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Historia de la encuadernación

Resulta fácil justificar la presencia aquí de una pequeña Historia de la encuadernación. En efecto, si la propia encuadernación es una materia a menudo desconocida del gran público, mucho menos conocida resulta su historia, estilos e importancia histórica. Es relativamente frecuente, aunque por fortuna cada vez menos, que en determinados círculos del mundo del libro se desconozcan los estilos, las épocas e incluso el valor de algunas encuadernaciones antiguas y, en cambio, sí se aprecien los libros en sí mismos. Resulta muy lamentable que no se valoren en lo que merecen estos trabajos dada la antigüedad, el valor y el número relativamente elevado de las encuadernaciones peninsulares, a menudo relegadas ante trabajos de fuera de nuestras fronteras. También es interesante utilizar la Historia de la encuadernación para entender mejor el desarrollo de las distintas técnicas y tradiciones utilizadas en la actualidad. Finalmente, resulta importante tener una guía para moverse en los distintos estilos y técnicas y que permita optar por la realización de encuadernaciones historicistas. O, simplemente, para poder apreciar y disfrutar con mayor conocimiento de estos admirables trabajos que nos han legado los encuadernadores de todas las épocas.


EL ARTE DE PROTEGER Y EMBELLECER LOS LIBROS

Se conoce al libro como un conjunto de hojas manuscritas o impresas, reunidas de manera que formen un volumen ordenado para su consulta o lectura. Para facilitar el manejo de esas hojas nació la encuadernación, que es el arte o la técnica para hacer más cómoda su utilización, más duradera su conservación y más agradable su presentación, y que, en muchas ocasiones, alcanza la categoría de verdadera obra de arte.

Los orígenes

El concepto actual de encuadernación arranca con la aparición del códice. Es decir, aparece, hacia el siglo I d.C., con los libros similares en su aspecto a los actuales. Sin embargo, anteriormente ya había recopilaciones de escritos, con formas distintas, que se debían proteger, distinguir o valorar y, por tanto, encuadernar.

Algunas de las más importantes formas de libros antiguos son las tablillas mesopotámicas y sirias, tablillas de corteza de árbol o de madera con una capa de cera sobre la que escribir, fibras vegetales (como el papiro), inscripciones monumentales sobre piedra o sobre planchas de metal, pieles curtidas y escritas (como el pergamino), etc.

En la inmensa mayoría de los casos se trataba de textos breves que no necesitaban ningún tipo de protección. Los soportes para la escritura eran de muy variada dificultad y precio, lo que hacía que hubiera una clara especialización. Así, los textos más importantes, del tipo leyes y edictos, solían adquirir formas monumentales como estelas mientras que los textos de menor importancia se almacenaban en bibliotecas o archivos.

Sin duda, la forma más común para los escritos que debían ser archivados y conservados antes de los códices fueron los rollos y las tablillas de arcilla. Los primeros fueron especialmente importantes y con ellos se llegaron a formar las míticas bibliotecas de Alejandría y de Pérgamo. El material, especialmente el papiro, resultaba frágil y en determinadas ocasiones se recurría a tubos de piel para su protección y traslado. Este sistema no parece haber sido exclusivo de los papiros pues todavía se conserva hoy en día en los rollos que contienen los libros sagrados hebreos.


Estela de Adad-nenari III (810-783 a.C.).

De cualquier manera parece que los rollos habitualmente carecían de protecciones externas. Solían estar doblados en forma de doble rollo, de modo que mientras se leían una parte del rollo se desenrollaba y el texto se iba recogiendo en otra parte. En la cinta que los unía se podía colgar una etiqueta con el nombre de la obra. Así se podía saber de qué obra se trataba cuando estaba en una estantería de biblioteca sin necesidad de sacar el rollo.

Según parece los romanos también usaban este sistema pues facilitaba la escritura y el traslado de los textos, así como su conservación en bibliotecas y en los archivos, indispensables para el buen funcionamiento de la administración.


Piedra de Rosetta, encontrada en Egipto, con un decreto de Ptolomeo V, escrito en griego y en egipcio con caracteres demóticos y jeroglíficos.

Las encuadernaciones medievales

Desde el siglo I d.C. empieza a producirse un cambio esencial en el mundo del libro: el progresivo abandono de la forma de rollo por la del códice, debido a varias circunstancias que modificarán la forma del libro y la encuadernación. Aparece la necesidad de reunir obras cada vez más extensas por el mayor uso de los escritos, unido a la limitación del papiro como material para conservar el libro y, finalmente, la aparición del cristianismo.

Esta nueva religión se diferencia de las antiguas, entre otras cosas, por el uso extenso que hace de los escritos que son considerados como la palabra de Dios. Esto hace que la compilación de esos textos resulte esencial para impartir la liturgia y que en todas las iglesias deba haber un ejemplar de la Biblia. Así mismo, se crea la necesidad de saber leer y escribir para poderla interpretar correctamente. Pero no sólo se trata de un problema de cantidad de texto, sino que los libros, en sí mismos, adquieren la consideración de sagrados y preciosos. Se trata de obras demasiado extensas como para figurar en una inscripción monumental, pero tan preciosas como las grandes inscripciones anteriores. Por tanto, hay una tendencia a darles el tratamiento más rico posible para destacar su importancia para la fe. Aquí está una de las claves de los libros en la Edad Media, que se convierten en auténticas obras de arte de un altísimo precio y consideración.

De ahí el nacimiento de las encuadernaciones de lujo realizadas de forma sistemática.

Las escuelas de encuadernación

En esencia, se distinguen varias escuelas de encuadernación en el Occidente medieval:

• Las encuadernaciones de altar, de gran valor y que son quizás el primer ejemplo de las encuadernaciones de lujo. Su función era estar en el altar y contener las lecturas de la misa. Generalmente se realizaban con materiales preciosos e incluso piedras preciosas, semipreciosas o incrustaciones de pastas de vidrio o de esmaltes. Solían incorporar elementos de marfil esculpidos o camafeos. Todo ello sobre un soporte de madera.

• Las encuadernaciones bizantinas, con cubiertas de madera forradas de telas de gran precio y con abundancia de esmaltes. En ocasiones podía tratarse de tapices o de telas teñidas de púrpura. Es en este tipo de encuadernación donde empieza a desarrollarse una decoración basada en motivos religiosos y en la presencia de la figura humana, muy poco común en el Islam.

• La encuadernación con pieles recubriendo la madera, generalmente asociada a talleres de influencia islámica. Se trata de un tipo de encuadernación muy abundante en los reinos peninsulares y que recibe el nombre de mudéjares.

• Las encuadernaciones de menor valor, que generalmente se realizaban con cubiertas de madera sin decorar o muy simple, pero sin revestimiento, conocidas como encuadernaciones con pergamino. A menudo estaban reforzadas con protecciones o decoraciones metálicas. El pergamino solía usarse para los documentos o libros de uso frecuente y escaso precio o poco interés en su conservación.


Estilo plateresco con cantoneras y adornos metálicos.


Encuadernación en pergamino en forma de cartera (siglo XVI).


Estilo mudéjar con cierres y adornos metálicos.


Encuadernación de altar con oro y esmaltes.

Las encuadernaciones de manuscritos islámicos

Elmundo islámico tiene unas necesidades relacionadas con los escritos en principio similares a las del mundo cristiano. Desde muy pronto se reúne un “corpus” con los recuerdos de la doctrina transmitida por el profeta Mahoma. Es lo que recibirá el nombre de Corán. Se trata de un verdadero “libro” que necesita ser recordado, conocido y difundido en todo el Islam. A partir de esta necesidad religiosa aparece la necesidad de saber leer, escribir, estudiar e interpretar las escrituras para acceder a las enseñanzas religiosas. Incluso resulta frecuente que se use el Corán como texto básico para enseñar a leer y a escribir a los árabes, y para enseñar árabe a los creyentes que tienen otra lengua materna.

Aparecen dos factores esenciales para la difusión de la encuadernación: la existencia de una profusa producción de libros que deben protegerse dado su alto precio, y la existencia de un libro enormemente importante y precioso que necesita el tratamiento más suntuoso y la máxima consideración como objeto en todos sus aspectos, incluida, naturalmente, la forma externa. También en el mundo musulmán el aspecto de protección se acentúa debido al uso generalizado del papel como soporte.

Desde el punto de vista formal las primeras encuadernaciones árabes deben mucho a los precedentes coptos. En el Egipto cristiano se conocían los libros encuadernados en piel y con elementos de decoración adheridos, incluso con gofrados, y algunos con decoración en oro utilizando la técnica del guilloche. Los primeros ejemplares que conocemos proceden del siglo VI y hoy se conservan en el Museo Copto (El Cairo, Egipto). De hecho, las primeras encuadernaciones islámicas están claramente emparentadas con éstas. Sin embargo, en el mundo musulmán se desarrollaron y perfeccionaron estas técnicas de forma intensa. También son mucho más difundidas, incluso la literatura árabe describe las técnicas medievales así como las herramientas utilizadas. Así conocemos que, mucho antes que en Occidente, usaron el florón, el gofrado y los filetes. También utilizaban sistemas de decoración como el mosaico, los dorados o los cueros pintados.

En la decoración predominan motivos vegetales o geométricos, pero no exclusivamente, debido a la prescripción de evitar las figuras que reproducen animales o seres humanos vinculados a la religión. La decoración geométrica suele ser compleja y con abundantes motivos entrelazados. Utilizan la forma característica en sobre o en cartera, esto es, con una solapa que cierra la encuadernación por el corte protegiéndolo mejor.


Ejemplo de encuadernación persa en cartera (siglo XIV).

Este tipo de encuadernación tiene su centro en Egipto y Siria, pero también se encuentra en la España musulmana, de donde pasará a los Estados cristianos. Posteriormente su motor fue la Persia de los siglos XV y XVI o en los estados otomano y musulmanes de la India de forma paralela al estado occidental, pero al no disponer de imprenta la difusión del libro y su papel social queda claramente diferenciado de Occidente. Especialmente importante resulta el desarrollo de los dorados en Persia a partir del siglo XIV. De allí parece haberse trasladado a los estados peninsulares y haberse difundido por Italia y Francia ya bien entrado el siglo XV.


Encuadernación islámica (siglo XV).

El libro impreso

A partir de Gutenberg, a mediados del siglo XV se produce otro cambio esencial en el libro y, en consecuencia, en sus encuadernaciones: la aparición progresiva del libro impreso hasta imponerse. Ello redunda en una serie de modificaciones en la forma y, sobre todo, en la valoración del libro. De entrada es mucho más asequible y homogéneo. Se aleja del producto excepcionalmente caro, artesanal y elitista que había definido al libro medieval. Por un lado ya no se considera una obra exclusiva de alto valor y en el que hay que invertir para proteger y mantener en buenas condiciones. Se trata de una obra idéntica a otras muchas y sin una necesidad de protección tan grande debido a su menor precio y mayor número. Ello influye en una menor valoración de la encuadernación, si bien pronto se recuperará aunque con un valor y una finalidad distintos. Ahora se trata, en esencia, de distinguir un libro, y a su propietario, de los demás, aparentemente iguales. Muchas veces la simple posesión del libro ya no es suficiente motivo de distinción. Nace la necesidad de personalizar y realzar los libros de un propietario. Ello se consigue ensalzando su nombre, emblema o divisa, y su gusto, incorporando los motivos heráldicos, generalmente en forma de emblema o medallón en el centro del libro, alusivos al propietario.

Muchas de las primeras encuadernaciones renacentistas platerescas están decoradas con ruedas, formando dos o tres rectángulos inscritos uno dentro del otro con un emblema central. Durante todo el Renacimiento la encuadernación española tiene una fuerte personalidad, muy influida por las decoraciones mudéjares y menos figurada que en otros lugares.

Por otra parte, el libro se vendía encuadernado y algunos editores, como Aldus de Venecia, llamados aldinos, se encargaron de ponerlo en el mercado con encuadernaciones lujosas que valorizaran la obra, del mismo modo que se cuidaban otros detalles como la tipografía, la edición o los grabados.


Encuadernación veneciana (1562).


Encuadernación renacentista (siglo XVI).


Decoración aldina (siglo XVI).


Estilo plateresco con gofrados y dorados.

Las encuadernaciones renacentistas

Esta orientación es la que dará origen a las denominadas encuadernaciones renacentistas. En ellas pronto se sustituye la madera sobre la que se extendía la piel por materiales más livianos como el cartón. También los materiales preciosos van perdiendo importancia en la mayoría de los libros. Así, de los antiguos oros, esmaltes o telas preciosas van quedando las pieles, los dorados, etc. Todo ello en encuadernaciones mucho más ligeras y en libros más pequeños. Por otra parte, los nervios serán cada vez menos aparentes y el libro resultará más elegante al ir decorado con hierros más pequeños. Estas encuadernaciones renacentistas pronto adquirirán una gran difusión y calidad, especialmente en Francia. Allí Jean Grolier reúne una célebre biblioteca con unos 3.000 libros bellamente encuadernados.

Aparecen bien definidos tres estilos que se corresponden, a grandes rasgos, con los predominantes en Italia, más clásico; España, con mayor influencia islámica; y Francia, con hierros más pequeños y de donde partirán los estilos modernos.

Desde el punto de vista de la encuadernación, el siglo XVII resulta un período extraño. Se trata de una época dominada por las grandes guerras de religión en toda Europa, muy vinculadas a las luchas políticas por la hegemonía. El libro desempeña un papel esencial en este contexto. Por un lado, los protestantes, con su interés en la difusión de la Biblia (austera, barata y abundante, con escaso interés por el lujo y la encuadernación), y por otro, la profunda desconfianza hacia los libros de la monarquía de los Austrias y la Inquisición (exceptuando la literatura de entretenimiento), que intentan alejar la producción editorial de la península Ibérica y concentrarla en Flandes y Venecia, ciudades más fáciles de controlar y menos peligrosas.

El modelo de Francia

De hecho, en este clima enrarecido por el fanatismo y la violencia sólo se salva un país: Francia, que está a punto de establecer su hegemonía continental a finales del período. Los franceses demuestran su gusto por la cultura y los libros con el desarrollo de importantes bibliotecas de libros cuidadosamente editados y encuadernados. Se trata de bibliotecas pertenecientes a la nobleza vinculada a la administración y al estado centralizado que empieza a diseñarse en Versalles.

Este ambiente político afecta también a la producción editorial y a la encuadernación desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII. Francia se va a convertir en el modelo que hay que imitar. Por lo menos, en el impulsor de los nuevos estilos que se van a copiar en la mayor parte de Europa. La decoración tiende a hacerse más ligera y elegante. La piel que suele usarse es el tafilete, especialmente el rojo. También será en este período que en Francia habrá un interés por regular la profesión del encuadernador.

De este período destacan varios estilos bien definidos: el llamado à la fanfarre, compuesto por tres filetes paralelos que enmarcan el campo decorado con pequeños florones dorados; el estilo semé, formado por la repetición de un único florón dorado pequeño (generalmente, una flor de lis); y a mediados del siglo XVII aparece la llamada encuadernación à la Duseuil, con el campo enmarcado por tres filetes y, en el centro, otro rectángulo formado por tres filetes con un florón en cada uno de los ángulos y un motivo heráldico o de armas en el centro.

Otro estilo característico de este siglo es la llamada decoración en abanico, parecida a la anterior pero con el rectángulo central decorado con cuatro motivos “en abanico”. Éste es un motivo decorativo muy utilizado en España y de donde podría ser originario para ser difundido a través de encuadernaciones francesas posteriores. En España parece darse desde finales del siglo XVI y en Francia e Italia se populariza a fines del siglo XVII. En este mismo período también se generalizan las decoraciones en mosaico.


Jean Grolier (siglo XVI).


Officium Beatae Mariae Virginis. Decoración en abanico (1652).


Encuadernación renacentista (siglo XVI).


Bella encuadernación a la fanfarre (principios del siglo XVII).

El siglo XVII y el siglo XIX

El siglo XVIII: la perfección del libro

El siglo XVIII ha sido definido como el siglo de la Ilustración, de la Enciclopedia, de los libros en definitiva. No sólo en cantidad, sino también en calidad de contenidos, libertad de edición y pensamiento, y calidad de impresión; todo ello sin precedentes en la historia. También destaca por la calidad e interés de sus encuadernaciones, especialmente las que se realizan en España. Los nuevos reyes Borbones borran de un plumazo la nefasta política referente a los libros de los últimos Austrias, y favorecen, a imagen y semejanza de Francia, la producción editorial, la difusión y la protección del libro. Incluso Felipe V promulga un decreto que prohíbe la importación de libros encuadernados. Las tapas de los libros extranjeros son arrancadas en las fronteras, ante la protesta furiosa de los libreros. Ello será el punto de partida para el desarrollo de una encuadernación original. Paralelamente la corte de palacio y el Estado se convierten en buenos clientes, protectores y mecenas de la encuadernación (y del libro en general). De este período destaca la obra de Antonio de Sancha, librero editor y encuadernador de corte y considerado un dorador excepcional.

En esa época Francia continúa siendo el modelo de referencia, pero aparece cada vez con mayor fuerza un estilo inglés y un estilo propio en la corte española, que imita la forma de las encuadernaciones francesas, pero las trata con un lenguaje personal. Los nervios están muy poco pronunciados, el título se generaliza en el lomo y se estila colocar un filete o una rueda en los cantos de las tapas. Las pieles que se utilizan suelen ser los tafiletes, sobre todo rojo, pero también verde oliva, azul o, incluso, amarillo. Los mosaicos son así mismo más frecuentes.

La encuadernación de este período es la llamada en Francia à la dentelle, creada por Padeloup, el encuadernador de la corte de Luis XV y uno de los modelos europeos. Utiliza un marco compuesto por multitud de pequeños hierros entrelazados formando una orla o imitando este efecto, con una rueda. En general, predominan los florones ornamentales y de formas curvadas, de acuerdo con la moda rococó imperante, formas que tienden a simplificarse durante el reinado de Luis XVI. El motivo central suele ser en forma de caparazón o similar.


Maravilloso ejemplar de estilo imperio (siglo XVIII).

En esta época la encuadernación de baja calidad en pergamino entra en decadencia. Cada vez se usarán más las encuadernaciones “baratas” realizadas con simples cartones y, especialmente, con la llamada pasta española. El fin del Antiguo Régimen con la Revolución creará un período de decadencia en las encuadernaciones de lujo, que será ocupado por las producciones de otros países, entre ellos España. Aquí destaca la obra de Gabriel de Sancha, hijo de Antonio, y que había estudiado encuadernación en París y Londres. Sin embargo, también hay otros encuadernadores de calidad en este período en el que se encuentran nombres tan destacados como Gabriel Gómez.

El siglo XIX y las primeras producciones industriales

El siglo XIX es el gran siglo del libro y de la literatura. Nunca anteriormente los libros tuvieron una difusión y una función social mayores. Durante el siglo XX deben compartir protagonismo con los medios audiovisuales, pero durante el siglo XIX se convierten en el medio de la cultura, de la distracción, de la información, etc. Ello se debe a una creciente industrialización, capaz de poner en circulación un número sin precedentes de ejemplares, abaratando su precio y colocando el libro al alcance de una parte importante de la población, convirtiéndolo así en un objeto de consumo, de cultura y de distracción.

Esto va a conducir a la existencia de una compleja vía para la encuadernación: por un lado se mantienen las encuadernaciones de lujo con las que se pretende distinguir (y revalorizar) algunos libros y bibliotecas; y por otra parte aparecen encuadernaciones editoriales de gran calidad, vinculadas a la estética del momento.


Antonio de Sancha (siglo XVIII).


Dentelle (siglo XVIII).


Bella encuadernación de estilo cortina (siglo XVIII).

También encontraremos encuadernaciones de escasa calidad, que sólo protegen al libro, o de extraordinaria calidad, debidas a los grandes encuadernadores que marcan una época.

Este proceso de industrialización que resulta muy complejo, con cambios profundos en el mundo del libro, estará completamente formado hacia finales de siglo, pero se trata de un proceso lento con estadios de formación y desarrollo.

La encuadernación imperio y la encuadernación romántica

Se distinguen dos estilos de encuadernación a medio camino entre la encuadernación del siglo XVIII y la de finales del siglo XIX. Se trata de la encuadernación imperio y la llamada encuadernación romántica. La primera es muy similar a las del período anterior, pero con motivos distintos “a la moda”. Se imponen las decoraciones sobrias y los florones simples y con motivos clásicos o egipcios. Especialmente importantes resultan en España las encuadernaciones llamadas de cortina por imitar este motivo y desarrolladas, en primer lugar, por los encuadernadores valencianos.

La encuadernación romántica es claramente semi-industrial. Se caracteriza por las encuadernaciones llamadas catedral debido a que la portada del libro acoge la imagen de una catedral gótica. Se trata de un motivo romántico, pero si bien algunas veces se realizan con hierros, en muchas ocasiones están hechas con gofrados en plancha, obteniéndose así una encuadernación semiindustrial. También se ponen de moda las encuadernaciones con tapas de cartón con jaspeados, muchas veces en media piel dorada. Los motivos en “rocalla” o curvilíneos vuelven a hacerse populares. En España son especialmente apreciados durante el reinado de Isabel II.


Encuadernación en pasta valenciana.

También durante este período se difunde un tipo característicamente español, la llamada pasta valenciana, inventada al parecer por José Beneyto en el siglo XVIII y perfeccionada por Antonio Suárez. Este sistema utiliza pieles introducidas en ácido que imitan los efectos de los papeles jaspeados ya muy abundantes en esa época.

Paralelamente, entre 1870 y finales de siglo, se producen unas excelentes encuadernaciones industriales en serie con gofrados o planchas sobre dorado industrial. En España este tipo de encuadernación fue introducido por E. Domènech en Barcelona y en esta técnica destacaron las cubiertas de editoriales tan prestigiosas como Espasa Editores y Compañía o Montaner y Simón, de Barcelona.

El movimiento Arts and Crafts

Durante el período final del siglo hay una reacción contra el predominio casi absoluto de estas producciones industriales vinculada al movimiento de las Arts and Crafts. Se trata de reivindicar las tradiciones artesanales y los métodos tradicionales en todas las manifestaciones artísticas, incluida, por supuesto, la encuadernación. Así, se ponen de moda dos tipos de encuadernaciones de lujo: las llamadas “historicistas”, esto es, las que tratan de combinar el contenido del libro con los motivos decorativos de la encuadernación, a menudo historicista; y las realizadas artesanalmente pero vinculadas a los movimientos estéticos predominantes en la época. Entre las primeras predominan los estilos medievalizantes o las copias de estilos anteriores de encuadernación, dentro de un movimiento estético donde predomina el historicismo. Las segundas, manteniendo el apego a las tradiciones artesanales, tienden a adaptar la estética contemporánea a la encuadernación. Así se puede hablar de encuadernaciones modernistas, decó, noucentistas, vinculadas a las vanguardias, etc.


Encuadernación industrial, plena piel (Menard, siglo XIX).


Espectacular encuadernación de estilo catedral con dorados, mosaicos y gofrados (siglo XIX).

El siglo XX: el libro como objeto de consumo

Durante el siglo XX se consolida y se lleva hasta sus últimas consecuencias los procesos de industrialización y masificación del libro iniciados en el siglo XIX. El libro pierde casi definitivamente su valor de referencia cultural siendo sustituido por el concepto de fenómeno de masas de usar y tirar, best-sellers, libros de autoayuda, etc.

No obstante, quedan ediciones cuidadas y libros (y bibliófilos) de calidad. Aunque, a grandes rasgos, es evidente que el papel social del libro y, en consecuencia, de las encuadernaciones ha variado de forma notoria. Desde nuestro punto de vista creemos que llevó a replantear seriamente la encuadernación en todas sus vertientes, incluida la artesanal tradicional e incluso la industrial, esta última cada vez más preocupada por los colores y los diseños agresivos capaces de llamar la atención de los volubles clientes. Por otra parte, en el siglo XX el concepto de arte ha salido de sus límites y ha llegado a abarcar aspectos insospechados. Por ejemplo, se han desarrollado de forma extraordinaria los “libros artísticos”, vinculados no ya a la bibliofilia tradicional ni a la relación entre estilo imperante en un determinado momento y la decoración del libro, sino el libro-encuadernación artístico. Se considera al libro como objeto y soporte de una obra plástica como cualquier otra y con valores propios que ya nada tienen que ver con el contenido. En medio, toda una amplia gama de situaciones intermedias.

Una renovada sensibilidad

A principios del siglo XX y paralelamente a la máxima calidad de las encuadernaciones industriales, el arte modernista revaloriza la encuadernación dándole una renovada sensibilidad por los movimientos artísticos contemporáneos y alejándola de los historicismos anteriores. En este sentido, J. Figuerola, en Barcelona, tiene un papel esencial en el desarrollo de esta corriente. El siglo XX representa la separación clara entre la encuadernación industrial y la artesanal dando a esta última una época de gran brillantez. En la primera mitad del siglo y paralelamente al Modernismo, al Art Decó, al Noucentismo e incluso a las vanguardias aparece una rica tradición claramente inserta en estos estilos.


Estilo modernista ejecutada por Figuerola, 1907.

En la segunda mitad del siglo reaparece un gusto por la encuadernación y el libro, fomentado por una burguesía sensible al mundo de la cultura, que forma suntuosas bibliotecas. Representa una época brillante en que se desarrolla un estilo característico alejado de las corrientes experimentales o artísticas anteriores “a la moda”. Está basado en la encuadernación artesanal con un estilo “ecléctico”, que se deja llevar por el tema del libro y con grandes dosis de historicismo. Destaca el papel de Brugalla, en Barcelona, Galván en Cádiz y Palomino en Madrid. Todos ellos con una depurada técnica artesanal, pero alejados de los grandes movimientos artísticos contemporáneos.

La encuadernación actual

El mundo actual es, sin duda, el de la informática e internet. Ello ha replanteado un debate sobre el papel que el presente y el futuro reservan al libro y a la encuadernación. Es evidente que esto obliga a redefinirla completamente, aunque es obvio que no la elimina. Quizás, a medio plazo, no se editen más libros, o se editen con un soporte distinto, pero está claro que hay una enorme masa de libros ya editados que no desaparecerán y que, en cualquier caso, los existentes se revalorizarán y será necesario protegerlos. Es evidente, pues, que el libro va a ganar importancia como objeto, siendo uno más de los soportes de la cultura y de la difusión.

A finales del siglo xx se produce el abandono progresivo del libro como objeto de distinción, de cultura y, de alguna manera, de “estatus” que había permitido mantener una encuadernación floreciente a mediados de siglo. Paralelamente los movimientos artísticos padecen una cierta confusión e incluso el papel del libro-objeto artístico es difícil de definir. Todo parece llevar a la redefinición del papel de la encuadernación. Podemos distinguir tres tipos de posibles encuadernaciones artesanales para el futuro: una pragmática, una clásica y, finalmente, como soporte artístico experimental.


Encuadernación figurativa. Josep Cambras.


Paul Bonet. La mort de Venise, 1937.

Encuadernación

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