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Prólogo

Un cerco más estrecho

Desde que publica su libro “Los orígenes familiares de Santa Teresa y San Juan de la Cruz”, que es de 1970, su autor, D. José Gómez-Menor ha estado como cercando y estrechando su investigación documental en torno a la biografía de San Juan de la Cruz con diversos trabajos publicados en revistas académicas, y este libro es la última cuenta y razón de ese cerco. Pero este cerco y búsqueda ha debido de ser para el autor excitante e inquietador pero también no falto de gratificaciones, porque en esas investigaciones, que siempre son un juego mitad policíaco y mitad notarial y en el que también cuentan la imaginación y una especie de instinto que pueden engañar mucho, pero también encaminar; no pocas veces, ha debido de sentir que, efectivamente, lo que buscaba ha pasado junto a él o quizás se le ha escapado de las manos entre los pliegos de los viejos papeles, pero no sin dejar el aroma del vaso por lo menos, para decirlo con una feliz formulación azoriniana.

Y ni que decir tiene que el lector encontrará en este libro acontecimientos que quedan adverados documentalmente, y ámbitos físicos, culturales y espirituales que rodearon también al biografiado minuciosamente estudiados que le trasladarán a su tiempo, y al conocimiento de toda una serie de personajes del entorno de San Juan de la Cruz en relación más o menos directa con él. Y también se sentirá tocado por el discurso del autor acerca de otros personajes o hechos que no son abiertamente documentables pero cuya existencialidad y relaciones públicas políticas, sociales o de parentesco permiten hacer hipótesis fundadas, que no pueden desecharse sin más en nombre de aprioris dogmáticos de nuestro tiempo, que es un tiempo que con frecuencia se permite juzgar a todos los demás tiempos del pasado, ejercitando una especie de imperialismo de su propio “Zeitgeist” o Espíritu del Tiempo, y propia visión de las cosas.

El autor del libro dedica el primer capítulo de su obra a una discusión acerca de la concepción de la historia como estudio de la historia que acontece, y en este discurso defiende –y pienso que con una intensidad que debe agradecerse– que un individuo, un “yo” del pasado, y en este caso el de San Juan de la Cruz, no debe ser integrado, y juzgado sin más, como un simple elemento indiferenciado de una sociedad de la que todos y cada uno de sus miembros participarían de un mismo pensar y sentir o, lo que es lo mismo, en la que nadie podría desviarse de esos pensares y sentires e imaginarios y prácticas o comportamientos comunes, que además nosotros hemos decidido y definido desde la altura y la plenitud del nuestro, medida de todos los demás tiempos, como los que corresponden a aquella sociedad y a aquellos tiempos.

En consecuencia, al ajustar los límites y derechos del historiador en su trabajo, defiende el autor el suyo para establecer, en cada caso, deducciones e hipótesis en el ámbito de una historia de la existencialidad y de las relaciones humanas probables y hasta seguras pero que, como nos ocurre en la vida diaria, no siempre son demostrables con inmediatez, aunque a los ojos del historiador abren un camino para la prosecución de la investigación. Y luego discute en otro capítulo una serie de biografías e incluso hagiografías de San Juan de la Cruz que valora pertinentemente en orden al propio trabajo histórico que el autor se ha planteado de nuevo, como queda dicho: volver a la investigación y al discurso sobre los orígenes familiares pero ahora estudiando también los lugares sanjuanistas. Pongamos por caso Yepes, que se ha supuesto siempre que fue pueblo de sus ancestros pero de manera más o menos oscura, y Fontiveros, su pueblo natal y todo el ámbito de la Moraña abulense, sin descuidar otros datos sobre otros lugares como el Colegio de Medina del Campo, por ejemplo. Y siempre, privilegiando la específica atención a las relaciones familiares hasta ahora no conocidas ni intuidas, y que sitúan esa figura de Juan de la Cruz, tanto en el ámbito originario del judaísmo como en el ámbito nobiliario de aquella sociedad cristiana. Lo que contraría, sin duda, la visión ya asentada entre los biógrafos modernos de un Juan de la Cruz como perteneciendo a la capa social más extremadamente baja y pobre, quizás con la sola excepción de Henri de Chandebois, que habla de “una familia toledana de pretensiones nobiliarias, acaso justificadas”. Lo que se retoma documentalmente en este libro, y supondría, entonces, que el padre del místico castellano, y con él su familia, se ha desclasado no por el matrimonio con Catalina, a la que por las razones que sean –y que nos siguen siendo desconocidas– se opone la familia del padre, sino por razones económico-políticas que el autor de este estudio supone que podrían tener que ver con una participación de Gonzalo de Yepes, padre de San Juan de la Cruz, en la guerra de las Comunidades y la consecuencia luego de la consiguiente represión en su eventual hacienda y status social.

Dejando aparte, en fin, todos estos asuntos, que naturalmente son el objeto mismo del libro y donde está su razón de ser, lo que el lector agradecerá como un “plus” de esta escritura es que le acerca un mucho más a la personalidad de San Juan de la Cruz y a la curiosidad y hasta a la preocupación por los suyos y su aventura, en su tiempo. A comenzar por las muy primordiales preocupaciones y dramas en torno a la casta, hasta los logros de la integración total en el universo social de la cristiandad española, en el que el descendiente de conversos resulta altamente emparentado, y en el plano de lo religioso está en la base de la Reforma de la cristiandad católica que, cuando llega a Holanda o a Francia fue profundamente acogida, hasta por la admirada amistad de las monjas de Port- Royal de manera muy significativa y especial, y se extendió rápidamente. Y mucho le complacería, de seguro, a Lucien Goldman poner en paralelo la pérdida de poder de la “noblesse de robe” o de la gran burguesía letrada y parlamentaria a la que pertenecía la mayor parte de las monjas y de los “messieurs” de Port-Royal, con el descenso del poder económico de los conversos castellanos cuyos hijos e hijas –antes y clandestinamente después del “Estatuto de limpieza” de sangre para ese ingreso– pueblan también las filas del clero secular y sobre todo regular, y de las carmelitas descalzas muy especialmente. Sin que esta evocación del precioso estudio de Goldman, “Le Dieu caché”, signifique adoptar para explicar totalmente este fenómeno el punto de vista de su autor, pero sí la admiración por su finura al detectarlo, y seguramente el replanteamiento del asunto desde el lado de acá de los Pirineos.

Este libro de Gómez-Menor, decía, es la cuenta y razón de su último cerco al enigma de los Yepes y los Álvarez, ascendientes de Juan de la Cruz, y ya se dice desde el principio que el gran problema para la investigación de este asunto está en la ausencia de documentos, aunque aquí, en este libro, ya hay algunos nuevos y en algunos momentos se señala por dónde se podría ir para cercar más el enigma, sean cuales sean las dificultades. Y, mientras tanto, el gozo es para el lector a quien no puede menos que encandilar la revivencia de tanta vida y el conocimiento de aquella hora española realmente central en nuestra historia, que también ha arrastrado y seguirá arrastrando el interés de la más alta cultura europea.

Este mi pequeño atrio al libro de don José Gómez-Menor –un mero deseo del autor fundado en su amistad y cortesía únicamente– sólo quiere ser, por un lado, mi homenaje y agradecimiento al historiador y al amigo, y, por el otro, la invitación al eventual lector a revivir un tiempo y retomar la conversación interior con unos hombres que nos han dado lo mejor del saber, del entender, y de la humanidad de nosotros mismos.

José JIMÉNEZ LOZANO

Raices históricas de san Juan de la Cruz

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