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Cómo funciona el corazón
La descripción del corazón es muy simple: se trata de una bomba que distribuye la sangre por todo el cuerpo y permite alimentar todas las células del organismo. Para funcionar, estas células necesitan una gasolina llamada oxígeno y, para que este pueda llegar a todas partes, es imprescindible un sistema conductor, es decir, la sangre. Por tanto, lo que hace el corazón es bombear la sangre para que circule por todas las células. Como cualquier bomba, el corazón está formado por varios elementos, de los cuales tres son los principales.
Un músculo que no descansa
El primer elemento es la bomba en sí. Está formada por un músculo hueco, aproximadamente del tamaño de nuestro puño, que es absolutamente perfecto. Este músculo funciona 24 horas al día, 365 días al año, durante décadas y décadas. No descansa nunca ni puede descansar porque, si dejara de bombear, nos moriríamos. Por tanto, este músculo tiene que ser muy potente, el más potente, porque no se puede estropear. Si falla el músculo, falla la bomba. Además, es un músculo muy especial, llamado miocardio, con dos propiedades únicas que veremos más adelante: la automaticidad y la conductividad. Hay músculos que ejercen un tipo de fuerza estática, como los del cuello, y sirven sobre todo para sujetar el peso de la cabeza. En su caso, el músculo del corazón, el miocardio, está muy interconectado y muy secuenciado, ya que debe iniciar su movimiento de manera muy acompasada y no nos vale que cada parte se active por su lado porque el trabajo es coordinado.
Como muestra la ilustración anterior, el corazón se subdivide en cuatro compartimentos: dos aurículas, situadas en la parte superior del órgano, y dos ventrículos. Son como estancias. Hay un muro que separa la aurícula y el ventrículo de la derecha del de la izquierda. Conviene en este punto explicar lo que es el sistema de riego sanguíneo para entender mejor cómo funciona el corazón. Tenemos un circuito cerrado, una red de tubos de distinto tamaño por los que circula la sangre para que llegue hasta el último rincón de nuestro organismo. Unos son anchos, los que entran y salen del corazón hacia el resto del cuerpo; otros, a medida que se subdividen, llegan a ser tan minúsculos como un pelo, por eso se les denomina capilares. La sangre que sale del corazón va por unos conductos que llamamos arterias, mientras que la que regresa al corazón va por unos conductos llamados venas.
A su vez, hay dos circuitos diferentes. La sangre mala, que ha consumido el oxígeno y regresa de las células al corazón, pasa a la aurícula derecha, que la impulsa al ventrículo derecho. De allí sale expelida hacia los pulmones. Entonces se oxigena y, ya enriquecida de nuevo, sigue su camino, llega a la aurícula izquierda, pasa al ventrículo izquierdo y este la expulsa con fuerza hacia el resto del cuerpo.
Para que la sangre circule en la dirección adecuada, se necesitan además unas compuertas que abran el paso exclusivamente en un sentido. Por eso el corazón también tiene unas válvulas que se abren y se cierran. Son cuatro: dos que conectan cada aurícula con su ventrículo y otras dos que abren el paso de los ventrículos hacia las arterias: la arteria pulmonar (que va a los pulmones) y la aorta (que distribuye la sangre por el cuerpo). Es un mero mecanismo automático, que resulta muy útil para que la sangre siga su camino y no se vaya hacia atrás.
Arterias coronarias: los vasos que oxigenan el corazón
Como cualquier motor, el corazón necesita energía para funcionar, que no es otra que la misma gasolina que proporcionamos al resto del cuerpo: el oxígeno. Este es imprescindible para que todo el proceso de bombeo se produzca de manera efectiva. El oxígeno de la sangre llega al corazón a través de las llamadas arterias coronarias. Estas arterias específicas del corazón son el segundo elemento importante.
Las arterias coronarias son unos ramales cortos que se originan en la arteria madre, llamada aorta. De esta salen ramas que van al cerebro, a los brazos, a la barriga, a las piernas, etc. Dos de estos primeros ramales son la arteria coronaria derecha y la arteria coronaria izquierda, que suministran sangre oxigenada directa y exclusivamente al corazón, por lo que son imprescindibles. Como el corazón está funcionando siempre y ha de recibir mucho oxígeno, es fundamental que las arterias se mantengan siempre limpias, ya que han de poder abastecer a ese músculo de forma suficiente y constante. Es un planteamiento distinto al de cualquier otro músculo del cuerpo, como, por ejemplo, los bíceps de los brazos. Los bíceps también son músculos fuertes a los que, en ocasiones, podemos exigir un gran trabajo. Sin embargo, en otros momentos van a estar inertes, tranquilos, y no tendrán la misma necesidad de oxígeno, apenas del suficiente para que las células sigan vivas. Con el corazón no tenemos ese planteamiento, ya que este trabajará más o menos rápido, pero siempre requerirá de una fuerte dosis de oxígeno para bombear sangre a todo el cuerpo. Por tanto, norma número uno: las arterias coronarias han de estar lo más limpias posible.
Nuestro pequeño generador eléctrico
El tercer elemento de este mecanismo, el sistema eléctrico, es el que regula la velocidad a la que debe funcionar la bomba. Puede parecer extraño que nuestro cuerpo tenga un pequeño generador de electricidad que manda descargas, pero así es. Ese generador está conectado, a su vez, con nuestro organismo para saber en todo momento qué cantidad de energía se requiere. No necesito la misma energía a mediodía, a pleno rendimiento, que a las cuatro de la madrugada, cuando estoy durmiendo y todos mis músculos, excepto el corazón, están en reposo. En esos momentos, una frecuencia baja de bombeo es suficiente para vivir. Si estoy haciendo deporte —por ejemplo, subiendo en bicicleta una cuesta— necesito que mi corazón se ponga a 180 pulsaciones por minuto, ya que le estoy exigiendo un gran esfuerzo a mis músculos y, por tanto, necesitan más oxígeno. ¿Cómo lo conseguimos? Pues abriendo mucho los vasos sanguíneos para que pase cuanta más sangre mejor y bombeando mucho el corazón. Para ello, el corazón ha de ir más fuerte y más rápido. Cuanto más fuerte y más rápido vaya, más sangre y más oxígeno se enviará.
Este sistema eléctrico funciona por capas. En la parte superior tiene un marcapasos natural, el nódulo sinusal, que es una estructura formada por células especiales de neuronas y músculos. Estas células especiales, llamadas células marcapaso, producen electricidad, como si fueran un pequeño generador, gracias a una propiedad natural que tenemos todos que se denomina automatismo. Esta electricidad se transmite desde el nódulo sinusal por las aurículas hasta el al nódulo auriculoventricular, que es la siguiente estación y que también es capaz de crear y transmitir electricidad. Desde allí el impulso eléctrico se distribuye a los ventrículos y provoca su contracción.
El resto de las células del corazón no tienen la propiedad de generar electricidad por sí mismas, de modo que únicamente se disparan cuando reciben el impulso eléctrico. En cambio, las células del nódulo sinusal, sí. Este sistema eléctrico funciona automáticamente, ya que no podemos decidir cuándo debe latir el corazón. Sin embargo, no es del todo independiente. El sistema nervioso vegetativo (que no es el consciente, sino el que transmite información a las vísceras o al iris del ojo para que se abra o cierre dependiendo de la luz) está conectado también con el sistema eléctrico. Por eso, las emociones que experimentamos, desde el amor hasta el odio, pueden mandar señales para que nuestro corazón lata más rápido. Cuando nuestros músculos se ejercitan y necesitan más oxígeno, también el sistema nervioso vegetativo le envía señales para que aumente los latidos.
El corazón se «exprime» 70 veces por minuto
El corazón se contrae y bombea la sangre de manera muy diferente a como nos lo podemos imaginar y a como suele representarse en los dibujos. Las paredes de un lado y de otro no se contraen y se juntan como si fuera una prensa. El movimiento del corazón se parece más bien al que haríamos para escurrir una toalla. El corazón se enrolla sobre sí mismo en un giro helicoidal, y de esta manera empuja la sangre hacia arriba; es decir, la «exprime» y la impulsa. El médico valenciano Francisco Torrent Guasp descubrió este movimiento allá por los años setenta. Como suele suceder, al trabajar lejos de los grandes centros de investigación, tardaron algún tiempo en prestar atención a sus investigaciones, aunque hoy, ya fallecido, está considerado como uno de los grandes cardiólogos del siglo xx.
Si nos paramos a pensar un momento en el trabajo ingente que hace nuestro corazón, nos quedaremos asombrados de lo perfecta que es su maquinaria, pues, proporcionalmente a su trabajo, la tasa de averías es pequeña. El corazón de un adulto late un promedio de 70 veces por minuto y en cada latido bombea unos 70 mililitros de sangre (el equivalente a una taza de café), lo que suma casi 5 litros de sangre por minuto, 300 litros por hora y 7.200 litros al día. Y latiendo más de cien mil veces en 24 horas, sin parar ni un segundo. ¿Te atreves a imaginar lo que eso supone al año? Pues casi 40 millones de latidos y cerca de dos millones y medio de litros o, para que nos hagamos una idea de la proporción, el equivalente a llenar más de una piscina olímpica. Cuenta los años que llevas vividos y suma piscinas. Realmente es digno de admiración.
Puede haber defecto de fábrica o de funcionamiento
Con todo, como no hay nada inmutable en nuestro cuerpo, también tenemos que asumir que nuestro corazón puede fallar. Cualquiera de los elementos principales de los que hemos hablado, como las válvulas, los conductos (las arterias coronarias) o el sistema eléctrico, se puede estropear. Como músculo, el corazón también puede tener las disfunciones que relacionamos con este tipo de fibras, como problemas musculares y contracciones prematuras, que trataremos en el apartado sobre las arritmias.
Otro problema es que la bomba presente un defecto de fábrica o que esté mal construida: es lo que llamamos cardiopatías congénitas. Por ejemplo, puede que el corazón tenga una aurícula en lugar de dos, que en vez de tener los ventrículos separados estén conectados por un agujero, o que el corazón esté girado y que los tubos estén mal conectados. Estos son algunos de los problemas que veremos más adelante y que hay que solucionar para que la sangre bombee bien oxigenada hacia todo el cuerpo.
¿Hay diferencias entre el corazón del hombre y el de la mujer?
No hay ninguna diferencia morfológica entre un corazón u otro porque sea de hombre o de mujer. Igual que no la hay entre el corazón de un asiático, de un negro o de un nórdico. Cuando se trata de trasplantes, el factor racial o de sexo no tiene ninguna relevancia. Se puede trasplantar el corazón de un hombre a una mujer y viceversa. Esta sería una de las premisas que tendría que hacer pensar a los racistas y a los sexistas del mundo. De hecho, ya se ha utilizado. Precisamente, era uno de los argumentos que se esgrimía en las campañas antirracistas en Estados Unidos: se enseñaban dos huevos, uno blanco y otro rubio, y, después de cascarlos, se exponían en dos platos para comprobar que era imposible distinguirlos. En otro anuncio se mostraba el corazón de un blanco y el de un negro y se preguntaba si alguien sabría diferenciarlos. Es imposible.
Un corazón puede tener un tamaño algo diferente, dependiendo de la corpulencia de la persona. Por eso, de media, los de las mujeres pueden ser ligeramente más pequeños, aunque eso no es una regla fija sino mera estadística. Por ejemplo, una mujer corpulenta tendrá el corazón mayor que un hombre bajo. La diferencia más significativa por la que históricamente la mujer ha sufrido menos del corazón se debe, probablemente, a la influencia beneficiosa que tienen las hormonas femeninas, que reducen el riesgo de que la sangre se quede taponada —aunque son diferencias debidas a la influencia externa (las hormonas) y no al corazón en sí—. Si ese corazón se traspasara a un hombre, se perderían los beneficios hormonales, de la misma manera que los indicios muestran que se reduce ese beneficio cuando la mujer entra en la menopausia y su ciclo hormonal varía.