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3.2. Movimientos migratorios

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La incidencia de los movimientos migratorios constituye el segundo efecto que actúa sobre la estructura demográfica de un país. En España, este factor resulta sobresaliente, en relación con el movimiento natural ya comentado, para explicar los rasgos demográficos más recientes. La influencia de las migraciones sobre la magnitud y la composición poblacional requiere atender, primero, a los cambios cualitativos producidos y, más adelante, a las cifras inmediatas y su gran impacto cuantitativo sobre los efectivos humanos del país.

Desde una óptica cualitativa, las últimas décadas encierran cambios importantes. Por un lado, las migraciones interiores parecen recobrarse en los últimos años, dejando atrás un periodo de dos decenios con una movilidad muy escasa. Detrás de esta recuperación se encuentra la desigual creación de empleo por regiones y su influencia, especialmente, sobre los procesos de inserción laboral de los jóvenes. Pero, por otro lado, el cambio más significativo se percibe en las corrientes migratorias exteriores. Para España, origen tradicional de corrientes de emigración, primero hacia la América hispana y después hacia la Europa comunitaria, la inversión del sentido de esos movimientos, pasando de emisor a receptor de importantes corrientes migratorias –de país de emigración a país de inmigración–, supuso un cambio de notable importancia en la década pasada, con indudables consecuencias para el futuro.

En la raíz de esta inversión de los flujos migratorios internacionales se encontraban básicamente dos tipos de factores. En primer lugar, concurrían los efectos de la libre circulación de personas en la Unión Europea y el gran atractivo que posee España como lugar de residencia, bien sea por motivos de trabajo o de jubilación. En segundo lugar, se produjo una importante presión inmigratoria procedente, sobre todo, de Marruecos, de Iberoamérica y del África Subsahariana, estimulada por las condiciones económicas, demográficas y sociopolíticas de esas áreas, que encontraron en España un punto de destino o una puerta de entrada hacia el continente europeo.

En relación con este segundo tipo de inmigración, más joven y ligada a la actividad económica y al empleo, cabe distinguir diferentes estímulos económicos, vinculados a factores de oferta y de demanda (véase el capítulo 12). La conjunción de estos estímulos dio como resultado un proceso de crecimiento sobresaliente de la inmigración joven durante la década de 2000 que se incorporó a la población extranjera, modificando rotundamente su composición. La concentración de los inmigrantes en la franja de 20 a 45 años explica, junto con su origen extracomunitario, que se trata de personas que buscaban esencialmente el empleo y la mejora de su nivel de vida.

La magnitud del fenómeno inmigratorio reciente llevó a cuadruplicar la población de origen extranjero en España en la década de 2000, contribuyendo en más de tres cuartas partes al incremento poblacional experimentado durante ese periodo. Además, esa corriente inmigratoria acentuó dos tipos de desequilibrios existentes en la distribución de la población: por edades, incrementando los efectivos en edades intermedias; y por regiones, ganando más peso el área mediterránea. El impulso de la inmigración situó a España entre los países de la UE-27 con un porcentaje de población de origen extranjero más elevado, alcanzando el 14,7 por 100 a principios de 2020 y superando desde hace años a países de larga tradición inmigratoria, como Francia o Reino Unido, aunque sin alcanzar a Alemania (18,1 por 100).

Hay que destacar, por otra parte, la importante volatilidad de los movimientos migratorios en relación con el ciclo económico en España. Durante la Gran Recesión, la caída de las entradas y el aumento de las salidas provocaron una significativa reducción de los saldos migratorios netos, que llegaron incluso a producir tasas de migración negativas entre 2012 y 2015. El gráfico 3 muestra esta evolución y las oscilaciones más recientes hacia saldos positivos superiores a los de los grandes países europeos, que han sido receptores netos a lo largo de la práctica totalidad del periodo, si bien con registros más moderados. En España, la gran mayoría de los flujos de salida se debe a la emigración de retorno de personas llegadas durante el decenio anterior.

En definitiva, la inmigración ha contribuido a las fases más recientes del crecimiento económico español, pero se frena con las crisis. Ello puede generar, como ocurrió en la crisis anterior, emigración de retorno y también salida de personas nacidas en España. Están por ver los efectos de la crisis pandémica y las fuertes restricciones a la movilidad, que suponen un grado de incertidumbre inusual para las perspectivas migratorias. En todo caso, parece razonable prever que, al menos a medio plazo, la magnitud de los saldos migratorios siga siendo superior a la de los saldos vegetativos, de manera que el aumento de la población en España continuará dependiendo de las pautas migratorias.

Gráfico 3. Tasa de migración neta en la UE-27, 1990-2019

(en tantos por mil)


Fuente: Eurostat.

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