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INTRODUCCIÓN

Un mapa del Reino de Valencia realizado en París en 1838 definía a los valencianos de esta manera en su leyenda:

Los valencianos son vivos e industriosos. La agricultura la han elevado al más alto grado de esplendor, y nunca descuidan nada de lo que creen deber mejorarla. (...) Es difícil acreditar más arte y desenvolver más industria que los valencianos para el cultivo de sus fértiles campiñas, y especialmente para el riego. Las más pequeñas fuentes están puestas en contribución y los ríos caudalosos están divididos en innumerables canales o acequias que serpentean al través de un terreno nivelado con tanto arte que no conserva más humedad que la que puede contribuir a su fertilidad.[1]

El apunte es una clara muestra de cómo el cultivo de la tierra ha condicionado durante siglos la imagen que proyectamos a quienes nos observan desde fuera, e incluso la visión que los valencianos tenemos de nosotros mismos. No debe resultarnos extraño si tenemos en cuenta que la sociedad valenciana ha sido hasta hace escasas décadas eminentemente agraria y el cultivo de la tierra definió durante siglos nuestra identidad.

En un momento en que la tierra desaparece progresivamente del entorno cotidiano, nuestra intención es contribuir a revisar una parte de la imagen que los valencianos tenemos de nuestro pasado agrario, lo que en el fondo no es más que intentar reconstruir un pequeño fragmento de nuestra memoria colectiva y conocer algo que forma parte de nuestra personalidad histórica.

Uno de los debates que mantienen los historiadores acerca del desarrollo de la agricultura contemporánea gira en torno al papel que el cultivo de la tierra jugó en el reducido desarrollo económico español del siglo XIX. El núcleo del problema sería responder cómo contribuyó el funcionamiento de la agricultura a que nuestro país se retrasara en su proceso de industrialización con respecto a otros países europeos que progresaron más rápidamente.[2]

Este amplio debate tiene una versión valenciana. Antes de los años ochenta la interpretación historiográfica más extendida en el País Valenciano partía de una visión que podríamos tildar de «pesimista». La visión del crecimiento agrario del siglo XVIII y XIX, que en el marco valenciano es innegable, estaba dominada por el atraso. En esta consideración tenía mucha influencia los planteamientos con los que se analizaba el siglo XVIII y el resultado final de la crisis del Antiguo Régimen. La estructura del sistema social en el siglo XVIII, dominada por la supuesta dureza del régimen señorial valenciano, que tras la expulsión de los moriscos se habría remodelado a favor de los señores feudales, y la presencia de una burguesía poco desarrollada, dieron lugar a una transición desde el Antiguo Régimen que adquiría en el País Valenciano unos rasgos propios. Esta transición estaría dominada por las llamadas pervivencias feudales y el ejercicio del control social por parte de los antiguos señores y una burguesía poco emprendedora y de escaso espíritu empresarial, que se parapetaba en algunas formas de explotación heredadas del Antiguo Régimen. La revolución burguesa sólo habría traído reformas legales que difícilmente habrían remodelado el peso social de las élites, situando en el poder a una burguesía agraria rentista, poco innovadora y con escasa mentalidad capitalista. El peso de las prestaciones feudales a lo largo del XVIII y el lastre de una clase burguesa poco dinámica, que se resguardaba para consolidar su posición en los mecanismos de la renta y el absentismo, habrían obstaculizado la dinámica económica, de forma que la agricultura no habría ejercido como el motor necesario para la industrialización. El escaso espíritu empresarial de las élites sociales surgidas de la revolución, que utilizaban formas poco capitalistas en el espacio agrario, produjo que la agricultura absorbiera un conjunto de esfuerzos y capitales que habrían impedido que el crecimiento desembocara en un proceso de industrialización. La evolución del sector agrícola, con sus debilidades e incoherencias, habría dificultado el desarrollo de un modelo de capitalismo agrario que propiciara el salto a la industrialización tal y como se había producido en las sociedades más avanzadas de Europa.[3]

Esta visión de conjunto fue puesta en tela de juicio a partir de los primeros años ochenta con las aportaciones de una nueva generación de historiadores. Sus estudios cuestionaron el peso del sistema feudal valenciano, el papel que tuvo la llamada refeudalización tras la expulsión de los moriscos y pusieron el acento sobre el crecimiento agrario del XVIII, que tenía incluso su vertiente protoindustrializadora en la seda y, como se ha visto actualmente, también en otros sectores.[4] El siglo XVIII, especialmente en sus décadas centrales, había visto surgir una agricultura de fuerte raigambre comercial que había tenido en el desarrollo de la morera y el arroz y en la extensión del regadío algunos de sus síntomas más claros (Peris Albentosa, 2004). Además, el crecimiento agrario estaba acompañado por un importante dinamismo en los sectores comerciales donde la burguesía se mostraba cada vez más como un sector alejado de la debilidad que se le atribuía (Franch, 1986).

Junto a la visión del siglo XVIII, se revisó la transición al capitalismo y el efecto del conjunto de reformas propiciado por la revolución burguesa, que mostraba cada vez más sus efectos realmente revolucionarios. En los términos de señorío, en ocasiones al margen de las vías legales, los privilegios señoriales de base jurisdiccional fueron profundamente erosionados hasta el punto que los grandes señores desaparecieron de la cúspide social, al no haber establecido sobre sus territorios feudales derechos de propiedad. La fuerte oposición antiseñorial, ejercida en ocasiones por las oligarquías locales de terratenientes o enfiteutas, les impidió ampliar las bases de su dominación más allá del poder que tenían como señores. Esto se tradujo en que no pudieron mantener tras la revolución más propiedad sobre la tierra que la que habían ejercido como propietarios plenos o como poseedores de dominios útiles antes de la crisis del Antiguo Régimen. El mismo proceso de deslegitimación que los derechos jurisdiccionales sufrieron los dominios directos de la enfiteusis, que fueron también abiertamente erosionados en su pago efectivo o en ocasiones desaparecieron sin indemnización.

El resto de las transformaciones legales ayudaron a provocar en el País Valenciano una profunda renovación social, que la historiografía está evidenciando cada vez más. La desaparición de las viejas familias aristocráticas de señores se acompañó del mantenimiento de los sectores de terratenientes y enfiteutas que no vieron su propiedad cuestionada, entre los que se encontraba también un importante sector de la pequeña nobleza que había basado sus estrategias económicas en la propiedad de la tierra. Pero a estos grupos, que ya tenían un importante peso anterior, se incorporaron nuevos sectores sociales que utilizaron los mecanismos que la revolución puso a su alcance para incorporarse al mercado de la tierra. La desvinculación y desamortización ayudó a consolidar esos nuevos ascensos sociales. Permitió a sectores provinentes de diferentes ámbitos (comerciantes, profesionales liberales, etc.) o a algunos labradores bien situados afianzar sus posiciones a través de la compra de bienes desamortizados. El cambio social había sido mucho más profundo, al menos en el País Valenciano, de lo que se suponía en un principio (Millán, 1996 y 2001).

Pero quizá el golpe más duro a la interpretación que se basaba en el atraso lo dio el trabajo de Ramon Garrabou Un fals dilema, que suponía una profunda innovación historiográfica (Garrabou, 1985). El autor proponía una nueva concepción del desarrollo agrario valenciano en el siglo XIX que fijaba la atención en algunos aspectos que manifestaban un importante dinamismo en el sector. Si bien existían ciertos aspectos del crecimiento desarrollado en la segunda mitad del XIX que evidenciaban algunos rasgos de atraso (escasa presencia de la ganadería, mantenimiento del barbecho, el fuerte peso de los cereales, escasa difusión de algunas innovaciones tecnológicas, etc.), otros elementos constataban un fuerte dinamismo en la agricultura. La estructura social heredada de la revolución y los condicionantes medioambientales del entorno habían hecho que el desarrollo del capitalismo valenciano transcurriera por vías distintas a los modelos europeos considerados más eficientes, pero era necesario tener en cuenta que partíamos de unas condiciones físicas y de una experiencia histórica muy diferente.

Para Garrabou, la agricultura mediterránea tenía unos rasgos concretos, por lo que su peculiar vía de crecimiento no podía ser similar a los modelos europeos. Y estos rasgos mostraban un sector agrario con un intenso dinamismo y que había incorporado con bastante agilidad las innovaciones que en el contexto económico y social podían resultar rentables. El esfuerzo considerable en la extensión del espacio regado, a través del aprovechamiento cada vez más eficaz de las aguas superficiales y del uso de nuevas técnicas de extracción de aguas subterráneas, el uso de técnicas de cultivo cada vez más complejas y evolucionadas, la profunda renovación de la orientación comercial de los cultivos, la aparición de nuevos cultivos de amplia difusión con cierta rapidez, etc. habían configurado una vía peculiar de desarrollo del capitalismo agrario. En particular, el caso valenciano se caracterizaba por la especialización en cultivos arbustivos y arbóreos en el secano (viña y algarrobo), por la intensificación del trabajo, el aprovechamiento del agua, la especialización de las zonas de regadío en hortalizas, frutas y arroz y la implantación progresiva del naranjo, inicialmente en las nuevas tierras regadas. Pero añadía el autor que las bases de este crecimiento no eran nuevas. El crecimiento del siglo XIX era una reorientación de la vocación comercial y de muchos mecanismos que ya estaban presentes en el mundo agrario valenciano desde hacía tiempo, especialmente desde las décadas centrales del siglo XVIII.[5]

Como reconocen algunos especialistas, desde la aparición de Un fals dilema se ha profundizado en el modelo, pero no se ha modificado la idea general (Calatayud y Mateu, 1996). En lugar de continuar buscando las insuficiencias o las diferencias con respecto al modelo considerado «desarrollado», una parte de la historiografía posterior ha intentado profundizar en explicar en su contexto las transformaciones producidas, conformando un modelo de economía periférica europea de carácter mediterráneo. Además, se ha intentado ligar estas transformaciones a los cambios sociales evidenciados por la investigación y a nuevos enfoques del modelo industrializador que también se alejan del de nuestros vecinos del norte.[6]6 Este modelo no deja de reconocer que el crecimiento y el dinamismo se ejercieron dentro de unos límites claros, tanto en el ritmo como en la profundidad de los cambios, pero es bastante más «optimista» en sus valoraciones en función de lo que considera sus opciones reales.

En los aspectos más económicos se ha profundizado en la existencia de un conjunto de alternativas, con orientaciones distintas y a menudo complementarias, con un carácter de especialización local. Junto a los cultivos destinados a la exportación o la comercialización (seda, arroz, naranjas, vino, cebollas, etc.), conviven una destacada presencia de los cereales y del policultivo de huerta, sin perder de vista que el autoconsumo sólo se abandona de forma muy gradual. Esta convivencia tiene unas lógicas diversas y complejas que generan una dificultad amplia a la hora de explicar su evolución. La «nueva especialización», que se abre paso tras la crisis de principios del siglo XIX, es más bien una «yuxtaposición de especializaciones comarcales» en función de un conjunto de variables que no pueden ser explicadas desde un ámbito general y que además no es ni unidireccional ni irreversible. Esto quiere decir, que dentro de las diferencias internas de la agricultura en los diversos contextos del País Valenciano, no existe un único modelo de intensificación ni de evolución de los cultivos (Millán, 1990; Calatayud y Mateu, 1996). Si bien la orientación hacia el mercado es cada vez más general a través de diversos mecanismos de intensificación, tiene ritmos y manifestaciones diferentes en función de las zonas difíciles de explicar.[7]

Pero también se han realizado algunos avances en otro de los frentes abiertos en el debate español: las peculiaridades del cambio tecnológico, que necesariamente se ha de alejar también del modelo europeo atlántico. Junto a la rápida adopción de innovaciones como el guano o los motores de extracción de aguas subterráneas, se ha puesto el acento en la adaptación y perfeccionamiento de muchas de las técnicas que estaban disponibles en la agricultura del siglo XVIII (mejora de las construcciones de regadío, racionalización de la organización del riego, o nuevas técnicas de drenaje) o en el papel de los diferentes sectores sociales en la búsqueda o adopción de innovaciones.

El planteamiento innovador de Garrabou, profundizaba además en otro aspecto en el que contradecía la visión general del atraso: los mecanismos sociales del capitalismo agrario. Si el dinamismo de la agricultura valenciana era notable, era necesario también revisar la visión retardataria que sobre las élites agrarias se había construido. Resultaba paradójico que se hubiera desarrollado el capitalismo agrario valenciano a través de mecanismos que se consideraban «poco capitalistas», como la renta o la explotación indirecta a través de arrendamientos a pequeños cultivadores. Era necesario revisar los modelos interpretativos que planteaban que el mejor, por no decir único, mecanismo de explotación «eficaz» de la tierra era el que ofrecían las agriculturas atlánticas más avanzadas. El contexto social, es decir, el resultado de la distribución de la propiedad y de la configuración de los grupos sociales a lo largo del XVIII y tras las reformas liberales, generaba unas condiciones particulares para el desarrollo del capitalismo en el campo valenciano.

Desde ese abordaje centrado en las formas de explotación, el debate valenciano también ha sido profundo. Un grupo de historiadores, defensores de que el rasgo característico de la revolución en el País Valenciano era la presencia dominante de las llamadas supervivencias feudales, quiso ver en el arrendamiento valenciano la forma en que los poseedores del dominio directo de la enfiteusis habrían transformado su derecho sobre la tierra. El arrendamiento sería, desde esta postura, la forma en que la enfiteusis se habría traspasado a la nueva legislación liberal. Los poseedores de los dominios directos, fundamentalmente antiguos señores, se habrían convertido en propietarios que arrendaban sus tierras (Sebastià y Piqueras, 1987). La desamortización, según ellos, habría servido también para transformar los dominios directos del clero y las instituciones eclesiásticas en propiedad plena al ser adquiridos por la burguesía. Con ello defendían una «vía prusiana» de revolución que había favorecido a los antiguos señores feudales convertidos ahora en propietarios y que sigue presente en algunos trabajos actuales.

Pero la visión más extendida era la que veía en el funcionamiento de los arrendamientos comportamientos poco capitalistas. Esta visión planteaba que las clases terratenientes más acomodadas de las últimas décadas de siglo XVIII o la nueva burguesía gestionaba sus patrimonios con escaso espíritu empresarial, contentándose con la percepción de unas rentas fáciles y mostrando comportamientos poco emprendedores. Para explicar la falta de dinamismo de la renta se planteaba la existencia de un absentismo acusado, con un tratamiento muy descuidado de sus patrimonios o con comportamientos paternalistas hacía los labradores. Estas ideas se basaban en las críticas que los sectores más dinámicos de la burguesía agraria hacían de algunos comportamientos rentistas a lo largo del siglo XIX, en la visión social acuñada por algunos literatos como Blasco Ibáñez y en la obra de algunos agraristas del XX. La existencia de los arrendamientos históricos sería una consecuencia de estos comportamientos paternalistas, que habrían permitido que las pautas descuidadas de gestión heredadas del Antiguo Régimen se mantuvieran en una clase caracterizada por el absentismo.

El resultado sería una pérdida de dinamismo en el sector agrario y la persistencia de comportamientos retardatarios del crecimiento. Los rentistas, ausentes de sus patrimonios y poco implicados, se habrían dedicado únicamente a percibir sus rentas sin preocuparse de la mejora constante de sus explotaciones. La renta habría perpetuado un sistema de campesinos cultivadores apegados a los sistemas agrarios de subsistencia que difícilmente aumentarían su vinculación con el mercado. Estos comportamientos explicarían que en algunos entornos agrarios cultivos supuestamente de subsistencia (como por ejemplo el trigo) se hubieran mantenido retrasando el avance de otros más dinámicos como el naranjo y la viña (Palafox, 1984; Carnero y Palafox, 1982). Muy diferente hubiera sido si en lugar de arrendarlas los propietarios hubieran explotado directamente sus tierras con mentalidad capitalista, asumiendo mayores riesgos de inversión y utilizando mano de obra asalariada, o las hubieran cedido a grandes arrendatarios.

Los planteamientos de Garrabou y de un conjunto de historiadores capaces de analizar la renta de la tierra desde otro prisma empezaron a dibujar una concepción diferente del arrendamiento y de los mecanismos rentistas. Si se había producido un fuerte dinamismo en la agricultura era porque la renta se había mostrado como un mecanismo eficaz para articular el capitalismo agrario en el contexto valenciano. Apartándose nuevamente de los modelos atlánticos de desarrollo, la articulación del capitalismo se habría realizado básicamente a través de la renta y las pequeñas economías de labradores cultivadores.

A partir de aquí, los estudios han ido mostrando que el mantenimiento de mecanismos rentistas era una respuesta a los condicionamientos técnicos y ambientales de las formas predominantes de agricultura mediterránea, pero también el resultado de cálculos de rentabilidad económica en los que no estaban ausentes las condiciones sociales en las que se realizaba el cultivo. El arrendamiento a corto plazo, que salvaguardaba los derechos de libre disposición de la tierra y mantenía la posición preponderante del propietario, permitía el cultivo estable de la tierra, la aplicación de la cantidad de trabajo y de los conocimientos técnicos necesarios, reduciendo al mínimo los costos laborales. El sistema de arrendamientos, que permitía la revisión periódica de la renta a corto plazo, se mostraba como la fórmula más rentable de explotar la tierra.

Además el arrendamiento, pese a su peso en algunas zonas como en l’Horta de València, tenía una presencia variable en las diferentes comarcas del País Valenciano. Presentaba mayor importancia en el regadío que en el secano y convivía con formas de explotación diferentes, y no era en muchos lugares la forma mayoritaria de explotación. Por lo tanto no podía asumir todas las culpas del pretendido atraso de la agricultura. Los estudios sobre patrimonios rentistas, aún escasos, han mostrado que muchos propietarios combinaron diferentes formas de explotación. Podían cultivar las tierras directamente, cederlas en arrendamiento o incluso en aparcería en función de sus intereses y de la coyuntura económica, siguiendo cálculos de rentabilidad.

El seguimiento de su gestión hacía visible que la cesión de la tierra en arrendamiento no implicaba una desconexión respecto al cultivo o una actitud pasiva. No sólo se mostraban atentos a la gestión de su patrimonio, sino que a través de distintos mecanismos se implicaban en la actividad agraria. El arrendamiento no se podía ligar con ligereza, como se hacía habitualmente, con actitudes poco capitalistas. Muchos de estos propietarios se preocuparon también a través de diferentes instituciones de fomentar la incorporación de numerosas innovaciones, algunas con poco éxito pero otras con bastante proyección de futuro, que habían ayudado a dar con los elementos dinamizadores de la agricultura del XIX (Calatayud, 1999). Por tanto, las etiquetas utilizadas para la burguesía agraria y sus mecanismos de explotación de la tierra tenían poca razón de ser.

A partir de estas coordenadas podemos situar nuestro trabajo. Nuestra intención de partida es profundizar en el conocimiento de los mecanismos rentistas en la agricultura valenciana, en este caso en las comarcas centrales. ¿Cuáles eran los mecanismos de gestión empleados en los grandes patrimonios rentistas? ¿Cómo evolucionaron y se adaptaron estos mecanismos a la crisis del Antiguo Régimen y posteriormente a la nueva sociedad liberal? ¿Qué diferencias adoptaban en los diferentes espacios donde se desarrollaban? ¿Cómo variaron los comportamientos y las actitudes de propietarios y arrendatarios a lo largo del periodo? ¿Cómo evaluamos el papel desempeñado por los diferentes agentes sociales en el desarrollo de la agricultura? ¿Cómo respondieron en momento de crisis y transformación? ¿Favorecieron o retrasaron los cambios? ¿Qué estrategias de colaboración o de enfrentamiento se dieron entre los amos de la tierra y sus colonos? ¿Actuaron los propietarios como elementos retardatarios, anulando las posibilidades de crecimiento, o incentivaron la incorporación de innovaciones y nuevas orientaciones de cultivo? ¿Cuál fue el papel de propietarios y colonos en la difusión de la nueva especialización y en la intensificación que caracterizó el siglo XIX? Son muchas cuestiones que, caso de contestarse, nos ayudarían a la reevaluación y comprensión del dinamismo de la agricultura rentista valenciana.

La vía de acercamiento es el estudio del Santo Hospital General desde 1780 hasta 1860.[8] El amplió abanico geográfico y productivo de sus tierras, sumado a la diversidad y riqueza de las fuentes documentales que ha generado, lo convierten en un espacio privilegiado de observación de la agricultura rentista valenciana. Veremos minuciosamente desenvolverse al propietario y sus colonos en diferentes momentos, espacios, tipos de explotación y contextos sociales lo que nos permitirá hacer algunas aportaciones que consideramos interesantes. La diferencia constatada entre el marco legal de actuación y la gestión cotidiana en la economía rentista dota de mucho valor a estos estudios en la dimensión micro.

En el caso del Hospital, se trata de un patrimonio institucional, por lo que no comparte la misma lógica individual de los patrimonios de la burguesía agraria. Pero utiliza los mismos mecanismos de explotación, lo que nos permite profundizar en su funcionamiento. Además el carácter institucional del Hospital debería hacer de él un prototipo de propietario conservador y retardatario en sus comportamientos económicos según la visión tradicional. Si el Hospital no corrobora este estereotipo, debe darnos pistas para replantear el papel de los propietarios agrarios en el campo valenciano en las primeras décadas del periodo contemporáneo.

El inconveniente más relevante de nuestro estudio es la dificultad para generalizar las conclusiones extraídas. Se trata de un estudio de un único patrimonio en un largo plazo, por tanto, las conclusiones son necesariamente provisionales. No podemos decir la última palabra, pero confiamos en que esta investigación sirva para ir avanzando posibles respuestas. Esperamos que el esfuerzo, por nuestra parte y por la de los lectores, valga la pena.

TABLA DE EQUIVALENCIAS

Medidas de superficie

1 hectárea = 12 hanegadas (aprox.)

1 cahizada = 6 hanegadas = 0,5 Hectáreas (aprox.)

1 hanegada = 4 cuartones = 200 brazas.

Monedas

1 libra valenciana = 20 sueldos.

1 sueldo = 12 dineros.

1 libra valenciana = 15 reales.

[1] Mapa del Reino de Valencia. A. H. Dufour. París. 1838.

[2] El debate se ha renovado con la publicación de dos obras que reflejan los puntos de vista divergentes: James Simpson (1997) y Josep Pujol, Manuel González, Lourenzo Fernández, Domingo Gallego y Ramon Garrabou (2001).

[3] Una síntesis rápida de esta visión en Emili Giralt (1968 y 1970). Los orígenes historio-gráficos de esta interpretación en Pedro Ruiz (2001).

[4] De entre los estudios de esta época destacan los de Pedro Ruiz (1981), Jesús Millán (1984), Isabel Morant (1984), Carmen García (1985) y Ana Aguado (1986). La industria de la seda se trata en Vicente M. Santos Isern (1981).

[5] Así lo ha venido a confirmar el magnífico trabajo de Manuel Ardit (1993).

[6] Nuevas aportaciones en Lluís Torró (1996) y en Joaquim Cuevas y Lluís Torró (2004).

[7] Se pueden seguir ritmos diferentes de expansión o de retroceso del naranjo o el cáñamo en diversas comarcas en función de variables complejas, como indican Samuel Garrido (1999, 2000 y 2004) Salvador Calatayud (1989c).

[8] Un primer trabajo referido a la comarca de l’Horta de València en José Ramón Modesto (1998a).

Tierra y colonos

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