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Capítulo II EL PODER DE SU NOMBRE

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Actualmente, los nombres que ponemos a nuestros hijos son elegidos porque suenan bien, porque pertenecen a algún artista o deportista famoso; o en el mejor de los casos es el nombre de los padres, o de un familiar o un amigo querido.

Sin embargo, en la antigüedad, el nombre expresaba algún buen deseo o profecía de los padres, o definía la personalidad de su portador. Abigail aseguraba que su marido Nabal era lo que su nombre indica, un necio. Esaú declaró que el nombre de su hermano era muy adecuado: Jacob (“Suplantador”).

José y la Virgen María no pudieron elegir el nombre de su hijo. El ángel de Dios les dijo el nombre que debían ponerle: Jesús. El nombre elegido por Dios era un anuncio viviente: “Jehová salva”, y en todo el Nuevo Testamento se aprecia el poder de ese nombre cuando es invocado con fe.

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