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Prólogo

En los últimos cinco años he impartido varios cursos en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense como catedrático invitado en el Departamento de Historia Contemporánea. Mis clases versaron sobre la Guerra Civil, la política exterior española de 1936 a 1986 y la historia política de España en el siglo XX. Todas ellas son materias a las que llevo prestando atención desde que comencé a hacer mis primeros pinitos en la investigación histórica sobre fuentes primarias allá por el año 1970.

Con independencia del contenido de los cursos aprendí dos cosas de los alumnos que a ellos acudieron. La primera, y muy reconfortante, fue su alto grado de interés, algo muy de agradecer en tiempos como los presentes en los que una licenciatura, un grado o un máster en historia no son garantía de empleo. La segunda, el despiste con que llegaban a las clases, fuesen alumnos de 2.º a 5.º de licenciatura, de 3.º de grado o de máster.

Según pude colegir de mis frecuentes conversaciones, individuales y colectivas, tres razones pueden explicar tal situación. En primer lugar, el escaso conocimiento fundado adquirido en la ESO y en el Bachillerato sobre los temas en cuestión. En segundo término, la influencia decisiva del entorno familiar que, naturalmente, no siempre presenta versiones científicamente fundadas del pasado, incluso del más próximo. Por último, el impacto de los medios de comunicación, con sus incesantes polémicas sobre la República, la Guerra Civil y la Dictadura.

De ello extraje la conclusión de que la labor del historiador español ha de situarse hoy en dos planos: el primero, el de la investigación. El segundo, y no menos importante, el de la divulgación.

Sobre el primero poco puedo decir que no haya dicho y escrito por activa y por pasiva en los últimos años. Los archivos españoles y extranjeros están, en gran medida, abiertos. Señalo lo de “en gran medida” porque quedan recodos, huecos y esquinillas en donde todavía no se han abierto las puertas a la investigación. Aun con estas limitaciones, en mi opinión lamentables, lo que ya es explorable permitirá trabajar a por lo menos una nueva generación de historiadores, quienes son, en realidad, nuestro futuro.

Sobre el segundo plano, las necesidades no son menos urgentes. Los historiadores, y en particular los de corte académico, hemos siempre tenido una cierta tendencia a escribir para “los del gremio”. El público en general no forma parte del colectivo que se pretende alcanzar y convencer. En cierta medida es lógico porque una carrera académica no se fundamenta en la aceptabilidad del autor por el público sino en el abrazo de los pares. Son estos los que van a evaluar su producción en las diversas etapas de la carrera académica, ya sea de forma directa en los Departamentos o en la ANECA: desde la del modesto principiante (todos hemos pasado por ese tramo) hasta la del catedrático.

De aquí que el historiador, en plena carrera o ya establecido, descuide con frecuencia la necesidad de divulgar. De aquí también la necesidad de libros como el presente.

José Luis Ibáñez Salas me ha pedido un prólogo para su libro sobre el franquismo. Es un tema sobre el cual ya existe una abundante literatura. Pero se trata también de una etapa cuyo conocimiento histórico empieza a difuminarse aun antes de que los historiadores hayamos penetrado profundamente en sus intersticios. A medida, en efecto, que se avanza en su análisis científico y documentado las dificultades de acceso a la evidencia primaria relevante de época van aumentando. O esta evidencia ha desaparecido.

El historiador que escribe una obra de divulgación tiene en cuenta tales circunstancias. También Ibáñez Salas. Las etapas republicana, de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial están ya bastante trabajadas, aunque la entrada en los archivos permite pensar en lo mucho que queda por descubrir o documentar. Incluso sobre los años cincuenta del pasado siglo se dispone de una literatura nada despreciable. El tardofranquismo está, por el contrario, menos estudiado con fuentes primarias. Todavía predomina el análisis politológico, sociológico o basado en los medios de comunicación. Ya cambiará, con el tiempo, el abanico de fuentes explotables.

En base a la literatura, especializada o de síntesis, Ibáñez Salas ofrece al público generalista esta breve obra como quintaesencia de sus muchas lecturas sobre la evolución política, económica y social española entre 1931, fecha de establecimiento de la Segunda República, y 1975, cuando muere el general Francisco Franco.

El libro gira en torno a la combinación entre la figura de Franco y el régimen de “democracia orgánica” que ya empezó a instalar antes de la Victoria copiándolo de ciertos sistemas políticos poco recomendables: los fascistas. El lector apreciará que la presente síntesis se exponga con sencillez, en un estilo asequible y directo en el que se llama al pan, pan y al vino, vino. Esta voluntad de llegar a la esencia de las cosas es encomiable. Ibáñez Salas ha leído mucho y el abanico de autores en que se basa es extenso. En él se reflejan cuando menos los esfuerzos de tres generaciones de historiadores, por lo general españoles. En tal sentido, esta obra muestra lo que siempre he dicho y repetido: desaparecida la censura y reestablecidas las libertades democráticas, los historiadores, sobre todo españoles, hemos acometido con ganas y con sonados ejemplos la dura tarea de explicar el pasado más reciente. En puridad, la historiografía sobre la historia contemporánea de España (República, Guerra Civil, franquismo y transición) constituye la demostración más vibrante de las aportaciones de los investigadores españoles a la forja de una auténtica historia nacional. Como es lo normal fuera y como fue durante muchos lustros lo más anormal en nuestro país, cuando teníamos que recurrir a extranjeros (los hispanistas) para que nos interpretaran un pasado escasamente conocido y sobre el cual pesaba, como una apisonadora, la losa del canon franquista. Un canon, por cierto, forjado por periodistas, militares, clérigos, policías y académicos complacientes. Un canon que va siendo barrido lenta, pero sistemáticamente, de la conciencia de los españoles, aunque todavía quede para muchos una memoria difusa del mismo.

La divulgación no tiene solo que ver con el conocimiento del pasado. Es un elemento de formación cívica, de espíritu crítico y de concienciación moral. Debemos saber de donde venimos para saber adonde vamos. Cuantos más sean los ciudadanos que estén informados sobre el pasado mejor estarán dispuestos a establecer continuidades y discontinuidades en la evolución de la política y de la sociedad. En este sentido, el libro de Ibáñez Salas muestra con lucidez las muchas sombras, y los pocos claros, de un régimen como el pasado sobre el cual siguen pesando las apisonadoras de la desmemoria y de la manipulación.

Ángel Viñas

Bruselas, noviembre de 2012

El franquismo

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