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José Carlos Mariátegui: un socialismo cosmopolita

Martín Bergel

A noventa años de su inesperado fallecimiento, la figura de José Carlos Mariátegui (1894-1930) continúa despertando pasiones y concitando interés entre los investigadores y el público lector en Latinoamérica y otras partes del mundo. Que así sea no se debe solamente a que el peruano haya quedado consagrado como el “primer marxista de América” (según la definitoria fórmula de Antonio Melis, uno de sus mayores estudiosos),[1] a su impronta indigenista y confiada en el potencial creativo de individuos y sujetos sociales o al haber encarnado uno de los más virtuosos maridajes entre vanguardismo estético y vanguardismo político. Además de esos rasgos de su trayectoria, y de otros que pueden fácilmente añadirse, el persistente atractivo de Mariátegui descansa en su arborescente producción escrita.

Consistente en cerca de dos mil quinientos artículos periodísticos y ensayos breves elaborados al ritmo vertiginoso de las publicaciones periódicas para las que fueron concebidos, su obra se ubica a distancia de cualquier ilusión de unidad o coherencia. Ciertamente, su renuncia a la sistematicidad –capaz de incomodar a lectores sagaces de sus escritos, como el gran historiador José Sazbón–[2] luce como un factor de primer orden a la hora de ingresar a su laboratorio intelectual. De un lado, Mariátegui mismo se jacta, en las notas preliminares de los dos libros que publicó en vida (compuestos a partir del ensamblaje de una porción de sus ensayos ya publicados), de que esa inorganicidad es consustancial a un estilo de trabajo irreverente que le permite ofrecer radiografías penetrantes del caleidoscopio que le toca vivir. Para captar las instantáneas de su época, su “método”, declara al inicio de La escena contemporánea, no puede ser sino “un poco periodístico y un poco cinematográfico”;[3] su afán, señala al presentar los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, es el de desplegar un pensamiento que se ordene “según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente”.[4] Esa disposición vital un tanto salvaje de quien allí mismo se arroga “meter toda mi sangre en mis ideas” (y no ha de ser casual que la otra figura que aparece evocada en esa “Advertencia” sea la de Sarmiento), resulta en definitiva una condición inicial que conviene contemplar para leer o releer a Mariátegui. De otro lado, precisamente la fluidez de su escritura, y los múltiples nombres propios y temáticas en que incursiona, habilitan nuevas e insospechadas aproximaciones a su obra. “Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación: políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro”, escribió nuestro autor en la presentación inicial de su revista Amauta.[5] La perdurable atracción que ejerce Mariátegui obedece también a las posibilidades de lectura que se derivan de esa sorprendente ubicuidad de sus intereses.

Pero una presentación a un conjunto representativo de textos del autor de los 7 ensayos debe advertir de inmediato que ese carácter proliferante y desprejuiciado de su praxis intelectual se halla compensado, en sus constantes aperturas, por una suerte de brújula interna. Como advirtió Álvaro Campuzano en un lúcido ensayo reciente,[6] el “entramado proteico, complejo y en movimiento” que conforma el amplio abanico de temas visitados por la pluma de Mariátegui, se ve regulado por una “orientación básica, comparable a una fuerza gravitatoria”. ¿Pero dónde radica ese núcleo en torno al cual orbita, a mayor o menor distancia, la pluralidad de sus escritos? Aquí sostenemos que se cifra en el horizonte de un socialismo cosmopolita. Desde 1918, y cada vez con mayor vigor, el primero de los términos de esa fórmula será parte de la identidad pública de Mariátegui como periodista y como intelectual. “Hombre con una filiación y una fe”, como se define en La escena contemporánea, su adscripción socialista se verifica sea en su voluntad de marxismo (por ejemplo, para encarar la cuestión indígena desde una perspectiva económica y de clase), en su aliento revolucionario (impulsado por el acontecimiento bolchevique de 1917, y luego por el influjo de Georges Sorel y de otras sugestiones), o en su recurrente lectura de los hechos sociales, estéticos y culturales contemporáneos como índices de fuerzas nuevas o, en su reverso, como síntomas del declive de la sociedad burguesa (según se aprecia en la remisión de una multitud de fenómenos de actualidad a los campos antitéticos de la revolución o la decadencia;[7] aun cuando, como puede verse en algunos de los textos aquí reunidos, esa perspectiva no implicó la condena en bloque de todos los elementos asociados a la cultura liberal). En cambio, su constante inclinación cosmopolita, que lo acompaña y lo alienta incluso en sus incursiones en los “problemas peruanos” –que conforman una porción limitada de los textos que compone en su etapa madura–, ha sido menos reconocida. Y es que en América Latina la corriente principal de interpretación de Mariátegui quiso anexarlo sin más a los nombres-faro de la tradición nacional-popular.[8] Favoreció esa tendencia el uso descontextualizado de algunos giros o frases, ejemplarmente de la que a todas luces ha sido su cita más famosa: aquella que en el editorial de Amauta titulado “Aniversario y balance” indicaba que el socialismo en América Latina debía evitar ser “calco y copia”.[9] Frente a los estímulos a la autosuficiencia cultural derivables de esa frase, aquí sostenemos en cambio que la marcha de Mariátegui estuvo animada por una serie de disposiciones vitales que Mariano Siskind denominó “deseos cosmopolitas”, un conjunto de posicionamientos estratégicos que “permitían imaginar fugas y resistencias en el contexto de formaciones culturales nacionalistas asfixiantes y establecían un horizonte simbólico para la realización del potencial estético translocal de la literatura latinoamericana y de procesos de subjetivación cosmopolitas”.[10] En otras palabras, lo que definió globalmente la aventura intelectual de Mariátegui fue una vocación resueltamente antiparticularista, que tanto para ofrecer lúcidos avistajes de los rasgos y figuras de su contemporaneidad como para, incluso, disponer caracterizaciones de la realidad nacional peruana, no cesó de colocar sus análisis en relación a las dinámicas de la época irremisiblemente mundial que latía ante sus ojos.

De los dos libros editados por Mariátegui a los otros dos que tenía casi listos al morir –El alma matinal y Defensa del marxismo–, pasando por una selección del resto de su abundante producción, esta antología se organiza entonces siguiendo los pasos de las continuas aperturas de nuestro autor en su afán de un socialismo cosmopolita.

Periodismo y “edad de piedra”

José Carlos Mariátegui nació en la pequeña ciudad de Moquegua, en la costa sur peruana, el 14 de junio de 1894. Hijo natural de una costurera y maestra de escuela de raíces campesinas, y de un hombre de linaje aristocrático con quien tuvo escaso vínculo, transcurrió su infancia y adolescencia en circunstancias modestas entre Huacho –otra localidad costera– y Lima, donde la madre y sus hermanos decidieron asentarse a inicios del siglo XX. El rasgo más notable de la niñez y juventud de Mariátegui es su autodidactismo. Privado de ir a la escuela desde los 8 años por problemas de salud, tanto en su hogar como en sus prolongadas hospitalizaciones halló estímulos constantes a la lectura. La disposición literaria y la voracidad por experiencias y saberes de las más variadas procedencias que entonces se le despertaron, y que lo acompañaron toda su vida, encontraron en el ámbito del periodismo limeño –donde se incorporó en 1909 y permaneció hasta su viaje a Europa diez años más tarde– un espacio sustitutivo de la educación formal a la que se veía impedido. Fue ese contexto del “diarismo” el que le proveyó un sinnúmero de incentivos que se prolongaron en el ejercicio temprano de una escritura briosa desde la que incursiona en una diversidad de géneros: la crónica periodística, la nota social y el comentario político, en primer lugar, pero también cuentos, poemas y obras de teatro (aficiones que luego iba a abandonar). Mariátegui tendió posteriormente a despreciar a Juan Croniqueur –su seudónimo favorito del período– y, en una conocida carta autobiográfica de 1928 al argentino Samuel Glusberg, escribió que en su fase juvenil, previa a su identificación con el socialismo, era apenas un “literato inficionado de decadentismo y bizanti[ni]smo finiseculares”. Pero su “Edad de Piedra”, como la llamó, es más rica de lo que ese juicio retroactivo supone, y entre los estudiosos de su obra las líneas de continuidad y de ruptura entre esa etapa y la del ensayista maduro han sido materia de discusión.[11]

Una de las dimensiones más acusadas que ese período juvenil legó a la entera trayectoria de Mariátegui tuvo que ver precisamente con su contacto inicial con el mundo de la prensa. En uno de los ensayos que, ya cercano a su muerte, escribió sobre el escritor estadounidense Waldo Frank, señalaba:

Mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista[, que] puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. […] Para un artista que sepa emanciparse de él a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio en el que desarrollará facultades críticas que, de otra suerte, permanecerían tal vez embotadas. […] Es una prueba de velocidad.[12]

Aptitud crítica y velocidad fueron en efecto facetas que, adquiridas en el trajín de la labor periodística, definieron el estilo intelectual de Mariátegui. Los ritmos y formatos de los diarios, primero, y de los semanarios, posteriormente –Mundial y Variedades, las revistas limeñas en las que el grueso de los textos de su etapa madura vio la luz–, moldearon el pulso de su escritura. Y si el espacio de la prensa fue para él un “laboratorio”, fue porque dispuso un terreno para la experimentación literaria (propiciada en su juventud por sus frecuentaciones de los ambientes de la bohemia, sobre todo en su paso por el grupo Colónida liderado por Abraham Valdelomar), y porque lo abasteció de los materiales contemporáneos a los que inevitablemente encadenaría su reflexión ensayística. La mayor parte de sus crónicas juveniles gira en torno a los claroscuros de la modernidad limeña, desde la serie que tituló “Glosario de las cosas cotidianas” hasta retratos de los mundos sociales que cohabitaban en la ciudad, pasando por la cobertura de la actividad parlamentaria nacional que radiografió con mordacidad para el diario El Tiempo. En esos textos, tanto podía entonar un canto alabado a “nuestro siglo” –“muy hermoso a pesar de sus crueldades, a pesar de sus injusticias, a pesar de sus mercantilismos”, según escribía en una carta al poeta Alberto Hidalgo–, como, a la inversa, evocar con nostalgia un espectáculo circense en su niñez, radiografiar la neurosis urbana y las tendencias al suicidio o, en su conocida crónica “La procesión tradicional” –que le valió un premio municipal–, dejar aflorar las emociones que le despertaba el desfile de una multitud creyente, a sus ojos capaz de provocar “una intensa resurrección del misticismo de Lima, asfixiado y sojuzgado ordinariamente por el vértigo y el olvido de la ciudad moderna”.[13] Pero ese timbre nostálgico y pasadista (como lo llama Oscar Terán),[14] de tintes incluso intimistas y religiosos, se iba a evaporar rápidamente en Mariátegui al calor de nuevos estímulos.

Socialista e intérprete de la época

Si en los casos referidos eran sucesos del acontecer local los que motivaban la escritura del autor de los 7 ensayos, la arena periodística sobre todo lo iba a vincular, y con especial protagonismo desde su viaje a Europa, a la escena internacional. El periódico, según señalaría en 1923, “es un vehículo, mensajero, agente infatigable de las ideas”, un artefacto que “recoge el latido y la pulsación de la humanidad infatigable”.[15] Una de las primeras tareas de Mariátegui al ingresar en su adolescencia al diario La Prensa había estado vinculada al trabajo con telegramas provenientes de las provincias peruanas y con cables de las agencias internacionales.[16] Ya entonces, esas partículas informativas constituían un insumo sustancial para sus ulteriores elaboraciones.[17] Y en su madurez lo serían aún más, al punto que uno de los espacios permanentes en los que volcaría sus ensayos semanales en Mundial iba a llevar por nombre “Lo que el cable no dice”, un título que tanto confirma ese lugar privilegiado que otorgaba al flujo internacional de noticias, como advierte acerca del necesario tamiz crítico con que esa fuente debía ser procesada.

Ese murmullo permanente e inquietante al que lo contactó su labor en la prensa comienza a mostrarle las limitaciones del ambiente en la capital peruana. “Nada interesante ha turbado la abrumadora monotonía de nuestro vivir limeño”, escribía en 1915.[18] Las referencias al tedio, al “hastío incurable de la vida”,[19] son habituales en sus crónicas juveniles, por ejemplo en aquellas en las que da cuenta del cansino trajín de la política criolla. También se detectan en la correspondencia con Bertha Molina, un amor platónico de juventud, en la que el tópico del aburrimiento es recurrente. En una de esas cartas, en 1916, Mariátegui revela ya “expectativas de que algún día me den un puesto en Europa”.[20]

Una modalidad de fuga de esa realidad anodina estuvo vinculada al desarrollo de una veta irreverente hacia el conservadurismo de las costumbres limeñas, enlazada a las ansias de experimentación estética que compartía con su círculo periodístico-literario (un movimiento que anticipa en Mariátegui su afición posterior por las vanguardias). El episodio más resonante en ese sentido fue el “affaire Norka Rouskaya”, la danza que una bailarina suiza –conocida internacionalmente bajo ese seudónimo ruso– realizó una noche en el cementerio de Lima al compás de la Marcha fúnebre de Chopin, una performance organizada por Mariátegui que suscitó escándalo en la opinión pública y que le valió incluso ser detenido por la policía.[21]

Pero ese incidente, ocurrido a comienzos de noviembre de 1917, coincidió exactamente en el tiempo con un acontecimiento que fue tanto más determinante en la trayectoria intelectual de nuestro autor: la Revolución Rusa. Pocos meses después Mariátegui aceptaba “con ardimiento y fervor” el mote de “bolcheviques” que le endilgaba a su grupo la prensa conservadora,[22] y entre 1918 y 1919, al compás de un ciclo de luchas obreras y estudiantiles (las vinculadas en el Perú al movimiento continental de la Reforma Universitaria), participaba ya en lo que luego llamaría sus “primeras divagaciones socialistas”.[23] Ese proceso de rápida politización, que se expresó en la factura de dos órganos independientes de breve existencia –la revista Nuestra Época, en 1918, y el diario La Razón, un año después–, y que tuvo como símbolo exterior mayor la renuncia pública al seudónimo Juan Croniqueur con que había dado a conocer su labor periodística y sus tentativas literarias, determinó en octubre de 1919 su salida obligada del Perú, junto a su compañero de andanzas César Falcón, a manos del presidente autocrático Augusto B. Leguía.

Fue entonces, en el periplo europeo que se extendió hasta 1923, cuando acabó de fraguarse en Mariátegui esa orientación que ya no habría de abandonarlo, la de un socialismo cosmopolita. “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje”, escribió al inicio de los 7 ensayos, en referencia a los años pasados en Italia y otros países lindantes.[24] El viaje abrió la vía definitiva de escape de ese ambiente limitado y tedioso, e incentivó en él un insaciable deseo de mundo.[25] Y junto con ese apetito, afianzó de modo indeleble su credo socialista. Pero si todo ello fue así, fue porque su travesía le proveyó no solamente un abanico de nuevos saberes e incitaciones, sino también una toma de conciencia del quiebre epocal trascendental al que se asistía. También a Mariátegui, como él mismo escribiría acerca del líder chino Sun Yat Sen, “la Revolución Rusa […] lo iluminó sobre el sentido y alcance de la crisis contemporánea”.[26] Desde entonces, socialismo y cosmopolitismo estuvieron en permanente retroalimentación: si el primero marcaba en el triunfo bolchevique el inicio de la era de la revolución mundial y del avance impetuoso del proletariado internacional, y como tal habilitaba un campo visual en el que ingresaba una miríada de objetos culturales y sucesos políticos de todas las latitudes, el segundo demandaba hurgar en la literatura, el psicoanálisis, las artes plásticas, el cine y otros fenómenos de la modernidad para detectar claves culturales capaces de echar luz sobre la situación de las fuerzas socialistas.[27]

A esa tarea se entregó Mariátegui con afán pedagógico una vez regresado de Europa en 1923. En primer lugar, con la serie de conferencias sobre la “crisis mundial” que dictó en la Universidad Popular de Lima (que sus hijos habrían de publicar como uno de los tomos de la edición popular de sus obras desde fines de los años cincuenta). Ante un abarrotado público de obreros y estudiantes, en la primera de esas presentaciones explicitó el cometido de su empresa: “Presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar[le] que está viviendo una de las horas más grandes y trascendentales de la historia, contagiar[le] la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo”. Sus conferencias tenían un destinatario especial: “Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial”.[28]

Pero esos objetivos se veían facilitados por el surgimiento de una opinión pública globalizada, cuya materialización reciente Mariátegui describía con singular entusiasmo:

El progreso de las comunicaciones ha conectado y ha solidarizado hasta un grado inverosímil la actividad y la historia de las naciones. […] Una de las características de nuestra época es la rapidez, la velocidad con que se propagan las ideas, con que se transmiten las corrientes del pensamiento y la cultura. Una idea nueva, brotada en Inglaterra, no es una idea inglesa, sino el tiempo que sea necesario para que sea impresa. Una vez lanzada al espacio por el periódico[,] si traduce alguna verdad universal, puede transformarse instantáneamente en una idea universal también. ¿Cuánto habría tardado Einstein en otro tiempo para ser popular en el mundo? En estos tiempos, la teoría de la relatividad […] ha dado la vuelta al mundo en poquísimos años. Todos estos hechos son otros tantos signos del internacionalismo y de la solidaridad de la vida contemporánea.[29]

Y es que, como aseguraba entonces el socialista confeso que ya era Mariátegui, “el internacionalismo no es solo un ideal; es una realidad histórica”.[30] Es decir, no solamente un horizonte estratégico para el proletariado, sino un aspecto constitutivo del paisaje contemporáneo que se abría ante sus ojos. El peruano parecía así recoger (y, en cierto sentido, actualizar) la perspectiva de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, cuando señalaban que “mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”.[31] Solo que, prolongando esa clave –la de dar un sustrato material y corpóreo a la tradición del cosmopolitismo filosófico que remite a Kant, como propone en la actualidad el geógrafo marxista David Harvey–,[32] para Mariátegui eran la fisonomía que adquiría la prensa moderna y las dinámicas mundiales emergentes en la arena de la comunicación las que disponían ese novedoso escenario. Desde esa posición, en muchos de los cientos de ensayos que escribió para las revistas de actualidad de Lima de 1923 al momento de su muerte en 1930, Mariátegui no solo se mostró como un avezado comentador del panorama político y de las más sofisticadas expresiones estéticas de su tiempo, sino también de facetas de lo que Renato Ortiz denominó “cultura internacional-popular”.[33] Así, en esos textos pueden leerse retratos de celebrities como Isadora Duncan, Charles Chaplin o la actriz italiana Francesca Bertini,[34] o de intelectuales de renombre mundial como el francés Romain Rolland o el indio Rabindranath Tagore.

El conjunto de ensayos que compone la obra madura de Mariátegui puede leerse entonces como una serie persistente de asedios a, como escribía al inicio de La escena contemporánea, “los elementos primarios de un bosquejo o un ensayo de interpretación de esta época y sus tormentosos problemas”.[35] Y no solamente en ese, su primer libro de 1925, sino en secciones como la referida “Lo que el cable no dice”, o la prolongada saga que llama “Figuras y aspectos de la vida mundial”. Allí podía, por caso, ponderar los avances del socialismo en el Japón, u ofrecer una radiografía de las tensiones políticas y étnicas de la nueva Yugoslavia nacida tras la guerra.[36] En esos textos, aún se aprecian resabios de la formación juvenil de Mariátegui como cronista, a pesar incluso de su expresa voluntad por desarrollar un tipo de escritura destinada a trascender la función periodística. Así lo manifestaba en un reportaje en el que se le preguntaba por su método de trabajo:

–¿Cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos? […]

–Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tanto como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación.[37]

Dentro de esa apuesta, los ensayos de Mariátegui constituyen en efecto tentativas por desentrañar los contornos de la “época”, una noción omnipresente en sus escritos. El período que se ha abierto con la Gran Guerra y la Revolución Rusa, que examina sin prejuicios tanto en sus pormenores como en sus líneas directrices, requiere asimismo de “una actitud mental y espiritual radicalmente nueva”.[38] A menudo, es la escisión entre lo que llama “dos concepciones de la vida” (una “revolucionaria” y otra “decadente”, una “encantada” y otra “desencantada”, una acorde a la atmósfera romántica de posguerra y otra encadenada anacrónicamente a la sensibilidad burguesa de la Belle Époque) la que provee la vara con que juzga la ubicación de figuras y movimientos contemporáneos, por encima incluso de divisiones ideológicas entre socialistas, liberales o fascistas.[39] En coincidencia con esto, y contra lo que habitualmente se ha destacado, el prisma epocal de Mariátegui conlleva el predominio de categorías relativas al tiempo (lo nuevo frente a lo decrépito, el alba y lo matinal en oposición al crepúsculo, aquello que nace versus lo que eclipsa o tramonta) por sobre aquellas vinculadas al espacio y, por extensión, a una localización específicamente latinoamericana o nacional.[40] Así, si al evocar a José Ingenieros en ocasión de su muerte Mariátegui puede afirmar que el argentino “era, sobre todo, un hombre sensible a su época”, alguien que había alentado el movimiento de renovación de las nuevas generaciones actualizando su propio credo, ello se debía a que “percibió que la guerra abría una crisis que no se podía resolver con viejas recetas”, y a que en la Revolución Rusa “vio, desde el primer momento, el principio de una transformación mundial”; así, también, al trazar en paralelo los perfiles idealistas del francobritánico Edmund Morel y del peruano Pedro Zulen, Mariátegui establece su consanguinidad a la distancia al señalar que “bajo los matices externos de ambas vidas, tan lejanas en el espacio, se descubre la trama de una afinidad espiritual y de parentesco ideológico que las aproxima en el tiempo y en la historia”.[41]

Vanguardismo, cultura del libro y literatura mundial

Los años europeos fueron pródigos en experiencias vitales y adquisiciones intelectuales. Fue entonces cuando, en cursos y lecturas que se procuró vorazmente, Mariátegui aquilató su cultura marxista.[42] También, cuando desde las corresponsalías que envió al diario El Tiempo (agrupadas luego por sus hijos en otro de los volúmenes de la edición popular de su obra, Cartas de Italia), ofreció algunas de las primeras radiografías que se publicaron en América Latina sobre el emergente movimiento fascista, que a su regreso a Lima continuó examinando en los textos que componen su “Biología del fascismo”, la sección que abre La escena contemporánea.[43] Pero además, durante su estancia europea la sensibilidad de artista que traía consigo se volcó decisivamente hacia las vanguardias estéticas. En Europa Mariátegui se zambulló en el mundo de las artes visuales y, favorecido por su amistad con el pintor argentino Emilio Pettoruti, se hizo asiduo visitante de exposiciones y galerías. Por esa vía, entró en contacto con círculos del futurismo italiano y, en los meses que vivió en Berlín antes de retornar a Lima, se vinculó a Der Sturm, espacio de intensa actividad en esos años en la promoción de las artes experimentales internacionales que dirigía el galerista de orientación comunista Herwarth Walden.[44] A partir de allí, la pregunta por las formas que asumían las relaciones entre arte y política se instaló en el centro de la reflexión intelectual del autor de los 7 ensayos, como evidencia su persistente atracción por el surrealismo.

El ánimo vanguardista del que Mariátegui se embargó se iba a expresar en la iniciativa en la que, en su corto pero fulgurante trayecto vital, depositó mayores energías y anhelos: su revista Amauta, que publicó desde Lima entre 1926 y su fallecimiento. El proyecto, que traía consigo desde Europa –y cuya puesta en marcha se demoró por la grave crisis de salud que en 1924 le deparó la pérdida de una pierna–, tenía como foco principal agrupar al movimiento de hombres y mujeres “vanguardistas, socialistas, revolucionarios” que se sintieran aunados por “su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del mundo nuevo”.[45] A pesar de su amplitud, en esa presentación inicial de la revista Mariátegui aclaraba que “Amauta no es una tribuna libre, abierta a todos los vientos del espíritu. […] Rechaza todo lo que es contrario a su ideología”.[46] Y sin embargo, a lo largo de su itinerario los nexos entre vanguardismo estético y vanguardismo político estuvieron lejos de ser unívocos. Si en el ya citado ensayo “Arte, revolución y decadencia” Mariátegui tomaba distancia frontal de las concepciones que juzgaban posible y aun deseable una esfera artística independiente de la política, en la llamada “polémica del indigenismo” respondía a las acusaciones de eclecticismo de Luis Alberto Sánchez señalando que Amauta era hospitalaria a una pluralidad de posiciones, dado que “ha venido a inaugurar y organizar un debate; no a clausurarlo”.[47] Del mismo modo, el reforzamiento de una identidad socialista en el editorial “Aniversario y balance” de 1928 que supuso la ruptura con el aprismo de Haya de la Torre, no impidió que pocos meses después Mariátegui optase por homenajear en una edición especial de la revista a José María Eguren (una figura que, según había escrito en los 7 ensayos, “representa en nuestra historia literaria la poesía pura”).[48] En definitiva, frente a la tendencia habitual a destilar de su praxis intelectual posturas concluyentes, conviene acercarse a sus textos con una lente que considere las fricciones entre arte y política como una problemática inacabada y móvil que Mariátegui siempre estaba dispuesto a explorar.

Lo anterior no significa que, más allá de esas oscilaciones, nuestro autor haya carecido en cuestiones estéticas de una orientación (una brújula, decíamos al comienzo, utilizando un término que él mismo empleó).[49] Esa perspectiva se aprecia en sus consideraciones del problema del realismo literario, que abordó directa o tangencialmente en muchos de los numerosos ensayos que a su regreso de Europa publicó sobre libros y temas de la vida intelectual. Subyugado como estaba por el experimentalismo de las vanguardias, por regla general Mariátegui fue crítico del naturalismo realista y de la literatura edificante. También, de la efímera corriente literaria francesa autodenominada “populista”, que asociaba a la demagogia y al populismo sin más. Según llegó a escribir, “sobre la mesa del crítico revolucionario, […] un libro de Joyce será en todo instante un documento más valioso que el de cualquier neo-Zola”.[50] De igual modo, en la saga de textos que dedicó a las expresiones de la “nueva literatura rusa”, destacaba la épica de las escenas revolucionarias, pero también las ambigüedades y zonas oscuras de los personajes, por ejemplo con relación a la sexualidad (tendencia que atribuyó al extendido influjo del “freudismo”, entendido como un fenómeno cultural que trascendía la obra de Freud).[51] Si bien Mariátegui murió antes de la codificación del realismo socialista soviético, su sensibilidad y sus búsquedas con seguridad habrían chocado con ese credo.

Ciertamente, todo ello no implicaba una desconexión entre literatura y realidad. “El poeta” –escribía a propósito de Rilke– “es también, y ante todo, el que recoge un minuto, por un golpe milagroso de intuición, la experiencia o la emoción del mundo”.[52] Solo que si para Mariátegui un “nuevo realismo proletario” era posible, lo era a condición de emerger investido de los fueros de la fantasía y la imaginación instalados por el surrealismo,[53] que también para él –como para Walter Benjamin– representaba algo así como la “última instantánea de la inteligencia europea”.[54]

Pero dentro de su abundante producción ensayística sobre fenómenos literarios, Mariátegui no solo fungió como crítico de textos, sino también como alguien preocupado por los aspectos materiales de la cultura del libro (una dimensión de sus intereses a la que casi no se le ha prestado atención). En una serie de artículos dedicados a ese campo, podía detenerse en la situación de sus distintos actores –autores, editoriales, traductores, libreros– y ofrecer un diagnóstico crítico tanto de la Biblioteca Nacional limeña (“paupérrima”, a la que no llegaba “ni un solo gran diario europeo”) como de la deficiente circulación internacional de libros en el continente.[55] Mariátegui buscó intervenir de diversos modos dentro de ese pobre panorama, montando junto a su hermano Julio César una editorial propia (Minerva) y haciendo de Amauta un receptáculo vivo de la literatura, el ensayo y las revistas culturales internacionales. La “crónica de libros”, que número a número solicitaba a su círculo colaborador, mantuvo siempre en su publicación un lugar privilegiado. Pero además, sus propias recensiones críticas en Mundial y Variedades a menudo incluían comentarios de las tendencias recientes del mundo del libro y las geografías de la edición. Así, mientras consignaba que “los libros de Henri Barbusse se cuentan entre los que más pronto y solícitamente son traducidos al español”, advertía que “el remarcable muestrario de novelas de la nueva Rusia que tenemos traducidas al español no alcanza […] a representar sino fragmentariamente algunos sectores de la literatura soviética”; y al tiempo que lamentaba que “a D’Annunzio lo hemos conocido y admirado en las mediocres, cuando no pésimas, traducciones españolas”, dado que “en Italia se traduce mucho”, sugería aprender la lengua del poeta para “acercarse a otras literaturas, más pronto y concienzudamente vertidas al italiano que al español”.[56] En suma, desde su recodo limeño Mariátegui se propuso participar en la creciente red global de intercambios literarios y en el proceso de la literatura mundial.[57]

Indigenismo y realidad peruana

Como parte de los artículos que escribía cada semana, hacia 1925 Mariátegui comienza a elaborar los estudios que conformarían su libro a la postre más célebre, los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. La sección “Peruanicemos el Perú” de la revista Mundial –que Mariátegui asumió en reemplazo de su iniciador, el periodista Gastón Roger, a pedido de la dirección del semanario–, fue el espacio que dio primer cobijo a esos textos. Otro estímulo provino del indigenismo que modeló a Amauta, desde los ensayos, cuentos y poemas de muchos de sus colaboradores, a su estética gráfica e incluso su nombre (propuesto por el pintor José Sabogal, autor de la mayoría de sus portadas, en vez del que Mariátegui había imaginado al comienzo, Vanguardia).[58] Y es que, como sugirió Robert Paris, la originalidad que usualmente se atribuye a los 7 ensayos queda resignificada si se atiende a su contexto de producción. Al fin y al cabo, en ese mismo momento otros ensayistas –como César Ugarte, Luis Valcárcel, Abelardo Solís, Hildebrando Castro Pozo, Jorge Basadre o Manuel Seoane– proclamaban también la necesidad del estudio de la realidad peruana, y realizaban aportes en esa dirección.[59] Asimismo, Amauta compartía su orientación indigenista con otras revistas culturales peruanas del período, como el Boletín Titikaka o La Sierra.

Lo que otorga entonces originalidad al libro de Mariátegui no radica en su objeto (los “problemas peruanos”) ni en sus flexiones indigenistas. “Los 7 ensayos”–escribe un año después de su publicación– “no son sino la aplicación de un método marxista”.[60] El estudio de una realidad delimitada ofrece a Mariátegui la posibilidad de desplegar un programa de investigación inspirado en la hipótesis materialista auspiciada por Marx.[61] Tal lo que ocurre en varios de los ensayos del libro, y muy especialmente en “El problema del indio”, el texto en el que busca intervenir dentro del debate indigenista a través de un “nuevo planteamiento” basado en una perspectiva clasista y materialista.[62] Pero todo ello no impide que en sus análisis sociohistóricos los factores culturales y subjetivos continúen teniendo eficacia causal como parte incluso de procesos de índole económica.[63]

Mariátegui tiene al menos otros dos fuertes incentivos al internarse en sus estudios de la realidad peruana. El primero, de orden estético-político: el indigenismo es en el Perú el proveedor de materiales para la emergencia de lo nuevo. Es, como se evidencia en el célebre ensayo dedicado a la literatura que cierra su libro, aquello que da cuerpo en su país a la vanguardia, la temática que permite sincronizar a los núcleos de jóvenes intelectuales emergentes en Lima y en provincias con el ánimo de ruptura pregonado en el mundo por las nuevas generaciones. El segundo, de carácter político-estratégico: según explica nuestro autor,

el socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas –la clase trabajadora– son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano –ni sería siquiera socialismo– si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas.[64]

En ocasiones, esa anhelada conjunción de socialismo e indigenismo busca asentarse en elementos de la sociabilidad indígena que a juicio de Mariátegui provienen de estructuras heredadas del llamado “comunismo incaico”.[65] Y ello asociado a la invocación, que realiza en otro artículo, de una “tesis revolucionaria de la tradición” (la posibilidad de que elementos del pasado sean selectivamente recreados por las vanguardias en sus proyectos de futuro).[66] Pero en otros momentos, el peruano ve el despertar indígena como efecto de las incitaciones que circulan a escala mundial: “La levadura de las nuevas reivindicaciones indigenistas es la idea socialista, no como la hemos heredado instintivamente del extinto Inkario, sino como la hemos aprendido de la civilización occidental”.[67]

Y es que el Perú no aparece desligado, en el análisis de Mariátegui, de fenómenos transnacionales y globales. “La mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad mundial”, escribía en 1924.[68] Un tipo de conexión sobre la que insistía un año después para explicar el interés de su generación en el conocimiento de las “cosas peruanas”: “El Perú contemporáneo tiene mayor contacto con las ideas y las emociones mundiales. La voluntad de renovación que posee a la humanidad se ha apoderado, poco a poco, de sus hombres nuevos. Y de esta voluntad de renovación nace una urgente y difusa aspiración a entender la realidad peruana”.[69] En algunos de los trabajos que integran los 7 ensayos, como el dedicado al “factor religioso”,[70] la indagación de esa dimensión del pasado del país se presenta en vinculación a contextos culturales más amplios (en una clave de historia comparada de las religiones que se apoya en la obra del antropólogo James George Frazer). Por fin, en el prólogo a Tempestad en los Andes de Luis Valcárcel, [71] a través de la temática del mito (de crucial presencia en Mariátegui, como veremos) se subraya la sincronicidad de la agitación que podía envolver a movimientos tanto del Perú como del Lejano Oriente:

No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?

Mariátegui tampoco juzgaba posible ni deseable una América Latina autonomizada de la trama de flujos culturales globales y replegada sobre sí misma. En un ensayo de 1925, salía enfáticamente al cruce de un difundido mensaje del socialista Alfredo Palacios que alentaba posturas de esa especie.[72] Y en otro, se dirigía a los grupos afines de estudiantes e intelectuales jóvenes para advertirles que la crítica al imperialismo no debía derivar en posiciones genéricamente antiyanquis, puesto que “los problemas de la nueva generación iberoamericana son, con variación de lugar y de matiz, los mismos problemas de la nueva generación norteamericana”.[73] Mariátegui incluso inventó un término para referirse con un dejo de ironía a esa actitud proclive a defender con orgullo una identidad latinoamericana incontaminada: “superamericanismo”.[74] De allí que reseñara elogiosamente la profecía utópica que el mexicano José Vasconcelos esgrimía en sus ensayos La raza cósmica e Indología: la de un continente americano llamado a poner fin a “la edad de las culturas particulares”, y a ejercer como misión “el alumbramiento de la primera civilización cosmopolita”.[75]

Defensa y recreación del marxismo

En el inicio de sus investigaciones sobre la realidad peruana, Mariátegui había entrevisto que la cuestión del indio, atinente a las grandes mayorías que habitaban el Perú, se vinculaba al “problema de la nacionalidad”[76] (como especificó Terán, “a la posibilidad de constitución de estructuras nacionales sobre la base de realidades heterogéneas y muchas veces centrífugas”). [77] Ya se vio cómo el autor de los 7 ensayos llega a atisbar este horizonte a la hora de preguntarse por el despliegue de una estrategia socialista que apunte a incorporar a las masas. Sin embargo, si el discurso de Mariátegui llegó a admitir una mirada positiva del nacionalismo, ello tuvo que ver con esquemas y situaciones que trascendían el caso particular del Perú. En primer lugar, y en sintonía con los postulados defendidos entonces por la Internacional Comunista y, de modo más amplio, por el campo antiimperialista que se había desarrollado vigorosamente en el mundo tras el fin de la guerra, Mariátegui suscribía a la tesis según la cual “el nacionalismo que en las naciones de Europa tiene forzosamente objetivos imperialistas y, por ende, reaccionarios, en las naciones coloniales o semicoloniales adquiere una función revolucionaria”.[78] Las simpatías hacia movimientos antiimperialistas de países como China, la India o Marruecos, así como los fluidos lazos que mantenía entonces con el naciente proyecto del APRA de Haya de la Torre, eran muestras de esa tesitura. Pero además, esa variante de nacionalismo prototercermundista merecía la atención de Mariátegui tanto por encarnar valores universales como por abonar al clima romántico y convulsionado que daba tono a la época. Así, mientras podía comenzar un artículo sobre Egipto señalando que “despedida de algunos pueblos de Europa, la Libertad parece haber emigrado a los pueblos de Asia y África”, en otro se entusiasmaba al comprobar que “la revolución rifeña [en referencia a la República del Rif, en Marruecos] cesó de ser un hecho aislado para convertirse en un episodio y en un sector de la revolución mundial”.[79]

Ese tipo de razonamiento va a verse alterado a partir de la ruptura con el APRA de 1928. A comienzos de ese año, Haya de la Torre lanza el llamado “Plan de México” (por su lugar de concepción, durante su exilio), que inspirado en el antiimperialismo del Kuomintang chino se propone despertar en el Perú un movimiento de masas a partir de la creación desde el exterior de un autodenominado Partido Nacionalista Libertador. Ese proyecto fracasa, pero alcanza a desatar una agria polémica epistolar entre Haya y Mariátegui, quien lo juzga precipitado y propio de la vieja política criolla caudillista. El quiebre entre las dos figuras máximas de la generación peruana de 1920 se proyecta a las páginas de Amauta, desde las cuales su director –en el ya mencionado editorial “Aniversario y balance”– proclama “nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido Nacionalista”, a la vez que enfatiza la adscripción socialista de la revista. Poco después, junto con un núcleo de obreros Mariátegui promueve la creación del Partido Socialista del Perú.[80]

Nuestro autor tuvo ocasión de elaborar sus discrepancias con Haya de la Torre en “Punto de vista antiimperialista”, texto enviado a la I Conferencia Comunista Latinoamericana que se realizó en Buenos Aires en 1929. Allí una vez más se expresó a favor de “la formación de partidos de clase y poderosas organizaciones sindicales”, en contraposición a las “vagas fórmulas populistas” que observaba en el jefe aprista. La referencia es de interés para una historia del concepto de populismo en América Latina que está aún por hacerse, puesto que los usos de la noción por parte de Mariátegui se cuentan entre los primeros provenientes de figuras de izquierda en el continente (junto a los que, en tono de ácida diatriba, el cubano Julio Antonio Mella espeta al aprismo en su panfleto “¿Qué es el ARPA?”). En el peruano, además, esos empleos se solapan con sus críticas al “populismo literario”.

Y mientras esta polémica de gran resonancia posterior en las izquierdas peruanas y latinoamericanas tenía lugar, Mariátegui reafirmaba su colocación socialista y marxista en otro terreno de debate. Entre julio de 1928 y junio de 1929 publicaba en Variedades y Mundial una saga de textos a modo de respuestas a un libro aparecido un par de años antes, primero en alemán y casi de inmediato en otras lenguas, y que en Europa había generado vivaces controversias: Más allá del marxismo, del dirigente del socialismo reformista belga Henri de Man. Ese ensayo, que Mariátegui situaba en la serie de intervenciones que desde fines del siglo XIX señalaban las insuficiencias (cuando no la crisis) de la doctrina inspirada en Marx, pretendía efectuar no solo una revisión sino una “liquidación” del marxismo, que a juicio de De Man subsistía preso de los presupuestos filosóficos decimonónicos de corte racionalista que eran ya obsoletos.

Mariátegui, habituado a diagnosticar la caducidad de los términos preexistentes a la época inaugurada con la guerra y la revolución, esta vez asumía una “defensa del marxismo” (tal era el título del libro en el que proyectaba reunir la serie de réplicas a De Man). Esa postura no buscaba salvaguardar al socialismo economicista, parlamentarista y de rémoras positivistas que él también despreciaba, sino aprovechar la ocasión para sacar a relucir el proceso de revivificación que en su mirada experimentaba el marxismo contemporáneo. Habiendo tomado contacto inicial con la obra de Marx mediante la tradición del idealismo italiano,[81] entre los decisivos cambios que le había traído aparejada su estancia europea estaba el de haber trastocado su misticismo religioso de juventud –asociado al catolicismo que había heredado de su madre, y vinculado entonces a sus búsquedas literarias– en un ingrediente fundamental para entender la política y los procesos de subjetivación de la posguerra. “¿Acaso la emoción revolucionaria no es una emoción religiosa? Acontece en el Occidente que la religiosidad se ha desplazado del cielo a la tierra”, escribía en el artículo dedicado a Gandhi en La escena contemporánea.[82] La perspectiva vitalista y nietzscheana de Mariátegui, que había comenzado a fermentar en sus apreciaciones del romanticismo político de la gesta bolchevique pero también de D’Annunzio y el fascismo italiano, había revigorizado al marxismo e insuflado a los movimientos revolucionarios que alborotaban al mundo. Además de Croce, Bergson y Gobetti, para Mariátegui la mediación intelectual fundamental para caracterizar ese fenómeno habían sido Georges Sorel y su teoría del mito como carburante emocional que impulsaba a los sujetos a la acción. Según había escrito en uno de sus principales ensayos,

la experiencia racionalista ha tenido esta paradójica eficacia de conducir a la humanidad a la desconsolada convicción de que la Razón no puede darle ningún camino. El racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón. […]

La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito.[83]

En su polémica con De Man, Mariátegui escribía que “a través de Sorel, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filosóficas posteriores a Marx”. Pero persuadido de que el autor de Reflexiones sobre la violencia había tenido seguidores tanto en la izquierda como en el fascismo, ataba su recuperación a la figura de Lenin, a quien siguiendo una senda soreliana consideraba “el restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista”.[84] No por casualidad Mariátegui había traducido y publicado en Amauta un conocido texto tardío de Sorel que elogiaba al revolucionario ruso.[85] En rigor, el peruano llevaba a cabo una operación exactamente opuesta a la que desplegaba la corriente principal de seguidores del pensador francés, cuyas demandas imperiosas de concreción de un mito revolucionario habilitaron el pasaje de la clase a la nación, aportando así un ingrediente de peso en la conformación de la cultura política fascista.[86] En Mariátegui el camino iba a ser el inverso. Según escribió, “el nuevo romanticismo, el nuevo misticismo, aporta otros mitos, los del socialismo y el proletariado”.[87] Su atenta lectura de los componentes emocionales del movimiento liderado por Mussolini lo llevó a presagiar una sentimentalidad análoga férreamente asentada en el mito de la clase obrera mundial. De allí el modo en que concluye su “Biología del fascismo”: “Solo en el misticismo revolucionario de los comunistas se constatan los caracteres religiosos que Gentile descubre en el misticismo reaccionario de los fascistas”.[88]

En definitiva, en su discusión con De Man Mariátegui se preocupó por ofrecer numerosas pistas que daban muestras de la vitalidad de la que en su época continuaba gozando el marxismo. Desde una perspectiva analítica, señalaba que “mientras el capitalismo no haya tramontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo válido”. Pero más importante le parecía advertir, desde un punto de vista político, que el autor de El capital “está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina”.[89] Finalmente, como fenómeno intelectual el marxismo exhibía gran plasticidad, tanto en su diseminación espacial (contaba con especialistas en países como China o Japón) como en las maneras en que absorbía otros saberes y se fusionaba con otras corrientes de la contemporaneidad. No obstante, corresponde decir que ese señalamiento habla seguramente más de las aperturas del socialismo de Mariátegui que de tendencias efectivamente existentes, como evidencian su singular insistencia en valorar la orientación comunista del surrealismo o, más aún, su interés en favorecer una zona de contacto apenas incipiente: la que buscaba yuxtaponer freudismo y marxismo.[90]

Una deriva singular del énfasis de Mariátegui en los componentes vitalistas y favorables a la acción de figuras y grupos está asociada a un tema recurrente en sus textos: el de la aventura. Según llegó a consignar, tenía planeado incluir en el libro El alma matinal un ensayo titulado “Apología del aventurero”, que aparentemente no llegó a escribir (es posible conjeturar que, de haberlo hecho, se habría servido de las incursiones sobre el asunto de Georg Simmel, cuya obra conocía).[91] En una muestra más de su heterodoxia, Mariátegui citaba elogiosamente de un célebre discurso de Mussolini el apotegma nietszcheano que predicaba “vivir peligrosamente”.[92] Así, por caso, ofrecía el siguiente perfil del escritor socialista boliviano Tristán Marof, “caballero andante de Sudamérica”:

Yo no lo había visto nunca; pero lo había encontrado muchas veces. En Milán, en París, en Berlín, en Viena, en Praga, en cualquiera de las ciudades donde, en un café o un mitin, he tropezado con hombres en cuyos ojos leía la más dilatada y ambiciosa esperanza. Lenines, Trotskis, Mussolinis de mañana. Como todos ellos, Marof tiene el aire a la vez jovial y grave. Es un Don Quijote de agudo perfil profético.[93]

El tópico de la aventura reaparece con frecuencia en los ensayos de Mariátegui para ilustrar formas de vida antiburguesa. Por ejemplo, para comentar el cine de Charles Chaplin, trazar un perfil del escritor trashumante de origen rumano Panait Istrati (cuyas novelas se publican y traducen en Minerva) o referir a la “existencia aventurera y magnífica” de la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan, desde su San Francisco natal hasta su consagración parisina, y de allí hacia su bienio en la Rusia bolchevique.[94] La cuestión ronda también la visión de Mariátegui sobre “La misión de Israel”, que no podía ser, como pretendía el sionismo, la de confinarse en un Estado nacional. “El pueblo judío que yo amo no habla exclusivamente hebrero ni ídish; es políglota, viajero, supranacional”, escribió en ese ensayo. Por ello, estaba destinado a contribuir “al advenimiento de una civilización universal”.[95]

¿Cómo pensar, en definitiva, el gesto de Mariátegui al componer la que probablemente haya sido la respuesta más sofisticada recibida por el libro de De Man, el texto que por excelencia buscaba desafiar al marxismo en la escena internacional de su tiempo? Mariano Siskind ha escrito que la figura del intelectual cosmopolita latinoamericano opera desde la presuposición de

un campo discursivo horizontal y universal donde [los intelectuales] pueden representar su subjetividad cosmopolita en igualdad de condiciones con las culturas metropolitanas. […] Estos planteos se construyen sobre la estructura de una fantasía omnipotente, […] una fantasía estratégica y voluntarista, pero muy eficaz en su capacidad de abrir un horizonte de significación cosmopolita.[96]

Al polemizar con De Man, al apropiarse del surrealismo y debatir sobre sus derivas a fines de la década de 1920, al sopesar las alternativas del socialismo en el Japón, o al elogiar matizadamente la figura de Rabindranath Tagore (es decir, al discutir con las expresiones más significativas de la cultura mundial de su tiempo), Mariátegui actúa como si el mundo fuera un espacio liso y sin estrías ni jerarquías culturales, como si fuera lo mismo escribir desde París que desde Lima. El corolario de esa actitud es que, en términos de modernización cultural y aggiornamento político-intelectual, su postura resultó más fértil que la de quienes se contentan con quejarse o denunciar las asimetrías geopolíticas o culturales.

Entre la brújula y la arborescencia, un socialista cosmopolita en América Latina

José Carlos Mariátegui murió en Lima el 16 de abril de 1930, víctima de los problemas de salud que lo afectaban. En el momento de su fallecimiento se hallaba próximo a concretar junto a su familia su traslado a Buenos Aires, desde donde planeaba continuar editando Amauta, crecientemente hostilizada en la capital peruana por el régimen de Leguía.[97] Hasta el final de su vida, Mariátegui mantuvo la pasión por informar y dar a conocer lo nuevo que había adquirido en su faz como periodista; persistió, también, en ofrecer sobre los hechos que comunicaba puntos de vista e interpretaciones muy personales. Sus escritos, destinados como estaban a públicos amplios, requerían y aún requieren lectores curiosos, interesados en seguir los múltiples vericuetos que proponen. En ese sentido, son textos exigentes, que usualmente, y a distancia de una imagen habitual que existe sobre Mariátegui, no “traducen” ni facilitan los nombres y referencias que traen consigo, sino que simplemente los disponen induciendo a proseguir averiguaciones propias.

José Aricó señaló que el carácter antidogmático del marxismo del autor de los 7 ensayos encuentra su explicación en el hecho de haberse originado a partir de un careo con “la parte más avanzada y moderna de la cultura burguesa contemporánea”.[98] Y ese es quizás el rasgo más sobresaliente de Mariátegui: como pocos otros intelectuales del mundo de las izquierdas, el haber sido al mismo tiempo ardorosamente socialista y notablemente flexible en sus intereses por un sinnúmero de fenómenos de variadas procedencias y orientaciones. De esa infrecuente combinación surgen los textos que aquí presentamos.

Criterios de esta edición

Las antologías existentes de Mariátegui han seguido dos opciones básicas a la hora de ordenar la masa de sus textos: un criterio temático o uno cronológico. Es decir, han recortado una porción de sus escritos y los han reagrupado libremente –la opción mayoritaria– o los han dispuesto según la fecha de publicación original en diarios y revistas, sin perjuicio de que hubieran sido luego reunidos por el propio Mariátegui.[99]

Esta antología se distingue de las anteriores al optar por un criterio mixto, que tiene como fin seguir de cerca las decisiones del propio autor (con algunas excepciones que se especifican al inicio de cada parte del volumen). Como ya se ha dicho, Mariátegui publicó en vida dos libros, y tenía otros dos en preparación al momento de morir, Defensa del marxismo y El alma matinal. Los cuatro volúmenes siguen una misma mecánica: la reunión de ensayos breves que habían visto la luz con antelación. El resto de sus escritos fueron ordenados y publicados por sus hijos desde la década de 1950 en los tomos de la llamada “edición popular”, que luego contó con numerosas reediciones en las que se introdujeron sucesivas modificaciones. En ese curso, además, los dos libros inéditos fueron “engordados” o reordenados (en especial, El alma matinal).

La presente antología, que apunta a ser representativa, en algún grado, del conjunto de la obra mariateguiana, está organizada entonces en cinco partes: las cuatro primeras reproducen algunas secciones de los libros que Mariátegui publicó o estaba pronto a publicar; la quinta, “Socialismo cosmopolita”, se construyó en cambio a partir de una selección del resto de sus ensayos de acuerdo a un principio temático propio, y con prescindencia de las modalidades de agrupación de sus escritos llevadas a cabo por sus hijos y otros investigadores luego de su muerte. Los textos se publican con correcciones mínimas de erratas presentes en los originales. Se hicieron actualizaciones imprescindibles de grafías, sin desmentir ni “normalizar” formas idiosincráticas del autor. Se respetó la influencia de lenguas extranjeras en ítems léxicos así como en la sintaxis, con levísimos retoques cuando alguna formulación podía dar pie a equívocos. También se sumaron notas contextuales, bibliográficas o de remisiones internas; en los casos en que se expandieron notas redactadas por el autor, la nueva información figura entre corchetes.

* * *

Amigos y colegas colaboraron de diferentes maneras con este libro. Quiero agradecer en primer lugar a Ricardo Portocarrero y al equipo de trabajo del Archivo Mariátegui, sobre todo a José Carlos Mariátegui Ezeta y Ana Torres, por responder a mis constantes consultas. También a Natalia Majluf, Rafael Mondragón, Nicolás Allen y Claudio Lomnitz, por el diálogo sostenido sobre asuntos mariateguianos. Laura Ehrlich, Adrián Gorelik y Víctor Vich leyeron y comentaron con perspicacia la introducción al trabajo. La concreción de este proyecto contó con el magnífico apoyo del equipo editorial de Siglo XXI, muy especialmente de Carlos Díaz, Caty Galdeano y Luciano Padilla. Este libro está dedicado a la memoria de mi abuelo Fritz Bergel (1894-1983), socialista, corresponsal de Trotski y ciudadano del mundo.

[1] Antonio Melis, “Mariátegui, primer marxista de América”, Casa de las Américas, VIII, 48, mayo-junio de 1968.

[2] “Filosofía y revolución en los escritos de Mariátegui”, en Historia y representación, Buenos Aires, UNQ, 2002.

[3] En esta antología.

[4] Íd.

[5] Íd.

[6] La modernidad imaginada. Arte y literatura en el pensamiento de José Carlos Mariátegui (1911-1930), Madrid, Iberoamericana, 2017, pp. 22-23.

[7] Por ejemplo, en “Arte, revolución y decadencia”, en esta antología.

[8] El sobredimensionamiento en Mariátegui de la temática de la nación se constata tanto en la generación que lo redescubrió y leyó extensamente desde fines de los años sesenta hasta mediados de los ochenta –José Aricó, Carlos Franco, Alberto Flores Galindo, Robert Paris, el primer Oscar Terán, y en menor medida Antonio Melis–, como en muchas de las lecturas de nuestros días, más preocupadas en reproducir dicha línea interpretativa que en volver a los propios textos mariateguianos.

[9] Según Melis, en la fama que el autor de los 7 ensayos adquirió desde los años sesenta “había algo vacío, puesto que muchas veces se utilizaban frases de Mariátegui mutiladas de su contexto. […] El caso típico es la repetición de la célebre frase sobre el rechazo de toda concepción de socialismo peruano como ‘calco y copia’” (Leyendo Mariátegui, Lima, Amauta, 1999, p. 6).

[10] Deseos cosmopolitas. Modernidad global y literatura mundial en América Latina, Buenos Aires, FCE, 2016, p. 15.

[11] Entre otras referencias, O. Terán, Discutir Mariátegui, Puebla, BUAP, 1985; A. Flores Galindo, “Años de iniciación: Juan Croniqueur, 1914-1918”, en La agonía de Mariátegui [1980], en Obras completas, t. II, Lima, SUR, 1994; Mónica Bernabé, Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922), Rosario, Beatriz Viterbo, 2006; Ricardo Portocarrero, “Aproximaciones para el estudio del joven Mariátegui: los escritos juveniles”, Márgenes, 12, Lima, 1994 y Á. Campuzano, La modernidad imaginada, ob. cit.

[12] “Itinerario de Waldo Frank” (1929).

[13] “Carta a un poeta”(1917) y “Glosario de las cosas cotidianas” (1916), además de “El mal del siglo”y “La procesión tradicional”, en esta antología.

[14] O. Terán, Discutir Mariátegui, ob. cit., p. 27 y ss.

[15] “Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad”, reprod. en Anuario Mariateguiano, 9, Lima, Amauta, 1997, p. 21.

[16] Servais Thissen, Mariátegui. La aventura del hombre nuevo, Lima, Horizonte, 2017, p. 68.

[17] Véase, por ejemplo, “Cuenta el cable”, en esta antología.

[18] Cit. en A. Flores Galindo, “Años de iniciación”, cit., p. 538.

[19] “El mal del siglo”, cit.

[20] Cit. en Alberto Tauro, “Las cartas de José Carlos Mariátegui a Bertha Molina (1916-1920)”, Anuario Mariateguiano, 1, Lima, 1989, p. 47.

[21] William Stein, Mariátegui y Norka Rouskaya. Crónica de la presunta “profanacióndel Cementerio de Lima de 1917, Lima, Amauta, 1989.

[22] “Bolchevikis, aquí”, en esta antología.

[23] 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Amauta, 1928, p. 211.

[24] Ibíd., p. 6.

[25] Interrogado en 1923 en un reportaje en Variedades por su “afición predilecta”, Mariátegui contestaba: “Viajar. Soy un hombre orgánicamente nómada, curioso e inquieto”.

[26] “Sun Yat Sen” (1925).

[27] Martín Bergel, “José Carlos Mariátegui and the Russian Revolution. Global Modernity and Cosmopolitan Socialism in Latin America”, South Atlantic Quarterly, 116, 4, 2017.

[28] “La crisis mundial y el proletariado peruano”, en esta antología.

[29] “Internacionalismo y nacionalismo”, en esta antología.

[30] “La crisis mundial y el proletariado peruano”, cit.

[31] Véase la ed. al cuidado de H. Tarcus, Buenos Aires, Siglo XXI, 2019, p. 83.

[32] Cosmopolitanism and the Geographies of Freedom, Nueva York, Columbia University Press, 2009.

[33] Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo, Bernal, UNQ, 1996, p. 44.

[34] En esta antología.

[35] “Advertencia”, cit.

[36] Los dos en esta antología. El segundo es parte de una serie de ensayos poco conocidos de Mariátegui sobre Europa del Este (“La escena yugoslava”, “La escena rumana”, “La escena polaca”, etc.).

[37] Ángela Ramos, “Una encuesta a José Carlos Mariátegui”, Mundial, Lima, 23 de julio de 1926. En un texto del período en que reflexionaba sobre cambios de la prensa, Mariátegui, dejando entrever aspectos de su propia trayectoria, anotaba que “al período de apogeo del ‘cronista’ […] ha seguido un período de apogeo del ensayista” (“Sanín Cano y la nueva generación”, 1927).

[38] “Los intelectuales y la revolución” (1924).

[39] Véase, por ejemplo, “Dos concepciones de la vida”, en esta antología.

[40] Siguiendo a Fredric Jameson en su Posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (Barcelona, Paidós, 1991), esa primacía de la dimensión temporal sobre la espacial hace de Mariátegui una figura eminentemente moderna.

[41] “José Ingenieros” y “E. D. Morel y Pedro S. Zulen, vidas paralelas”, en esta antología.

[42] Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Pasado y Presente, 1981, p. 80 y ss.

[43] “Biología del fascismo” le valdría a Mariátegui ser el único autor no europeo mencionado por el historiador Renzo De Felice en su clásica antología Il fascismo. Le interpretazioni dei contemporanei e degli storici, Bari, Laterza, 1970.

[44] Natalia Majluf, “Izquierda y vanguardia americana. José Carlos Mariátegui y el arte de su tiempo”; Patricia Artundo, “José Carlos Mariátegui y Emilio Pettoruti entre Europa y América, 1920-1930”, en Beverly Adams y N. Majluf (eds.), Redes de vanguardia. Amauta y América Latina, 1926-1930, Lima, MALI, 2019.

[45] “Presentación de Amauta”, cit. La presencia de mujeres en el ámbito de Amauta tiene que ver con que Mariátegui consideraba al feminismo como una de las tendencias contemporáneas de vanguardia, un movimiento al que “no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época” (“Las reivindicaciones feministas”, en esta antología).

[46] “Presentación de Amauta”, cit.

[47] “Arte, revolución y decadencia”, cit., y “Polémica finita” (1927), cit. en O. Terán, “Amauta: vanguardia y revolución”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, 12, 2008, p. 184.

[48] 7 ensayos, ob. cit., p. 218.

[49] Fernanda Beigel, El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui, Buenos Aires, Biblos, 2003.

[50] “Populismo literario y estabilización capitalista”, en esta antología.

[51] “La nueva literatura rusa” y “El freudismo en la literatura contemporánea”, en esta antología.

[52] “Rainer María Rilke”, en esta antología.

[53] “La benemerencia más cierta del movimiento que representan André Breton, Louis Aragon y Paul Éluard es la de haber preparado una etapa realista en la literatura, con la reivindicación de lo suprarreal” (“Nadja de André Breton”, en esta antología).

[54] W. Benjamin, “El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea” [1929], en Iluminaciones I. Imaginación y sociedad, Madrid, Taurus, 1998.

[55] “La pobreza de la Biblioteca Nacional” (1925), “El índice libro” (1927), “El problema editorial” (1928) y “La batalla del libro” (en esta antología).

[56]Jesús de Henri Barbusse” (1927); “La derrota, por A. Fadéiev” (en esta antología); “La cultura italiana” (1925).

[57] El concepto de “literatura mundial”, acuñado por Goethe y referido por Marx y Engels en un pasaje del Manifiesto Comunista, abarca genéricamente “las obras literarias que circulan más allá de su cultura de origen, ya sea en traducciones o en su idioma original” (David Damrosch, What is World Literature?, Princeton, Princeton University Press, 2003, p. 4).

[58] N. Majluf, “El indigenismo como vanguardia. El papel de la gráfica”, en B. Adams y N. Majluf (eds.), Redes de vanguardia, ob. cit.; A. Melis, “La temática indigenista en la revista Amauta”, en Leyendo Mariátegui, ob. cit.

[59] R. Paris, “Para una lectura de los 7 ensayos…”, en J. Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, 2ª ed. aum., México, Pasado y Presente, 1981, p. 310.

[60] “Del autor”, nota informativa enviada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires de 1929.

[61] Esa perspectiva pudo ser sugerida por distintas vías, algunas insospechadas. Por ejemplo, la provista por el intelectual marxista japonés Toshihiko Sakai, autor de “una Historia del Japón en que […] aplicó el método del materialismo histórico a la interpretación de los problemas y hechos de su país” (“El movimiento socialista en el Japón”, en esta antología).

[62] Al respecto, el comienzo es contundente: “Todas las tesis sobre el problema indígena, que [lo] ignoran o eluden como problema económico-social […] no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema” (“El problema del indio”, en esta antología).

[63] Irene Depetris, “La historia, el mito y la tradición: pasado y presente en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui”, Latin American Literary Review, 38, 75, 2010.

[64] “Intermezzo polémico” (1927).

[65] O. Terán, Discutir Mariátegui, ob. cit., pp. 84-89.

[66] “Heterodoxia de la tradición”, en esta antología.

[67] “La nueva cruzada pro-indígena”, en esta antología.

[68] “Lo nacional y lo exótico”, en esta antología.

[69] “Hacia el estudio de los problemas peruanos” (1925).

[70] En esta antología.

[71] Lima, Minerva, 1927, p. 10.

[72] “¿Existe un pensamiento hispanoamericano?”, en esta antología.

[73] “Iberoamericanismo y panamericanismo”, en esta antología.

[74] Utiliza esa noción, por ejemplo, en “Pueblo sin Dios de César Falcón” (1929) y “Seis ensayos en busca de nuestra expresión, por Pedro Henríquez Ureña” (1929).

[75]Indología, por José Vasconcelos”, en esta antología.

[76] J. C. Mariátegui, “El problema primario del Perú” (1924).

[77] Discutir Mariátegui, ob. cit., p. 85; énfasis del original.

[78] “El Congreso Antiimperialista de Bruselas” (1927).

[79] “La libertad y el Egipto” (1924); “El imperialismo y Marruecos” (1925).

[80] Como parte de ese impulso, Mariátegui fundó el quincenario Labor y luego participó en la gestación de la Confederación General de Trabajadores del Perú. Como indica Thissen (Mariátegui, ob. cit., p. 469), aunque en su presentación Labor apuntaba a un público distinto al de Amauta (de trabajadores más que de intelectuales), sus páginas compartían parte de su estilo y preocupaciones. Su primer número, por caso, reproducía de la revista Monde, de Barbusse, una encuesta sobre literatura y arte proletario.

[81] J. Aricó, “Introducción” a Mariátegui y los orígenes , ob. cit., pp. xiv-xx.

[82] Cit. en Michael Löwy, “Communism and Religion. José Carlos Mariátegui’s Revolutionary Mysticism”, Latin American Perspectives, 35, 2, 2008, p. 72.

[83] “El hombre y el mito”, en esta antología.

[84] “Henri de Man y la ‘crisis del marxismo’”, en esta antología.

[85] Georges Sorel, “Defensa de Lenin”, Amauta, 9, mayo de 1927.

[86] El estudio clásico que reconstruye ese proceso es Zeev Sternhell (con la colaboración de Mario Sznajder y Maia Asheri), El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994.

[87] “El caso Daudet” (1927).

[88] La escena contemporánea, ob. cit., p. 43.

[89] “La filosofía moderna y el marxismo”, en esta antología.

[90] “Freudismo y marxismo”, en esta antología. La plasticidad del marxismo de Mariátegui, más sus estudios sobre la realidad peruana, obraron en conjunto para que para la Internacional Comunista (con la que entró en contacto en los años finales de su vida) no fuera una figura merecedora de confianza. Se ha escrito mucho al respecto; véase sobre todo A. Flores Galindo, La agonía de Mariátegui, ob. cit.

[91] Georg Simmel, Sobre la aventura. Ensayos filosóficos, Barcelona, Península, 1988.

[92] “Dos concepciones de la vida”, cit.

[93] “La aventura de Tristán Marof” (1928).

[94] “Esquema de una explicación de Chaplin”, “Andanzas y aventuras de Panait Istrati” y “Las memorias de Isadora Duncan”, en esta antología.

[95] “La misión de Israel”, en esta antología. Sobre la judeofilia de Mariátegui, véase Claudio Lomnitz, Nuestra América. Utopía y persistencia de una familia judía, México, FCE, 2018.

[96] Mariano Siskind, Deseos cosmopolitas, ob. cit., p. 19.

[97] Horacio Tarcus, Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2001.

[98] J. Aricó, “Introducción”, cit., p. xiv.

[99] Las expresiones más logradas en ambos tipos de variante son la de Aníbal Quijano (que sigue un criterio puramente temático en su José Carlos Mariátegui. Textos básicos, Lima, FCE, 1991), y la de Alberto Flores Galindo y Ricardo Portocarrero (que se guían por la cronología en Invitación a la vida heroica. Antología, Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1989).

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