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Satanás sanando y echando fuera demonios

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“[Unas personas] le dijeron: ‘¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos?’ ” (S. Juan 6:30).

Sabiendo el diablo que mucha gente quería ver para creer, comenzó a falsificar los milagros de Jesús.

Una linda familia de mi iglesia, en Córdoba (Rep. Argentina), asistió a una gran reunión de milagros dirigida por un famoso predicador que se hacía llamar reverendo. Ellos mismos me contaron que el primer día no les gustó la reunión, pues veían a la gente caer al suelo, y tener convulsiones y manifestaciones extrañas. Pero, lamentablemente, fueron una vez más. Ahora resultaron ser ellos los que cayeron al piso y fueron invadidos por una sensación extraordinaria y un éxtasis indescriptible.

No hubo texto bíblico que pudiera convencerlos del error. Lo que “sintieron y vieron” fue tan poderoso que los sacó fuera de nuestra iglesia. Sí, es peligroso basar nuestra fe en señales y milagros. Jesús nos advirtió al respecto (S. Mateo 24:24).

Un caso semejante al anterior lo viví en el oeste argentino, pero mantendré cierta reserva, pues, afortunadamente, los involucrados siguen dentro de la iglesia.

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Otro caso: Una hermana con treinta años en la fe me contó que acababa de recibir el bautismo del Espíritu Santo. Y, sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a hablar en un lenguaje desconocido que, según me explicó luego, era el don de lenguas mencionado en la Biblia. En compañía de otro pastor, fuimos a su casa y nos confesó que había asistido a una reunión carismática. Después de leer la Biblia, la invitamos a orar, pero no aceptó.

De todos modos, comenzamos a orar por ella, pidiéndole al Señor que si lo que había recibido no provenía de él lo sacara y expulsara al gran engañador. Nuestra hermana cayó al suelo gritando frases satánicas que solo cesaron después de un largo rato de oración fervorosa. Evidentemente, había entrado en ella un espíritu, pero no era el Espíritu Santo.

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Nuevamente, Córdoba. Visitaba una inmobiliaria procurando alquilar una casa. Me presenté como pastor cristiano, pensando que eso ayudaría, pues se supone que los pastores pagamos el alquiler y cuidamos los bienes de nuestro prójimo. La señorita que me atendió comenzó a contarme que asistió a las reuniones del reverendo ya mencionado:

–Fui con dos amigos –me dijo–: una amiga con glaucoma en sus ojos y un muchacho con un brazo paralizado. ¿Quiere creer que volvieron sanos?

–Qué bien, cuánto me alegro –le respondí.

–Espere, espere –agregó–. Días después, mi amiga perdió un ojo y mi amigo volvió a tener su brazo paralizado.

Y luego de unos segundos me preguntó:

–¿Por qué desapareció el milagro?

Usted me dirá: “Conozco gente que se ha curado de veras”. Por supuesto, pero eso tampoco indica que sea un milagro de Dios. El diablo es tan poderoso como astuto. Primero los enferma y luego retira su poder maligno, si eso conviene a sus planes.

Pero entonces nos preguntamos nuevamente: ¿No podemos esperar que ocurran verdaderos milagros actualmente?

Todavía hace milagros

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