Читать книгу Tú también vencerás - Jose Gonzalez - Страница 6
ОглавлениеUna vez maté a unos perros. Unos cachorros recién nacidos. Yo tendría dieciséis años por entonces. En aquel momento los maté por responsabilidad. Los maté porque por mi culpa, por no ceder y no haberla encerrado, aquella perra a la que adoraba se escapó varios días cuando tenía el celo, y aunque la busqué sin descanso para evitar lo que sucedió, era yo quien debía hacerse cargo de los pormenores. La suponía una más de las tareas por tener la suerte de cumplir con mi deseo de convivir con un perro, ese cuidado que conlleva aceptar todas las consecuencias. Los maté para dejar menos de los nueve que había dado a luz, para que ella no se debilitase, para ocultar un poco más el error.
No siempre es allá lejos donde aparecen los cuerpos. Entre esas rocas puntiagudas, partidas, molidas y embarradas, segadas por el viento. Cinco perros muertos de un golpe a cada uno contra la pared. El abuelo me miró de un modo extraño cuando le conté esto. Yo lloraba mientras se lo iba diciendo y tal vez supurando la rabia y el desacierto de haber hecho algo así, aunque siempre ha sido una práctica habitual en los pueblos; pero el abuelo sabía que yo venía de otro sentido, que apenas podría matar a un animal para comer, de ese empeño por visualizar lo ancestral como retrógrado, pero que en verdad es todo una compleja contradicción que nos oprime las raíces. Se lo contaba a él porque mis padres solo llegaron a ver cuatro cachorros. No preguntaron si habían nacido más. Nunca hubiese desvelado nada, ni mucho menos hubiese permitido que finalmente fuese yo el victimizado.
Lloraba porque lloré mientras los agarraba antes de golpearlos y no podía evitar llorar cada vez que lo recordaba y lo sentía como si estuviese repitiendo ese gesto violento, esa postura que busca finalizar con un golpe seco, con el corazón atrapado en ese instinto feroz. El abuelo me miraba y me seguía mirando aún cuando le pregunté por qué estaba llorando y no contestaba. Parecía que se mirase a través de mí. No tomó asiento ante su confusión porque ya ambos estábamos sentados en la galería, con las ventanas abiertas, mientras se colaba el abundante olor de los geranios de la terraza, que siempre se han cuidado y mantenido intactos en memoria de mi abuela.