Читать книгу Las aventuras del jabalí Teodosio - José Manuel Domínguez - Страница 15
ОглавлениеTemas tratados
•Organizar tareas cotidianas.
•Rigidez de normas.
•Respeto a los demás en lugares públicos.
•Amabilidad con los vecinos.
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Este capítulo, de manera análoga al primero, abunda más en episodios divertidos que en enseñanzas, pero no está exento de ellas. La primera aparece cuando se explica cómo los tres cerditos tienen organizada una despensa de tal manera que saben, inequívocamente, el momento en el que tienen que comprar más comida. La llegada del último envase como antesala de una certeza: la necesidad de reponer sus víveres.
Esta descripción está inspirada, aunque evidentemente es una versión extremadamente simplificada, en los sistemas de organización de inventario Kanban, en la filosofía de producción Lean. En realidad, el ejemplo del cuento se limita a definir un punto de reorden (que es cuando solo queda en la despensa un artículo de una clase específica) con un sistema de identificación que es la hojita roja colocada entre el último y penúltimo paquete en la despensa. Aunque pueda parecer moderno, algunos métodos de este tipo son muy antiguos.
En el caso del papelito rojo que narra el cuento, me inspiré en una lectura de la novela “La hoja roja”, de Miguel Delibes, en la que describe cómo, en los antiguos paquetitos de papel de fumar, el fabricante introducía uno de ese color que aparecía cuando el usuario había alcanzado los cinco últimos del envase. De esa manera indicaba al fumador la conveniencia de ir comprando otro paquete.
En general creo que la vida doméstica ofrece muchas oportunidades para la aplicación de prácticas Lean, cumpliendo un doble objetivo: facilitar las tareas diarias e imbuir el espíritu de eficiencia característico de esa filosofía de trabajo en los niños.
Durante mi etapa de estudiante de bachiller aficionado a la ciencia y tecnología, vi una escena (no recuerdo en qué película) en la que unos ingenieros programaban un robot para cruzar el paso de peatones en verde y detenerse cuando estaba rojo. El problema de los robots y los sistemas informáticos es que siguen un conjunto de normas estrictas. En la película, a mitad del recorrido, el semáforo se ponía rojo para los peatones (y lógicamente verde para los coches) y el autómata se detenía en mitad de la calle para desesperación de los conductores.
Eso exactamente es lo que le pasa a Teodosio en el cuento, ejemplificando el estilo de pensamiento hasta ahora limitado de las máquinas, capaz de ser esquivado por los humanos en virtud de nuestras habilidades de pensamiento abiertas, que intentan recrearse con la inteligencia artificial. Naturalmente, esto sirve como advertencia de que los humanos no somos robots, en el sentido más limitado de la palabra, y hemos de ser capaces de darnos cuenta de cuándo una regla ya no es aplicable porque no se estableció para tratar con la situación que estamos viviendo. Este episodio puede servir para enfatizar en los más pequeños la necesidad de respetar los semáforos.
La parte cómica la extraje de un chiste que mi hermano mayor me contaba de niño mientras hacía manualidades de marquetería, cortando láminas de madera de ocumen con una sierra de pelo, que yo le hacía repetir una y mil veces. Como la mayor parte de los contenidos del capítulo uno y dos de las aventuras de Teodosio, no es más que una versión más de una vieja historia que puede remontarse a la fábula “El ratón de campo y el ratón de ciudad”, escrita por Esopo y que ejemplifica la sorpresa y desconcierto del habitante del mundo rural ante los usos y costumbres de la ciudad.
Aunque es un tema que está tratado en un capítulo posterior, en esta historia también se habla del respeto a los demás en los lugares públicos. El asunto aparece al proponer el jabalí organizar una carrera de carritos de la compra por el súper, pidiéndole su primo que no lo hiciera porque molestaría a los demás. Lamentablemente cada día abundan más los padres que educan a sus hijos con pocos límites, bien por dejadez o bien por decisión deliberada, intentando crear una suerte de personalidad expansiva que acaba por ser muy irritante y fuente de toda clase de conflictos en la vida adulta, cuando se encuentran dos personas que se creen con derecho preferencial a todo y chocan en su intento de salirse con la suya. A este problema se añade el de que, en algún momento de las últimas décadas, la sociedad ha evolucionado en una dirección que asume que el único que puede llamar la atención a un niño es uno de sus padres. Me parece un error garrafal y estoy de acuerdo con el proverbio popular que indica que “para educar a un niño hace falta la tribu entera”. Creo que debemos hacer el ejercicio de humildad de dejar que otro adulto reprenda a nuestro hijo cuando hace algo mal, ya sea su maestro (evidente), el portero del edificio o un viandante cualquiera. Dando un salto al mundo empresarial, es imposible que solo el jefe, o un mentor, guíe el camino de un profesional. Todos necesitamos de la tutela, consejo y apoyo del resto de la organización, en cualquier nivel. Aconsejar o señalar el error de alguien es incómodo, pero es algo en lo que debemos entrenarnos para implantar la mejora continua.
Por último, también se habla del comportamiento hacia los vecinos. En las comunidades de hace unas décadas, los residentes se conocían desde hacía muchos años. Se comprendían y apoyaban. Este tipo de complicidad se ha ido desvaneciendo en la vida actual, en la que cada vez más las nuevas tecnologías nos permiten relacionarnos con la gente que elegimos, así vivan al otro lado del océano, en lugar de la gente cercana.
He experimentado esto de manera agravada al cambiar de país. John Dos Passos, escritor americano amante de España, explicaba el contraste contrario, que comprobó al vivir en España: que la vida mediterránea era mucho más social que la de los países anglosajones, donde la gente llevaba muy pocas generaciones viviendo en ciudades y, por lo tanto, seguía comportándose hacia los vecinos con la desconfianza de quien aún reside en una cabaña aislada en mitad de un bosque hostil. Efectivamente, durante más de un año viviendo en mi casa de Florida (Estados Unidos) solo intercambié una breve conversación con el vecino de al lado, a cuenta de un huracán monumental que se nos venía encima. No volvimos a hablar y un buen día, meses después, su familia se mudó y ni siquiera se tomaron la molestia de despedirse. En contraste, mantenemos una buena relación con el vecino del otro lado, con confianza suficiente para dejarles las llaves de casa al salir de viaje.
Está comprobado que la cantidad y calidad de las relaciones sociales lleva a vidas más saludables y largas. Creo que se debe trabajar la relación con los vecinos y el episodio de la garza Eufrosina, que acudió al hogar de los tres cerditos a pedirles un poco de sal, es solo una muestra de este aspecto social.