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Síntomas relacionados con el corazón: el dolor
Hay una serie de síntomas que pueden alertarnos de que algo no está funcionando bien en nuestro corazón. Básicamente son cuatro: dolor torácico, palpitaciones, cansancio y pérdida de conocimiento. Los explicaremos en los dos próximos capítulos. De todas formas, no hay que entenderlo como un listado de alarmas gravísimas, pues cada uno de estos signos no significa obligatoriamente que tengamos un problema serio ni tampoco que sean exclusivos del corazón. Un desmayo puede ser una señal peligrosa o simplemente un mareo sin mayor importancia debido a una bajada de tensión o una bajada del nivel de azúcar. De la misma manera, el síntoma en el que nos centraremos primero, el dolor en el pecho —que es uno de los principales motivos de preocupación—, es algo que todos hemos sentido o sentiremos a lo largo de nuestra vida y que la mayoría de las veces no supone ningún problema cardíaco.
Se trata, pues, de señales que no nos deben hacer entrar en pánico, pero que, si se dan las condiciones que señalaremos, nos obligan a consultar al médico, para descartar que sea un problema cardíaco.
¿Cómo puede ser el dolor en el pecho?
El dolor en el pecho abarca muchas variables. Puede ser desde un simple pinchacito, porque sentimos un poco de molestia muscular en el pecho, hasta una señal de infarto. Cómo se presenta este dolor, en qué circunstancias, cuánto dura o cómo se alivia son los elementos que se planteará el médico para hacer un diagnóstico inicial y solicitar las pruebas correspondientes.
El dolor de pecho como aviso del corazón puede surgir en dos circunstancias. La primera es cuando hay una arteria tapada parcial o completamente, lo que puede provocar angina de pecho o un infarto de miocardio. El otro motivo de dolor es la inflamación de los tejidos cardíacos.
La angina se produce cuando la arteria no está tapada completamente y deja pasar una cantidad de sangre, aunque no siempre suficiente. Por tanto, el dolor aparece en determinadas circunstancias, por ejemplo, cuando caminas o subes una cuesta. Mientras caminas notas un dolor en el pecho que, al parar, se reduce. Es lo que los médicos conocemos como angina de esfuerzo. Vamos a ejemplificarlo para entenderlo mejor: imaginemos que la arteria es un tubo con la salida medio taponada. En circunstancias normales, si hay suficiente riego, no notaré nada en el corazón. Si, por el contrario, le exijo al corazón un esfuerzo extra, necesitará más oxígeno. Entonces puede que ese tubo con la mitad de diámetro taponado ya no deje entrar suficiente oxígeno. Si subo una cuesta en invierno y con mucho frío —circunstancias por las que se tiene que hacer un mayor esfuerzo—, mi corazón funcionará de forma acelerada y una parte de él se verá obligada a seguir bombeando con rapidez, por lo que se quejará a través del dolor. Luego, al parar, bajarán las pulsaciones y disminuirá la necesidad de oxígeno, con lo que el corazón dejará de protestar. Pero me estará avisando.
Si esa arteria se tapa del todo, la queja del corazón será inmediata. No se produce al hacer un esfuerzo, sino en el momento en que se tapa porque no le llega nada de oxígeno, incluso en reposo. La parte del corazón que sufre es la que hasta entonces era regada por esa arteria. Las arterias forman una suerte de ramas que se distribuyen por toda una zona del corazón. Si se tapona la rama madre, no llega oxígeno a ningún punto de esa zona. El dolor es intenso, profundo y no cede aunque no nos movamos. Nos preocupa, dura unos minutos e incluso puede venir acompañado de mareo y malestar intenso. La gran mayoría de las veces, la gente que sufre un infarto sabe que le está pasando algo serio. Es una sensación parecida a la muerte. Una de las manifestaciones más conocidas del dolor es que en un inicio puede irradiarse hacia el brazo izquierdo y también hacia la mandíbula. Estos signos hacen sospechar que se trata de un dolor de origen cardíaco.
En ocasiones, estos dolores pueden venir acompañados de vómitos. Esto ocurre en un tipo concreto de infarto de miocardio. Dependiendo de qué arterias estén taponadas, lo llamamos de una forma u otra: infarto anterior, infarto posterior, etc. Los infartos posteriores, que son los de la arteria coronaria derecha, presentan una serie de síntomas muy evidentes: mareo, malestar, vómitos. Es lo que se conoce como un cuadro vasovagal, por afectación de las terminaciones nerviosas que hay en esta zona del corazón.
Algunos dolores pueden engañar
Por tanto, el hecho de que el dolor pare al descansar es muy sintomático de la angina de pecho. Si es más permanente y profundo, es probable que sea de infarto. En cambio, si es un dolor permanente, que dura todo el día, lo más probable es que sea un dolor benigno, de tipo muscular, provocado por algún esfuerzo o un mal gesto. Cuando un paciente acude a la consulta y me explica «tengo un dolor durante todo el día», lo tranquilizo. Seguro que ese dolor no es cardíaco. Un dolor que dura horas suele afectar a la caja torácica, a las costillas o a los músculos. Hay muchos tipos de dolores en la caja torácica que pueden aparecer con el movimiento, lo que indica que es una señal muscular, producto de un golpe, etc.
¿Nos puede engañar el dolor? Pues a veces sí. Nos engaña sobre todo en el caso de las mujeres. Globalmente, el tipo de dolor es el mismo que en el hombre. Pero en ocasiones puede aparecer un dolor menos claro, un dolor más subintrante, que no coincide con las características que hemos explicado hasta ahora. Es un dolor que, como profesional, tengo que analizar más para discernir si es cardíaco. No es el típico dolor profundo que se irradia al brazo y que inmediatamente me pone en alerta de que es muy probable que sea de corazón. En algunas mujeres no es tanto un dolor como un malestar. Me gustaría ser más claro, pero lamentablemente en esta, como en la mayoría de las enfermedades, no hay patrones exactos. De ahí la importancia de la anamnesis, el interrogatorio del médico, que intentará deducir el diagnóstico por las respuestas del paciente. La Fundación Española del Corazón enumeró algunos de los síntomas más habituales en la mujer que pueden servir de referencia, aunque, como ya hemos apuntado antes, estos mismos síntomas a veces son indicio de otros trastornos más benignos y pueden crear una ansiedad innecesaria. Son los siguientes:
Falta de aire en reposo y presión en el pecho. Es una sensación indefinida que puede confundirse con un sofoco (en mujeres premenopáusicas) o con un ataque de ansiedad. A veces es un dolor intermitente, sin falta de aire.
Dolor en la espalda, el cuello, la nuca, la mandíbula, el brazo o el estómago. La disparidad de puntos es evidente y es difícil de relacionarlos con el corazón.
Sudor frío, náusea o mareo, síntomas que pueden confundirse con un corte de digestión.
Ciertamente, la mentalidad médica ha de ir cambiando. Antes, en una mujer no menopáusica se descartaba sistemáticamente la posibilidad de que sus síntomas fueran por un infarto. Hoy tenemos que ser vigilantes. Debemos pensar en el aumento de casos de infarto entre mujeres y barajarlo entre las posibilidades que se nos presentan según sus síntomas, ya sea un dolor torácico clásico o de algún otro tipo.
También pueden engañarnos los signos de los diabéticos. Por las características de la propia diabetes, las terminaciones nerviosas en estos pacientes han perdido sensibilidad, por lo que pueden no sentir prácticamente dolor y estar sufriendo un infarto sin ser conscientes de ello. Así pues, se quejan de una leve molestia cuando deberían sentir un dolor agudo. Los diabéticos son la parte de población a la que más tarde se le diagnostica y trata una dolencia cardíaca, porque muchas veces se diagnostica a posteriori, cuando ya se ha producido el infarto y ha dejado secuelas irreversibles.
¿Qué es el síndrome de las microarterias?
Queda por mencionar un dolor coronario que no se produce por angina de pecho ni por infarto. Se denomina síndrome de las microarterias. Si existe un problema en las ramificaciones finales de las arterias, cuando son ya muy pequeñitas, es muy difícil detectarlo. En las pruebas de exploración, como la herida es mínima, los aparatos no la detectan. Pese a ello, en algunas ocasiones produce dolores parecidos a los de una angina de pecho. Con el cateterismo (que permite entrar en las arterias y verlas por dentro) podemos llegar a ramificaciones muy finas; incluso algunas de un milímetro de diámetro, pero las más pequeñas de ese grosor ya no se pueden ver. Entonces, si después de constatar que todo el árbol coronario está normal, no hay obstrucción alguna y el paciente sigue manifestando dolor al hacer esfuerzos, podemos deducir que este se debe a las microarterias, aunque hay que decir que son casos excepcionales.
La solución en los casos de angina de pecho e infarto será realizar un cateterismo, que permite ensanchar las arterias obstruidas para que se desbloqueen y vuelva a pasar a través de ellas un caudal de sangre adecuado. Es obvio que en el caso de las microarterias esto no se podrá efectuar. Afortunadamente, hay otras opciones. Como no se puede llegar con un catéter para desobstruirlas, se usan medicamentos que también tienen la capacidad de expandir este tipo de arterias diminutas y de ayudarlas a que recuperen el flujo de sangre.
Las membranas del corazón son muy sensibles
Como ya sabemos, nuestro corazón es una bomba que se mueve continuamente. Para que lo haga sin problemas ni rozaduras, todo tiene que estar muy lubricado a su alrededor. El corazón tiene una doble bolsa, una dentro de otra: la interior se llama epicardio y la exterior pericardio. Forman un saco en el que se encuentra el corazón. Entre el epicardio y el pericardio no hay espacio; es decir, están juntos, pero no pegados, y engrasados el uno con el otro. En medio hay una especie de líquido que permite que el corazón resbale bien.
Si sufro una infección por un virus, por ejemplo un resfriado, y esta llega a afectar al pericardio, padezco lo que se conoce con el nombre de pericarditis. Se me inflama la bolsa. El pericardio inflamado roza con el epicardio y provoca dolor. En este sentido hay que aclarar que el corazón por dentro no duele, ya que no tiene sensores de dolor internos (terminaciones nerviosas que transmiten la sensación de dolor al cerebro). Por eso, cuando metemos un catéter en el corazón y actuamos dentro de él, quemando una zona, por ejemplo, el corazón no siente nada, no sufre. El dolor proviene de todos los vasos que salen del corazón, de las arterias y de las venas, que es donde están todas las enervaciones nerviosas. También los sacos están llenos de esos sensores, por eso la pericarditis es muy dolorosa y apenas una pequeña inflamación provoca un dolor intenso.
Ese dolor, además, aumenta con la inspiración, porque esta hace que las bolsas del corazón se expandan y se rocen más, con lo cual el dolor pericardítico hace que hasta dé miedo respirar. Cada vez que un paciente con esta dolencia inhala profundamente suelta un «¡ay!» y se frena. Esa es la característica típica de este dolor. Por lo demás, no hay que darle mayor importancia. En el 99,9% de los casos se trata de una inflamación benigna que tiene una solución sencilla. Se administra un antiinflamatorio, como es la aspirina, para que baje la inflamación. Solo queda esperar a que el cuerpo responda y el sistema inmunológico acabe con el virus, porque no es más que eso, un virus, y en estos casos se actúa como en cualquier otra infección vírica.
La mala noticia para quienes ya han sufrido una pericarditis es que se trata de un problema recurrente. El individuo que ha tenido una es susceptible de sufrir otras. Se cree que es porque una zona del saco no queda curada completamente y, en cuanto aparece otro virus, tiende a inflamarse de nuevo y a doler otra vez. El 30% de los niños —que son los más afectados por esta dolencia— y de adultos con pericarditis la sufren de forma repetida durante un tiempo, y con un dolor que puede llegar a ser muy incapacitante. Desde un punto de vista médico, no es un problema grave, pero hemos de reconocer que puede alterar la calidad de vida de quien lo padece.