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Agradezco con orgullo…

El ansia literaria de escribir es muy posible que se remonte en mi caso a aquella primera vez que leí una página de agradecimientos escrita por un autor para cerrar un libro que me entusiasmó. Sí creo que las inmensas ganas de escribir un libro me vienen desde que soy lector y las arrastro, a partir del momento en que quiera que aquello ocurriera, por el mero hecho de gozar con este ejercicio de estilo.

A ver qué tal se me da.

Comienzo plagiando (citando, mejor) a mi amigo el escritor Francisco Rodríguez Criado, quien en uno de sus libros (iba a calificarlos de excelentes, pero como le he calificado de amigo no me creerás aunque debieras) lo borda en su página de Agradecimientos:

“Uno cree que la escritura es una cruzada en solitario hasta que llega el instante de rellenar el apartado de agradecimientos. Es entonces cuando se da cuenta de la suerte que tiene de estar tan bien acompañado”.

Francisco lo estuvo, bien acompañado, en ese libro de cuentos y yo lo he estado en este ensayo histórico (¿demasiada palabra la palabra ensayo?).

Mi agradecimiento habría de comenzar por dos historiadores y profesores míos ya tristemente fallecidos, Antonio María Calero Amor y Marta Bizcarrondo, por Manuel Pérez Ledesma, que tuvo el valor de comenzar a dirigirme una tesis doctoral que nunca fue (dedicada al principio a la resistencia guerrillera antifranquista en Cantabria y luego a la Guerra Civil en esa región, la mía materna), y, por supuesto, a Miguel Artola, la única persona a la que siempre que me refiero a ella en público apelo de don, don Miguel Artola, de quien recibí entre otras muchas cosas no menos apreciables algo que me ha guiado siempre aunque no sé si le atendí bien, una frase legendaria que decía algo así como “un escritor [las comillas no son textuales, claro] ha de escribir bien y un historiador es un escritor”. Maestros, espero no defraudaros.

Las cuatro personas más influyentes y a quienes van dirigidas especialmente las palabras que siguen, sin contar a Ramiro Domínguez, amigo y editor de este libro que te dispones a leer, y a Cristina Pineda, amiga y editora también del mismo, son mi mujer, dos amigos historiadores y una auténtica eminencia en el asunto sobre el que esta síntesis trata.

Excuso decir nada de lo que ha significado mi esposa en el trayecto de lo que ha acabado por ser este libro para que su natural tendencia a pasar desapercibida no se vea menoscabada, pero quiero que conste que ella es el alma mater esencial, el motor de todas y cada una de las frases que en él han quedado escritas por mí.

Continúo con los dos amigos historiadores, y empiezo por Rafael Esteban de los Ángeles, una persona que si hubiera tenido que inventármela no podría haber dado en el personaje real que es Rafa, amigo entre los amigos como difícilmente se puede encontrar por más que uno buscara alguien así con ahínco, y lo que redunda todavía más en la poca o mucha calidad que pueda tener este libro, un historiador de formación concienzuda y certera que se leyó mi manuscrito y me dejó una estela de sugerencias y modificaciones de tal excelencia que nunca podré agradecer lo bastante. Aun así lo intento. Gracias, amigo Rafa.

Luis Enrique Íñigo Fernández también me regaló su tiempo y su talento y los puso a ambos a leer mi original, así que la satisfacción que me produjeron sus palabras cuando acabó de hacerlo fueron el aval perfecto para decirme a mí mismo “el libro merece la pena, porque le gusta a Luis”, y ya nunca he tenido duda de que si a Luis le merecía la pena a mi me debería de merecerla defenderlo a capa y espada. Luis, como seguiremos colaborando juntos en tantos otros proyectos, solo te puedo decir que te debo una.

A la eminencia ya la conoces porque el prólogo lo ha escrito ella, la eminencia. Ángel Viñas me ha demostrado una generosidad inusitada por la mucha atención que me prestó durante todo el proceso final del original, cuando ya lo había yo enviado a la editorial y a él le pedí, no sin cierto arrojo, que siendo él quien era le escribiera el prólogo al primer libro de historia de alguien a quien casi no conocía. Y no solo hizo eso, escribir la maravilla que podrás leer tras estas páginas (maravilla no porque hable bien del libro sino porque es pura literatura de la buena, escrita por un historiador de los de verdad), sino que además… se leyó completo el manuscrito (sí, c-o-m-p-l-e-t-o) y me envió un elenco de acertadas sugerencias para que puliera algunas frases inconvenientes, inexactas o sencillamente erróneas. Darle las gracias a Ángel Viñas es poca cosa pues hizo mucho más de lo que yo hubiera soñado que alguien con una carrera profesional como la suya hiciera jamás por mí. Pese a todo, qué menos que dárselas otra vez, eso sí, con mi reverencia, maestro.

Mis agradecimientos no son solo los que has dejado atrás, porque ahora y para finalizar he de agradecerte a ti que hayas elegido este libro.

El franquismo

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