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Cómo cambió el paradigma. Adaptarse o morir

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Para apreciar hasta qué punto el futuro se acelera —y para tratar de entrever qué es lo que al fin y al cabo puede terminar por convertirlo en utopía o distopía— vamos de aquí en más a echar mano a la historia, tanto a la muy antigua como a la más reciente. Vamos a explorar cuáles son las lógicas y fuerzas que traccionan este proceso de digitalización en el que, todavía un poco perplejos, nos encontramos del todo inmersos. Vamos, también, a meternos con la nueva política, y con lo que sucede en el ámbito de las empresas; y con los nuevos liderazgos, y con los trolls y las fake news y los influencers. Vamos a hablar de robots, y de los estragos que la concentración económica es capaz de generar. Vamos a reflexionar acerca de cómo un virus cambia el mundo en poco tiempo y para en seco este ritmo endiablado en el que tendemos a vivir. Vamos a usar la imaginación. Y a ponernos críticos. Vamos, en definitiva, a intentar pensar unas líneas de acción que al mismo tiempo resulten actuales, posibles y audaces.

Lo decíamos recién: el futuro se acelera. El progreso tecnológico de los últimos años, y particularmente tras la aparición de Internet, ha multiplicado los retos y las oportunidades. La aceleración de la innovación tecnológica sumada a la aparición de nuevas tecnologías y de modelos de negocio disruptivos —y sus efectos económicos y sociales— están haciendo que se viertan ríos de tinta sobre aspectos como el impacto en la productividad, el empleo y las formas de producción y consumo.

El uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) no es nuevo. Los primeros ordenadores con aplicaciones comerciales se pusieron en funcionamiento en los años cincuenta y sesenta, y con la llegada en los ochenta del ordenador personal esa utilización se generalizó tanto en las empresas grandes como en aquellas medianas y pequeñas. Tampoco resulta reciente la mecanización de las cadenas de montaje en sectores como el de la automoción.

Sin embargo fue recién a partir de los noventa que se produjo la aparición y expansión de Internet, y fue entonces cuando el ya disparado proceso de cambio se aceleró hasta unos límites nunca vistos. Gracias a las economías de escala que la red genera asistimos a un aumento prácticamente exponencial en la adopción de las nuevas tecnologías. Según datos del Mckinsey Global Institute la radio necesitó 38 años desde su invención para lograr 50 millones de usuarios. Internet requirió de tres, y la aplicación Pokemon Go lo consiguió en solo… ¡19 días! Esta aceleración de la innovación tecnológica imprime una velocidad de cambio que reclama de nuestra parte una constante adaptación.

En medio de esa vorágine surgen nuevos modelos de negocio que, basados en las nuevas tecnologías, amenazan con transformar industrias enteras otrora consideradas intocables por el hecho de estar sólidamente establecidas. Empresas centenarias como Kodak, con más de 130 años y un incontestable liderazgo en el terreno de la fotografía, se derrumbó en menos de una década. La compañía que había alcanzado su máximo de capitalización bursátil en la década de los 90 con 30.000 millones de dólares se declaró en bancarrota en 2012, apenas diez años después de la aparición de las primeras cámaras digitales de consumo masivo. Si no fuera por su reciente (y aun incierta) reconversión a la industria farmacéutica, la clásica firma fotográfica ya hubiera desaparecido. Similar suerte corrieron desde discográficas hasta firmas editoriales, pasando por medios de comunicación y empresas de distribución minorista.

La revolución no solo ha afectado a compañías tradicionales: también a aquellas que basaron su innovación en modelos de negocio analógico. Blockbuster fue fundada en 1985 con un modelo basado en el alquiler de películas VHS y DVD para consumo doméstico. En 2004, con más de 9.000 locales, Blockbuster era el líder mundial de distribución de películas para hogares. Seis años más tarde, en 2010, la compañía se declaraba en quiebra. Nokia, que lideró el mercado de los teléfonos móviles durante casi una década, llegó a tener una capitalización bursátil de 260.000 millones de dólares. Diez años más tarde, vendía su división de móviles a Microsoft y cotizaba con un valor un 90 por ciento inferior. En aquel momento —año 2002— Apple mantenía una capitalización bursátil de 22.000 millones de dólares, diez veces inferior a la de Nokia. A mediados de 2018, su capitalización bursátil se situaba en más de un billón de dólares, lo que significa… cincuenta veces más.

De las cinco compañías que hoy dominan la economía digital –Apple, Google, Microsoft, Facebook y Amazon— dos fueron fundadas a mediados de los setenta, otras dos en el cambio de milenio y una hace poco más de una década. Mientras tanto, gigantes tecnológicos como IBM, que habían ocupado durante años los puestos más altos del Fortune 500, se sumergían hasta el puesto 32 en la lista de 2017. Estamos viviendo un cambio de escenario económico y empresarial de primera magnitud, un cambio en el que las grandes e históricas compañías observan cómo una segunda oleada de firmas de rápido crecimiento se suma ahora a la carrera. Ese proceso configura un nuevo orden económico mundial.

Pero estos cambios no solo están afectando al mundo de la empresa y la economía, todos los sectores atraviesan profundas transformaciones a las que deben hacer frente si es que quieren sobrevivir. Los medios de comunicación han sufrido una verdadera revolución: ahora los consumidores de contenidos también los crean. Ha nacido el «prosumidor» y la red terminó llenándose de influencers que pasan de anónimos a tener millones de seguidores. El ruido que no permite prestar atención a una conversación ya no es exclusivo de los bares: Internet explota de noticias falsas que se propagan a la velocidad de la luz, de trolls que increpan a quien se les cruce para sacar de las casillas a sus interlocutores, de activistas que cual clones defienden a personas o causas sin criterio propio, de bots que bajo un falso aspecto humano propagan dudosa información. Ya nada es lo que parece. La ficción se mezcla con la realidad sin que sea tan fácil distinguir qué es verdad. La tecnología, las apps, el big data y la inteligencia artificial se han convertido en herramientas clave para vencer a los virus y frenar las pandemias.

En esta revolución digital los representantes públicos utilizan las redes sociales como tablones de anuncio y no como medio para conversar y escuchar a un mayor número de personas. Grupos de activistas pueden organizarse rápidamente y conseguir a través de las redes sociales viralizar su causa por todo el mundo, convirtiéndose en un problema para los líderes que no saben o no han entendido cómo gestionar la nueva realidad. Surgen movimientos que crecen a toda velocidad y de la misma forma desaparecen, como si nunca hubieran existido.

Estamos por lo tanto en pleno proceso de destrucción creativa y de aparición de nuevos modelos y nuevas oportunidades, pero también de nuevas amenazas para los sectores tradicionales. Lo relevante no es tanto el cambio como la velocidad de este cambio y la capacidad que tienen las instituciones, tanto públicas como privadas, para adaptarse a la transformación. El constante proceso innovador ha llevado a difuminar las divisiones entre consumo y producción, entre bienes y servicios, entre la propiedad y el acceso, entre representante y representado, entre informadores y receptores de esa información. Los nuevos modelos hacen que una de las principales compañías mundiales de alojamiento no tenga una sola cama a su nombre; que la empresa de transporte de pasajeros que está transformando el paisaje urbano no tenga un solo vehículo bajo su custodia; que el mayor distribuidor global de bienes de consumo no haya tenido hasta hace poco alguna tienda abierta en algún lugar del planeta.

Podemos seguir soñando con que recuperaremos nuestros empleos estables de por vida, o pensando que basta con los actuales sistemas de protección social. Pero en medio de esta nueva realidad resulta muy difícil poner puertas al campo. Deberíamos, mejor, afrontar los hechos tal y como están ocurriendo y replantear nuestro modelo social para hacer frente a los renovados retos. Ha llegado la hora de afrontar la nueva situación y actuar en consecuencia, sin mirar hacia otro lado, sin mantener la ilusión de que algún día volveremos a la vieja realidad, sin basarnos en un modelo que delante de los ojos se nos evapora. Por eso es importante hacer una reflexión acerca de cómo el avance de la tecnología irá influyendo en cada uno de los sectores, para buscar las respuestas y propuestas más adecuadas y garantizar un modelo de sociedad razonable.

Manifiesto por una izquierda digital

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