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PRÓLOGO Dr. Paulino Maestro

El mundo moderno de hoy en día y su característica forma de vida competitiva y, en muchos casos deshumanizadora, nos arrastra con frecuencia al padecimiento y al sufrimiento de innumerables alteraciones tanto físicas como psíquicas o emocionales.

Debemos aprender a levantar el pie del acelerador de nuestra vida y de nuestra mente, si no queremos acabar siendo las víctimas de la velocidad que nosotros mismos imponemos a nuestras propias vidas; víctimas de nuestros propios desatinos existenciales.

Si no queremos concluir siendo los protagonistas de estos padecimientos físicos y mentales, y, aún peor, si no queremos terminar siendo deshumanizados como consecuencia del incesante aluvión de vivencias perturbadoras y negativas que, procedentes tanto de la moderna vida social como del trabajo así como de las llamadas distracciones tales como la televisión o la publicidad, trastornan y alteran la verdadera escala de valores que debe regir la vida de todo ser humano, y de las que continuamente somos objeto de nuestra vida diaria, es preciso aprender a parar esta maquinaria (el vehículo de nuestra vida y de nuestra mente) que nos provoca inquietud y ansiedad. Para ello, podemos hacer uso de uno de los métodos existentes cuyo objetivo es aquietar nuestra mente y apaciguar nuestro espíritu; un método que todo él en sí es simplicidad y naturalidad: el método Zen.

El Zen no es ni una religión (pues no tiene un Dios al que rendir cuenta ni adorar, ni admite alma alguna; aunque no niega la existencia de Dios), ni una filosofía propiamente dicha (lo que pretende el Zen es tener la mente libre de toda idea filosófica que no conduce a ningún lugar; el Zen no desperdicia el tiempo en discusiones filosóficas, ya que su aprendizaje, eminentemente práctico, está mucho más cerca de la técnica que de la filosofía, de la práctica que de la teoría, del sentimiento que de la mente), ni un método de relajación, y sin embargo abarca todo esto y mucho más.

El Zen es una forma de vivir la vida, una norma de conducta, llegando a conocer sin pretender conocer, llegando a comprender sin pretender comprender, llegando a aprehender sin pretenderlo. El Zen se puede vivir, pero si se piensa todo el Zen ser pierde. Cada uno ha de andar su propio camino, nadie puede caminar por nosotros, aunque sí indicarnos el camino más propicio. Esto al final nos llevará a ese estado extraordinario de aquietamiento de la mente, de apaciguamiento del espíritu, frenando la charla interna de la mente y aportando tranquilidad y quietud; esto nos permitirá llegar a alcanzar un estado de conciencia más acorde al que corresponde a nuestra propia naturaleza, la Naturaleza Humana, que está destinada a permanecer en sintonía con todo el Universo. ésta al final será la que nos hará comprender cuáles son los auténticos valores sobre los que debe apoyarse todo pensamiento y toda acción en nuestra vida como Seres Humanos, en contraposición con los falsos y espúreos valores que la moderna vida social pretende imponernos para beneficio de unos pocos.

La práctica del Zen no sólo nos ayuda en la meditación, sino también, y sobre todo, en nuestra vida cotidiana, en la realización de nuestras tareas habituales, dándoles un punto de vista distinto, humanizando más nuestra vida y haciéndonos comprender que somos una parte integrante e imprescindible de un Gran Todo, la Naturaleza, y del propio Universo.

Estamos demasiado acostumbrados a vivir la vida diaria en un mundo de continuas superficialidades, vanidades, y banalidades sociales en donde las personas se recrean en su estúpido orgullo, arrogancia y engreimiento; el Zen nos enseñará a bucear y a encontrar en lo más profundo de nuestro ser los valores verdaderamente importantes de nuestra vida y de nuestro entorno, y aprender a disfrutar y a enseñar a los demás a disfrutar de las cosas aparentemente más sencillas y más nimias que nos proporciona la vida, pero que en realidad son las auténticamente importantes y trascendentes para poder llegar un día a encontrarnos y a reconocernos en nuestra propia naturaleza, en nuestra propia esencia, la Naturaleza Humana.

El Zen, pues, nos enseña a dar la espalda a todos estos aspectos superficiales de la vida, tan frecuentes en la realidad social que nos ha tocado vivir en la actualidad, y nos invita a descubrir en nosotros algo que ya somos desde siempre, desde el propio comienzo del Universo, pero algo de lo que todavía no somos conscientes y que necesitamos hacer aflorar y hacerlo manifiesto, es decir, llegar a descubrir que somos Seres Humanos, con todas las potencialidades que todo ello implica. El Zen nos dice: «aléjate de las decepciones del mundo, desconfía de los sentidos pues son falsos, pero dentro de ti busca al Hombre Eterno; y cuando lo hayas encontrado, mira en su interior: tú eres el Buda».

En el Zen encuentras la confirmación de lo que ya sabes, de lo que ya eres, quizá encuentres en él tu transformación, tu cambio profundo de mente y de corazón.

Así pues, el ser humano debería aproximarse a su estado natural, a su naturaleza originaria, que mejoraría la convivencia y dignificaría al ser humano, y mientras no lo haga, la humanidad entera continuará padeciendo las miserias y el sufrimiento que ella misma ha originado.

El Zen pretende llegar a lo más profundo del alma humana; pero no esperes en ningún momento que durante su aprendizaje aparezcan manifestaciones extraordinarias ni milagrosas que hagan cambiar de una forma repentina y radical toda tu vida, ni que te haga entender, con la velocidad de un relámpago, todos los misterios de la vida. En el Zen no se da nada de índole extraordinario o esotérico. Una vida apacible con confianza en sí mismo y franqueza, esto es la verdad del Zen.

En la práctica del Zen no esperes que aparezcan fenómenos especiales rodeando esta experiencia, no esperes evidencias físicas espectaculares que confirmen tu comunión con el espíritu; no hay fenómenos, no hay espectáculo externo, todo ocurre en el silencio de tu corazón que es donde suceden los grandes milagros. Mírate en él, en tu corazón, y verás cómo se ha instalado una paz que antes no tenías.

El aprendizaje del Zen no se hace por razonamiento sino por sentimiento, piensa que «el corazón tiene sus razones que la razón no alcanza».

Las doctrinas que se dan en el Zen proceden del propio interior de cada uno. Nosotros mismos somos nuestros maestros; el Zen sólo muestra el camino. La gran verdad del Zen se halla en posesión de cualquiera. Mira en tu propio ser y no lo busques a través de otros. Tu propio espíritu está más allá de toda forma, está libre y en silencio y se basta a sí mismo.

El Zen pretende llegar a la perpetua serenidad, al modo sereno de contemplar las cosas, y para esto debemos desprendernos del egoísmo y de la ambición. El Zen intenta llegar a conocer la verdad y a hacerse Uno con la verdad, pero para alcanzarla la mente debe dejar de perturbarse con los pensamientos (y en especial con los pensamientos negativos que nos desasosiegan y nos quitan la paz). La verdad reside en la simplicidad. De esta manera podremos llegar a la armonía y bañarnos en el manantial de la serenidad. Si llegas a ver la auténtica verdad de las cosas, sentirás como quien bebe un gran trago de agua y siente saciada su sed. Y, en consecuencia, si puedes prescindir de tus gustos y aversiones, todo se volverá perfectamente claro en ti.

Con la práctica del Zen no se trata de llegar a ninguna meta ni objetivo, no se busca el adquirir cosa alguna. Si no te adhieres a nada, si no esperas nada, si no persigues nada, si no quieres ni buscas nada, entonces eliminas el espíritu de apego, que es una de las causas que aliena la libertad humana.

Taisen Deshimaru nos dice «en el Zen y para obtener el Satori hay que abandonar el ego; para recibirlo todo hay que saber abrir las manos y dar». No esperes jamás nada a cambio de lo que tú des, esto es el espíritu del Zen.

En definitiva, de todo lo dicho hasta ahora podemos acabar recapitulando que el Zen no es vanidad, ni egoísmo, ni resentimiento, ni temor, ni ansiedad, ni inestabilidad, ni duda, ni apatía, ni envidia.

Pero concluyamos ya y no hablemos más de Zen, pues su esencia se encuentra en la virtud del silencio; y en el silencio se eleva el espíritu inmortal, y las palabras ahuyentan el vuelo de los pensamientos. Así que guardemos ya silencio, porque…

«Cuando estás silencioso, Ello habla.Cuando hablas, Ello está silencioso.»

Zen cotidiano

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