Читать книгу Las aventuras del jabalí Teodosio - José Manuel Domínguez - Страница 12
ОглавлениеTemas tratados
•Usar diferentes fuentes de información.
•Disfrutar del camino tanto como del destino.
•Modales en la mesa.
•Higiene personal.
•Competitividad bien entendida.
Comentarios
El primer capítulo de las aventuras de Teodosio sirve como introducción a los personajes que le acompañan en el bosque y también como una descripción de la vida del jabalí y de su mundo. No se produce una introducción de conceptos muy complicados, sino que está caracterizado por un buen número de episodios de tropezones y coscorrones, en cantidad superior al de capítulos posteriores. Aun así, contiene algunas ideas interesantes de transmitir.
La primera de ellas es la conveniencia de acudir a varias fuentes para estar bien informado. Teodosio había oído diversas historias sobre los tres cerditos y el lobo, pero decide ir a visitar a los protagonistas y piensa que ellos le relatarán de primera mano los sucesos del cuento. Aunque a primera vista parezca un consejo elemental, resulta más necesario y actual que nunca.
Existe hoy en día una sobreexposición a información sin contrastar y a fuentes de dudosa procedencia y credibilidad. El reto actual y futuro es ser crítico con todo aquello que se recibe, analizarlo y cuestionarlo, y verificar que la procedencia es completamente fidedigna. Elegir bien significa buscar varias alternativas fiables. En algunos países se está legislando para obligar a los grandes gigantes de Internet (Facebook, Twitter, Youtube, etc.) a revisar los contenidos que los usuarios publican, haciéndolos responsables de posibles discursos de odio, racistas, engañosos o peligrosos para la salud. El problema radica en que a veces es difícil determinar cuándo o qué pasa la raya de lo peligroso, y es fácil caer en exceso de celo y acabar en recortes injustificados de la libertad de expresión. Lo ideal, por supuesto, es que el lector o internauta tenga toda la capacidad crítica para filtrar él mismo la información falsa o perniciosa. Si las futuras generaciones no son capaces de discernir por sí mismas, acabarán por delegar estas tareas en organismos gubernamentales, con el consiguiente riesgo de manipulación por parte de esas administraciones y de pérdida de libertad de información, que es una de las bases de las sociedades libres.
La segunda idea presente en el cuento es la de disfrutar del camino en un viaje y no solo del destino, como hace Teodosio al tomarse tiempo para parar en su recorrido a la casa de sus primos. El turismo en las décadas finales del siglo XX e iniciales del XXI no ha hecho sino crecer continuamente. Los viajes al extranjero, que eran completamente infrecuentes hasta bien entrada la centuria pasada, se han convertido en moneda corriente en países desarrollados y en vías de desarrollo. Sin embargo, esta evolución hacia el turismo de masas ha llegado a veces a convertirse en una carrera sin sentido por llegar a un destino, hacerse varias fotos y compartirlas en las redes sociales, como si fuera un concurso televisivo de la caza del tesoro.
En contraste con esa tendencia, uno de los aspectos que más me gustaba de los viajes del coro universitario, en los años en los que fui cantante aficionado, era que cuando viajábamos a un país para una gira lo hacíamos con bajo presupuesto y ello nos obligaba a recovecos, tramos largos en autobús sin otro plan mejor que mirar el paisaje por la ventana o charlar con los otros cantantes y, sobre todo, a hospedarnos en lugares insospechados, desde clubes deportivos en Rosario (Argentina), hasta un seminario en Málaga o una residencia universitaria en Portugal o Polonia. Incluso a veces nos alojábamos en las casas familiares de los coralistas con los que hacíamos el intercambio. Eso nos hacía penetrar en la vida de la gente común de la región que visitábamos y conocer el país como ningún turista de turoperador podría hacerlo. A ello se unía el dar conciertos en una iglesia ortodoxa búlgara o en un salón del Teatro Colón de Buenos Aires (Argentina), también en un auditorio universitario de Lille (Francia) o de Valdivia (Chile). A ninguno nos importaba hacernos la foto en un punto turístico conocido porque el destino del viaje nunca era un lugar famoso. Sin embargo, todos disfrutábamos increíblemente con esos giros inesperados y lugares imprevistos encontrados durante la expedición. Quizás sea mejor volver a esas aventuras en los que el destino no es tan importante como el viaje en sí.
En este capítulo se habla también de un tema que puede parecer pasado de moda y provocar un alzado de ceja escéptico en algún lector, como son los modales en la mesa y la higiene personal. Recuerdo que un grupo de compañeros de carrera fuimos en alguna ocasión a la segunda residencia que los padres de uno de nosotros tenían en Peñafiel (Valladolid). Era una casa de campo entre cuyas estanterías de libros, con décadas de antigüedad y polvo en sus lomos, se encontraba uno de urbanidad y buenas costumbres. Mientras asábamos las chuletillas de lechazo en una parrilla, nos reíamos muchísimo leyendo en voz alta aquellas normas tan anticuadas, que dictaban hasta la disposición que había que adoptar para caminar por la calle en grupo. Tenía en consideración cualquier combinación de personas como, por ejemplo, dos hombres y una mujer, o dos mujeres y un hombre, de según qué edades.
En el extremo contrario, en la sociedad norteamericana, donde ahora vivo, se prima el sentido práctico y se ignora el juicio que los demás puedan hacer del comportamiento, modales o aspecto de uno. Si bien esta actitud puede ser muy liberadora, también puede llevar al espectáculo de personajes en pijama comprando en el Wall-Mart o comiendo en un restaurante y vistiendo una camiseta con varios rotos. Incluso hay una página web (www.peopleofwalmart.com) que colecciona fotografías de clientes estrafalarios de estas grandes superficies.
Creo que los modales deben adquirirse desde niño buscando la virtud en el punto medio. Si bien no deben llevarse al extremo de ser esclavizantes o exagerados, o de no poder romperse cuando la ocasión lo aconseje, una persona que carezca de ellos causa una mala impresión, a veces inconscientemente, de la que es difícil librarse. Siguiendo el dicho, no hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión.
Por último, este primer capítulo dedica una buena parte al juego (en este caso el parchís) como metáfora de la competencia. Hay una corriente de pensamiento actual que contrapone la competitividad a la colaboración, colocando a la primera como la actitud a evitar y la segunda como la que, de adoptarse por la mayoría, libraría a la humanidad de todos los males que la aquejan. Naturalmente, cuando vamos a comprar un bien o contratar un servicio, todos, incluidos los detractores de la competitividad, elegimos el que nos ofrece una mejor relación calidad-precio y es, por lo tanto, el más competitivo. Es más, en entornos como el deporte o el juego, si desaparece la competencia se pierde por completo el propósito de la actividad.
Tras discutir y pensar largamente sobre el asunto, he llegado a la conclusión de que el problema de la competitividad mal entendida viene de tomar ante la competencia una actitud de ganar a toda costa y de caer en la desesperación, o llevar incluso a la trampa, si se pierde. Lo que intenta explicar este capítulo es cómo ser competitivo, pero manteniendo el fair play y aprendiendo tanto a perder como a ganar con elegancia. Para mí, lo ideal es colaborar para competir, hacerlo de manera sana y justa, utilizando las derrotas para aprender y las victorias para dar ejemplo de ganar con elegancia.