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Oído espía

—Lo siento, caballero, pero no puedo venderle el producto.

—¿Por qué?

—La compra debe hacerla una persona mayor de edad.

—Si no estoy usando tarjeta. Le voy a pagar al cadete cuando entregue la mercadería en mi casa, en efectivo. ¿Cuál es el problema?

—Las compras telefónicas están reguladas.

—Pero si voy a un negocio me lo venden.

—Este producto no está disponible en tiendas.

—Y entonces, ¿qué solución me dan?

—Lamentablemente ninguna. Lo siento, caballero. Adiós y gracias por comprar.

Click. Tuuuu…

¡Me cortó! ¡Es para matarlo! No me vende porque soy menor, pero me dice caballero. Y encima me agradece por haber comprado. ¡Si no me dejó! Es un robot. Tiene el casete puesto y repite siempre lo mismo.

—¿Cuánto es?

—¿Cabina?

—Dos.

—Veinticinco centavos… Ay, gracias por el cambio. No hay monedas, es un desastre. Acá tenés el ticket, hasta luego.

—Chau.

Con lo que me costó ahorrar los 99 pesos para comprar el aparato, y los 20 para gastos de envío. Carísimo, ya sé. Pero es el único lugar donde lo venden. Lo necesito urgente. No sé cómo lo voy a conseguir. Ahí viene el 23, mejor lo corro. Si lo pierdo llego tarde y no quiero ver la película empezada.

—¡Momento! Gracias… Un peso.

¿Por qué no lo venden en negocios? Nunca entendí eso. Debe ser parte del curro, para subir el precio. Además, tienen que cubrir el gasto de la publicidad en televisión. Uh, este colectivo, siempre lo mismo. Cuando agarra Paraná el tránsito se pone imposible. Puede tardar diez minutos en hacer las cuatro cuadras hasta Corrientes. ¿Y eso? Nooo… No puede ser. ¿Y la película?… Ma'sí. Yo me bajo.

Riiiing.

—¡La puerta!

Riiiing.

—¿No podés esperar a la parada, nene?

—No, sí. Perdón. Es que…

—A ver si nos tranquilizamos, ¿no?

—Todo bien… Disculpá.

Era muy parecido. Pero no ando con la plata encima. ¿Qué hago? ¿Vuelvo otro día? El lugar ya lo identifiqué. ¿Sigo viaje? ¿Voy al cine como tenía previsto y vengo mañana con el dinero?

—¿Y, nene? ¿No estabas apurado?

—Ah, sí, perdón.

Que espere la película. En el colectivo no podía seguir, me miraban todos, me daba vergüenza. ¿Y si la sacan? Lleva varias semanas en cartel y la pasaron a una sala muy chica. Bueno, de última me queda el video. No es lo mejor, pero… ¡Sí, es idéntico! Un poco descolorido. Por el sol que pega en la vidriera, supongo. Pero es la misma marca, todo.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Estoy buscando un aparatito que tienen en exhibición… “Oído espía” se llama…

—Ah, sí. ¿Cuántos quiere?

—No, bueno. Sería uno, pero primero quería confirmar el precio.

—A ver la lista… Quince pesos.

—¿Quince pesos?

—¿Le parece caro?

—No, no, es que… Tenía pensado… No sé, otra cosa…

¿Quince pesos? Tan barato no puede ser. Los otros lo venden a 99. Tiene que haber un error, yo aprovecho… O capaz que este es trucho, no funciona, está roto…

—Viene con pilas incluidas, pero son muy malas. Se sulfatan y le arruinan el artefacto. Le recomiendo comprar otras, salen cinco pesos.

—¿Puedo probarlo?

—Por mí con todo gusto, pero el blister viene cerrado. Y una vez abierto, ¿a quién se lo vendo? Además hay una razón de higiene, por los auriculares…

Mmm… ¿Qué hago? ¿Lo llevo? Veinte pesos con pilas de buena calidad… Es baratísimo. Me ahorro cien pesos. Pero si no anda…

—Tiene garantía. Si no funciona, se lo cambio.

—Entonces lo llevo.

Tan malo no puede ser. Es el mismo que se ve por televisión. Menos mal que no me lo vendieron. Son unos delincuentes, cobran cualquier cosa. De última vengo y lo cambio. Salí con cuarenta pesos en el bolsillo, me quedan veinte. Puedo ir al cine igual. No es tan tarde. Todavía llego.

—Así está bien. No hace falta que lo envuelva.

—Bueno, pero al menos le doy una bolsita.

—Gracias.

—Hasta luego, que lo disfrute. Y ya sabe. Cualquier problemita...

—Sí, sí, chau…

Al cine no voy nada. Llegaría demasiado justo y prefiero ir con tiempo, ver las publicidades… Además, ¡por fin tengo el “Oído espía”! Quiero probarlo, ver cómo funciona. Pero no puedo sacarlo acá en el colectivo. Hay demasiada gente. El tamaño es discreto. Se parece a un reproductor de MP3. Pero el color naranja y las letras amarillas lo hacen demasiado vistoso. Dice claramente de qué se trata, y puede leerse de lejos.

Los auriculares son normales, de esos que se meten en la oreja. Me los pruebo... Yo hago el intento. Total, estoy sentado en el último asiento. Y si maniobro con mis manos adentro de la bolsa, no se ve nada. ¿Qué saben si estoy con mi aparato de escuchas clandestinas o si estoy eligiendo la factura que me voy a comer? Abro el blister, pongo las pilas buenas, prendo el aparato, subo el volumen y…

¡AAIOUUU!

¡Qué feo ese acople! Es una porquería. Ah, no. Eso fue porque el micrófono apuntaba al walkman del tipo que está parado adelante. Pero si ahora lo dirijo hacia los distintos pasajeros que están hablando más lejos…

—Mamá...

—Basta, Catalina. ¿Cómo te voy a comprar un celular? Todavía no cumpliste siete años.

—Me fue pésimo.

—Vos siempre decís así y después aprobás con nueve, diez. Sos un traga.

—¿La próxima es Boedo, joven?

—Sí. Apenas dobla, ahí tiene la parada.

Me río solo. Me da la sensación de que me están mirando. Pero no. Nadie me observa. Si alguien lo hace es de manera accidental, como se cruzan los ojos en el colectivo. Nada más. Las voces llegan amplificadas a mis oídos. Hay ruido en el medio, porque el aparato también incrementa los sonidos del ambiente. Un bocinazo puede romperte los tímpanos. Pero rápidamente aprendo a dirigir el micrófono con precisión, y a hacer las mediciones correctas en la escala de metros, para que el equipo capte las conversaciones de las personas que elijo. Ni más adelante, ni más atrás. ¡Uy, no, me pasé!

Riiiing.

Venía tan entretenido. Mirá hasta dónde me lleva, hasta avenida Caseros. No importa. Camino. Son como diez cuadras, pero estoy contento. Además aprovecho y sigo probando en la calle. Ah, pero acá también hay un negocio de electrónica. Iba a ir al de la avenida San Juan. Pero ya que estoy…

—Andaba buscando un cable de auriculares de veinte metros de largo.

—¿Eh?

—Sí, un cable común, de reproductor de audio, pero que mida veinte metros.

—No vienen en esa medida. ¿Para qué lo querés?

—Eeeeh…

—Una vez a un cliente le armé algo así. Porque al tipo le encantaba escuchar música a todo volumen, de noche. Vivía al revés. Dormía de día. Y en la casa, imaginate, lo querían matar. Entonces probó con esos auriculares inalámbricos.

—Sí, no, pero yo…

—No hubo caso. Tenía interferencias. Arrancaba la heladera, una heladera de esas viejas, grandotas, una Siam, y perdía la señal por dos segundos. Y perder dos segundos de un tema de Iron Maiden lo ponía loco. Heavy metal encima escuchaba. Entonces yo le armé unos auriculares con… No te digo con veinte, pero quince, dieciocho metros le puse.

—O sea que se puede.

—Más vale. Te vendo unos auriculares, los metros de cable que precises y la soldadura te la hago gratis.

—Pero yo ya tengo auriculares.

—Entonces te cobro el cable y la soldadura.

—¿Y cuánto sería?

—¿Para veinte metros?

—Veintidós, por las dudas.

—Y… serían… Seis por cuatro… Me llevo dos… Dividido… Raíz cuadrada… Veinte pesos.

—¿Veinte pesos? ¿Y para cuándo podría estar?

—Te lo armo en el momento.

Ya lo tengo. Está todo. El “Oído espía”, los metros de cable necesarios… ¿Y si me quedé corto? Pedí dos metros adicionales, tiene que alcanzar. Son seis pisos. A tres metros, tres metros treinta por piso… Sí, llega. Sobra. Con esto seguro queeeeeeee…

—Gastón… ¿Cómo andás?

—Hola, Natalia.

Chuic, chuic.

—Qué rápido… ¿No habías ido al cine vos?

—Sí, pero me acordé de algo que tenía que hacer.

—¿Del colegio?

—Sí, no. Más o menos… Chau, después te veo…

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no puedo hablarle como una persona normal? Las palabras no me salen. Quedo siempre como un estúpido. ¿Por qué no puedo hacer como mis amigos que salen con chicas? Invitarla a tomar algo y ver qué responde. Si dice que no, bueno, no es la muerte de nadie. Tenés que encararla, Gastón, ¿qué esperás? Hace un año que estás enganchado con ella y no hacés nada…

—Hola, hijo.

—Hola, ma…

—Estaba saliendo para el trabajo. ¿Qué pasó? ¿No había función?

—Sí, pero… No me sentía bien y volví.

—¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?

—Un poco de dolor de cabeza.

—¿Querés que me quede? Sabés que me cuesta cubrir estas guardias, dejarte solo en casa…

—No, mami. No es para tanto.

—Me quedo. Llamo y aviso.

—¡No estoy tan enfermo!

—Es que si te sentís debilucho…

—Mami, soltá, ya soy grande… Además no podés faltar al trabajo así nomás.

—¿Por qué no?

—Mirá el ejemplo que me estás dando.

—Tenés razón.

—Chau, mamá. No te preocupes.

—Te dejé comidita en el horno, hijo.

—Bueno, gracias, chau.

—Mañana te despierto con el desayuno…

—Sí, okey, dale, se te hace tarde.

—Beso de esquimal…

—¡Mamá!

—Beso de esquimal y me voy…

—Aaaah…

—Chau, hijito, te quiero, cuidate mucho…

—Chau, chau, chau…

Menos mal que se fue. Si se queda me arruina los planes. Tendría que esperar al miércoles que viene y ya no aguanto más. Quiero saber. Necesito enterarme. En un rato se hace de noche. Aprovecho, ceno temprano, junto las cosas y me voy para arriba.

Estaba bueno el pollo con papas… Las llaves mías y las de la cocina, el “Oído espía”, los auriculares con los 22 metros de cable, un buzo por si refresca (no creo, pero por las dudas)… ¿Qué más? ¿Me olvido de algo? De última vuelvo. Pero no quiero andar yendo y viniendo. No quiero que me vean… Mejor voy por la escalera. Son dos pisos. Así nadie se asombra de que el ascensor esté en la terraza a esta hora. Hum… Esta cerradura. ¿Nunca la van a arreglar? Empujo para afuera, giro la llave y ahí sí, abre, pero cuesta. Uh, no, el cartel de neón. Se me había pasado. Con todo lo que alumbra. Alguien me puede ver desde otro edificio y llamar a la policía. Rápido. Me acerco al segundo hueco. Al espacio aire y luz al que dan los departamentos C y D.

Muy bien, en este lugar la pared hace sombra. Incluso puedo sentarme cómodo… Conecto el auricular al “Oído espía”. Ah, no, pero… Hay un problema. Si dejo que el equipo cuelgue libremente del cable, el micrófono apunta para abajo. No me sirve.

¿Y si hago un nudo con el cable, así, enganchando esta patita del aparato? Ahí queda de costado. Va a apuntar a las ventanas. Lo puedo ir moviendo de a poquito para que quede dirigido a una y a otra. ¿Funcionará? Espero que sí. Tiene que andar… Despacito… Voy bajando el “Oído espía” y…

—¿Dónde hay mostaza?

—Se terminó.

—¡¿Nunca hay nada en esta casa?!

—¿Cómo te fue?

—Mal. Pedí la reunión con Morgado pero…

—¿Y el aumento que ibas a reclamar?

—¡Ni me atendió!

—¡Dejá de ver la tele, Camila, y hacé la tarea ya!

—La hago mañana…

—De ninguna manera, señorita. ¡La hace hoy mismo!

—¡Ufa!

—Hola, tía, ¿cómo estás? Te llamaba para darte una buena noticia… Me caso…

—¿Qué te dijo la médica?

—Tengo que cuidarme con la sal, hacer ejercicio…

—¿La presión muy alta?

—Un poco…

—Sí, sí. Estoy acá, con mi socio, esperando la orden…

—Decile si tiene confirmado el horario…

—Falta poco…

—Natalia, hacete cargo… ¿El pibe te gusta o no?

¡Ahí, ahí...! Quedate quieto, no te muevas…

—Yo no me puedo hacer cargo de nada, nena.

¿Cómo que no?

—Pero Natalia… ¿Hace cuánto que el vecinito te tira onda?

—No me tira onda. Y el vecinito tiene nombre. Se llama Gastón.

¡Bien!

—Estás hasta las manos…

—¿Qué decís?

—Mirá cómo hablás de él… “El vecinito tiene nombre, se llama Gastón…” Estás re enamorada.

Obvio.

—Si estuviera lo confesaría.

No digas eso…

—Pero algo te pasa con él. No mientas.

—¿Qué sé yo? Me pasan cosas con muchos chicos.

¿Muchos?

—Al final no me contás nada.

—Es que no tengo nada que contarte.

—A ver, pongámoslo así… Si Gastón te invitara a salir…

—¿Qué me va a invitar?

¿Tanto se nota que soy un cobarde?

—Supongamos… Ya sé que Gastón es tímido, retraído, que habla poco, se pone nervioso, tartamudea…

¿Todo eso hago?

—Ya sé que no es un galán que te mira y te derretís…

Bueno, tampoco la pavada.

—Pero si ocurriera el milagro. Si por alguna casualidad Gastón te invitara a salir… ¿qué le responderías?

¿Por qué tanto silencio? ¿Se rompió el aparato?

—Eso no te lo voy a decir.

—¡Sos una turra, Natalia!

—Dale, vamos a comer que nos están llamando.

—Contestame, Nati.

—¡No!

¡Hey! Vuelvan. Sigan hablando en la pieza. Si se van para el living no capto nada. Yo puse para escuchar en un rango de dos a tres metros… ¿Y ahora qué hago? Esperar. Pero seguro que terminan de cenar y la amiga se va. ¿Si subo el “Oído espía” y lo modifico para escuchar más lejos? ¿Llegará la señal? Medio difícil, porque el living no está en línea recta. Hay un pasillo, un recodo… Antes de alquilar nuestro departamento, con mamá habíamos visto el segundo piso D, que está debajo del de Natalia, y es igual. Entonces nada. Por hoy no voy a escuchar más. Mejor voy subiendo el dispositivo y…

—Por eso alquilé acá. Desde la terraza tenés un disparo limpio.

¿Perdón? ¿Escuché disparo?

—¿El ángulo es bueno? ¿Se ve bien?

—Confiá en mí. El ministro viene dos veces por semana con su secretaria. Son amantes. Los vi yo, pero no tengo el equipo necesario. Por eso te llamé a vos. Vamos mitad y mitad.

¿Disparar? ¿A un ministro? ¿Desde la terraza?

Riiiing.

—Ahí está... Hola… Sí… Listo. Dalo por hecho…

—Por fin…

—Bien calladitos, eh. Sin hacer bardo…

—Pero más vale… ¿Qué te creés? ¿Que soy un aficionado?

Están subiendo… Vienen para la terraza… Para cometer un asesinato… Me van a ver… Tengo que irme… Pero si bajo me los puedo cruzar… Mejor me escondo… Ahí están, oigo la puerta… Les cuesta abrirla, pero lo logran… Los escucho…

—Sssh…

—Sssh…

—Desde aquella baranda. Ahí está el otro edificio… ¿Lo ves al ministro? ¿Lo tenés en la mira?

—Esperá que cargo…

—Apurate…

Tengo que hacer algo. No puedo dejar que maten al ministro y a esa mujer. ¿Qué es esto? Un balde viejo, de metal… El cartel de neón… Ma' sí… Yo lo tiro… Lo revoleo bien alto y…

¡Plum! ¡Paf! ¡Booom!

¡Parecen fuegos artificiales! ¡Qué chispazos!

—¿Y eso qué es?

—¡Vos dispará! ¡Dispará!

—Te dije que estaba cargando…

—¡¿Todavía cargando?! ¡Dispará! ¡No! ¡Nos vio! Está bajando la persiana…

—Decile que espere…

—¡¿Pero vos pensás que nos va a esperar, tarado?!

—Va a haber otra oportunidad…

—¿Otra oportunidad? ¿Cuándo? ¡Nunca! ¡Esto me pasa por llamar a un fotógrafo sin experiencia!

¿Fotógrafo? Ah, pero entonces… No eran asesinos. ¡Eran periodistas que venían a escrachar a un ministro!

¡BOOOOOOOM!

—¡Rajemos de acá! ¡A ver si encima terminamos presos!

Uy, qué feo que se puso… Más que chispas… eso es… ¡fuego! ¿Para qué me metí en lo que no me importaba?... Yo creí que lo iban a matar… Mejor me voy…

—¿Qué pasó?

—Llamen a los bomberos.

—Ya llamé. Dicen que evacuemos el edificio. Tranquilos, solo por precaución.

—Yo estaba cenando…

—Y yo quería ver el partido…

—Vamos, despacio. No pasa nada. Usemos las escaleras.

—Escucho la sirena. Ahí vienen.

—Menos mal que el cuartel está a dos cuadras.

—¿Todos bien, alguno salió lastimado?

—No.

—Esto pasa por poner ese cartel en la terraza. Yo siempre me opuse…

—Gracias a la publicidad pagamos menos expensas.

—¿Y los daños del incendio?

—Los cubre el seguro.

Menos mal. Si me llegan a descubrir…

—Gastón.

—Natalia… ¿Vos estás bien?

—Sí… Menos mal que pasó temprano. Si no, teníamos que bajar todos en pijama…

—Yo no uso pijama… Quiero decir…

—Está bien, Gastón, te entiendo… ¿Vos qué estabas haciendo cuando empezó el cortocircuito?

—¿Por qué me preguntás eso?

—Porque sos el principal sospechoso.

—¡¿Eh?!

—No, nene. No te pongas paranoico, era una broma.

—Ah… Estaba… Nada, había salido al balcón a mirar las estrellas.

—Qué romántico.

—¿Y ustedes? Digo vos.

—Estábamos cenando… Había venido una amiga… ¿Qué es todo ese cablerío que tenés en la mano, Gastón?

—¿Esto? No, nada. Basura que justo iba a tirar y… Natalia…

—¿Qué, Gastón?

—¿Querés salir conmigo?


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