Читать книгу ¡Viva Cataluña española! - José Fernando Mota Muñoz - Страница 11
ОглавлениеII. RECONSTRUCCIÓN
LA HIBERNACIÓN DE LA EXTREMA DERECHA1
La proclamación de la República dejó en estado de shock a la extrema derecha españolista. Los partidos españolistas reaccionarios quedaron descolocados. La proclama de Francesc Macià de «la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibèrica» acababa de un plumazo con tres de los pilares principales de estos grupos. Suprime la monarquía, inicia un proceso de autonomía que acaba con la España unitaria y se apunta una política de laicización que ataca los privilegios de la Iglesia católica.
Algunos ultras trataron de reaccionar. Parece que el día 14 se concentraron en la sede de los Sindicatos Libres algunos dirigentes y militantes que, al enterarse de la proclamación de la República, se ofrecieron al gobernador civil para actuar. El rápido desmoronamiento del aparato monárquico los dejó sin referentes.
Los de la Peña Ibérica, en esos primeros días de República, se pusieron en contacto con los radicales. Domingo Batet se entrevistó con Jerónimo Pascual Martínez, un ibérico que había sido secretario político del exalcalde radical Manuel Morales Pareja, aunque luego se había pasado a la Unión Patriótica. Se ofrecieron para asaltar la Generalitat si les acompañaban una cincuentena de radicales. El complot no fraguó.
Fueron los últimos coletazos. Los grupos ultras españolistas se invisibilizaron. Desaparecieron de la calle. Dejaron de convocar actos. Muchos de sus centros fueron clausurados por las nuevas autoridades, otros desaparecieron por decisión propia.
El día 15, tras el hallazgo de armas en su local, se clausura la sede de la Confederación Nacional de Sindicatos Libres y es disuelta la organización. En los días siguientes los sindicatos adheridos al Libre irían anunciando su desvinculación de dicha Confederación. Las nuevas autoridades republicanas los consideran una entidad subversiva. Algunos de sus dirigentes, como Ramon Sales, huyen al extranjero, otros son detenidos, algunos asesinados.
El día 17 fueron clausurados los locales del Grupo Alfonso en la calle Aldana y San Andrés. Los inmuebles fueron ocupados por centros republicanos. El mismo día los centros monárquicos alfonsinos contactaron con el gobernador civil para anunciar su disolución. En cambio, la Junta Regional Tradicionalista de Cataluña hizo público un comunicado el 16 de abril llamando a «una actitud expectante y desapasionada, rehusando la participación en cualquier movimiento que se apartara de aquella norma única» y recordando que «hoy por hoy, el supremo interés patriótico exige un respeto a la decisión del pueblo y una perfecta atención al desarrollo de los hechos que señalan una nueva etapa en la historia del país».
Para cuando a finales de mes el Gobierno Civil levantó la clausura a las sedes monárquicas, las que se reunieron, lo hicieron para confirmar su disolución. Así lo hizo, por ejemplo, la UMN de Gracia o el Círculo Católico Tradicionalista de la calle Boria.
El Comité de Acción Española desapareció, los grupúsculos que habían nacido de la eclosión de la Unión Patriótica lo mismo, la UMN, el Grupo Alfonso, la Juventud Monárquica, Acción Nacional, el PNE y el Centro Maurista se disolvieron, al igual que los mellistas. Los carlistas se replegaron a sus casales. La Peña Ibérica pasó a la clandestinidad y aconsejó a los suyos hacerse «socios de alguna entidad, ya sea política, cultural o de recreo, al objeto de extender nuestro radio de acción». Así lo hicieron, encontraremos ibéricos en casi todos los grupos ultras que se creen.
La extrema derecha está en una situación tal de debilidad que no es capaz ni de instrumentalizar la campaña que se había iniciado en defensa del castellano en la escuela, un tema en principio propicio para hacer proselitismo desde el españolismo ultra. Fue la Juventud Socialista de Barcelona la que impulsó la Comisión Escolar Pro Enseñanza en Castellano, que realizó una activa campaña entre octubre de 1931 y febrero de 1932, con actos públicos ruidosos donde eran frecuentes los incidentes con grupos catalanistas.
También fueron los socialistas los que impulsaron la Casa de España en octubre de 1931, para «estrechar vínculos que unan a todas las regiones españolas, en el mutuo apoyo, conocimiento y estimación». Se trataba de una plataforma contra la autonomía catalana que trataba de movilizar a los barceloneses nacidos fuera de Cataluña. Además de socialistas, había radicales y algún ultra. Dieron apoyo a la campaña pro enseñanza en castellano y llegaron a crear una Agrupación Escolar y una Sección Femenina. En enero de 1932 eran cuatrocientos socios. Pronto decayó. Un informe policial de octubre de 1932 afirma que «principalmente se dedicaron a desarrollar una activa campaña contra el Estatuto; una vez aprobado éste, la Casa de España entró en período de descomposición, desapareciendo de sus cargos los dirigentes primitivos». La entidad quedó en manos de españolistas de derechas, pero duró poco, ya que en diciembre de 1932 desapareció.
El último presidente de la Casa de España fue José Osés Larumbe, un maestro nacional destinado en Barcelona desde 1901. José Osés, aragonés de nacimiento, pero criado en el País Vasco, siempre había destacado por su oposición al bilingüismo en la enseñanza, como él escribía, contra la absurda «convivencia del idioma español en las escuelas con los idiomas y dialectos regionales». En los años veinte fue conferenciante habitual en centros republicanos y socialistas y era un laicista militante. Fue representante de los maestros en la Comisión Escolar Pro Enseñanza en Castellano y activo publicista de sus fines. Conoceremos más cosas de él y de su hijo. Al secretario de la última junta, Vicente Sainz-Calderón Arizmendi, lo reencontraremos como jonsista.
Solo alguna protesta aislada demostró que el españolismo ultra seguía existiendo. El primero de octubre un grupo de estudiantes dio gritos a favor de una Cataluña española cuando Macià salía de la Universidad tras inaugurar el curso académico. El grupo acabó siendo perseguido por otros estudiantes y se vieron obligados a refugiarse en dependencias policiales. También hubo manifestaciones estudiantiles a raíz de la ley de órdenes religiosas, convocadas por Federación Catalana de Estudiantes Católicos, que organizaron en noviembre un mitin con José María Gil Robles y José Antonio Aguirre como estrellas invitadas. Poco más se dejaron ver en 1931. Fueron los carlistas los que pronto reaparecerían con su habitual perfil bronco.
El 16 de octubre se celebra en la Catedral de Barcelona, organizado por la Junta Regional Tradicionalista, el funeral en recuerdo del recientemente fallecido Jaime de Borbón, el pretendiente carlista. Hay rumores de que grupos contrarios pretenden perturbar el acto. La jefatura tradicionalista organiza un servicio de orden. Grupos de requetés, distinguidos con boinas azules, se distribuyen por dentro y fuera del templo. Andan muy excitados ante una posible agresión.
Ya durante el acto, los requetés habían obligado a salir del templo, de malas maneras, a quien consideraban que no mostraba el suficiente respeto. Cuando estaba por acabar el funeral, se originó una trifulca en el exterior. Algunos requetés se lían a golpes con unos jóvenes que hacían chanza del acto. En medio de la reyerta, suena un disparo. Cae mortalmente herido al suelo Antoni Borrell Amich, un empleado de seguros de 26 años. Acuden policías que disuelven el grupo y practican una detención, la del requeté Luis Bellés Colom, conocido entre los suyos como El Tit, de 30 años. Han hallado a sus pies una pistola automática con señales de haber sido disparada. La prensa habló de represalias políticas. En realidad, el grupo de jóvenes que se burlaba del acto, aunque eran de ideas catalanistas, no estaba organizado políticamente. El muerto no militaba en ninguna organización. Como decía La Vanguardia «El ambiente, por lo que puede verse, estaba cargado de pasión». Seguramente esto es lo que llevó al fatal desenlace.2
Serían también los carlistas los primeros en regresar a la calle y lo harían con motivo de la fiesta de la Inmaculada.
CELEBRANDO LA INMACULADA Y PASEANDO LA ROJIGUALDA3
Es 8 de diciembre de 1931 y el mundo católico conmemora la Concepción Inmaculada de María. Tradicionalmente era un día no laborable, pero la República, en su política de laicización, lo había eliminado del calendario de festivos. A pesar de ello, hubo balcones que aparecieron adornados, algunas tiendas y talleres cerraron y se celebraron actos religiosos en la Catedral y la parroquia de la Concepción. Los sectores católicos, enardecidos por las protestas contra las nuevas leyes laicas, lo plantearon como un reto.
Los carlistas convocaron una «fiesta magna españolista» en la iglesia de San Agustín a las 12:30 h. Se trataba de una misa que venía a sustituir la que antes de la República celebraban los militares de Infantería, cuerpo del que esta virgen era patrona. A la celebración eucarística asisten algunos militares retirados, aristócratas alfonsinos y, sobre todo, tradicionalistas. Las banderas del Requeté, la Juventud Tradicionalista y la AET son sostenidas por militantes carlistas en el altar mayor. En el atrio de la iglesia aparece una bandera rojigualda. Tras el oficio religioso, numerosos jóvenes se congregan en la plaza cubiertos con sus boinas rojas. Y es que la Purísima era además la patrona de la Juventud Tradicionalista.
Cuando más gente estaba congregada en la plaza se levantan dos pancartas. En una se lee «Contra l’ateisme de l’Estat», en la otra «Els escolars tradicionalistes amb la Inmaculada [sic]», rematada con una flor de lis a cada lado. Se decide marchar en manifestación desde San Agustín hacia las Ramblas y subir hasta Puertaferrisa, donde se ubicaba el Círculo Tradicionalista de Barcelona. Además de las pancartas, los jóvenes carlistas ondean la bandera monárquica que han lucido en el templo. A los lados del cortejo, algunos requetés armados vigilan. Son dirigentes de las juventudes y la AET, entre ellos Lauro Clariana, al que conoceremos más adelante como jonsista, o Carlos Trías Bertrán, que veremos como falangista. La AET se había reorganizado hacía un mes. En febrero de 1932 se constituirán como entidad independiente del Círculo Tradicionalista. En ese mes son treinta socios, en marzo de 1932 han doblado; según la policía son ya sesenta.
Los incidentes con transeúntes republicanos no se hacen esperar. Imprecaciones, amenazas, alguna bofetada. Del lado carlista gritos de Mori la República, Viva Cristo Rey, Visca el Papa; del lado republicano Visca la República. A la altura de la calle del Carmen se ha formado una contramanifestación republicana. El choque es inevitable. Más golpes. Aparecen guardias de Seguridad que, sable en mano, cargan violentamente y disuelven el tumulto. A pesar de todo, el cortejo carlista consigue llegar a su local de Puertaferrisa. Pronto se congrega delante del local una multitud que los increpa. Mientras, desde el balcón de la sede tradicionalista, algunos jóvenes tararean la Marcha Real y enarbolan de nuevo la bandera rojigualda. Los guardias de Seguridad han de intervenir para evitar que se asalte el centro. Siguen llegando republicanos a protestar. Aparece entonces una sección de guardias de Asalto que penetra en el Círculo. Se realiza un registro y se cachea a los carlistas. No se encuentran armas, pero se confisca la bandera monárquica. Además, se carga en Puertaferrisa para disolver a los republicanos. Hacia las tres se consigue calmar la calle. Es entonces cuando salen detenidos del local carlista el jefe regional, el abogado, exsenador y exteniente de alcalde Miquel Junyent Rovira, y el presidente del Círculo Tradicionalista, Pere Roma Campí, acusados de organizar una manifestación monárquica. El Círculo Tradicionalista queda clausurado por orden gubernativa.
La manifestación, además de una demostración de fuerza del carlismo, era una protesta contra la Constitución republicana, que sería aprobada por las Cortes al día siguiente. Sobre todo, contra el laicismo que recogía el texto; de ahí la exaltación religiosa de la manifestación. La defensa del catolicismo es, en esos momentos, el banderín de enganche del carlismo y de la derecha en general. Ello unido, en Barcelona, al españolismo.
Esta protesta animó algo al decaído españolismo barcelonés. De hecho, «los núcleos patriotas dispersos de Barcelona» hicieron piña con los carlistas después de esta manifestación. El carlismo se convirtió en un centro de atracción para los contrarrevolucionarios barceloneses. Los carlistas vieron acudir a sus filas a nuevos militantes.
NUEVOS CARLISTAS Y VIEJOS MODOS4
El 19 de junio de 1932 se inaugura la nueva sede central del carlismo barcelonés. La apertura estaba prevista para el 28 de mayo, pero la orden general de suspensión de toda clase de actos políticos decretada por el Gobierno Civil en esas fechas lo había impedido. El carlismo está creciendo en militancia y necesita una nueva sede. Ha abandonado el histórico y vetusto local de la calle Puertaferrisa, para abrir otro, más grande y suntuoso, en el paseo de Gracia, en su número 17, la misma elegante avenida donde han abierto local los alfonsinos y donde también tiene su sede la Lliga Regionalista.
El acto se inicia a las nueve de la mañana con una misa en la iglesia de las Madres Escolapias. A las once, los congregados se trasladan al local, donde se procede a su bendición. La inauguración continúa por la tarde. A las seis se ofrece un lunch. Llegan los discursos. Se han instalado altavoces en el jardín. Entre otros dirigentes tomaron la palabra el conde de Valdellano y Miquel Junyent, jefe provincial, quien dijo «que la sal sagrada que se había puesto en la puerta de entrada era para preservar de que pudiera penetrar en el local el liberalismo, ya que la casa era la de la tradición». También se felicitó «del aumento de afiliados que han experimentado en estos últimos tiempos los tradicionalistas». Todo es optimismo, todavía tienen reciente la exitosa Gran Semana Tradicionalista, celebrada entre el 2 y el 8 de mayo, durante la cual se han organizado multitud de actos propagandísticos en un centenar de pueblos de Cataluña.
Los jóvenes carlistas, enardecidos por los discursos, dan vivas al rey. Algunos transeúntes los oyen y se indignan. Se forman corrillos. Protestan contra los cavernícolas, que es como la izquierda denomina a los carlistas y reaccionarios en general. Desde el jardín y los balcones del Círculo, jóvenes carlistas responden subiendo el tono y entonando canciones monárquicas. Lanzan gritos contra los jabalís, como la derecha denomina a los republicanos más extremistas. De repente llega un grupo de manifestantes enarbolando banderas tricolores y dando vivas a la República. Pronto se pasa de las palabras a los hechos. Resuenan algunos disparos. Se produce una desbandada. No hay heridos, parece que los tiros se han hecho con pistolas de fogueo. Aparecen guardias de Asalto que tranquilizan la situación.
El Gobierno Civil decreta la inmediata clausura de la recién estrenada sede. A las 23 h se presenta la policía, procede al cierre y se llevan detenido al conserje. Además, van a buscar a su casa a Mauricio de Sivatte de Bobadilla, secretario del Círculo. Enterados los directivos carlistas, que estaban agasajando a los invitados foráneos en el restaurante Font del Lleó, se desplazan a la comisaría para pedir explicaciones. Son todos detenidos. Entre ellos está el conde de Valdellano, presidente de la entidad. Al día siguiente el gobernador informa «que los detenidos lo estaban por haberse negado a facilitar, alegando ignorar dónde se hallaba, el libro-registro de socios, lo cual significa resistencia a cumplir un requisito legal».5 Son liberados al poco tiempo. El nuevo centro carlista hacía su presentación al viejo estilo, con bronca, tiros y detenciones.
Hemos visto como el carlismo recibió la proclamación de la República con un manifiesto firmado por Jaime de Borbón en el que se pedía calma a sus seguidores y respeto al nuevo régimen. Ello a pesar del cierre de círculos y locales carlistas que se produjo con el advenimiento de la República, pero pronto el tono pacificador dejó paso a la belicosidad habitual de los tradicionalistas. Visto que la República se afianzaba como forma de gobierno, un mes después el pretendiente llamaba a organizarse en la lucha antirrepublicana. Ello no los aleja de la vida política y, en las elecciones constituyentes de junio de 1931, bajo la premisa de agrupar a todos los católicos, participan en Barcelona en una candidatura conjunta con la Lliga Regionalista.
El pacto de los tradicionalistas con la Lliga no fue bien recibido por su sector más españolista. Tampoco el apoyo a regañadientes de los carlistas al Estatut. Pero a pesar de ello el carlismo crecía. Tras la muerte de Jaime de Borbón en octubre de 1931, sustituido por su tío Alfonso Carlos, con un perfil más reaccionario, integristas y mellistas retornaron a las filas tradicionalistas. Esto dio un sesgo más ultra a la organización, que fue alejándose de la República por sus medidas laicistas y reformistas, que ellos consideraban anticlericales y revolucionarias. También llegaron «nuevos carlistas», gente bien que busca refugio en el tradicionalismo, aristócratas catalanes que recuperan su pasado carlista. Se abrieron nuevos círculos en la ciudad, llegando a tener trece repartidos por los distritos, y, como hemos visto, cambiaron la sede central.
Este crecimiento fue visto con cierta preocupación por los sectores más puristas y ortodoxos, que temían que se desdibujase el perfil del tradicionalismo. Uno de los denunciantes de este peligro y defensora de las esencias del carlismo era una nueva publicación que había visto la luz en julio de 1931, el semanario Reacción.
***
Ese 25 de julio de 1931 miembros del Requeté vocean por las Ramblas una nueva publicación: ¡Ha salido Reacción, semanario de lucha política! Los jóvenes miran a un lado y a otro; temen una agresión. De hecho, sobre la pila de ejemplares han colocado una boina roja para que se conozca la orientación del semanario, y debajo un cargador del nueve largo, para evitar que la pila se vuele y como elemento disuasorio. Si el título de la publicación ya era una declaración de principios, todavía lo era más su lema: «ningún enemigo a la derecha». En el editorial de su primer número dejaban claro el porqué de su nombre:
Reacción. Acción, afirmativa, vigorosa, fecunda, que resiste a la acción negativa estéril y destructora. A la acción demagógica, disolvente y corrosiva de todo aquello que construyó en largos siglos la vigorosa Tradición de nuestro pueblo, opondremos nuestra reacción.
A la acción del liberalismo exótico y postizo que intenta desvirtuar las verdaderas características de nuestra raza resistiremos con nuestra reacción.
A la acción demoledora del ateísmo que pretende aniquilar con saña feroz el cristiano contenido de nuestra conciencia, la combatiremos con nuestra reacción.
A la acción pertinaz y agotadora que conduce a borrar de nuestros hijos todo sano concepto de Patria y Familia, enfrentaremos nuestra reacción.6
La publicación nacía impulsada por los dirigentes tradicionalistas Juan Soler Janer, Miquel Junyent y Mauricio de Sivatte, pero el auténtico responsable de la revista era un hombre miope, que gastaba gafas de culo de vaso, que cojeaba y que llevaba una sempiterna pipa en su boca: el periodista Estanislao Rico Ariza, al que conocemos de su breve paso por el Partido Laborista Nacional y el más largo por los Sindicatos Libres. Ahora ha regresado a las filas del carlismo, donde nunca será muy apreciado por los capitostes tradicionalistas, que lo consideran un resentido social, pero al que reconocen su valía y dinamismo a la hora de poner en marcha una publicación. Además, era redactor de El Correo Catalán. En mayo de 1931 había sido detenido y destituido como funcionario municipal por «haber actuado de instrumento de opresión al servicio de la dictadura». Rico buscará a un viejo colaborador suyo de La Protesta para situarlo como director de la publicación, alguien que también conocemos: José María Poblador.
Tras la proclamación de la República los periódicos en los que colaboraba Poblador habían desaparecido. Además, tras la desarticulación virtual de la Peña Ibérica, parece que Poblador se desvinculó de ella. Volvió a vincularse al carlismo, en el que se había formado en sus orígenes. No parece que lo hiciera orgánicamente, más bien buscó una nueva ubicación profesional, aunque el dinero familiar le permitía vivir desahogadamente, y un espacio de influencia política. Hacía tiempo que al Poblador del Dios, Patria y Rey solo le quedaba la Patria.
El semanario, recogiendo el tono polémico, beligerante y virulento que habían tenido otras publicaciones en las que había trabajado Poblador, ataca con saña a la nueva República, el Estatut, el separatismo, el liberalismo, la Lliga, la masonería..., todos los demonios del carlismo más cerril, mientras hace una fanática defensa de los principios tradicionalistas, del Ejército, la Guardia Civil. Se podían leer proclamas tan encendidas como esta:
Los demás a la derecha y a la siniestra se han definido. ¡Enemigos! Desde el católico liberal al comunista son nuestros enemigos. Tengámoslo bien en cuenta por sensible que sea, hemos de considerar enemigos peores a los de la derecha que a los de la izquierda, éstos son enemigos declarados, los otros, hipócritas y pretenden herirnos resguardándose detrás de la Cruz. Ya ha pasado el tiempo de la defensiva. No perdamos el tiempo. A la ofensiva. Organicémonos para la defensiva. Ni treguas ni prudencias suicidas. ¡Al ataque, por Dios, por la Patria y por el Régimen Tradicional!7
Su papel era el de la provocación y el sensacionalismo. Con ello se contentaba a un sector del tradicionalismo, el más españolista, integrista y ultra, y a los jóvenes, que encontraban tibio El Correo Catalán, portavoz oficial. Lo único moderno que se podía encontrar en la publicación era su diseño y compaginación.
La venta callejera del semanario dio lugar a altercados, de ahí la protección por requetés, que no rehuían la pelea. Como veremos, esto será algo usual durante la República. De la venta de la prensa ultra se cuidaban los propios grupos, organizando un servicio de protección de los vendedores, ya que los quiosqueros, por convicción política o por miedo a represalias, se negaban a vender prensa ultraderechista.
Su vocación provocadora supuso diversos procesos a su director, José María Poblador. Sus incendiarios artículos lo pusieron en el punto de mira de las autoridades republicanas. Durante 1932, Poblador tuvo que hacer frente a tres juicios. El fiscal denunció algunos de sus artículos por injuriosos y calumniadores para con las autoridades, e incluso llegó a pasar encarcelado unos días.
En 1932 se dieron otros intentos de prensa ultra. En enero de 1932 apareció el semanario España Católica. Su título indica por dónde iban los tiros, religión y patria. Era plural dentro de lo reaccionario, con colaboradores que se conocían de la época upetista, ya que casi todos habían pasado por el partido único. Hay carlistas como René Llanas de Niubó, publicistas como Juan Porta Sarret, un profesor de los dominicos que colaboraba con entidades católicas como Acció Social Popular o la Academia de Jesús Obrero, está Julio Muntaner Roca, un teniente de complemento de infantería que pronto encontraremos en las filas albiñanistas, el ibérico Juan Sabadell o el maurista Manuel Casals Torres. Defendía una unión de las derechas monárquicas en torno a la defensa de la religión frente a los ataques laicistas de la República. Duró dos meses.
En julio apareció Hispanidad, «semanario defensor de la unidad de la patria». Su objetivo es atacar el Estatut que se debatía en las Cortes. Ahora se trataba de articular a las derechas barcelonesas en torno al españolismo, a la defensa de la unidad nacional frente al separatismo, contra la prensa «vendida al dinero catalanista y judío». Lo dirige Pablo Sáenz de Barés y colabora el sempiterno René Llanas de Niubó, además de albiñanistas y alfonsinos. Dura tres números. Son experiencias breves pero que van allanando el camino a la idea de un pacto entre carlistas y alfonsinos.
Para las elecciones al Parlament de 1932 los carlistas pidieron la creación de un frente antiesquerra. La Lliga se negó. Su programa clásico: defensa de la Iglesia católica, de la familia, el orden y la propiedad, unido a los resquemores de los sectores españolistas, los acercó a los alfonsinos. Los monárquicos de la otra rama borbónica hacía unos meses que habían empezado a reorganizarse.
GENTE BIEN Y LOS QUE ASPIRAN A SERLO: LA PEÑA BLANCA8
Son las once de la mañana del 26 de mayo de 1932. Ante el número 86 del paseo de Gracia no paran de llegar taxis y coches particulares. Bajan de los vehículos atildados jóvenes, señoritas con sus mejores vestidos, elegantes padres de familia. Acuden a la inauguración del local social que la Peña Blanca abre en la parte noble de la ciudad. La misma señorial vía a la que hacía poco habían mudado su sede central los carlistas barceloneses. La misma donde está instalada la Lliga.
Las personas que acceden al piso tercero del inmueble son monárquicos, pero en este caso de la rama alfonsina. En el acto se da cita «lo más selecto de la sociedad barcelonesa», los apellidos que frecuentan los ecos de sociedad de la prensa: los Girona, Vidal-Quadras, Vilavecchia, Camín, Larramendi, Olano, Ros. Son recibidos por los miembros de la junta directiva de la Peña y por las damas que han formado su Sección Femenina. Algunos de los asistentes lucen corbatas verdes. El color verde se utilizaba por los alfonsinos como acróstico de Viva El Rey De España.
Son los mismos que habían impulsado en junio de 1931 la creación de una entidad que agrupase a los jóvenes alfonsinos, a los antiguos miembros de la Juventud Monárquica, el Grupo Alfonso y la UMN. Para legalizar la entidad no se habían presentado como una organización monárquica, sino como una entidad con «finalidad cultural y recreativa», como una peña, lo que en realidad también eran, pues no eran muchos, todos se conocían entre sí y frecuentaban los mismos espacios de sociabilidad. La fundación oficial de la Peña Blanca se produjo en octubre y hasta entonces se habían reunido en el Restaurante Mirza, en el número 32 del mismo paseo de Gracia. Lo de Blanca respondía a su ideología contrarrevolucionaria, como la de los rusos blancos. A decir de Enrique García-Ramal, uno de sus fundadores, se veían «como un futuro ejército de los zares, fuerte como una roca y blanca como sus uniformes» (Thomàs, 1992: 30). En esos momentos solo eran dieciséis socios. Ahora llegan a los dos centenares.
Entre los socios fundacionales encontramos a su primer presidente, Antonio de Otto Torras, a Ramón Ciscar Rius y su amigo el estudiante de ingeniería Enrique García-Ramal o a Manuel Valdés Larrañaga, un joven bilbaíno que estudia arquitectura en Barcelona y que poco después presidirá la Peña. En 1934 se trasladará a Madrid, donde pasará a militar en la Falange de su amigo José Antonio, siendo uno de los fundadores del Sindicato Español Universitario (SEU).
Los asistentes han podido pasear por las diferentes estancias del local: el salón-biblioteca «decorado con el mayor gusto», un salón de actos «amplio y severo», un salón de tertulia y otro de reunión para damas y señoritas, amén de la secretaría y las oficinas. La Peña Blanca ocupa un espléndido local que en el pasado había servido de estudio al pintor Ramon Casas.
El acto tendría que haber sido más sonado. En un principio se anunció la presencia del diputado Antonio Goicoechea, en esos momentos en Acción Nacional. Finalmente, problemas de agenda del político impidieron su presencia, aunque no tardaría en visitar la Ciudad Condal. El 3 de junio pronunciaría un mitin, invitado por la Peña Blanca.
Sin Goicoechea, el estrado presidencial lo ocupan Miguel de Gomis, presidente honorario de la entidad, María Flaquer, de la Sección Femenina, José Bertrán Güell, encargado de los cursos que organiza la entidad, y el conde de Valdellano, en representación del vecino Círculo Tradicionalista. En los parlamentos no entran mucho en política, saben que les pueden cerrar el local. Según recogía La Vanguardia, su objetivo era «la preparación de una juventud católica que pueda servir de base a una campaña cultural intensa que lleve a la conciencia ciudadana hacia derroteros de sana moralidad, haciéndola apta para que pueda cumplir los fines a que aspiran los partidos de derechas, defensores de la moral católica y de los principios cristianos que nos legara la religión de nuestros mayores».
Uno de los primeros actos organizados por la entidad monárquica contará con un viejo conocido, René Llanas de Niubó. Con la proclamación de la República, Llanas se ha aproximado al carlismo. Estudia medicina y milita en la AET. Sin dejar su militancia tradicionalista, ahora se acerca a los alfonsinos. Desde junio es presidente de la Sección de Estudios Histórico-Religiosos de la Peña Blanca. Ese mismo mes diserta en el local alfonsino sobre «Valores históricos del problema catalán». Se ha convertido en un propagandista de la causa españolista. Desde que se proclamó la República pronuncia conferencias allá donde le llaman, la Casa de los Castellanos, el Centro Social Católico de Terrassa, el Centro de Defensa Social –donde comparte escenario con Poblador– o Acción Católica. Además de su particular visión de la historia de España y Cataluña, en estas charlas se explaya sobre algunos de los demonios de la extrema derecha: judaísmo, masonería, comunismo o escuela laica.
A las elecciones catalanas del 20 de noviembre de 1932 los alfonsinos se presentaron con los carlistas en la candidatura Derecha de Cataluña o Dreta de Catalunya, pues también utilizan su denominación en catalán. Los dos grupos monárquicos han realizado un acercamiento. Sus programas reaccionarios se parecen. Los resultados fueron desastrosos. En Barcelona no llegaron al 4 % de los votos. Si nunca habían tenido mucho aprecio por un sistema basado en elecciones, ahora menos. Desde sectores carlistas, como Reacción, se habla de la violencia como respuesta para salvar al pueblo. Las divisiones internas entre los tradicionalistas se enconan. Los alfonsinos optan por seguir conspirando contra la República. A pesar del fracaso, la colaboración entre carlistas y alfonsinos continuó a nivel estatal, pero no en Barcelona, donde, como veremos, en las elecciones de 1933 no repetirán alianza.
A partir de 1933, bajo la presidencia de Julio Díaz Camps, que había sido miembro de la Comisión de Propaganda de la Unión Patriótica del Distrito IV, la Peña Blanca aumenta su actividad. Mantienen su oferta cultural, con veladas poéticas, teatro y bailes, e invitan a dar conferencias en su local a figuras del pensamiento reaccionario español como José María Pemán, Ramiro de Maeztu o el canónigo integrista José Montagut.
La ideología monárquica de la Peña Blanca no pasa desapercibida a las autoridades republicanas. En julio el Gobierno Civil había requerido el registro de socios, las actas y la contabilidad. Como veremos, en agosto de 1932, tras el fracaso de la Sanjurjada, les cerrarán el local y, hasta el 31 de octubre, no se les levantará la clausura. La sede será de nuevo clausurada el 23 de julio de 1933, a raíz de un supuesto complot, esta vez hasta finales de agosto. En septiembre mudan de local a la Rambla de Cataluña 86.
Ese año la Brigada Social, en un informe sobre la Peña Blanca dirigido al gobernador civil, explicita que eran 220 socios de «ideas monarquizantes y de acentuada actuación de extrema derecha tradicional» y que siguen las orientaciones de Derecha de Cataluña, el partido que formarán los alfonsinos. Está relación la dejarán clara en los nuevos estatutos que presentan a la autoridad en enero de 1934.
CONFABULADORES Y PISTOLEROS CONTRA LA REPÚBLICA9
El elegante Café Restaurant Mirza, inaugurado en 1930 en el paseo de Gracia, se ha convertido en una especie de cuartel general de los alfonsinos, sobre todo hasta que abran su sede en el mismo paseo.10 En este distinguido local esperan, una noche de septiembre de 1931, tres monárquicos alfonsinos, el capitán aviador Alfonso María de Borbón y León, marqués de Esquilache y primo de Alfonso XIII, y dos dirigentes locales, José Bertrán Güell y el aristócrata, industrial y abogado Pedro Bosch-Labrús y Blat. Tienen una cita con otros personajes del mundo ultra. Pronto aparecen por el local el conde de Valdellano, representante del sector más ultra e integrista del carlismo, y los ibéricos Juan Sabadell y Francisco Palau. Se trata de una reunión conspirativa para estudiar cómo derribar la República. En ella se habla de crear las condiciones para que militares afines puedan realizar un pronunciamiento. Los ibéricos formulan tres condiciones para apoyar el supuesto golpe: que los paisanos salgan armados, que a los que intervengan se les dé a posteriori colocación y que a las familias de los que resulten heridos o muertos se les ayude económicamente. Todos se muestran de acuerdo y se emplazan para un nuevo encuentro.
No es la primera reunión de este tipo que mantienen alfonsinos e ibéricos. Los alfonsinos empezaron a conspirar contra la República desde los primeros días de esta. Su objetivo es ayudar a implantar una dictadura militar que permita la restauración monárquica. En Barcelona, los primeros aliados que encontraron fueron los ibéricos. A pesar de su evolución política criptofascista, los ibéricos solo encuentran compañía en el mundo reaccionario. Andan disminuidos, «han perdido las tres cuartas partes de sus efectivos» pero «conservan los más valiosos de estos».11 A finales de abril habían constituido un comité revolucionario formado por Francisco Palau, Antonio Correa, Enrique Ponz, José Catalá de Bezzi y Benito Belén Patricio, un tarragonés, de ideas monárquicas, empleado de Riegos y Fuerzas del Ebro, que acabaría militando en el PNE.
Francisco Palau seguirá liderando la Peña Ibérica. Está empleado como ingeniero en Cementos Sansón, una cementera situada entre Sant Feliu de Llobregat y Sant Just Desvern. Durante la semana laboral reside allá, pero también mantiene un piso en Barcelona. Seguramente había conseguido el trabajo gracias a su amigo Domingo Batet, gerente en la misma cementera, que a su vez había sido colocado por un tío suyo, consejero delegado de la fábrica. Se trata de una empresa con fuerte presencia del Libre; su delegado sindical había sido Fausto de la Peña Asó, dirigente catalán de la Confederación Nacional de Sindicatos Libres y hermano de Gaspar, destacado miembro de la Peña Ibérica. Todo queda en familia.
En mayo, José Bertrán Güell y Pedro Bosch-Labrús entraron en contacto con ellos. Uno de los primeros acuerdos fue intentar atraer a elementos obreros a la causa. Desarticulados y perseguidos los Sindicatos Libres, optaron por crear una nueva organización, la Federació Obrera Catalana (FOC). No se hará realidad hasta meses después.
En enero de 1932 haría su presentación pública la FOC. Se encarga de su organización Ángel Sabador Roldán, un propagandista y exdirigente libreño. Los alfonsinos son los encargados de aportar el dinero necesario para ponerla en marcha. La entidad obrera trató de disimular su cercanía a los Libres, aunque este hecho no pasó desapercibido para la CNT, que pronto los acusó de amarillismo. Hizo gala de un cierto catalanismo y su publicación FOC contenía artículos en castellano y catalán. En su manifiesto de presentación se definen como una organización de «tipo profesional que tengan desterradas de su seno las ideas políticas y las filosóficas, porque las confesionalidades y el politicismo actúan de fuerza disolvente, mientras el profesionalismo y la cuestión económica representan el aglutinante». Sobre la cuestión catalana afirman que «el anhelo autonomista es admitido por la organización como una exaltación de amor a la tierra nativa y de mejoramiento económico, pero sin que represente pérdida de la trabazón nacional». Pidieron el voto favorable al Estatut.
En la junta del nuevo organismo obrero figuran inicialmente ibéricos, pero seguramente sus manifestaciones catalanistas no fueron de su agrado. Acabaron presentando la dimisión «por la actuación equívoca de algunos de sus componentes». Las luchas internas consumieron el proyecto. En junio, Ángel Sabador sería sustituido en la dirección por Antonio Clavé Alvira, otro libreño, antiguo administrador de La Razón, con un perfil más ultra. La CNT lo acusaba de haber sido pistolero al servicio de la Catalana de Gas y de estar implicado en un intento de atentado a Azaña. El cambio se notó, volvió el tono violento, polémico y demagógico típico del Libre. Como presidente figuraba el monárquico Enrique Bieto Coll, que se presenta como ingeniero de Telefónica, un antiguo upetista que se pasará al albiñanismo. Otro de los dirigentes era el panadero Lázaro Casanovas Mas, otro exlibreño, acusado en su día de malversación de fondos del Comité Paritario de Panadería.
El proyecto fue un fracaso, atrajo a muy pocos obreros, algunos católicos y unos pocos carlistas; no salió pues del nicho habitual de la extrema derecha. Tras la marcha de Sabador, la actividad decayó. La FOC iría malviviendo. Los exdirigentes del Libre como Clavé y otros también la abandonaron. En 1935 sería duramente atacada por Ramon Sales y los suyos. Acabaría recalando en la católica Confederación Española de Sindicatos Obreros, de la que Sabador se convertirá en uno de sus dirigentes.
Mientras, las reuniones conspirativas siguen. Se ha formado una junta revolucionaria más amplia. La preside el aristócrata alfonsino Jesús María de Iraola y Palomeque y forman parte de ella Francisco Palau y Enrique Ponz por la Peña Ibérica, Bertrán y Bosch por la Peña Blanca, Llanas de Niubó y Poblador representando a los carlistas, aunque no oficialmente, y Juan Sabadell. A principios de 1932 los dos representantes de la Peña Ibérica se declaran incompatibles con Sabadell, que había empezado a poner en marcha Concentración Española, de la que pronto hablaremos.
De momento, los encuentros clandestinos no se han concretado en ninguna acción. Los ibéricos empiezan a tejer nuevas alianzas. Hartos de conspiraciones de salón optan por buscar personal más belicoso y aguerrido. Sin dejar sus contactos con los alfonsinos, contactan con antiguos dirigentes del Libre con los que no han perdido nunca la relación. Uno de ellos es Jaime Fort Santa, extrabajador del Banco de Barcelona que había participado en la reorganización del Sindicato Libre Profesional de Empleados de Banca y Bolsa y había sido miembro de la ejecutiva del Libre desde 1923. En 1926 era presidente del CADCI intervenido. En agosto de 1931 trabajaba en la delegación provincial del Ministerio de Trabajo. Otro es Basilio Bel Mateo, exdirigente del Sindicato Libre Profesional de Empleados y Obreros de La Catalana de Gas y Electricidad.
Ibéricos y exdirigentes libreños se encargan de ir recuperando a viejos pistoleros. Muchos malvivían sin trabajo porque eran objeto de boicot sindical por su pasado, algunos se habían pasado a la delincuencia común, otros vivían recluidos por miedo a la venganza del Sindicato Único y estaban los que se habían marchado de Barcelona por ese mismo motivo. Algunos pasaban el día en los círculos tradicionalistas jugando a cartas; allí se sentían protegidos y respetados. A veces les encargaban guardias en iglesias y conventos o los llamaban para hacer de esquiroles durante alguna huelga, también había quien hacía de guardaespaldas para personalidades de la derecha y de servicio de orden en mítines carlistas y de otras fuerzas ultras. A decir de los jonsistas, los Sindicatos Libres habían quedado pulverizados y juzgaban que «el desecho en él es considerable, menudean entre sus antiguos componentes los confidentes y los pistoleros mercenarios».12
Son pistoleros como Pedro Rodríguez Sánchez, alias Sargento Malacara, que durante la República había sufrido diversos arrestos por atraco y por proferir gritos monárquicos. En enero de 1933 resultará muerto en un confuso tiroteo en el que también murió un guardia civil. O como dos manresanos implicados en el atentado contra Pestaña de 1923 y otros tiroteos, como eran Juan Pladevila Cucurull, alias Juan de la Manta, un ferroviario cuarentón, e Isidre Miguel Viñals, que había sido presidente de los Sindicatos Libres de Manresa. También rescataron a Juan Gascón Talón, con un largo historial desde 1921 de tiroteos, amenazas y agresiones, acusaciones de tenencia ilícita de armas y asesinatos e ingresos en prisión. Él mismo fue objeto de un atentado por pistoleros del Único en 1923, del que salió vivo por poco. Con la proclamación de la República huyó a Valencia, donde sería detenido en septiembre de 1931 por su implicación en el asesinato de Layret. Pasó una temporada en la cárcel, pero nada se pudo probar. Se quedó en Barcelona. Parece que trabajó en el gimnasio de Carlos Comamala, a quien tendremos ocasión de conocer, pero acabó mal con él y en diciembre de 1932 interpuso una reclamación ante los tribunales laborales contra el gimnasio.
Sería Jaime Fort el encargado de ir a Madrid para tomar contacto con una nueva conspiración en marcha, uno de los múltiples complots tramados en esos meses en el extranjero por monárquicos exiliados. Se pretendía atentar contra una alta personalidad de la República para producir un caos que sirviera de excusa para sacar el ejército a la calle y tomar el poder. Se piensa en asesinar a Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña, presidente de la República y del Consejo de Ministros respectivamente. Se forman dos grupos de acción, uno en Barcelona, liderado por el propio Jaime Fort, y otro en Madrid, encabezado por Miguel Lahoz Burillo, un señalado pistolero del Libre que había huido de Barcelona. En Madrid se había colocado de fogonero y fue tesorero del Sindicato Libre de Panaderos, siendo denunciado posteriormente por desfalco. En mayo de 1931 había sido detenido en el marco de investigaciones sobre las actividades del Libre. Lahoz es el encargado de repartir el dinero que personajes anónimos aportan al complot, seguramente alfonsinos y otros ligados al PNE.
El complot va cogiendo forma. Se ultima un plan. El lugar escogido es Valencia, donde ha de llegar el presidente Alcalá-Zamora el 6 de abril de 1932 desde Palma de Mallorca. Tiene previsto recorrer las calles. La idea es provocar algunos altercados al paso de la comitiva oficial para, aprovechando la confusión, atentar contra el presidente. Como el entierro se habría de realizar en Madrid, el resto de la banda de pistoleros aprovecharía la asistencia del Gobierno al sepelio para asesinar a Azaña.
El 4 de abril Palau baja de la cementera a Barcelona. Jaime Fort le ha convocado a una reunión urgente en casa de Feliciano Baratech Alfaro, periodista y viejo líder del Libre. Fort le comunica que cuenta con los ibéricos para actuar en 48 horas, coincidiendo con el atentado previsto. Palau critica la premura de tiempo y exige que se los arme con ametralladoras y granadas, como les habían prometido, y no con las pistolas oxidadas que ha visto que estaban limpiando la mujer de Baratech y Juan Gascón. Fort no está para réplicas, le contesta «arréglatelas como puedas, pero hay que asaltar la Generalitat tan pronto salgan las tropas a la calle». Le confiesa que las órdenes vienen del general Barrera, que será el que se pondrá al frente del movimiento en Barcelona.
También se apunta el carlista Rupert Lladó Oller, dependiente de comercio y fundador del Sindicato Libre, que promete aportar hombres y armas. Seguramente ha sido contactado por Palau, ya que Lladó vivía en Sant Feliu de Llobregat, municipio en el que trabaja Palau. Además, se movilizan algunos militares retirados. Los ibéricos quedan a la espera de órdenes.
Jaime Fort marcha a Madrid con un maletín cargado de pistolas ametralladoras que han conseguido en Barcelona. Las armas las ha suministrado un subcabo del Somatén que además se ha encargado de falsificar las guías. Según Palau, tres de las cinco pistolas del maletín eran suyas.
El día 5 de abril se confirma desde Valencia que todo está listo. Lahoz envía a la ciudad del Turia a un pistolero con dinero y el maletín con armas que ha traído Fort de Barcelona, pero a su llegada a Valencia nadie le espera, no puede contactar con los desplazados anteriormente; parece que se han rajado. Al día siguiente regresa a Madrid. Se frustra el atentado. La orden de salir a las calles no llegó nunca a Barcelona.
Los implicados esconden el maletín. No desisten. El día 12, en el Teatro Español está previsto el estreno de La Corona, obra de Manuel Azaña, y se piensa que también asistirá Alcalá-Zamora. Es un buen momento para intentarlo de nuevo. Se avisa a Barcelona. Llegan a la capital Basilio Bel y otro pistolero, el joven murciano José Ruiz Mateos. Puede que también Juan Pladevila y José Ferrer Grau, otro hombre de acción que había sido secretario del Sindicato Libre Profesional de Albañiles y Peones. El día 12 se reúnen con Miguel Lahoz en la plaza Santa Ana, cerca del teatro, pero se sienten vigilados y se retiran. Efectivamente la policía les sigue los pasos desde hace días. Esa noche detiene a Lahoz. En los días siguientes se producen más arrestos y registros. Se descubre el maletín con las armas. Algunos de los detenidos confiesan, otros amenazan con hacerlo si no reciben el dinero prometido. Las investigaciones llegan a Barcelona. Se detiene al pistolero Juan Pladevila y a algunos de los implicados en la adquisición de las armas. Días después son arrestados Basilio Bel y José Ferrer. Según la prensa, «en el complot intervenían cerca de diez pistoleros y se disponía de unas doscientas pistolas».13
A pesar de este fracaso, las conspiraciones continuaron. Había otra más importante en marcha. El 9 de agosto de 1932 el comandante de Ingenieros César Gimeno Suñer, gentilhombre de Su Majestad, que en su día había sido responsable de la Unión Patriótica en Barcelona y presidente del Grupo Alfonso, avisa a José Catalá de Bezzi, bien relacionado con los alfonsinos, para que los ibéricos se concentren esa noche. Así lo hacen, se reúnen en el Mirza, junto con algunos monárquicos, pero la llamada que esperan no llega. Parece que no llega para nadie en Barcelona.
NI REPERCUSIÓN, NI AMBIENTE: LA SANJURJADA EN BARCELONA14
La madrugada del 10 de agosto de 1932 estalla un movimiento militar. Es un intento de golpe de Estado. Es un absoluto fracaso. Solo en Madrid, Sevilla y Jerez tiene alguna repercusión. El golpe era un secreto a voces. A fines de julio ya se había detenido a algunos conspicuos conspiradores como los generales Emilio Barrera, Luis Orgaz y otros. A principios de agosto se había registrado la sede del PNE y de la revista Acción Española en Madrid y se había detenido a medio centenar de albiñanistas y carlistas, a los que se les habían confiscado armas.
En Barcelona, ya el día 7 de julio se había detenido al conde de Valdellano, presidente del Círculo Tradicionalista, y a Estanislao Rico en la imprenta de El Correo Catalán. Según informaba el jefe de la Policía «tuvo noticias de que por parte de determinados elementos se intentaba provocar una algarada» y añadió «que parecía se habían comprometido elementos de derecha y otros, quizá por aquello de que muchas veces los extremos se tocan». Además, los Mossos hicieron un despliegue extra en la plaza de la República, antigua de Sant Jaume, porque «habían tenido confidencias de que un grupo extremista se proponía hacer una manifestación contraria a la Generalidad». Se hablaba de una fantasiosa conspiración carlista-faista. El Gobierno sabía que algo se tramaba, pero daba palos de ciego.
El día 10 amaneció tranquilo en Barcelona. La Vanguardia informa que «La sedición no ha tenido en Barcelona repercusión ni ambiente. La ciudad hizo su vida normal, en un ambiente de expectación, pero a la par de serenidad y calma». En los cuarteles barceloneses hay calma total. El gobernador civil decreta la suspensión de El Correo Catalán y Reacción y anuncia detenciones, aunque descarta ramificaciones del movimiento en Barcelona. Por la tarde, una manifestación de adhesión al régimen republicano recorre las Ramblas. A la noche la Guardia de Asalto ha de cargar contra los manifestantes que tratan de asaltar el Círculo Tradicionalista del paseo de Gracia.
Esa misma tarde han empezado las detenciones. La Brigada Social realiza batidas en medios alfonsinos y carlistas. También son arrestados algunos militares retirados. Entre los que ingresan en el calabozo hay algunos clásicos del mundo ultra barcelonés, como René Llanas de Niubó, a quien encuentran un fusil, y el comandante retirado Carlos López Manduley, líder del ilegal PNE. Las detenciones siguen en los días siguientes.
No iba desencaminada la policía. La derivación barcelonesa del intento de golpe estaba dirigida por Jesús María de Iraola, al que ya hemos visto conspirando con los ibéricos, y formaban parte de esta «López Manduley [...], un hijo del general Despujol, Justo Sanjurjo, hijo del general del mismo nombre, y Sánchez Cañete, [...] el cual estaba designado para el cargo de gobernador civil de esta provincia y Julio de Lasarte Pesina [Pessino], quien habría de ser jefe de Policía y el cual murió la víspera», además de René Llanas de Niubó, que es quien lo explica. Seguramente no iba mucho más allá de este grupillo, aunque las detenciones se extendieron.
El día 20 es detenido José María Poblador, director de Reacción, a la vez que el Ministerio de Gobernación suspendía la publicación del semanario y lo multaba. Se le considera cómplice del «movimiento sedicioso». Junto a él es detenido otro periodista, José María Roura Guillamet, director de Defensa Patronal, carlista y antiguo militante de los Sindicatos Libres. Además, se ordena la clausura de la Peña Ibérica, que en realidad no tenía sede, la Peña Blanca y todos los círculos tradicionalistas de Barcelona.
Algunos de los arrestados salieron pronto a la calle, pero otros pasaron meses en prisión, detenidos a disposición del ministro de Gobernación. Fue el caso de Poblador. Ello a pesar de que intercedieron por él sus compañeros del Sindicato Profesional de Periodistas y los carlistas, que el día 29 piden al gobernador civil que autorice la reapertura de los círculos tradicionalistas clausurados y que ponga en libertad a Poblador y a Llanas de Niubó, que también seguía encerrado. Nada consiguieron.
Aunque fueron objeto de represión, los carlistas barceloneses no habían participado en el complot. El carlismo barcelonés tuvo contactos con la trama. Miquel Junyent, jefe regional, se había entrevistado con alfonsinos llegados de Madrid, pero el carlismo catalán recelaba, pues veían que el final previsto del golpe hubiera sido una república de corte autoritario o la restauración en el trono de la dinastía «usurpadora». Además, no les pillaba en buen momento, con parte de sus líderes desde julio en prisión y sumidos en una profunda crisis interna, con un crecido sector españolista, crítico con la dirección de Junyent y proclive a entenderse con los alfonsinos no solo en lo electoral, sino también para conspirar contra la República. Este clima enrarecido había hecho que la Junta Regional aplazara la asamblea prevista en Barcelona por miedo a la división.
La Generalitat no levantaría la clausura a los círculos carlistas hasta octubre. Ese mismo mes, el día 7, ponía en libertad a Poblador, aunque Reacción no sería autorizada a reaparecer hasta noviembre. También en octubre, el día 31, se levantó la clausura de la Peña Blanca. Con cierto cinismo, su presidente, Manuel Valdés, afirmaba que desconocían el motivo de la clausura y que les extrañaba porque la entidad nunca «se había salido de su espíritu de fomentar los estudios sociales y de cultivar los deportes».15 Todavía quedaban dos presos, René Llanas de Niubó y Carlos López Manduley.
El día 3 noviembre, una comisión formada por representantes de entidades estudiantiles, en las que incluso figuran las secciones escolares de organizaciones independentistas, se entrevistan con el rector para pedir la liberación de René Llanas de Niubó, que estudiaba Medicina.16 El rector les dio cuenta de las gestiones realizadas, que habían resultado nulas. Destaca que hasta organizaciones independentistas se preocuparan por un compañero, aunque fuera un ultraespañolista.
La situación de prisión de Llanas de Niubó fue aprovechada por la candidatura Dreta de Catalunya, que ya conocemos, formada por carlistas y alfonsinos de cara a las elecciones de noviembre. En la lista de candidatos de Barcelona-Provincia figuraba Llanas de Niubó, presentado como estudiante de Medicina, publicista y preso gubernativo.
Sería liberado poco antes de las elecciones. El día 10 de noviembre René Llanas de Niubó era puesto en libertad. Junto con él salía de la prisión militar de Montjuïc el comandante retirado Carlos López Manduley.
UN FIEL A ALBIÑANA EN BARCELONA: EL COMANDANTE CARLOS LÓPEZ MANDULEY
Tras la proclamación de la República, el PNE estaba desmantelado y su líder supremo desacreditado. La fama de violentos los aleja de las nuevas organizaciones monárquicas. El 12 de mayo Albiñana ha sido detenido por los desmanes de sus legionarios durante los primeros meses de 1931. Al día siguiente la Junta Suprema del PNE, sin informar a su líder, anuncia que «ha desaparecido totalmente el referido partido político». Albiñana no saldrá de la cárcel hasta diciembre de 1931. Es entonces cuando, con ayuda de antiguos seguidores y algunos aristócratas, inicia una campaña de relanzamiento del PNE, que no será legalizado hasta febrero de 1932; sin embargo, por sus virulentos ataques en la prensa y sus encendidos discursos subversivos será de nuevo detenido en mayo de 1932 y confinado en una remota aldea de la comarca de Las Hurdes.
En Barcelona la situación no es mejor; el partido no tiene ninguna visibilidad pública ya desde antes de la proclamación de la República. Aunque hubo ibéricos que se quedaron en el partido, como el arquitecto Matías Colmenares o el comerciante Manuel del Castillo, la ruptura con la Peña Ibérica los había dejado tocados. El PNE inició la captación de nuevos militantes sin mucho éxito. En febrero de 1931 afirmó tener 7.500 militantes en la provincia de Barcelona, cifra del todo exagerada. En Barcelona ciudad, ni en sus mejores tiempos, pasaran de 300 militantes.
Como habían afirmado los ibéricos al marchar, se trata de un grupo que hacía oposición de casino, formado básicamente por militares retirados y profesionales. Su líder local no da el perfil de «legionario de España». El comandante retirado Carlos López Manduley, que pasaba ya de la cuarentena, no era precisamente un ejemplo de hombre de acción. Tampoco era un buen orador, aunque sí respondía al perfil de españolista visceral y al de militar africanista retirado que tanto abundaba en el PNE. Eso sí, lo encontraremos implicado en todos los complots monárquicos y golpistas que se produzcan.
Carlos López Manduley17 había nacido en La Habana en 1887. Su padre era un coronel de artillería destinado en Cuba, donde casó con la hija de una importante familia de hacendados, los Manduley Salazar. Con la independencia de la isla caribeña la familia regresó a España. Este hecho debió de dejar huella en un Carlos adolescente. Siguiendo la tradición familiar, ingresó en 1906 en la Academia de Infantería de Toledo. El 1909 se licenciaba como teniente. Ese año tuvo su primer contacto con la Ciudad Condal, pues participó en el contingente encargado de reprimir la sublevación de la Semana Trágica. Su siguiente destino fue Melilla. Intervino en la defensa de Nador, lo que le valió una medalla. En 1911 se casó en Segovia con la hija de un médico militar. Pasa un año destinado en Madrid y en 1913 es enviado de nuevo a Barcelona, donde actúa como fiscal militar. En 1914 regresa a Melilla. En 1915 ya es capitán, siendo destinado de nuevo a Barcelona. Realiza trabajos administrativos y es profesor de la Academia de Cabos, Sargentos y Suboficiales. En 1917 participa en la represión de la huelga general. No descuida los negocios. En 1919 figura como delegado regional en Cataluña de La Previsión Agrícola, empresa de seguros de ganado constituida por importantes ganaderos y algunos militares.
En 1923, tras el golpe de Estado, es nombrado delegado gubernativo del partido judicial de La Bisbal, cargo desde el que es encargado de controlar los ayuntamientos y la vida política de su zona. Pronto se distingue por su política anticatalanista, obligando a las entidades del partido a redactar sus escritos en castellano. En 1924 es de nuevo enviado a Marruecos, en este caso a Ceuta, donde participa en algunos combates. En 1926 regresa con permiso a Barcelona. Se le declara de reemplazado por enfermedad. Recibe destino en Granollers. Tras realizar un cursillo se hace cargo de una compañía de ametralladoras en Barcelona. En 1928 es ascendido a comandante por antigüedad. En 1929 es nombrado jefe del Servicio Nacional de Educación Física, Ciudadana y Premilitar del partido judicial de Sabadell, un organismo creado por la Dictadura para adoctrinar militarmente a los jóvenes antes de ser llamados a filas. El comandante era el encargado de dirigir los programas de instrucción premilitar, de pronunciar conferencias patrióticas sobre temas «como los deberes del ciudadano respecto de España (amor a la Patria, al rey, disciplina, subordinación, obediencia, constancia, honor, lealtad, probidad, valor, exactitud y puntualidad en las obligaciones)». Se trataba de desarrollar entre los jóvenes de Sabadell una «educación moral», «la exaltación del amor a la patria» y «todo aquello que tienda a hacerles orgullosos de ser españoles». El Servicio pretendía «militarizar a la sociedad civil» creando un «nuevo ciudadano» y «mejorar la raza». Era una especie de Frente de Juventudes avant-la-lettre. Su actividad cesó en enero de 1931 con la caída de la Dictadura.18 En Sabadell, Manduley fue bien recibido por los partidarios de la Dictadura y junto con algunos empresarios locales fundó el Sporman Club, con objetivos parecidos a los del Servicio que dirigía. De hecho, en la ciudad vallesana pronto tuvo delegación el PNE. En abril de 1931, proclamada la República, se acogió a la ley Azaña y pidió su retiro.
De familia militar, repatriado de Cuba, combatiente en Marruecos, represor en Barcelona, adoctrinador españolista en Sabadell y firme anticatalanista, no importaba que no fuera hombre de acción, tenía perfil para dirigir a los albiñanistas en Barcelona.
Tras su participación en la Sanjurjada, el PNE tiene su local de Madrid clausurado, sus actividades prohibidas y a su líder supremo, el doctor Albiñana, desterrado. En Barcelona también está descabezado. Su organizador en la Ciudad Condal, el comandante López Manduley, no saldrá de prisión hasta noviembre de 1932. El albiñanismo no levantará cabeza hasta 1933.
CAMUFLANDO EL ALBIÑANISMO: LA PEÑA NOS Y EGO19
El 11 de junio de 1933, en el segundo segunda de la calle Provenza 250, se han dado cita los socios de una nueva entidad, la Peña Nos y Ego. Se presentan dieciocho asociados que eligen presidente al abogado, periodista y escritor Pablo Sáenz de Barés, al que hemos conocido como promotor del Comité de Acción Española. La entidad, de «fines exclusivamente culturales y deportivos», afirma en sus estatutos que en caso de hacer alguna conferencia de carácter político «solo será consentida en el terreno puramente doctrinal, pero no en la lucha de partidos o de regímenes, cuyas discusiones estarán siempre prohibidas en el local social». Se trata de una absoluta hipocresía.
En realidad, la Peña Nos y Ego es una tapadera del PNE. Había presentado sus estatutos en el Gobierno Civil el 29 de mayo de 1933 y habían sido legalizados al día siguiente. El PNE no había tenido la misma suerte. Carlos López Manduley, por la Comisión Organizadora del PNE de Barcelona, había presentado la documentación en marzo de 1933. La Dirección General de Seguridad contestó que, dada la actuación del PNE, que ha obligado a clausurar su local en Madrid, «no procede aprobación de los estatutos». Como veremos, el partido albiñanista no será legal en Barcelona hasta noviembre. Ante la imposibilidad de legalizar el PNE en Barcelona, se optó por crear una entidad tapadera. En las paredes del local lucían pósteres con motivos deportivos y carteles de corridas de toros. Es la forma de disimular su actividad política. Las iniciales de la Peña Nos y Ego coinciden con las del PNE.
A partir de 1933, el PNE crece, también en Barcelona. El destierro en Las Hurdes del doctor Albiñana ha vuelto a poner en el foco de los medios a su histriónico líder. La derecha lo ha convertido en un mártir de la República. A pesar de ello no será liberado hasta agosto. Sus encendidos discursos y su actitud pendenciera atraen a admiradores de la Dictadura de Primo de Rivera, a exmilitantes de la Unión Patriótica y a ultras que buscan refugio en el PNE tras el fracaso de los proyectos en los que han participado.
Algunos de los que se suman son el reducido grupo barcelonés afín al Cruzado Español, organización clandestina que había creado en Madrid el teniente coronel retirado Emilio Rodríguez Tarduchy, un ferviente primorriverista, que con la Dictadura había sido instructor del Somatén y uno de los dirigentes de la Junta de Propaganda Patriótica y Ciudadana y ya con la República había dirigido La Correspondencia Militar, dándole un toque radical. La mayoría son militares retirados y somatenistas, pero también hay algún joven, como el barcelonés de 21 años José Fernández Ramírez. Hijo de padre zaragozano y madre valenciana, Fernández Ramírez se había convertido desde joven en un ferviente españolista y un virulento anticatalanista. Había militado en la Juventud de Unión Patriótica siendo un adolescente. Atraído por la milicia intentó ingresar en el Ejército, pero no pasó las pruebas. Trabajaba como ayudante del maestro Demetrio Rodríguez Andrés, que había abierto un colegio particular tras haber ejercido de director de las escuelas de la Agrupación Obrera de la Unión Patriótica. Se encargaba de acompañar a los alumnos a sus casas y de ayudarlos con sus deberes. Pronto se convertirá en el secretario de López Manduley.
También se acercan al albiñanismo comerciantes, abogados, funcionarios y trabajadores de empresas estatales. Por ejemplo, el vicepresidente de la Peña Nos y Ego, Santiago García Barbero, era comerciante, y el secretario, Enrique Bieto, al que hemos visto en la dirección de la FOC y que acabará en 1935 en Juventud de Derecha de Cataluña, trabajador de Telefónica. Según nuestros cálculos, sobre un centenar de militantes albiñanistas de los que conocemos su profesión, un tercio eran militares, la mayoría retirados, un 20 % provenían del sector comercial, un 15 % eran empleados y funcionarios, un 10 % profesionales liberales y otro 10 % industriales, comisionistas o agentes de bolsa. También hay policías y dos sacerdotes. Los obreros son anecdóticos.
Aunque la mayoría de la militancia tiene ya una edad, también se han acercado algunos jóvenes. En lo que coinciden los nuevos militantes del partido albiñanista es en su fanático españolismo y su feroz anticatalanismo. El PNE barcelonés hace de ello su principal bandera y seguramente ese es su principal atractivo. En ellos debía pensar el falangista Fontana cuando escribía: «Barcelona, como todas las ciudades españolas, tenían un sector de lo que yo llamaría “españolismo profesional”, chabacano y romo, que ofrecía blanco abundante para las divertidas sátiras del Be Negre» (Fontana, 1951: 20).
El PNE será un auténtico vivero para los grupos de extrema derecha de la ciudad. Muchos de los militantes españolistas que conocemos y conoceremos pasaron en algún momento u otro por el albiñanismo. A la vez se convirtió en partido refugio, recogió a militantes de proyectos españolistas frustrados. Por el partido pasarán, entre 1930 y 1934, más de trescientos militantes.
Tras el fiasco de la Sanjurjada, la derecha se dividió entre los que se decantaban por una vía sediciosa, por preparar un nuevo golpe de Estado, y los que planteaban una vía electoral y parlamentaria; un breve ejemplo de estos en Barcelona fue Concentración Española.
ESPAÑA-REPÚBLICA: CONCENTRACIÓN ESPAÑOLA20
Carteles pegados en algunas calles de Barcelona anuncian un acto españolista en el Teatro Bosque para la mañana del domingo 16 de octubre de 1932. Se trata de la presentación en sociedad de un nuevo partido: Concentración Española. La afluencia de público es escasa. Ni de lejos se llena el teatro. El primero en tomar la palabra es el jefe del nuevo partido, el veterano periodista Antonio Bermejo Muñoz. Se trata de un antiguo anarquista, de origen madrileño, pasado al republicanismo radical. Hombre de acción, había sido detenido en diversas ocasiones en la primera década del siglo en manifestaciones y tumultos. Como periodista había dirigido en 1907 el semanario ¡Are més que may!, situado en el ala más españolista del lerrouxismo. Como sindicalista había figurado en la comisión de huelga de los tipógrafos en 1913. Se alejó de todo ello durante la Dictadura. Le siguen en el estrado el abogado Eduardo Stern, al que ya conocemos como upetista y excandidato monárquico en 1931, Manuel Palacio, otro antiguo militante radical, e Ismael Márquez Cubero, otro abogado, de origen cordobés y excombatiente en guerras coloniales.
En sus parlamentos exponen su programa: sostener el nombre de España por encima de todo, amor a Cataluña como la tierra en que viven o han nacido y unidad de la patria. Se presentan como republicanos, ni de derechas, ni de izquierdas, para «españolizar Cataluña». Su lema «España-República». Y para ello apelan a los, según ellos, 400.000 españoles nacidos fuera de la región que hay en Cataluña. Su objetivo es movilizar con un discurso españolista a los inmigrantes no catalanes de Barcelona de cara a las elecciones autonómicas de noviembre de 1932.
Los oradores se ven interrumpidos en diversas ocasiones por los gritos y pataleos que llegan desde la platea. Se trata de un grupo de nacionalistas catalanes que tratan de reventar el acto. A pesar de ello, el mitin prosigue, hasta que explota un petardo en el patio de butacas con la consiguiente confusión y alarma. El delegado gubernativo decide suspender el acto. Hay tres detenidos. No ha sido la presentación en sociedad que esperaban.
Los primeros pasos para formar Concentración Española se habían dado en septiembre de 1932. A partir del fracaso de la Sanjurjada, un sector del españolismo de extrema derecha trata de jugar la baza republicana y la vía electoral. Para ello busca aliados entre otros sectores españolistas de la ciudad: republicanos radicales desengañados con su partido y miembros de las casas regionales. De esta unión surgirá Concentración Española que, según sus estatutos, acata la República y nace para defender a los «no nacidos en Cataluña». Eligen como jefe del partido a Antonio Bermejo, al que acompañan en la dirección los abogados Ismael Márquez, Eduardo Stern y Juan Sabadell, del que ya conocemos su larga trayectoria ultra, del carlismo al integrismo para pasar en 1930 al mellismo y la Peña Ibérica, amén de colaborador de la publicación España Católica y conspicuo conspirador antirrepublicano hasta que rompió con los ibéricos. Tras su paso por Concentración acabará recalando, como otros, en el PNE. También figura como vocal en la junta el ebanista Rafael Martínez García, sindicalista del ramo de la madera, pero de firmes ideas españolistas, que más adelante, como tendremos ocasión de ver, se acercará a la Falange.
El 30 de septiembre de 1932 salía el primer número de su órgano de prensa con el original título de Concentración Española. La publicación se presentaba con un ¡Viva Cataluña española! Además de explicitar su programa, la publicación no hace ascos a cierto populismo cuando habla de eliminar impuestos o de podar los altos sueldos políticos. Se muestran muy críticos con «Esquerda» Republicana, como denominan al partido de Macià, y con la Generalitat, a la que acusan de estar creando un miniestado. Más virulentos son los artículos contra los partidos independentistas.
Aclaran que no es partido de castellanos, sino de españoles, y que defienden el castellano, pero no son contrarios al catalán. De hecho, publican algún artículo en catalán, en el que afirman «no som aquells espanyolistes d’Albiñana»; ellos se consideran españoles, pero no españolistas. Se consideran «la guardia montada para vigilar que Cataluña autónoma no se convierta en Cataluña separatista». Aceptan el Estatut, pero muestran su disconformidad con su aplicación.
Pero las divisiones habían empezado pronto. A los seis días de constituida Concentración Española un pequeño grupo disidente, impulsado por Daniel J. Hermosilla Torre, presidente de la fantasmagórica Confederación Interregional Hijos de Iberia, que curiosamente obtuvo una efímera fama «por la campaña que realizó defendiendo la causa del país catalán a raíz del plebiscito pro Estatuto», crea Confraternidad Española. Cuelga carteles en la ciudad en los que llama a los españoles de otras regiones a una reunión para el mismo día que Concentración tenía previsto su mitin de presentación.
Concentración publica un extra de su revista donde denuncia el confusionismo que pretenden crear los escindidos. Además, deciden aplazar su presentación para el día 16 de octubre, la que conocemos en el Teatro Bosque. Como hemos visto, el mitin no fue bien. Escaso público e incidentes. El día 24 de octubre volvieron a intentarlo. Se convoca otro acto en el Cine Triunfo. De nuevo poco público. En él insisten en la necesidad de «la unión de los no catalanes residentes en Cataluña, para presentar un frente único en las próximas elecciones». De nuevo se reprodujeron los incidentes, pero esta vez se pudo finalizar el acto. El día 29 volvieron a programar un acto de propaganda en Pueblo Nuevo.
Pero el confusionismo sembrado por Confraternidad seguía. El 9 de octubre se había constituido oficialmente el Partido Republicano Confraternidad Española, formado por «ciudadanos de las distintas regiones españolas no nacidos en Cataluña». No llegan al centenar. Pero la escisión, a su vez, pronto tuvo sus propios problemas internos y el 27 del mismo mes su presidente denunció en el juzgado por desfalco a algunos «individuos que habían pertenecido a la comisión organizadora del partido». Confraternidad Española ya no levantaría cabeza. Unos volvieron a Concentración y los restos del partido acabarán ingresando, en noviembre de 1934, en el Partido Agrario Español.
Para añadir desconcierto a la situación, paralelamente a estos partidos nació la Unión de Regionales de Cataluña. El 26 de octubre anunciaba su constitución. El primero de noviembre escenifican su presentación con un acto también en el Teatro Bosque. Los oradores afirman que su «única finalidad es defender los derechos y los intereses de los regionales que viven en Cataluña». La misma cantinela.
También los radicales contaron en estas elecciones en su candidatura con dirigentes de casas regionales que tradicionalmente habían sido cercanas al lerrouxismo. Además, en alguno de sus mítines utilizaron el argumento de que los no nacidos en Cataluña se podían convertir en ciudadanos de segunda y convocaron actos para aragoneses y gallegos en los que intervinieron diputados radicales de esas regiones.21
Hubo sectores de las casas regionales que reaccionaron y criticaron duramente la utilización política que se estaba haciendo de los no nacidos en Cataluña. La Casa de Valencia, el Centro Cultural Gallego y cerca de un centenar de inmigrantes publicaron en la prensa un manifiesto en el que se quejaban de «que esta floración espiritual del sentimiento regional despierte al ruido de una cercana lucha electoral». Afirmaban que
contra ciertas propagandas anticatalanas, de quienes indebidamente sé dicen representar a los regionales no catalanes, todas las colonias de estos están plenamente identificadas con el pueblo catalán y por ello debemos pronunciarnos políticamente dentro de los partidos políticos dé arraigo en esta región, sin estar autorizadas agrupaciones que para fines personalistas llevan como banderín de enganche el nombre sagrado de nuestras tierras nativas.
Finalmente, Concentración y la Unión confluyeron en una lista electoral para las elecciones catalanas. Los resultados fueron ridículos. Bermejo, el más votado, se quedó en unos trescientos votos, el resto no llegaron ni a doscientos.
A partir de aquí, el partido, como tantos otros de la extrema derecha, fue languideciendo. Su publicación no volvió a ver la luz. Abandonaron el partido los sectores más derechistas. En septiembre de 1935 todavía subsistía un pequeño núcleo de Concentración, sin actividad alguna. Pero, como veremos, sus juventudes, creadas en noviembre de 1933, tendrán un carácter menos ambiguo.
Ismael Márquez y Eduardo Stern, sin renunciar a colaborar con el PNE y otros proyectos ultras, acabaron en otra fuerza reaccionaria, más numerosa y bien financiada, que se estaba reestructurando, la alfonsina Derecha de Cataluña.
MONARQUIZANTES Y REACCIONARIOS: DERECHA DE CATALUÑA22
El salón de fiestas del Hotel Ritz, haciendo gala de su elitismo, está lleno ese 22 de enero de 1933 de miembros de la aristocracia barcelonesa y de gente bien de la ciudad. Aunque se trataba de un banquete íntimo, se han reunido unas doscientas personas, que han recogido sus invitaciones en la Peña Blanca, organizadores del acto. Se disponen a escuchar a una de las estrellas del alfonsismo político, el exministro y exmaurista Antonio Goicoechea.
Desde que llegó en el expreso de la mañana no ha parado. Misa, aperitivo en el local de la Peña Blanca, traslado al Hotel Ritz, donde recibe algunas visitas. Tras la comida asiste a una conferencia en el Círculo Tradicionalista del Distrito I en la que el publicista Gonzalo Pardo propugna la unión de todas las fuerzas monárquicas «por el lazo de las ideas y de las doctrinas y por el dolor, por el sacrificio y por el entusiasmo, dejando a Dios, en su sabiduría infinita, la resolución y esfumación» de las pequeñas diferencias. Requerido por los asistentes, Goicoechea tomó la palabra. Afirma sus coincidencias con lo planteado.
Ahora, tras el banquete de homenaje que ha recibido, Goicoechea se dirige a los comensales. Defiende a la Iglesia católica y la monarquía y afirma que
para lograr la consecución de sus ideales y obtener la federación de las derechas españolas propugna el establecimiento de un régimen de justicia entre los nacionales y revisar el texto constitucional, ligándose entre sí las derechas, pero las derechas auténticas, no las falsificadas y suplantadoras, porque dentro del régimen actual, no hay derechas ni posibilidad de haberlas.23
Aquí está el quid de la cuestión; Goicoechea ha militado hasta entonces en Acción Popular, el partido católico dirigido por Gil Robles, ha liderado su ala monárquica y más derechista. Ahora, este sector ha decidido separarse de un partido que se ha declarado dispuesto a acatar la legalidad republicana. Consideran que Acción Popular, con su gradualismo, ha renunciado a derribar la República. En septiembre de 1932, en una reunión en París entre alfonsinos exiliados y del interior, se ha decidido la creación de un partido propio, el que será Renovación Española. Tienen la aquiescencia de Alfonso XIII. Goicoechea está en Barcelona para presentar el nuevo proyecto político y recabar adhesiones.
Al día siguiente Goicoechea sigue en Barcelona. Nueva misa y nueva visita a un círculo carlista, esta vez el de Sarrià. Goicoechea considera a los tradicionalistas sus aliados naturales en la nueva federación de derechas que quiere construir. Esa tarde se reúne en la Peña Blanca con los dirigentes alfonsinos. El objeto es dejar sentadas las bases del nuevo partido en Barcelona. Las propuestas de Goicoechea son bien recibidas por los alfonsinos barceloneses. Hasta ahora la vía conspirativa ha sido un fiasco y la electoral otro. Es el momento de reorganizarse. Esa misma noche regresa a Madrid.
El 9 de febrero de 1933 se constituirá oficialmente Renovación Española bajo la presidencia de Antonio Goicoechea. En su lema dejan claros sus reaccionarios objetivos: Religión, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad. Se convierten en el partido de la aristocracia, de los terratenientes y los financieros, de los que aspiran a volver a mandar restableciendo la monarquía. Desde el primer día conspiran para derribar la República; serán los grandes financiadores de las tramas golpistas.
Ese mismo mes ya funciona una comisión organizativa del nuevo partido en Barcelona. A finales de marzo presentan la documentación en el Gobierno Civil. En Barcelona han decidido utilizar otro nombre; quizá Renovación Española es demasiado evidente, así que optan por recuperar la denominación que han utilizado en la candidatura conjunta con los carlistas en las pasadas elecciones. Se llamarán Derecha de Cataluña, o Dreta de Catalunya, ya que frecuentemente utilizan su denominación en catalán y acostumbran a publicar la propaganda electoral tanto en castellano como en catalán. En su escudo figurará san Jorge matando al dragón.
En su junta encontramos a dos antiguos miembros de la Comisión de Propaganda de la Unión Patriótica, dos publicistas de la labor del Directorio, como son Julio Díaz Camps y el abogado Santiago Torent Buxó, ligado desde joven al mundo católico y expresidente del Círculo de la Unión Patriótica del Distrito IV, además de secretario de diferentes consejos de administración. Estaba también José Bertrán Güell, al que ya conocemos, y Joaquín de Arquer. Pronto entrará en la junta Salvador Palau Rabassó.
Forman parte del partido elementos de la burguesía ennoblecida durante la Dictadura de Primo de Rivera, como el barón de Viver, el conde Montseny o Alfonso Sala, conde de Egara, pero, por su destacado papel durante la Dictadura, no en primera fila, además de destacados terratenientes como Ignacio Puig y de Pallejá o Javier de Ros y de Dalmases.
En sus estatutos aclaran su objeto: «divulgar y propagar el auténtico pensamiento español en el orden político y en el social, sobre la base inconmovible de nuestra tradición, plena de fe y de espíritu católico». Derecha de Cataluña tiene un comité de enlace con Renovación Española, en el que hay tres representantes de cada entidad. Por parte catalana son designados Javier Ros de Olano, Santiago Torent y Joaquín de Arquer. El 6 de abril hacen su constitución oficial en el local de la Peña Blanca y el 9 de mayo publican su manifiesto fundacional.
Según un informe policial de 10 de mayo, son treinta socios y la entidad tiene un «marcado matiz monarquizante y tradicionalista y de derechas». No tardarán en llegar las clausuras de la sede. El 26 de julio se cierra el local tras un registro en el que se encuentran manifiestos de Alfonso XIII. También se incauta el listado de socios. Esta vez el tema es leve, tres días después vuelven a autorizar la apertura del local. El partido monárquico está creciendo, en septiembre abandonan el local de la Peña Blanca y abren uno nuevo en Rambla Cataluña. Un año después se trasladarán a Vía Layetana, 57.
De cara a las legislativas del 19 de noviembre de 1933 los alfonsinos de Derecha de Cataluña y Peña Blanca impulsan la candidatura del Bloque Nacional de Derechas. Descartada la Lliga, que «no admite colaboración, sino supeditación absoluta», Julio Díaz Camps, presidente de la Peña Blanca y vicepresidente de Derecha de Cataluña, afirmaba que el «fuerte y sincero españolismo catalán siempre ha sido sacrificado por casi todas las derechas españolas a las conveniencias y oportunismo de la Lliga y este error trascendental, cuyas consecuencias estamos palpando, no puede repetirse ya más».24 Claman por la unidad de las auténticas derechas, pero esta vez no conseguirán sumar a los carlistas en la Ciudad Condal. A diferencia del resto de circunscripciones catalanas, en la de Barcelona-ciudad no ha sido posible el acuerdo. Los alfonsinos se presentarán solos.
La lista la encabezan dos figuras de reconocido prestigio en la extrema derecha, pero foráneas, son Antonio Goicoechea y el carlista José María Lamamie de Clairac, que, a diferencia de sus correligionarios barceloneses, sí estaba de acuerdo con el pacto y había destacado como crítico de la autonomía catalana. En la candidatura hay reconocidos alfonsinos como José Bertrán Güell, Ramón Ciscar Blasco, Juan Segú Vallet o Pedro Conde Genové y Jorge Girona Salgado, dos viejos amigos de José Antonio. También figura Alfonso Ibáñez Farrán, del integrista Centro de Defensa Social, y exmellistas como Ramon M. Condomines, que también había pasado por el PNE. La candidatura recibió el apoyo de la Juventud de Acción Española, Partit Agrari de Catalunya y Clase Media de Cataluña.
Para impulsar la campaña llegará Goicoechea, que pronunciará un mitin en el Teatro Bosque el día 12 acompañado de la plana mayor de Derecha de Cataluña. A pesar de la ruptura con Gil Robles, durante la campaña se reparten octavillas firmadas por Acción Popular, partido que no se presentaba en Barcelona, en las que se pedía el voto a la mujer católica o contra el marxismo o a favor de las derechas, con el marchamo del Bloque Nacional de Derechas grabado encima.25
La campaña no está exenta de incidentes. Escamots de Estat Català acosan a los monárquicos españolistas. En el mitin final, Enrique García-Ramal, líder de las juventudes alfonsinas, denuncia «el incidente ocurrido a unos jóvenes, durante la madrugada anterior, qué al fijar unos carteles de las derechas, pistola en mano sé los arrebataron y pisotearon y que, según dijo, iban capitaneados por una personalidad del actual gobierno de Cataluña». El día de las elecciones Derecha de Cataluña solicitó protección policial para su sede. Además, se despliega un servicio de orden formado por jóvenes del partido que lucen en su brazo el distintivo de Renovación Española, una cruz de Santiago sobre fondo verde. Será el embrión de la diminuta milicia de Derecha de Cataluña.
El resultado electoral deja mal sabor de boca entre los alfonsinos. A finales de octubre, Díaz Camps había afirmado que en «Derecha de Cataluña se está concrecionando con aceleración vertiginosa, todo el españolismo catalán, católico y monárquico, latente en una gran masa de opinión catalana independiente». Pero parece que ese españolismo latente no era tan numeroso. En Barcelona ciudad la candidatura alfonsina cosechará unos 16.750 votantes, con un máximo de 23.000 votos para Goicoechea. Era un escaso 4,58 %. Mucho menos de lo esperado por el esfuerzo realizado.
A pesar de ello, durante 1934 el partido da pasos para consolidar su espacio. En marzo afirma tener en Barcelona 850 socios. Parece una cifra exagerada. El mes anterior, el día 7 de febrero, había visto la luz la publicación Guión.26 Aunque no explicita ser órgano de Derecha de Cataluña, entre sus redactores encontramos a reconocidos alfonsinos como José Bertrán Güell, Aurelio Joaniquet, Julio Díaz Campos o María Flaquer. Tendrá una vida breve. El número 3, que se anunciaba como dedicado al dictador Miguel Primo de Rivera, será secuestrado. Varios individuos, haciéndose pasar por policías, se presentan en la imprenta donde se edita y se llevan los ejemplares. No consiguen afianzar la publicación; su número 4, del 24 de abril de 1934, será el último.