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INTRODUCCIÓN

¿Dónde estamos ahora?, «Where are we now?», se preguntaba en 2013 el cantante británico de las mil caras, David Bowie, en una de sus últimas canciones, como una despedida. Y eso también me pregunto yo aquí, cuando termina mi carrera en plena madurez y parece que me pierdo gradualmente en el camino del tiempo: ¿dónde estamos ahora?

Estas son mis memorias como profesor universitario durante los cuarenta y dos años que van de 1973 a 2015. Como acertó a decir hace tiempo Antonio Tabucchi, «una vida no se escribe, se vive». Aun así, yo he querido mostrar aquí mi labor como docente e investigador. Ello me permitirá descubrir a la vez el rastro de numerosas personas que, de un modo u otro, apoyaron esa actividad y me hicieron mucho bien. Evidentemente, no es un relato completo de aquello que he vivido como profesor. Toda narración es siempre selectiva, y lamento que habrá compañeros que dejaré de nombrar, aun cuando les guardo admiración y afecto.

No quiero aparecer en estas memorias ni como un héroe ni como un antihéroe. Todos tenemos unas determinadas capacidades para nuestro trabajo y todos hemos vivido nuestras propias experiencias. Cuando yo era joven me gustaba jugar al baloncesto. Soy más bien bajito, y tampoco he tenido nunca un gran tiro a distancia. Sin embargo, tenía una buena visión del juego, era rápido y buen pasador. Como profesor universitario, no creo haber tenido una inteligencia privilegiada ni unas especiales dotes para la investigación, pero sí una buena intuición, una gran capacidad de trabajo y una verdadera vocación docente. También un cierto sentido de la responsabilidad social y del compromiso cívico.

¿Dónde estamos ahora? El tiempo pasa y son muchas las cosas que van quedando atrás. De pronto, uno siente que él mismo comienza a alejarse de forma ineludible. Cada cual es hijo de su tiempo, de la época que le ha tocado vivir, y es allí donde se reconoce y se siente alguien. Sin embargo, también es verdad que existe un puente permanente entre las sucesivas generaciones, y reconocemos en nosotros la herencia de otras personas que nos precedieron en el tiempo.

«Somos lo que dejamos en los otros», dijo en cierta ocasión la escritora mexicana Ángeles Mastretta. Yo también lo creo así. Los seres humanos imprimimos nuestra huella los unos en los otros, a veces de forma positiva y otras de manera negativa. Yo quiero acordarme aquí, sobre todo, de las cosas positivas, y expresar mi gratitud a todas aquellas personas que dejaron en mí una influencia que me ha hecho ser un poco mejor. Deseo igualmente que el rastro que pueda dejar mi propia conducta haya sido beneficioso para alguien.

No, no pretendo hacer aquí ningún ejercicio de reflexión sobre la evolución de la Universidad, tal como lo hizo, por ejemplo, Jordi Llovet en su libro Adiós a la universidad, escrito con motivo de su jubilación como profesor. Al menos no de una forma directa y explícita. Coincido con él, sin embargo, en sentir que en la actualidad se vive bajo una cierta tiranía del presente, como si el pasado no explicase la hora actual y se reinventara el mundo en cada momento. Ello entraña mucha ignorancia y estupidez, y según Llovet se debe en buena medida a la pérdida de peso de las humanidades en los distintos niveles educativos.

En mi caso, me he manifestado también en alguna ocasión en defensa de la Filosofía y del sentido que esta le aporta a la Economía. No puedo olvidar, por ejemplo, cuánto influyó el profesor Ernest Lluch en que los economistas de mi generación nos interesáramos por la historia del pensamiento económico. Dicha historia es, en realidad, la historia de las controversias entre sus distintos paradigmas y planteamientos teóricos a lo largo del tiempo. De hecho, es a través de estas controversias como ha avanzado la Economía como disciplina en los dos últimos siglos y medio de existencia.

¿Y cuál es el objeto de esa ciencia social que yo elegí personalmente como carrera universitaria en 1968? Según Sylvia Nasar, y estoy bastante de acuerdo con ella, la gran búsqueda de la Economía ha sido convertir a la humanidad en dueña de sus circunstancias materiales para contribuir así a su mejor bienestar social. Con todo, es cierto también que ha habido y sigue habiendo grandes discrepancias sobre cómo debe hacerse esto.

Pero no es este el momento para seguir tratando este tema. ¿Dónde estamos ahora? Hace ya tiempo que siento el aliento de una nueva generación que empuja con fuerza para ocupar profesionalmente su sitio. Es natural, y prefiero, pues, retirarme discretamente. Escribo estas memorias principalmente para mí mismo, para fijar mi posición en el transcurso del tiempo, a modo de despedida personal. Aun así, quizá puedan ser también de interés para otras personas. En este caso, me sentiré realmente muy complacido.

Oficio y compromiso cívico

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