Читать книгу Una vida consciente - José María Castillo - Страница 8

El basurero

Оглавление

“Tan pronto como puedas, saca la basura” decían mis padres. Nunca había comprendido del todo el significado profundo de esas palabras. En más de una ocasión los escuché repetírselas el uno al otro, pero recién después de perderlos caí en la cuenta de las situaciones en que sucedía.

La última vez ocurrió cuando uno de mis hermanos mayores tuvo un problema: mamá sollozaba y hablaba sobre todas las consecuencias negativas que acarrearía el hecho, pero tan pronto como mi padre le dijo esa frase, comenzó a calmarse. La misma escena se repetía cuando era papá el que pasaba por un mal trance y mamá lo tranquilizaba de igual manera. Sin duda funcionaba como una sugestión que los serenaba, y se daba especialmente en circunstancias adversas.

Era aún pequeño cuando perdí a papá, y mamá falleció unos años más tarde. Un día de invierno, fui al altillo para ordenar las cosas que se encontraban allí. Lleno de recuerdos agridulces, subía unos minutos cada día. Había comenzado por armar una especie de biblioteca sobre una de las paredes laterales, para acomodar ahí cualquier material de lectura que encontrase: libros, revistas, diarios, hojas sueltas, etc. En una de esas ocasiones, me llamó la atención un pequeño librito, curiosamente bien conservado a pesar de su fecha de edición: 1985. En su tapa figuraba una escoba empujando varios objetos hacia una pala de basura, y su título era, justamente, “Saca la basura”. Lo llamativo era que observando detenidamente la ilustración, los diminutos desechos eran en realidad latas de gaseosas, restos de papas fritas, discos de vinilo, recortes de periódicos, cigarrillos, hojas de revistas y restos de una cámara fotográfica.

Comencé a hojearlo y me atrapó de inmediato. Relataba la historia de una abuela que había quedado a cargo de su nieta, a la cual iba guiando por los caminos de la vida a lo largo de su niñez y adolescencia. “Tu cuerpo es tu casa, hija, y debes cuidarlo con esmero” le decía una y otra vez. A través de todo el libro, la mujer iba fijando en la mente de la joven toda clase de consejos, hábitos y conductas, valiéndose de ingeniosas explicaciones y analogías.

En una ocasión, la niña padecía una fuerte molestia estomacal, y mientras descansaba y bebía las infusiones de la abuela, esta le explicaba: “Así como no permitirías la entrada de un ladrón a la casa, no debes dejar que entren malos alimentos a tu organismo”.

En otra oportunidad se había enterado de que su nieta, arrastrada por sus compañeras de clase, había estado fumando. Al día siguiente, cuando la adolescente llegó a su casa, se encontró con una fogata en su habitación; aunque pequeña, la hoguera estaba cubierta con yuyos verdes, por lo cual el humo impregnaba cada rincón. La niña salió corriendo, mientras llamaba a la abuela en busca de ayuda. La ancianita, de muy buen talante pero sin decir palabra, tomó una pava con agua y acompañó a su nieta a la pieza, apagó el fuego y juntas limpiaron el piso. Luego, ante la mirada interrogante y desconcertada de la chica, se limitó a decirle: “Ah hijita, sólo quería recordarte que tu cuerpo es tu casa. La atmósfera irrespirable con todos los efectos dañinos que has visto, es lo que te haces a ti misma cada vez que fumas. Toda basura debe permanecer fuera de tu casa”.

Sobre el final del libro, la anciana, de muy avanzada edad pero con su lucidez intacta, sostiene un diálogo con su nieta, ya convertida en profesional:

—Me alegra que hayas venido a visitarme hija, sabes que quizás esta es la última vez que nos veamos.

—¡Vamos abuela! Ayer mismo me contaste que te encontrabas perfectamente, y la verdad es que ¡te ves estupenda!

—Gracias querida, claro que estoy bien pero todo debe acabar. Mi misión fue criarte y hacer de ti una mujer de bien, y con la ayuda de Dios, creo haber cumplido, así que pronto será hora de descansar. Pero déjame hacerte una pregunta; si te pidiera que en pocas palabras me dijeses qué es lo más importante que has aprendido durante el tiempo que estuvimos juntas, ¿qué me dirías?

Con los ojos bañados en lágrimas y forzando una sonrisa, la mujer respondió: “¡Que mi cuerpo es mi casa, y que cada día debo sacar la basura!”.

Al terminar la lectura comprendí dos cosas: el porqué de la manera en que fui criado, y el simbolismo de la portada: las latas y las papas fritas hacían referencia a los “alimentos basura”, los discos apuntaban a las “basuras auditivas” de los medios de comunicación y de ciertas personas: chismes, críticas, desastres, asesinatos, etc.; los cigarrillos aludían a toda clase de vicios, en tanto los textos y la cámara representaban las “basuras visuales” que solemos leer y ver.

Una vida consciente

Подняться наверх