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El piano, el universo
y los humanos

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El templo se erguía majestuoso en medio de montañas, árboles enormes y cascadas sonoras. El joven monje descendió las escaleras de la puerta principal y caminó lentamente hacia un lago cercano. Se sentó sobre una gran roca, al borde del mismo. Apoyó sus codos sobre las rodillas y, sosteniendo su rostro con ambas manos, fijó su mirada en la lejanía. Estuvo un largo tiempo en actitud contemplativa, la cual fue interrumpida por el crujido típico de hojas secas. Eran los pasos de un anciano de considerable estatura y larga cabellera blanca. El muchacho se levantó inmediatamente al verlo e hizo una reverencia, que fue correspondida. Luego el anciano, mirándolo a los ojos, movió la cabeza en señal de aprobación y le dijo:

—Hay algo en tu interior que ha quebrado tu armonía. ¿Qué te ocurre?

—No sé si podría explicarlo con claridad Maestro, es que mis pensamientos a veces se hacen confusos.

—¿Y qué es lo que te confunde?

—He visto imágenes del último tsunami y no logro quitar de mi mente esas imágenes tan desgarradoras. No alcanzo a entender por qué ocurren cosas tan atroces en el mundo. Si existe Dios, o su acrónimo Divina Inteligencia Omnipotente Suprema como tú lo llamas ¿por qué permite que haya hambre, guerras, enfermedades y otras calamidades? ¿Acaso no está a su alcance terminar con tanta miseria en el mundo, ya que es todopoderoso y benévolo?

El Maestro quedó pensativo un momento y luego dijo:

—¿Quieres acompañarme?

Acostumbrado al desconcierto que generalmente le ocasionaban las respuestas y las acciones del Maestro, el discípulo asintió y ambos se dirigieron silenciosamente al templo. Al llegar, el Maestro se adelantó e hizo un ademán al joven para que lo siguiera al interior de una gran sala, en el centro de la cual había un hermoso piano de color caoba. Sin decir una palabra, el maestro se sentó ante el piano y comenzó a ejecutar una armoniosa melodía durante unos minutos. Al terminar, se dirigió al muchacho:

—¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado?

—Maestro, ¡fue una de las sinfonías más sublimes que he oído jamás! ¿Cómo es que tienes tanta habilidad con el piano? Nunca mencionaste siquiera que tenías conocimientos de música. ¿Cuál es el nombre de esa pieza? ¿Podrías continuar tocando por favor? ¿Por qué no…?

Haciendo un gesto con sus manos, el Maestro le interrumpió:

—Espera un momento, quiero que sigas prestando atención.

Y nuevamente colocó sus manos sobre las teclas y comenzó a pulsarlas. Esta vez la cara del discípulo se fue transformando en una mueca. Al cabo de un corto lapso, la música cesó.

—¿Y ahora? ¿Qué opinas de este tema?

—No te ofendas Maestro pero en verdad no me ha gustado. ¿Cómo es posible que hayas ejecutado una melodía tan armoniosamente y la siguiente de manera tan desagradable? ¿Acaso lo has hecho a propósito?

—Hijo, en lo que has visto y escuchado, está la respuesta a esas dudas que se roban tu paz interior.

Extrañado, el discípulo quedó en silencio unos minutos y luego, con un gesto de frustración, exclamó:

—Lo siento Maestro, pero… ¿a qué te refieres?

—¿Sabes por qué te resultó agradable la primera melodía? Simplemente porque pulsé las teclas correctas, de modo que cada tecla y cada combinación de ellas produjesen el sonido perfecto para el que fueron programadas. Por el contrario, al no respetar el orden ni la secuencia ni la función de cada una de ellas, el resultado obtenido ha sido desastroso. Cada tecla responde a la presión con un sonido determinado; si pulsas la tecla correcta, obtendrás el resultado correcto, pero si consciente o inconscientemente te equivocas, producirás el sonido equivocado.

—Maestro, entiendo la ley de causa y efecto, pero sigo sin comprender la pasividad de Dios.

—¿Pasividad? Piénsalo bien: cuando estableces una serie de directrices, reglas o normas, estás actuando. Hace miles y miles de años, interpretadas de diversas maneras por diferentes creencias pero manteniendo su esencia, La Divinidad nos dejó como legado una serie de enseñanzas. Algunas religiones las llamaron “mandamientos”. El universo se rige de manera análoga al piano: todas las condiciones están dadas para que el mundo sea un lugar justo y maravilloso, siempre y cuando el ser humano “pulse las teclas correctas”, esto es, actúe bajo las direcciones establecidas. Tenemos libre albedrío para decidir cómo queremos actuar.

El rostro del joven se distendió y sus ojos brillaron de entusiasmo:

—¡Creo que entiendo! Si la Divina Inteligencia Omnipotente Suprema interviniese, se estaría contradiciendo, ya que estaría modificando las consecuencias de nuestras acciones, y de ese modo nuestra “libertad de elección” sería falsa, pues aun cuando actuáramos incorrectamente, podríamos obtener un justo resultado, y viceversa.

—Verdad. Nada puede hacer ella si los hombres tan solo obtienen discordancias como consecuencia de la errónea “ejecución del piano”.

Una vida consciente

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