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PEDID, BUSCAD, LLAMAD

Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… Voy a escuchar a Jesús, mi Maestro interior… El Padre me va a hablar por medio de él… «Jesús, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero».

Lucas 11,9-13

9 Yo os digo: pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá.

10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra, y al que llama, se le abrirá. 11 ¿Qué padre hay entre vosotros que, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez le va a dar una culebra? 12 ¿O si le pide un huevo le va a dar un escorpión?

13 Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!


En el texto anterior hemos escuchado la pregunta de Jesús: «¿Qué buscáis?». Ahora vamos a escuchar su invitación a pedir, buscar y llamar. Son tres actitudes que hemos de cuidar en nuestro recorrido. Si buscamos renovar interiormente nuestra fe, no podemos acercarnos a la lectura orante del Evangelio de cualquier manera, en actitud indiferente o distraída.

LEEMOS

Lucas y Mateo recogen en sus respectivos evangelios y con términos idénticos unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que Jesús las pronunciara en más de una ocasión en los alrededores del lago de Galilea o, tal vez, cuando se movían por las aldeas pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos. Jesús sabía aprovechar cualquier experiencia de la vida para despertar la confianza de sus discípulos en un Dios al que él experimenta como Padre bueno.

1. Tres invitaciones de Jesús (v. 9)

Jesús quiere despertar tres actitudes en sus discípulos. Las tres apuntan a la misma actitud de fondo, pero los términos parecen sugerir matices diferentes: «Yo os digo: pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá».

Pedir es suplicar algo que hemos de recibir de otro, pues no podemos dárnoslo a nosotros mismos. Para Jesús, esta es la actitud que hemos de tener ante Dios: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá». Con frecuencia necesitaremos pedir a Dios en nombre de Jesús luz y fuerza para reavivar nuestra vida interior.

Buscar es indagar, rastrear, movernos para descubrir algo que se nos oculta o no está todavía a nuestro alcance. Esta es la actitud que Jesús pide a sus discípulos ante el proyecto humanizador del Padre: «Buscad el reino de Dios y su justicia». En nuestro recorrido tendremos que esforzarnos para buscar el camino mejor o la decisión más acertada para comprometernos en el servicio al reino de Dios.

Llamar es gritar, atraer la atención de alguien al que sentimos lejano, pero que necesitamos que nos atienda. Es la actitud de los salmistas cuando sienten a Dios lejos: «A ti grito, Señor», «Inclina tu oído hacia mí», «No te quedes lejos», «Ven en mi ayuda». También nosotros llamaremos a Jesús y a Dios cuando necesitemos sentirlos más cerca.

2. La confianza total de Jesús en el Padre (vv. 10-12)

Jesús no solo desea despertar en sus discípulos estas actitudes. Desea además contagiarles su confianza total en Dios. No sabemos exactamente cómo se expresó, pero los evangelistas han recogido sus palabras de forma lapidaria: «El que pide, recibe; el que busca, encuentra, y al que llama, le abrirán». Esta es la experiencia que vamos a vivir junto a Jesús en nuestro recorrido. El giro que se emplea sugiere que Jesús está hablando de Dios, pues evita pronunciar su nombre, como hacían con frecuencia los judíos. Por eso se podría traducir así: «Pedid, y Dios se os dará. Buscad, y Dios se dejará encontrar. Llamad, y Dios se os abrirá».

Curiosamente, en ningún momento se dice qué es lo que hemos de pedir, qué es lo que hemos de buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Se diría que lo importante es la actitud con que vivimos ante Dios: vivir pidiendo, buscando y llamando. Así haremos nuestro recorrido: como pobres que necesitan pedir lo que no tienen; como perdidos que necesitan buscar el camino que todavía no conocen; como hijos que necesitan llamar a la puerta de su padre.

Para despertar su confianza en Dios, Jesús no les da explicaciones complicadas. Él es «sencillo y de corazón humilde». Les pone tres imágenes que pueden entender muy bien los padres y las madres que le escuchan. Las podemos parafrasear así: «¿Qué padre o qué madre, cuando un hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra redondeada, como las que a veces ven por aquellos caminos? ¿O si le pide un pez le dará una de esas culebras de agua que, en alguna ocasión, aparecen en las redes de pesca? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?».

Un padre o una madre no se burla así de su hijo, no le engaña. Es inconcebible que, cuando su hijo le pide algo bueno para alimentarse, le dé otra cosa parecida que puede hacerle daño. Al contrario, le dará siempre lo mejor que tenga. Jesús saca rápidamente su conclusión: «Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mateo 7,11). ¿Cómo no va a ser Dios mejor que nosotros?

3. Pedir el Espíritu Santo (v. 13)

Mateo recoge el pensamiento de Jesús, tal como acabo de indicar. Pero Lucas introduce una novedad muy importante. Según su versión, Jesús dice así: «¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!». A Dios le podemos pedir muchas cosas buenas, pero ninguna mejor que el «Espíritu Santo». Con estas palabras, los judíos designaban el «aliento santo» de Dios, que crea y da vida, que cura y purifica, que lo renueva y reaviva todo.

El mismo Lucas, en un escrito posterior, nos indica que este fue el recuerdo que quedó de Jesús en los que le conocieron de cerca: «Ungido por Dios con Espíritu Santo y con poder, pasó su vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos de los Apóstoles 10,38). Lo más grande que podemos pedir al comenzar nuestro recorrido es ese «Espíritu Santo» que Jesús recibe del Padre y le hace vivir «haciendo el bien» y «curando a los oprimidos». Ese Espíritu nos puede renovar interiormente reavivando y transformando nuestra fe.

MEDITAMOS

Hemos leído diversas palabras de Jesús. Nos disponemos ahora a meditarlas escuchándole interiormente. Seleccionamos las que nos han parecido más importantes. Las repetimos despacio, una y otra vez, para grabarlas en nuestro corazón, gustarlas y hacerlas nuestras.

1. Las tres invitaciones de Jesús

«Yo os digo: pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá».

– ¿Qué siento al escuchar estas invitaciones de Jesús?…

– De ordinario, ¿qué hago yo ante Dios?… ¿Solo pedir?… ¿También buscar?… ¿Cuándo le llamo?…

– ¿A qué me siento invitado por Jesús en estos momentos?…

2. Confianza de Jesús en el Padre

«Todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá».

– ¿Qué me dice la experiencia personal?…

– ¿Cómo puedo confiar más en Dios?…

– ¿Cuándo siento que Dios es más bueno que nosotros?…

3. Pedir el Espíritu Santo

«¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».

– Por lo general, ¿qué «cosas buenas» suelo pedir a Dios?… ¿Para mí solo?… ¿También para los demás?…

– ¿He pedido alguna vez el Espíritu Santo?… ¿Cuándo?… ¿Para qué?…

– ¿Me siento llamado por Jesús a pedir, buscar y llamar al Espíritu Santo?…

ORAMOS

Hemos estado meditando las palabras de Jesús. Es el momento de responderle dialogando interiormente con él.

– Jesús, me estás abriendo un horizonte nuevo… Cuánto te agradezco tus palabras, porque…

– Está creciendo en mí el deseo de escucharte… Ayúdame a grabar dentro de mí estas tres invitaciones…

– ¿Qué tengo que hacer para buscarte mejor… y abrirme a tus llamadas?… Te escucho…

– Necesito confiar más, mucho más, en ti y en Dios… ¡Me haría tanto bien en este momento!…

– Siento que en mi vida cuento poco con la acción del Espíritu Santo… ¿Por qué? ¿Qué puedo hacer?…

CONTEMPLAMOS

Hemos visto que Jesús quiere contagiarnos su confianza total y absoluta en Dios. Hacemos silencio en nuestro corazón… Nos abandonamos en ese Padre bueno… Descansamos en el misterio de su bondad… Cuando confiamos en él, todo cambia en nuestra vida… Nos disponemos a un silencio contemplativo.

– El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (Salmo 26,1).

– Soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí (Salmo 39,18).

– Tú, Señor, me ayudas y consuelas (Salmo 85,17).

COMPROMISO

Concretamos el compromiso para traducir la lectura orante del Evangelio a nuestra vida:

– Concreto mi compromiso para toda la semana.

– Tomo una decisión para un tiempo definido.

– Reviso el compromiso tomado con anterioridad.

– Concreto algún gesto especial.

***

PADRE

Padre:

me pongo en tus manos.

Haz de mí lo que quieras.

Sea lo que sea,

te doy gracias.


Estoy dispuesto a todo.

Lo acepto todo,

con tal de que tu voluntad

se cumpla en mí

y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Padre.


Yo te ofrezco mi alma

y te la doy

con todo el amor de que soy capaz.


Porque deseo darme,

ponerme en tus manos

sin medida,

con infinita confianza,

porque tú eres

mi Padre.


(Carlos de Foucauld)


Canto: «Padre»


Padre, Padre, ¡venga tu Reino! (bis)

Pedid… Buscad… Llamad… Creed…


STJ, CD Dentro 17

casadeoracion@stjteresianas.org

Jesús maestro interior 2

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