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4. Capital humano

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Junto a los aspectos cuantitativos de la población, la segunda dimensión de interés para entender la dotación de recursos humanos viene dada por las transformaciones en la educación y la especialización de la fuerza de trabajo de la economía española, que determinan la perspectiva cualitativa de la población, el llamado capital humano, objeto de este epígrafe.

El concepto de capital humano recoge el conjunto de intangibles que se encuentran incorporados en la fuerza de trabajo, tales como la educación recibida, la formación y la especialización en el trabajo, la experiencia laboral adquirida y las condiciones de salud. Estos intangibles se consideran una forma de capital, ya que su adquisición es el resultado de decisiones previas de inversión y su utilización ha de contribuir a una mayor productividad.

Según se señaló en el capítulo 2, las teorías actuales consideran al capital humano un factor estratégico de crecimiento, pues contribuye a elevar directamente la productividad del trabajo y la renta per cápita, a la vez que sirve de vehículo para la generación y difusión de nuevas ideas y procedimientos, es decir, del progreso tecnológico. Además, constituye una fuente de externalidades positivas, por lo que su acumulación, unida a la del capital físico, ayuda a crear un círculo virtuoso de crecimiento económico. Por último, el aumento de los niveles de capital humano favorece la igualdad de oportunidades, lo que favorece que exista un consenso sobre la importancia estratégica de la educación y de la formación, tanto desde un punto de vista económico como político y social.

Los análisis más recientes sobre la influencia de la educación en el crecimiento económico muestran que, además de la cantidad de educación, su calidad es un factor muy destacado. Así, la atención se ha desplazado desde el análisis de los años medios de estudio de la población, como variable explicativa del crecimiento, hacia los resultados de los exámenes –tipo Informe PISA–hechos a los estudiantes, mostrando una relación intensa entre estos últimos y las tasas de crecimiento a largo plazo.

España no se ha mantenido al margen de ese renovado impulso de las tendencias que subrayan el papel del capital humano como elemento fundamental para el crecimiento, habiéndose producido un avance significativo de la escolarización. En la última década, los años medios de estudios de la población mayor de 25 años han igualado al promedio de la Unión Europea, ligeramente superior a los 10 años. Los avances han sido especialmente destacados en la enseñanza universitaria, hasta el punto de que la abundancia de universitarios y la escasa diversificación de la enseñanza superior han generado situaciones de sobreeducación en el empleo. En contraste con el incremento en la escolarización, la evolución del gasto no ha permitido alcanzar magnitudes equivalentes a las de los países comunitarios. A la altura de 2019, el gasto público en educación, expresado como porcentaje del PIB, ascendía al 4,0 por 100 en España, mientras en la UE-27 se situaba en el 4,7 por 100. Como resultado de lo anterior, si bien el gasto por alumno es reducido en términos relativos, los niveles educativos de la población en edad de trabajar han crecido progresivamente, recortando las diferencias que, sin embargo, aún persisten con los países de la Unión Europea (cuadro 2).

La mejora general de la escolarización en España durante las últimas décadas puede interpretarse a la luz de la teoría del capital humano, que analiza la educación como una decisión de inversión que se produce tras comparar sus costes presentes con los beneficios futuros asociados a ella.

Por el lado de los costes, el aumento de las oportunidades para estudiar, muy claro si se observa la extensión de las universidades públicas en España, ha reducido los llamados costes directos de la educación. También han disminuido los costes de oportunidad (los ingresos que se dejan de percibir por no trabajar) como consecuencia del elevado desempleo juvenil que sufrió la economía española durante los decenios de 1980 y 1990, y que se recrudeció durante la prolongada crisis económica de 2008 a 2013. Por el lado de los beneficios, los perfiles salariales por niveles de estudios muestran cómo crece la retribución de los trabajadores con niveles relativamente elevados, algo que resulta más evidente para edades que permiten unir experiencia a la educación recibida. A estos beneficios privados de la educación habría que añadir externalidades positivas, como el acceso a puestos de trabajo prestigiosos, con beneficios no monetarios, o el desarrollo de la vocación profesional de los estudiantes.

Cuadro 2. Población entre 25 y 64 años con estudios secundarios posobligatorios o superiores en la Unión Europea, 1995-2019

(porcentaje del total)

1995200520152019
República Checand89,993,293,8
Poloniand84,890,892,6
Finlandia66,878,887,790,1
Alemania81,283,186,886,6
Suecia74,183,684,386,1
Hungríand76,483,285,0
Dinamarca79,581,079,781,5
Francia58,866,777,680,4
Países Bajosnd69,576,479,6
Grecia42,660,270,476,8
Italia35,350,159,962,2
España29,548,857,461,3
Portugal21,926,345,152,2
UE-27nd69,076,178,4

Fuente: Eurostat.

La comparación entre costes presentes y beneficios actualizados refleja unas tasas de rendimiento educativo que permiten hablar de una notable rentabilidad del capital humano en España. Prueba de ello es que, de acuerdo con las estimaciones más recientes, el salario medio de los trabajadores con estudios universitarios y de aquellos con FP superior supera en cerca del 50 y del 25 por 100, respectivamente, al de los titulados en ESO.

No es ajeno a ello que el Estado contribuya, mediante el gasto público, a moderar los costes privados de la educación. Así, cerca del 90 por 100 de la financiación de la educación procede de fondos públicos, tanto en España como en la UE-27. A este respecto, no hay que olvidar que los beneficios sociales de la educación vienen dados por el incremento de la productividad futura y la colaboración, por esta vía, al crecimiento económico, hasta el punto de que la rentabilidad social de la educación en España tiende a superar al rendimiento del capital físico. Además, la educación también genera numerosos efectos externos positivos sobre la sociedad: en términos relativos, las personas tituladas suelen experimentar una menor tasa de desempleo, están más abiertas a la innovación, trasladan a sus hijos una mejor educación informal, se jubilan más tarde y son más participativas, todo lo cual conlleva beneficios sociales notables.

Un argumento adicional –y no menos relevante– que explica el rendimiento de la educación ha sido la capacidad de la economía española para aprovechar el capital humano generado. La de educación es una demanda derivada de la demanda de cualificaciones que realiza la economía a través del mercado de trabajo; y la española viene acogiendo a los titulados y utilizando el capital humano que estos aportan. En este sentido, cabe subrayar que la utilización del capital humano no es ajena a los retos actuales dados por la digitalización y automatización de las tareas. Los últimos análisis señalan que el capital humano es más valioso cuanto menor es la probabilidad de automatización de los puestos de trabajo. El hecho de que los riesgos de digitalización afecten más a puestos que requieren menor cualificación contribuye, de este modo, al rendimiento de los niveles de estudios superiores.

A pesar del esfuerzo realizado, también existen deficiencias y retos cuya superación debe contribuir a una mejor dotación de capital humano. Por una parte, a los resultados obtenidos por los estudiantes españoles en los exámenes del Informe PISA, ligeramente inferiores a la media europea, se les ha unido en los últimos años el problema del fracaso escolar, que reduce tanto la rentabilidad privada como la social. Así, las tasas de abandono temprano en España son especialmente elevadas, superando claramente a las de la Unión Europea y convirtiéndose en un problema de difícil solución a corto plazo. Por otra parte, el premio salarial que reciben los titulados en España resulta significativamente inferior al que registran otros países europeos, lo que contribuye al abandono temprano y, además, puede ser interpretado como un síntoma adicional de la necesidad de mejorar la calidad del sistema educativo. Es probable que una de las causas de este rendimiento relativamente bajo de los estudios terciarios se encuentre en las deficiencias observadas entre los titulados españoles en cuanto a sus competencias, tanto lingüísticas como numéricas, según señalan los análisis comparativos publicados en los últimos años por la OCDE, que sitúan a nuestro país en los puestos de cola de la Unión Europea.

En definitiva, el esfuerzo realizado en la formación del capital humano no debe impedir futuros impulsos tanto de la escolarización como de la calidad de la educación. Estos avances serán necesarios para permitir a la economía española reducir las diferencias de productividad relativa del trabajo que existen respecto a los países más desarrollados, convergiendo con ellos en este factor cuya incidencia –directa e indirecta– sobre el crecimiento y el desarrollo económico resulta cada vez más evidente.

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