el auge de internet, y comenzaban a demandar ingenieros con nuevas skills, que combinaran la programación con conocimiento de redes, satélites y todo lo que implica transportar bytes eficientemente de un lugar a otro.

En marzo de ese mismo año, la famosa burbuja de las “punto com” explotó con la caída de 78% del índice NASDAQ, de modo que me tocó aprender en un periodo de resaca en el que se ajustaron las expectativas del mercado y se empezó a analizar qué, de lo que se ponía en la web, tenía futuro comercial.

Mientras estudiaba empecé a trabajar medio tiempo como programador en uno de los portales de información que batallaban por demostrar rentabilidad en el mundo tecnológico posburbuja: Citaris.com, la propuesta de MVS Comunicaciones para competir en el contenido noticioso y de entretenimiento en español, con Terra (de Telefónica), T1MSN (joint venture de Telmex y Microsoft) y Esmas.com (de Televisa).

En ese momento era una novedad transformar las páginas de internet de diseños estáticos en los que para cualquier modificación había que llamar a alguien que supiera editar HTML a modelos dinámicos en los que, con un poco de programación en PHP, creabas un sistema en línea para que cualquiera con un mínimo de capacitación pudiera actualizar los contenidos de las páginas desde el mismo navegador.

Atestigüé el inicio de una tendencia que después marcaría el paso de una nueva ola de innovación: la del software como servicio (SaaS, por sus siglas en inglés), que implicaba llevar a la “nube” de internet todo tipo de aplicaciones, como esos sistemas de administración de contenidos web, para liberarlas de la prisión de una sola computadora.

El 11 de septiembre del segundo año de mi carrera (2001), ocurrió en Nueva York y Washington el acto terrorista más impactante de la historia, y quizás el evento histórico más significativo en lo que va del siglo XXI (hasta fin de 2016 por lo menos), que dejó una profunda huella cultural, económica, política y también… tecnológica.

Una de las consecuencias inmediatas del ataque fue la aprobación del Homeland Security Act y el Patriot Act en el Congreso de Estados Unidos, que empoderaron a las agencias de inteligencia del gobierno estadounidense para intervenir medios electrónicos, de tal manera que les permite allegarse información individual y agregada a partir del creciente volumen de comunicación que internet habilita.

Esto puso enormes recursos públicos de Estados Unidos destinados a la captura y análisis de datos, y el tercero de los grandes cambios civilizatorios, el mundo gobernado por datos, llegó de la mano del debate todavía vigente sobre la relación entre el derecho a la privacidad y la seguridad nacional.

Doce años después, en 2013, gracias a las filtraciones de Edward Snowden, un joven empleado de la CIA, el mundo se dio cuenta del nivel de invasión a la privacidad al que el gobierno de Estados Unidos se atrevió a llegar en nombre de la seguridad nacional: cuentas de correo, llamadas telefónicas, ubicaciones y comportamientos online, de millones de ciudadanos americanos y de otros países, de compañías trasnacionales y de gobiernos como Brasil, Francia, México, Reino Unido, China, Alemania y España.

El miedo a otro atentado como el del 11 de septiembre creó un nuevo paradigma en la comunidad de las agencias de inteligencia en Estados Unidos, en el que todos son un potencial enemigo que hay que vigilar por cualquier medio disponible, en una demostración más del peligro de lo que la filósofa Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal” cuando reportó sobre el juicio del nazi Adolf Eichmann: la maldad es el producto de personas ordinarias que no cuestionan órdenes y se conforman con seguir la opinión dominante en su entorno, sin evaluar críticamente las consecuencias de sus acciones. Snowden fue la inesperada voz de la conciencia en el mundo de la inteligencia de Estados Unidos, actuó con firmeza y se convirtió en villano para los suyos y en héroe para todos los que ponemos valor al pensamiento crítico.

EL SIGLO QUE TIENE PRISA: DE 2001 A 2016

Rossana y Guillermo.- Para las cuatro generaciones que hemos convivido en la vida adulta en las primeras dos décadas del siglo XXI (millennials, gen X, baby boomers y silenciosa) ha sido un privilegio presenciar la transición de los átomos a los bytes, primero en los contenidos, la música, las películas, los libros, y luego en la conectividad entre las personas en las redes sociales.

Esto, que en un principio pareció algo del ámbito del entretenimiento y si acaso del personal, en función de la facilidad de conectarse con amigos y familia, poco a poco cambió la forma de interactuar entre las personas y las marcas, los medios de comunicación y los políticos; en suma, algo que está trastocando la producción, la economía y la política.

En México, la tecnología y la globalización del cierre del siglo XX y principios del XXI han modificado sustancialmente la premisa del país de una sola oferta.

De manera muy visible, la convergencia tecnológica ha puesto a competir en servicios de triple play (que incluye teléfono fijo, acceso a internet y televisión) a las dos grandes empresas de telecomunicaciones mexicanas.

El mundo del territorio Telcel de Carlos Slim empieza a consolidarse como una fuerza global con su expansión de América Móvil a América Latina. La nueva Televisa del cambio generacional entre Emilio Azcárraga Milmo y su hijo, Azcárraga Jean, compró y consolidó las llamadas “cableras” (televisión privada de paga) para obtener mayores ingresos que los que recibían por la disminuida publicidad de la televisión abierta.

Hoy, Izzi compite con Prodigy, y Claro Video compite con el recién lanzado Blim. Ambas empresas mexicanas se disputan el mercado nacional con competidores de todo el mundo en un entorno digital de continua innovación.

Al entrar a México una nueva empresa de telecomunicaciones, AT&T, cambiaron las reglas del juego, porque su tamaño y profundidad de bolsillos es suficiente para hacer frente a los jugadores preponderantes y, sea capaz o no de llevar a buen puerto la megafusión con Time Warner, su apuesta por transformarse en una empresa de contenidos confirma que esa es la dirección que tomará la oferta de valor de esta industria en nuestro país.

La economía del mundo, no solo la de México, está siendo cimbrada hasta sus raíces por dos derivadas de la tecnología y la globalización: transacciones abiertas en red y el crecimiento de servicios basados en pago de suscripción periódica.

En términos empresariales, ambos fenómenos se encarnan en el acrónimo GAFA por los nombres de las empresas que los suscriben: Google, Apple, Facebook y Amazon; así como los gigantes chinos como Alibaba y WeChat.

Estos jugadores entendieron que internet no era un medio más de comunicación unidireccional, es más, ni siquiera es principalmente un medio, sino que se ha constituido en una nueva manera de interactuar en el plano de la economía. Desde distintos nodos, se trata de una interacción mucho más personalizada precisamente por los datos con los que se cuenta.

Gracias a esta visión pionera, primero Google y luego Facebook están devorando el presupuesto de publicidad que antes iba a los medios en general, y en particular a los audiovisuales. Todo esto es verdad, pero no es lo único, ni siquiera lo principal de estas plataformas. Lo más notable es que cada año en la última década se han abierto nuevas formas de creación de valor.

Amazon, por su parte, revolucionó la forma de vender, creando motores de lo que hoy se conoce como machine learning, que aprenden de los patrones de consumo para hacer ofertas alineadas con la preferencia de cada cliente. Además de ser “la tienda de todo”, ayudó a introducir al mundo al etéreo concepto de “la nube”.

Amazon Web Services (AWS) está en el negocio de vender infraestructura de cómputo y almacenamiento, como servicio. En este modelo, la nube es el equivalente en el mundo computacional a la parrilla o red de electricidad en el mundo industrial. Como en ese caso, los consumidores pagan por la energía que utilizan, y pueden obtener tanta como lleguen a necesitar. Está ahí montada para usarse con un simple switch que permite aumentar o disminuir el consumo conforme se requiera, de tal manera que los costos de infraestructura digital se vuelven variables y no fijos.

En 2002 la compañía de Jeff Bezos permitió por primera vez a la comunidad de desarrolladores conectarse a su potente red computacional. Esa decisión devino en un nuevo negocio con crecimientos de triple dígito para Amazon, pero que además está permitiendo al mundo de las start-ups poder concentrarse en el corazón de su oferta mientras usan una infraestructura computacional totalmente escalable.

Los que estudiaron la carrera de Comunicación en Medios Masivos o ingenierías en Telecomunicaciones, como nosotros dos, deben enfrentarse al paradigma de que la comunicación y los procesos de producción ya no son los mismos. Vivimos, por lo pronto, el fin de la noción de masivo e intensivo en activos físicos, y el inicio de lo masivamente personalizado e intensivo en creatividad y colaboración.

En el mundo de los medios de comunicación, esta transformación se manifiesta en la realidad de que cualquiera que tenga un teléfono celular —hoy miles de millones de seres humanos lo tienen en la mano— puede ser testigo relevante de una noticia, grabar un evento, tomar una fotografía. El contenido de las televisoras con grandes inversiones en infraestructura compite por la atención con contenido generado desde donde sea que haya un gadget con acceso a wifi.

Así como en los medios de comunicación muchas industrias han cambiado por la entrada de start-ups que, con menos inversión en activos y más creatividad para concatenar tecnologías existentes, han puesto en jaque a los grandes jugadores dominantes, podemos destacar la historia de dos ingenieros que, ante su dificultad para encontrar taxi en París, combinaron la tecnología de Google Maps con las formas de pago digital para crear Uber, una empresa a la que hoy están asociados más de 160,000 conductores en 450 ciudades, sin que esta sea propietaria de un solo vehículo.

Estos movimientos han obligado a compañías no tecnológicas y muy establecidas en sus sectores a adaptar su negocio a la dinámica de la revolución digital. Pueden encontrarse ejemplos en todas las industrias, empezando por las de servicios que son intensivas en interacciones humanas, como la banca.

En marzo de 2015, Francisco González, presidente global de BBVA, declaró: “En el futuro esta será una compañía de software”. Esta frase resume la tendencia que está cambiando el modelo de negocio de los bancos: cada vez más clientes hacen todas sus transacciones desde internet, por lo que son necesarias menos sucursales de ladrillos. A esto se suma que en el mundo digital los grandes bancos compiten con una constelación de start-ups conocida con la etiqueta de fintech que tiene la ventaja de la velocidad para la creación de soluciones de software que hagan más eficientes las transacciones y desarrollen nuevos nichos de servicios en pagos, ahorros e inversiones.

En 2016 empezó a despuntar una nueva ola de innovación tecnológica conocida como la “Cuarta Revolución Industrial”, gracias a que el Foro Económico Mundial la convirtió en el tema central de su evento anual en Davos. Esta tendencia representa la última frontera de la revolución digital: la de las industrias intensivas en maquinaria para la manufactura.

Según la visión de Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, la Cuarta Revolución Industrial tiene un impacto mucho más profundo que solamente un incremento en eficiencia de los procesos en las fábricas.

Siguiendo su pensamiento, esta gran transformación es profunda y sistémica y se basa en la reducción de los rendimientos decrecientes de escala, posible gracias a la digitalización y la automatización. Como ejemplo, Schwab cita un estudio de McKinsey que compara el Detroit de 1990, donde las tres compañías más grandes tenían una capitalización de mercado de 35,000 millones, ingresos por 250,000 millones y 1.2 millones de empleados, con el Silicon Valley de 2014 en el que las tres compañías más grandes tenían poco más de un billón de dólares de capitalización de mercado, con casi los mismos ingresos pero la décima parte de empleados.

Este principio de generar cada vez más valor, más rápido, con menos costos, permitido por la ubicuidad de la digitalización y las tecnologías de información, es la columna vertebral de la Cuarta Revolución Industrial que está teniendo impactos en tres ámbitos: físico, digital e incluso biológico.

Como consecuencia, Schwab enlista las megatendencias que están cambiando nuestra forma de vida en cada uno de estos tres ámbitos. Así, en el físico estamos viendo el impacto de los vehículos autónomos en tierra, aire y agua, de la impresión 3D, de nuevas generaciones de robots que se integran mejor a su entorno y a nosotros, y de nuevos materiales con impacto en la salud y en el medio ambiente.

En el digital, se combinan el impacto de poner sensores en cada vez más objetos —que pueden llegar a los billones en los próximos años— y que transformarán la manera en la que se gestionan las cadenas de suministro; las nuevas formas de generar transacciones e interacciones entre individuos sin necesidad de instituciones intermediarias, tal como lo habilitan tecnologías como blockchain; y modelos enteros de negocios basados en plataformas que conectan oferta y demanda de servicios en tiempo real, como Uber, Airbnb y TaskRabbit, donde el valor está en la plataforma y no en el activo que se comercializa en ella.

Finalmente, en el ámbito biológico, la posibilidad de secuenciar el ADN está abriendo nuevos mundos de aplicación, tales como la biología sintética —adaptar a la medida el ADN de los seres vivos—, la medicina personalizada, la regeneración de tejidos y el uso de dispositivos para monitorear nuestra salud. En este último campo, el de la vida, es donde mayores retos existen en términos de ética y regulación, porque nos llevan al cuestionamiento mismo de lo que significa ser humano.

EL FUTURO: 50 AÑOS MÁS

Las voces prominentes que hablan del crecimiento exponencial como Peter Diamandis y Kotler (2013), Ray Kurzweil (2000) y Salim Ismail y Malone (2014) insisten en que no tenemos la capacidad de predecir con precisión adónde nos va a llevar la rápida evolución tecnológica en los próximos cincuenta años. Se habla de una “singularidad” como metáfora para describir el horizonte, en el que la inteligencia artificial llevará a la humanidad a cruzar un umbral de transformación que ni siquiera podemos imaginar hoy día. Los emprendedores y empresarios mexicanos del presente pueden empezar a actuar hoy sobre las oportunidades que ya se vislumbran para un horizonte de cinco o diez años, producto de las tendencias de la evolución tecnológica.

De acuerdo con Steve Case (2016), cofundador de AOL, la evolución de internet se divide en tres olas. En la tercera, que es la que estamos viviendo y que se considera empieza a partir de 2016, los emprendedores de México pueden intentar navegar con más probabilidades de éxito.

Vamos por partes. La visión de Case se inspira justamente en la de su ídolo: Alvin Toffler, quien en 1980 escribió un texto sobre la economía del conocimiento llamado La Tercera Ola. Para Case (2016), la primera es la construcción del mundo en línea (online), y va de 1985 a 1999; la segunda es la revolución móvil y la economía de las apps, de 2000 a 2015, y la tercera, que empezó en 2016, es la del internet de todo. En esta tercera ola los motores vuelven a ser los mismos que en la primera, cuando se construyó el mundo online: las plataformas, los productos y la gente. Además, se suman la perseverancia y las alianzas para crecer, porque nadie será lo suficientemente grande para competir por sí solo.

Será la era de la evolución y la convergencia de las tecnologías para conectar objetos (conocidas popularmente como internet de las cosas); de las tecnologías para recoger, analizar y visualizar grandes volúmenes de datos (identificadas con el concepto de Big Data), y de las tecnologías para que las máquinas aprendan y se adapten (asociadas al campo de la inteligencia artificial).

México es un espacio con muchos retos, entre los que ciertamente destaca la brecha digital en la población, pero al mismo tiempo cuenta con un gran potencial para la “innovación frugal”, aquella que surge de la necesidad de hacer más con menos, que nos permita aprovechar la creatividad y el ingenio que nos han caracterizado durante muchos años.

Como país tenemos la ventaja de la geografía. Ser norteamericanos y al mismo tiempo latinoamericanos nos coloca en una posición privilegiada para explorar lo que puede crecer tecnológicamente en espacios mucho más diversos, donde hay superficie de contacto entre un país desarrollado y otro en vías de serlo. Con 120 millones de habitantes, sin excluir a los pobres que son numerosos e incluirlos en el progreso representa un reto humanitario crítico, México es un país de grandes consumos que podría ser una nación de grandes producciones. Si hoy en día consumimos más tecnología de la que podemos construir, la gran asignatura es crear más, producir las próximas empresas “unicornio” del hemisferio americano, esas que a partir de una combinación de base tecnológica produzcan valor de mercado de más de 1,000 millones de dólares.[1]

México, con su cruce de caminos, puede no solo atender a la patria del español que le es natural, sino ser conector y pieza clave de las cadenas de valor globales en esta tercera ola del internet. Nuestra ambición debe pasar del Made in Mexico al Designed in the Americas for the world, participando activamente en el diseño de nuevas realidades de negocio, además de la manufactura eficiente, y hacerlo pensando de manera continental, evolucionando los acuerdos de libre comercio hacia acuerdos de flujo de ideas y talento, y conectividad en los procesos productivos entre países.

Tal vez tú, apreciado lector/lectora, en 50 años nos cuentes cómo lograste ser un actor clave en esta nueva realidad.

NOTA

[1] En noviembre de 2013, Aileen Lee, fundadora de Cowboy Ventures, fue la primera en usar el término. Se refería a una compañía tecnológica que alcanza un valor de 1,000 millones de dólares en alguna de las etapas de su proceso de levantamiento de capital. Según Aileen, estos “unicornios” solían ser un mito o una fantasía, pero ahora parece que por lo menos encontramos cuatro de este tipo de compañías al año, respaldadas por una nueva generación de tecnología disruptiva (Calleja, s/f).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Calleja, D. (s/f). “¿Qué son las compañías unicornio?”. Entrepreneur. Recuperado de: https://www.entrepreneur.com/article/268414

Case, S. (2016). The Third Wave: An Entrepreneur’s Vision of the future. Nueva York: Simon & Schuster.

Diamandis, P. y Kotler, S. (2012). Abundance. The future is better than you think. Nueva York: Simon & Schuster.

Diamandis, P. y Kotler, S. (2016). Bold. How to go big, achieve success, and impact the world. Nueva York: Simon & Schuster.

Kurzweil, R. (2000). The age of spiritual machines. Londres: Penguin, 2000.

Salim, I. y Malone, M., et al. (2014). Exponential Organization. Nueva York: Diversion Publishing-IPS.

Toffler, A. (1980). The Third Wave. Nueva York: Bantam Books.

ROSSANA FUENTES BERAIN VILLENAVE

FUNDADORA Y DIRECTORA GENERAL DE MÉXICO MEDIA LAB, ORGANIZACIÓN QUE AYUDA A INSTITUCIONES E INDIVIDUOS A NAVEGAR A TRAVÉS DE LAS INCERTIDUMBRES RELACIONADAS CON LA DISRUPCIÓN DIGITAL. DOCTORA EN DERECHO A LA INFORMACIÓN DEL PROGRAMA CONJUNTO DE LAS UNIVERSIDADES DE OCCIDENTE, NAVARRA E IBEROAMERICANA. MAESTRA EN PERIODISMO INTERNACIONAL (UNIVERSITY OF SOUTHERN CALIFORNIA) Y MAESTRA DE TEATRO (MOUNTVIEW ACADEMY OF THEATRE SCHOOL, LONDRES). ESTUDIOS DE POSGRADO EN HISTORIA DEL CINE Y ESTÉTICA (UNIVERSITÉ PARIS-SORBONNE). LICENCIADA EN COMUNICACIÓN DE MASAS (UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA).

GUILLERMO ORTEGA RANCÉ

SOCIO Y DIRECTOR DE OPERACIONES DE MÉXICO MEDIA LAB. HA CONTRIBUIDO CON SU EXPERIENCIA EN INNOVACIÓN A LIDERAR PROYECTOS PARA EMPRESAS NACIONALES Y GLOBALES DE TELECOMUNICACIONES, FINANCIERAS, AGROALIMENTARIAS, EDUCATIVAS, ENTRE OTRAS INDUSTRIAS. MBA (IE BUSINESS SCHOOL, ESPAÑA) E INGENIERO EN TECNOLOGÍAS DE INFORMACIÓN Y TELECOMUNICACIONES (UNIVERSIDAD ANÁHUAC).

Iniciativa empresarial

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