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PREFACIO

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Llama poderosamente la atención, en el estudio de la Guerra de la Independencia española (1808-1814), la escasez y, sobre todo, la falta de trabajos en torno a un fenómeno que si se hubiera dado en otros países habría alcanzado hitos históricos, la guerrilla, la contribución popular a la contienda.

Será a partir de 1809, tras la caída de Zaragoza, cuando empiecen a formarse a gran escala la mayor parte de ellas. Las causas habría que buscarlas en el Reglamento de Partidas y Cuadrillas, de 28 de diciembre de 1808, dictado por la Junta Suprema y el Consejo de Regencia, que en su punto octavo hace un llamamiento a los ricos y nobles de cada población para que se alcen y formen partidas.

El reclutamiento, en líneas generales, no tuvo carácter voluntario o de sacrificio patriótico. Por regla general, cada miembro quedaba sujeto al jefe de la partida, quien establecía una mezcla de temor y admiración. Por lo general, la mayoría de sus integrantes lo fueron a la fuerza, siguiendo el canon de reclutamiento establecido para el Ejército regular, con la excepción de nuestro personaje D. Francisco Roa Rodríguez de Tordecillas, que añadió a los componentes de su partida premios económicos, estableciendo una especie de productividad, algo tan común hoy en día en el mundo de las empresas. Por este motivo es de las pocas que no cayeron en el bandidaje para aprovisionarse. Solo hechos muy puntuales que sus enemigos hicieron circular para desacreditarlo.

La presión que la guerrilla llegó a ejercer sobre el Ejército francés fue, en todos los sentidos, personal y económica. Desciende, hasta el plano individual, de los propios soldados gabachos, sobre todo los destacados en Andalucía. En cartas que remitían a sus familiares relatan sus penas, temores y el miedo que les tenían, especialmente si caían prisioneros.

El aprovisionamiento del Ejército francés, siguiendo las directrices de Napoleón, se realizaba sobre el propio terreno, con lo cual todo recaía sobre la población civil, factor este extremadamente importante para ser la gran aliada de los guerrilleros. Sin embargo, las tensiones entre guerrilleros y Ejército Popular español siguen, y es a partir de 1811 cuando se intenta el encuadramiento militar de las mismas y en 1813 un edicto obliga a la disolución de las partidas.

Los oficiales de carrera tienen motivos para envidiar las meteóricas carreras y ascensos de algunos guerrilleros que pasan en poco tiempo de soldados a capitanes o coroneles. Tras la guerra, Fernando VII optará por la oficialidad del Antiguo Régimen, es decir, la de origen nobiliario, pasándose a fomentar el descrédito de las partidas, pues los consideraban bandoleros, desalmados e indisciplinados. En este pozo de la historia cayó nuestro personaje que, a pesar de sus esfuerzos por combatir al Ejército francés, no tuvo reconocimiento alguno, solo el grado de capitán, cargo testimonial no retribuido, iniciándose contra él una campaña de difamación que se vio incrementada por su apoyo durante el Trienio Liberal al bando absolutista.

Pocos guerrilleros tuvieron tantos enfrentamientos contra los franceses como los tuvo Roa. Este esbozo de novela es para darlo a conocer y que plumas con más capacidad que la de este aficionado a juntar palabras lo alcen a la eternidad.

No importa cómo caes, sino cómo te levantas.

No importa el fracaso, sino volverlo a intentar.

No importa el largo camino, sino lo que está al final.

No importa el sudor que cueste, sino lo que quieres lograr.

Vivir no es solo existir, sino vivir y crear.

José Luis Borrero González

Roa, el guerrillero de Antequera

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