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Un prefacio

“Haga como yo, no se meta nunca en política”.

Lo que acabas de leer es una frase lapidaria atribuida al general generalísimo Francisco Franco, al parecer dirigida a Rodrigo Royo, exdirector del diario Arriba. Todo apunta a que el periodista acudió a quejarse al dictador, luego de ser cesado en 1962 como director de dicha publicación a raíz de haber intentado publicar en ella un editorial crítico –más allá de lo admisible– con el Opus Dei, pretendidamente titulado «Por el dinero hacia Dios» y, finalmente, prohibido por la censura. Aunque es más que probable que en esa destitución aparecieran razones más complejas relativas al posicionamiento falangista ultraortodoxo de Royo, el caso es que en lo que a nosotros concierne en estos momentos la frase es simplemente perfecta. Perfecta porque define con pulcra exactitud la figura del social e historiográficamente polémico militar que ayudó a provocar una guerra civil que según algunos alargó premeditadamente, para literalmente acabar con la vida o al menos con las ansias de quienes tenía por enemigos de su personal forma de entender el poder, y que, tras ganarla con la ayuda directa cuando no con la desidia internacional, gobernó dictatorialmente el país donde nació, hasta instaurar un régimen político que llamamos franquismo.

En realidad usamos, y usaremos nosotros aquí, esa palabra –franquismo– para referirnos indistintamente al régimen político promovido, encabezado y personalizado por Franco como al periodo histórico durante el cual el militar autócrata ejerció el poder en España entre 1936 y 1975, desde el comienzo de su autoridad sobre la zona sublevada por él y los suyos hasta su defunción el 20 de noviembre del último año mencionado (aunque no es descabellado, más bien al contrario, considerar que el verdadero final del franquismo tiene lugar cuando en diciembre de 1976 se produce la aprobación en referéndum de la Ley para la Reforma Política). El periodo de dominio personalizado en un gobernante más largo de la historia de España ha sido el franquismo, superior incluso al del reinado de Felipe II.

Porque importa empezar diciendo que el origen del ejercicio del poder por parte de quien adoptaría y gustaría intitularse con los apelativos de Caudillo y Generalísimo fue haber vencido en una guerra civil, la Guerra Civil por antonomasia. Guerra provocada ante el fracaso del intento de golpe de Estado erigido sobre una sublevación militar pretendidamente respaldada por movilizados seguidores de una solución antidemocrática y contraria a las posibilidades abiertas por la segunda de las repúblicas brotadas en la historia de España. Sublevación que acabó por provocar en buena parte del país lo que había venido a subsanar, según sus voceros: la revolución.

Y si el régimen se erigió sobre los restos de un país enfrentado a muerte, el régimen y el periodo histórico se difuminaron al unísono de la noche a la mañana con la defunción del propio personaje que le dio nombre, con la extinción del militar que nunca se metió en política.

El franquismo

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