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Un poco de historia
El interés por los problemas del corazón existe, como es lógico, desde el principio de los tiempos. El hombre de las cavernas ya debía de ser consciente de que cuando el corazón se para la persona muere. Como especialidad, la cardiología empezó a estudiarse durante la Antigüedad, y ya los griegos dejaron algunos escritos donde se planteaba que el corazón era el órgano central del cuerpo. Hipócrates y Aristóteles, al inicio del siglo iv a. C., fueron de los primeros en profundizar en su morfología.
A lo largo de los siglos se fueron haciendo avances que permitieron una mejor comprensión de los mecanismos por los que la sangre fluye a través del cuerpo humano. Pero hasta el siglo xix y principios del xx no se producirán avances importantes en el análisis fisiológico y anatómico del corazón. Paralelamente, se crean instrumentos que luego serán fundamentales para la especialidad. Por ejemplo, en 1816, el francés René Laënnec, un médico muy pudoroso al que le incomodaba acercar el oído al pecho femenino, inventó el estetoscopio para auscultar a una joven paciente. En 1895, el ingeniero alemán Wilhelm Röntgen descubrió los rayos X y abrió un nuevo y amplio horizonte de investigación. O, por citar uno más, en 1901 el médico holandés Willem Einthoven estableció los principios del electrocardiograma.
Durante toda la historia los principales problemas cardiovasculares han sido, por un lado, las enfermedades congénitas y, por otro, las infecciones. Las primeras están causadas por la mala formación de la estructura del corazón y vienen, por tanto, de origen (el feto ya las tiene). El corazón no se ha desarrollado adecuadamente, lo que puede suponer un gran abanico de problemas: desde una micropatología sin mayores consecuencias, que muchas veces pasa desapercibida, hasta enfermedades gravísimas que, en el caso de que el niño nazca con una de estas, pueden implicar muchas intervenciones quirúrgicas y una supervivencia baja. Por otro lado, las infecciones hacen referencia a las complicaciones de enfermedades aparentemente benignas, como una amigdalitis, que en el pasado no se trataban porque no se tenían los antibióticos adecuados y acababan provocando la destrucción de las válvulas cardíacas.
Pero cuando la cardiología hace un verdadero salto adelante es con el advenimiento de la sociedad de consumo masivo, durante los últimos setenta u ochenta años. Las enfermedades del corazón se convierten progresivamente en la principal causa de muerte en el mundo desarrollado y, al mismo tiempo, en uno de los temas de estudio fundamentales. Es entonces también cuando se hace patente la gran brecha, que persiste hoy en día, entre el desarrollo de la cardiología en los países ricos y en los países pobres.
La brecha entre ricos y pobres
Los problemas cardíacos con mayor incidencia en los países pobres siguen siendo, básicamente, los que están relacionados con las infecciones. Estas provocan varias tipologías de problemas que afectan a las válvulas cardíacas. Las anginas, la amigdalitis o los estreptococos, que en los países desarrollados nos pueden parecer hoy problemas menores, en los pacientes de los países pobres se acaban instalando en las válvulas cardíacas y las destruyen. Esa es la gran patología infecciosa de los países pobres. Nos puede parecer algo tercermundista; sin embargo, no es hasta mediados del siglo xx cuando en España se empieza a poner fin a esta problemática, coincidiendo precisamente con la fase de desarrollismo que vivió entonces el país. Hacia finales de la década de 1970 y durante los primeros años de la década de 1980, cuando España ya se ha integrado plenamente en el bloque de países desarrollados, estas patologías de las válvulas desaparecen prácticamente. En los países donde ese desarrollo aún no ha llegado o está en una fase muy incipiente, las enfermedades que afectan a las válvulas siguen siendo un problema mayor. El otro gran problema, como señalábamos al principio, hace referencia a la gran cantidad de enfermedades congénitas que no se detectan al nacer y que después causan numerosos problemas.
Los países ricos han dejado atrás esta fase, incluyendo España. Por un lado, se han empezado a tratar a todos los niños que pudieran tener problemas cardíacos desde muy pequeños, antes de que estos provocaran otras complicaciones o que, directamente, pudieran convertirse en una causa de muerte infantil. Por otro lado, desde finales de los años ochenta o principios de los noventa se ha extendido a toda la población el estudio prenatal del corazón con ecografías de alta definición, que permiten visualizar y detectar las cardiopatías congénitas en estadios muy precoces del embarazo, pudiéndose tomar, de acuerdo con los padres, las medidas mas adecuadas en cada situación.
La enfermedad de la abundancia
No obstante, en esta sociedad de la riqueza, en la que hemos conseguido evitar las infecciones y hemos controlado y buscado soluciones a los problemas congénitos graves, ha surgido el problema de la abundancia, que se llama arterioesclerosis. Como sabemos, esta enfermedad es la obturación de cualquier arteria del cuerpo. Comemos más de lo que necesitamos y no siempre nos nutrimos de los alimentos de origen natural más indispensables. Además, vivimos estresados, fumamos, hacemos poco ejercicio... Seguimos todos los factores de riesgo que se asocian con la arterioesclerosis y, por tanto, se diagnostican más casos, del mismo modo que hay más pacientes con hipertensión o diabetes. Y así como tenemos más arterioesclerosis tenemos más casos de lo que llamamos patología isquémica. A continuación explicaremos qué queremos decir con todo esto, que puede resumirse en una consecuencia más clara: hoy el infarto de miocardio se ha convertido en la primera causa de muerte en el mundo occidental.
Vamos a detallar estos conceptos, porque aparecerán con frecuencia a lo largo del libro. La arteriopatía isquémica es el nombre que damos a los problemas causados por la arterioesclerosis. Isquemia quiere decir ‘interrupción de la llegada de la sangre a un órgano’. La arterioesclerosis se manifiesta básicamente de tres formas, dependiendo del órgano al que no le llega la sangre. Si afecta a las arterias coronarias, las del corazón, se llama cardiopatía isquémica; si afecta a las cerebrales, ictus (embolia o isquemia cerebral), y si afecta a las periféricas, las que recorren el cuerpo hasta brazos y piernas, arteriopatía periférica. Las más graves, lógicamente, son el ictus y la cardiopatía isquémica. La arteriopatía periférica puede provocar problemas para caminar, por ejemplo, pero no supone un riesgo de muerte como sí pasa con las otras dos. La incidencia de la cardiopatía isquémica es un poco inferior en las mujeres que en los hombres y, por contra, la primera causa de muerte en las mujeres es el ictus. Pero eso es porque entre las mujeres se dan menos casos de enfermedades de corazón, no porque entre los hombres se produzcan menos diagnósticos de ictus.
¿Por qué ha cobrado tanta importancia la cardiología?
La cardiología ha avanzado notablemente en muy pocos años. La explicación de tal desarrollo es que ha habido mucho dinero de por medio. Los países donde ha crecido el estudio de estas enfermedades son aquellos que tienen posibilidad de pagar los tratamientos. Los laboratorios, la industria farmacéutica y las empresas fabricantes de aparatos médicos invierten mucho dinero en buscar soluciones a todos los problemas cardíacos. Y lo hacen porque la sociedad puede pagar sus descubrimientos. Por esa misma razón, la industria no invierte en la investigación de la vacuna de la malaria, pese a la grave incidencia de esta enfermedad en los países subdesarrollados, ya que este estudio cuesta una fortuna que nadie va a pagar. Por ello, toda la investigación que se realiza sobre la malaria es financiada por organismos públicos, como la ONU o la OMS, o por organizaciones altruistas y otros proyectos de desarrollo del tercer mundo. Las empresas privadas no invierten en algo que no les reporta beneficios, ya que saben que cuando obtengan la vacuna la van a tener que regalar. Nadie entendería que se descubriera la vacuna y no se utilizara a la espera de que las personas necesitadas tengan la capacidad económica de pagarla. Por tanto, se desentienden de esta investigación. Este mundo funciona así.
En lo que respecta a los temas relacionados con la cardiología y la oncología, que son los dos grandes problemas médicos de los países desarrollados —porque vivimos muchos años y tenemos más riesgos de sufrir problemas del corazón o de padecer un cáncer—, pasa todo lo contrario. Hay mucha gente dispuesta a gastar dinero en salud y las empresas privadas destinan todos sus esfuerzos en innovar e investigar, porque también hay mucho dinero que ganar. Esta circunstancia explica el gran salto que ha dado la cardiología en los últimos tiempos, que la ha convertido en la especialidad más sofisticada que existe en la actualidad desde un punto de vista tecnológico. Contamos con aparatos para todos los posibles problemas y cada día aparecen nuevos avances: catéteres, tubos, sistemas para cambiar una válvula o para poner un stent. Gracias al estudio realizado por una gran cantidad de investigadores, tenemos, por tanto, un sinfín de soluciones, que explicaremos en las siguientes páginas y que han dado esperanzas ante afecciones cuya curación parecía impensable hace unos pocos años.
¿Tiene sentido salvar solo el corazón?
Se ha avanzado tanto que nos encontramos incluso con otro problema que cada vez va a hacerse más significativo. Estamos curando tanto y tan bien los problemas de corazón en la vejez que las personas llegan a esta última etapa de su vida perfectamente del motor y no así del otro elemento importante del cuerpo humano: el cerebro. La investigación sobre las enfermedades relacionadas con el envejecimiento neuronal no ha conseguido aún progresos tan positivos. El resultado es que tenemos cada vez más pacientes que pierden la capacidad cognitiva y no se mueren porque hemos logrado mantener el motor, su corazón, en buenas condiciones. Antes, como había muchos más casos de fallos cardíacos, los de envejecimiento neuronal no eran tan numerosos. Hoy el envejecimiento de la población hace que se disparen los casos de personas discapacitadas por culpa del alzhéimer o de la demencia senil, mientras su corazón aún resiste.
A la larga, será un problema social muy grave. Los centros de salud se están llenando de personas totalmente dependientes, sin autonomía, con una capacidad cardíaca que les permitirá vivir muchos más años, porque les hemos hecho una «puesta a punto» del corazón para que este pueda seguir latiendo más tiempo. Por eso, desde los organismos de atención a la salud se está planteando la conveniencia de aumentar los fondos de investigación para tratar las enfermedades neurológicas e igualar su progreso al de la medicina cardiovascular. Pero ese no es un tema que atañe únicamente a los políticos y a los organismos públicos; hay que conseguir, sobre todo, que la empresa privada, que es la que más esfuerzo destina a la investigación y al desarrollo, asuma plenamente este reto.
Una enfermedad que ha dejado de ser de hombres
La incidencia de la enfermedad cardiovascular a lo largo de estas últimas décadas ha ido variando. Hace cuarenta años era muy raro tener en la consulta a una mujer con un infarto de miocardio. Decíamos que, probablemente, el ciclo menstrual y las hormonas ejercían un papel protector, y que solo cuando la mujer llegaba a la menopausia este posible beneficio se veía reducido. El infarto era un problema de hombres. Esto es verdad, y cuando yo empecé a ejercer la medicina había un amplio consenso al respecto. Sin embargo, el aumento de los factores de riesgo en la mujer que hemos visto en estos cuarenta años, sobre todo el tabaquismo, la hipertensión y la obesidad, han provocado un importante aumento de los infartos en este grupo de población. De hecho, ahora mismo se considera que la incidencia de los infartos en hombres y mujeres es prácticamente la misma. La diferencia es que en ellas la aparición de los infartos se retrasa entre cinco y diez años con respecto al hombre.
Todo esto puede seguir cambiando, ya que estamos hablando de estadísticas a largo plazo. Hay que tener en cuenta que entre las mujeres los factores de riesgo no disminuyen, sino todo lo contrario, por lo que puede que en las próximas décadas asistamos a la total equiparación de los casos de infarto. De momento, sin embargo, la principal causa de muerte femenina es el ictus.
Asimismo, esta historiología médica según la cual la mujer no suele tener infartos ha jugado en su contra a lo largo de los años: cuando se presentaba una paciente con un cuadro que podría relacionarse con un infarto, los médicos tendían a descartarlo porque no consideraban que esa fuera la primera opción. Buscaban otras posibles causas, con lo cual el tratamiento se retrasaba porque se consideraba menos urgente. Por tanto, como el tiempo es fundamental en el tratamiento de los problemas del corazón, este hecho hacía que la cardiopatía isquémica en las mujeres, cuando finalmente era diagnosticada, acabara siendo más grave. Actualmente estas percepciones van cambiando poco a poco, pero no del todo. Todavía hoy, si una mujer llega con un dolor en el pecho, es probable que el médico le reste importancia.
Los cardiólogos estamos haciendo campañas de formación para cambiar esta tendencia. En ellas explicamos que los síntomas de un infarto, en el caso de las mujeres, pueden ser un poco distintos y algo engañosos. No obstante, hay que pensar en la posibilidad de una cardiopatía isquémica, porque el objetivo es destapar una arteria obstruida. El infarto es la falta de riego al corazón por una arteria obstruida y, si esta no se desobstruye en las primeras horas, el daño será irreversible. Por eso existe el código infarto, un protocolo que se aplica en toda Europa para que, al detectar un caso, se actúe con la máxima celeridad. Se hacen todas las pruebas de confirmación rápidamente, incluso un cateterismo para destapar cuanto antes la arteria. Siempre que se actúe en las dos horas posteriores al dolor, se evitará probablemente un daño real en el corazón. Si se tarda más, una zona quedará afectada. Por eso, insistimos en que se dejen de tener dudas diagnósticas en los casos de las mujeres y en que se empiecen a aplicar los mismos criterios que en los pacientes de sexo masculino. Si un hombre llega con un dolor en el pecho por haber subido una escalera, lo primero que se hace es aplicar el código infarto para que los especialistas le den prioridad y verifiquen si ha tenido un infarto. Pues bien, tenemos que intentar que este protocolo se aplique también a los síntomas más difusos de las mujeres.