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I. APRENDER EL OFICIO EN TIEMPO DE CAMBIOS (1973-1984)

El espejo de la orla

Por fin me he decidido a desembalar la orla de final de carrera. Pone en ella: Universidad de Valencia, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Promoción 1968-1973. Tal como la recibí entonces, la tenía guardada y empaquetada aún en un rincón de la casa. Ahora he querido abrirla para ver los rostros de aquellos compañeros de estudios de quienes guardo un recuerdo muy especial, algunos fallecidos ya. Por qué lo hago, no lo sé. Quizá por pura nostalgia. O quizá porque, como decía antes, con el paso del tiempo el ayer nos parece más vivo y más nuestro que el propio presente, y queremos agarrarlo para que no se nos escape del todo.

Veo en aquella orla a jóvenes de distintos estratos sociales. Algunos, como yo, chicos de pueblo y de familia más bien modesta: José Luis Faguás Martín (de Paterna), Paco Almela (de Benaguasil), Virgilio Gómez Labrado (de Riola), Ezequiel Labernia (de Sant Mateu)… También personas que con el devenir de los años se convertirán en destacados profesionales y dirigentes de empresa. El caso de mayor éxito es, sin duda, el de Juan Roig, presidente de Mercadona, junto a su mujer, Hortensia Herrero, que aparece igualmente en la orla. Hay a su vez unos cuantos compañeros que elegirán, como yo, la carrera académica: Francisco Pérez (director académico desde hace muchos años del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas), Ernest Reig, Andrés García Reche, José Antonio Martínez Serrano, Josep Sorribes (todos ellos profesores de la Universidad de Valencia), Constantino Martínez Gallur (que se marchó a la Universidad de Murcia y ya falleció), Ignacio Jiménez Raneda (que fue rector de la Universidad de Alicante)…

Sobre aquellos años de estudios, a finales de los sesenta y principios de los setenta, escribí en el libro Cartes a Judes, publicado por la editorial Saó en 2000. La nuestra fue una de las primeras promociones (la tercera) de la recién creada Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia. Finiquitaba el franquismo y diversos movimientos sociales empujaban entonces hacia la transición democrática en España. La facultad inició sus pasos en el Convento de Mercedarios del barrio del Carmen, pasó por unas aulas en la antigua Facultad de Derecho y después ocupó la sede histórica de la Universidad en la calle de la Nave. Por fin, en la primavera de 1973, cuando acabábamos quinto de carrera, se estrenó el edificio de la Avenida de Blasco Ibáñez que hoy ocupa la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación.

La etapa de formación universitaria suele ser muy importante, en general. Los jóvenes de mi generación forjamos allí grandes sueños. Yo vivía entonces en un piso de la calle Matías Perelló de Valencia, junto a otro estudiante de la facultad que se convirtió en un gran amigo para siempre: José Vicente Pérez Cerverón (de Casinos). Al margen de las clases y del material docente, estaban las lecturas de todo tipo (revistas, novelas, ensayos) y otras actividades (conferencias, seminarios, cine) que completaban nuestra formación y alimentaban nuestros sueños.

Recuerdo a la mayoría de mis profesores. Entre ellos, influyeron quizá más en mi formación algunos como José Jiménez Blanco, Jordi Nadal Oller, Rafael Martínez Cortiña, Miguel Olmeda, Ernest Lluch, Emèrit Bono, Manuel Sánchez Ayuso, Alejandro Lorca... ¿Cuántos de mis alumnos, tras cuarenta y dos años de docencia, se acordarán también de mí y me mencionarán entre los profesores que han ejercido tal vez una buena influencia en ellos?

Por cierto, en mis presentaciones del libro Cartes a Judes, en el año 2000, era frecuente la pregunta de quién era Judas. Me interesaba la ambigüedad en el título, y hacer pensar que pudiera tratarse de un símbolo de la traición como elemento clave en mi ensayo. Pero la verdad es que no me refería al Judas traidor del Nuevo Testamento, sino a Antonio Judas Moreno, un amigo jesuita, algo mayor que yo, a quien conocía desde la adolescencia. A ese viejo amigo le participaba en el libro mis preocupaciones, reflexiones e inquietudes, mediante unas cartas en las que aludía también a mi evolución personal.

Me veo al final de la carrera, en una clase del profesor Lluch sobre la historia del pensamiento económico. Me apasionan los debates que plantea y la bibliografía que nos sugiere. Allí se habla del gran Alfred Marshall, que concibió claramente la Economía como un estudio de los requisitos materiales del bienestar. Y también de otro gran economista como John M. Keynes, discípulo de Marshall. Ambos tuvieron un papel crucial a la hora de convertir la Economía en un instrumento de conocimiento para afrontar los problemas de su tiempo. Aún hoy sigue teniendo vigencia la idea formulada por Keynes en 1928 de que el problema político de la humanidad es cómo combinar los principios de eficiencia económica, justicia social y libertad individual... ¿Qué mundo hemos sido capaces de hacer nosotros en el presente, y serán capaces de hacer en lo sucesivo nuestros continuadores?

Profesor ayudante de clases prácticas

Al término de la carrera, cuando estaba considerando la posibilidad de preparar oposiciones a algún cuerpo técnico de la Administración pública, recibí dos propuestas de gran interés para poder incorporarme como profesor ayudante de clases prácticas a la Universidad de Valencia: una, por parte del profesor Manuel Artís, para entrar en el Departamento de Estadística; otra, por parte de los profesores Emèrit Bono y Manuel Sánchez Ayuso, para entrar en el Departamento de Política Económica. Las dos me resultaban muy atractivas, porque había descubierto que me gustaba realmente la docencia y la investigación. Y entre las dos propuestas me incliné por la segunda, porque pensaba que me conducía al corazón mismo de la economía aplicada. Antes, sin embargo, debía hacer un examen de grado (una especie de reválida de la carrera) o bien una tesina para poder realizar después los cursos de doctorado en la facultad. Opté por hacer el examen de grado, que concluí agotado el 16 de julio de 1973.

El Departamento de Política Económica se hallaba en la sexta planta del nuevo edificio de la facultad en la Avenida de Blasco Ibáñez, y a él me incorporé en septiembre de 1973. Su director era el profesor Manuel Sánchez Ayuso, que había llegado un año antes como catedrático a la Universidad de Valencia procedente de la Universidad de Bilbao, tras haber estado en la Universidad Complutense de Madrid y en el servicio de estudios del Banco de España. El segundo de a bordo era el profesor Emèrit Bono, formado en las universidades de Madrid y Barcelona y con un gran conocimiento de la realidad valenciana. A continuación aparecían tres profesores más jóvenes formados en la propia facultad de Valencia: Juan Antonio Tomás Carpi, Víctor Fuentes Prósper y Luis Espinosa (que se marchó al mundo empresarial un par de años después). Y a ellos nos uníamos ahora Andrés García Reche y yo.

El ambiente del departamento era agradable y muy abierto, marcado sin duda por el talante humano, cálido y tolerante de sus dos líderes. En el otoño de 1973, Manuel Sánchez Ayuso, Emèrit Bono y Víctor Fuentes estaban enfrascados en un análisis de las exportaciones valencianas que luego publicaron en la revista Información Comercial Española. Mientras tanto, J. A. Tomás Carpi se hallaba estudiando la experiencia en el Chile del Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, en unos momentos en los que el golpe de Estado del general Pinochet acababa de dar al traste con esta; tiempo después cambiaría el objeto de su tesis doctoral y lo centraría en las aportaciones de Gunnar Myrdal al pensamiento económico, más aún cuando este extraordinario autor sueco consiguió el Nobel de Economía en 1974.

Por mi parte, durante el curso 1973-1974 apoyé las clases de Política Económica del profesor Sánchez Ayuso, realicé los cursos de doctorado en la facultad y empecé a trabajar a fondo en mi tesis doctoral (en un contexto con gran protagonismo del movimiento reivindicativo de los profesores no numerarios, PNN). No fue fácil seleccionar el tema de la tesis. Durante un par de meses me atrajo la idea de realizar un análisis comparado de los procesos de desarrollo de España y Portugal, pero pronto descarté esa idea y centré mi investigación en la forma en que operaba la política monetaria en España y en sus efectos sobre la evolución económica del país. Influyó en ese cambio temático el director de mi tesis, el profesor Sánchez Ayuso, no porque me impusiera nada (pues no era en absoluto su estilo), sino porque ello me daba la ventaja de su conocimiento del tema como anterior miembro del servicio de estudios del Banco de España.

Gradualmente fui dedicando más y más horas a la realización de la tesis doctoral en unos momentos en que muchas otras cosas reclamaban asimismo nuestra atención. Entre otras, la transición política de nuestro país. Recuérdese que el atentado que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco sucedió el 20 de diciembre de 1973, que Arias Navarro pronunció su famoso discurso el 12 de febrero de 1974 y que en abril de dicho año tuvo lugar la Revolución de los claveles de Portugal. Durante el verano de 1974, cuando yo estaba haciendo mis prácticas como sargento de milicias, se creó la Junta Democrática de España, un movimiento unitario en el que se implicaron mucho en Valencia Manuel Sánchez Ayuso y Emèrit Bono, y en el que nos fuimos involucrando también numerosos profesores de la Universidad de Valencia. Ese fue el primer paso para comprometernos después en alguno de los partidos políticos que pugnaban por la democracia; en mi caso, en el PCE.

De manera sorprendente, esa participación en la transición política no nos restó demasiadas energías para continuar nuestro trabajo como docentes e investigadores en la Universidad. Así, en 1974 el profesor Emèrit Bono defendió su tesis doctoral con el título La base exportadora agrícola de la economía del País Valenciano y el modelo de crecimiento hacia afuera, una tesis que suscitó un intenso debate intelectual e inspiró otros estudios sobre la realidad valenciana. En octubre de 1974 se incorporaron al Departamento de Política Económica dos nuevos profesores ayudantes, Isidro Antuñano y Raúl Herrero, que apoyaron los proyectos de investigación promovidos entonces por Manuel Sánchez Ayuso. Y en 1975 este publicó el interesante ensayo Política Económica: una aproximación crítica, en el que Andrés García Reche aportó un sustancioso apéndice sobre el poder económico y el poder político. Todavía conservo un ejemplar de aquel libro en el que, de su puño y letra, Manolo escribió: «A Pepe Jordán, colaborador de gran valor en la cátedra, con un fuerte abrazo».

Por mi parte, en aquel periodo empecé a romper la mano con algunos trabajos que guardaban relación con mi tesis. Así, el 2 de junio de 1974 publiqué el artículo «Política monetaria y discriminación» en el semanario Valencia Fruits; a finales de 1974 publiqué una recensión del libro de J. L. Guglielmi Les experiences de la politique monetaire en la revista Anales de Economía, y en abril de 1975 publiqué el artículo «La inflación y el caso español» (en colaboración con Emèrit Bono) en la revista Iglesia Viva.

Durante el curso de 1974-1975 había vuelto a vivir en la casa de mis padres en Llíria. Mi abuelo Simeón había muerto, su casa había quedado temporalmente vacía y allí instalé mi tienda de campaña para trabajar horas y más horas, con absoluta quietud, en mi tesis doctoral. Pude así acelerar la terminación de esta y presentarla ante un tribunal el 2 de julio de 1975, con el título Instrumentación, alcance y efectos generales de la política monetaria en España (1939-1973).

La idea central de la tesis era que la política monetaria no constituía la causa última de los problemas inflacionistas que padecía de forma crónica la economía española, sino que desempeñaba un papel permisivo de estos. Esos males se manifestaban como resultado de una interacción de factores monetarios y factores reales. El carácter desequilibrado del crecimiento económico español, primero con la autarquía y luego con un modelo más abierto pero con bastante protección exterior, exigía para su financiación un elevado ritmo de expansión de las magnitudes monetarias. Una política monetaria restrictiva no podía eliminar las causas de la inflación (que se hallaban ancladas en diversos ámbitos del sector productivo y el sistema institucional) sin estrangular al mismo tiempo el crecimiento de la actividad económica. Así pues, la mejora de la formulación de la política monetaria en los últimos años (en sus objetivos e instrumentos) no era suficiente para reducir las tensiones inflacionistas del país, cuya resolución exigía atacar a la vez sus causas estructurales.

El tribunal que juzgó mi tesis estuvo compuesto por los profesores Emilio de Figueroa Martínez (de la Universidad de Madrid), Salvador Condominas Ribas (de la Universidad de Barcelona), Manuel Vela Pastor (decano de la Facultad de Valencia), Ernest Lluch Martín y Manuel Sánchez Ayuso (pues en aquel tiempo, el director de la tesis participaba asimismo en el tribunal de esta). Todos ellos, en general, elogiaron bastante mi trabajo, aunque Ernest Lluch, como era su estilo habitual, formuló también algunos comentarios críticos y obligó a que me creciera en las réplicas.

Unas semanas antes, por cierto, el profesor Lluch había sido detenido en una reunión en Alaquás en la que diez representantes de diversos partidos valencianos se hallaban constituyendo otra plataforma unitaria de fuerzas democráticas; por suerte, todos ellos fueron liberados muy pronto. Y ese mismo año, en octubre, Ernest Lluch ganó el premio de ensayo Joan Fuster con su magnífico e influyente trabajo La vía valenciana, publicado por la editorial Eliseu Climent en 1976.

Profesor adjunto interino

Con el grado de doctor, pude ser contratado ya como profesor adjunto interino por la Universidad de Valencia en el curso 1975-1976. Un curso en el que seguía atendiendo mis quehaceres académicos mientras se aceleraba el proceso de transición política en España. Por primera vez tuve a mi cargo la docencia de dos asignaturas de política económica en la facultad, una de carácter general y otra centrada en la política monetaria y de comercio exterior. Por otro lado, empecé a trabajar en distintos aspectos de la economía valenciana. Fruto de ello fue mi colaboración en un artículo colectivo publicado en la revista Hechos y Dichos en noviembre de 1975, y otro artículo más especializado («El ahorro contra la región», realizado en colaboración con Emèrit Bono) que apareció en la revista Doblón en mayo de 1976. Aquel año, por cierto, Emèrit ganó la oposición a una plaza de profesor agregado de universidad, la cual se transformó en cátedra tiempo después.

Pero el acontecimiento más importante de aquel periodo fue, sin duda, la muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975. Unas semanas antes, mientras se alargaba su enfermedad, Víctor Fuentes y yo escuchábamos cada día las noticias de la radio a la hora de la comida en la facultad, junto a muchos otros colegas (la conocida mesa del bar de Económicas donde nos sentábamos un grupo de profesores de esa facultad y la de Derecho, conformando un auténtico foro de debate e información compartida). Hasta aquel día en que, con la muerte del dictador, se inició una nueva etapa en la historia de España. Ahora el rey D. Juan Carlos asumía la jefatura del Estado y era toda una incógnita saber cómo se produciría la transformación de un régimen autoritario en un sistema democrático. En todo caso, una ola de esperanza y de activismo político comenzó a extenderse por toda la sociedad española.

Yo participé también de aquel ambiente social sin descuidar demasiado mi trabajo académico. En tal sentido, un asunto de gran relevancia personal fue la publicación de mi primer libro a mediados de 1976. Era un libro basado en mi tesis doctoral, realizado con la colaboración de Víctor Fuentes (siempre tan dispuesto a apoyar el trabajo de cualquier compañero) y Manuel Sánchez Ayuso. Lo publicó la editorial Túcar, de Madrid, con el título Introducción a la política monetaria (general y de España). Un libro con el formato de manual que me sirvió de herramienta durante algún tiempo en mis clases sobre la materia en la facultad, y que, por ser el primero, dediqué a título personal a mis padres (Pepe y Rosario) y a mis hermanos (Salva y Sime).

La transición política se aceleró en el verano de 1976, cuando el rey designó a Adolfo Suárez presidente del Gobierno en sustitución de Arias Navarro. Hubo contactos entre el Gobierno y las fuerzas democráticas, pero el hecho más relevante fue la celebración del referéndum para la reforma política el 15 de diciembre de aquel año. Su resultado positivo abrió las puertas para el cambio democrático, a pesar de la resistencia que oponían las fuerzas de la extrema derecha (recuérdense los asesinatos de la calle de Atocha en enero de 1977). Los sindicatos y los partidos políticos fueron legalizados (el PCE en abril de 1977), y las primeras elecciones democráticas tuvieron lugar el 15 de junio de 1977. Tras estas, Manuel Sánchez Ayuso y Emèrit Bono fueron elegidos diputados en el Parlamento español, el primero por la candidatura del PSP y el segundo por la del PCE-PCPV.

Viví con gran intensidad aquel curso de 1976-1977. A mi actividad docente e investigadora, se sumó mi labor de compromiso político y cívico. Carmen y yo nos casamos en abril de 1977 y optamos por seguir viviendo en Llíria. Ahora mi tarea de investigación y publicación, que me gustaba en sí misma, tenía también la meta de cosechar méritos para afrontar con solvencia, lo antes posible, la oposición a una plaza de profesor adjunto numerario (o profesor titular) de universidad. Así pues, aparte de una labor periodística de mayor compromiso cívico, a la que me referiré después, hubo una tarea de estudio y de investigación que se plasmó en distintos trabajos académicos.

Los trabajos de este tipo publicados en aquellos momentos los agruparé en tres grandes líneas temáticas. En primer lugar, los referidos a la economía en general, entre los que cabe mencionar el artículo «Notas en torno a una visión crítica de la teoría convencional de la Política Económica», que apareció en la Revista de Economía Política de enero-abril de 1977, y el artículo «Milton Friedman: un Nobel de Economía», que se publicó en el Boletín Informativo del Colegio de Economistas de Valencia de abril del mismo año.

En segundo lugar, se hallan los trabajos relativos a la economía valenciana en un sentido amplio, entre los que cabe citar el artículo «Economía Política y Universidad en el País Valenciano» (realizado en colaboración con Manuel Sánchez Ayuso), que se publicó en la revista Escuela 75 de enero de 1977, y el artículo «La agricultura en el País Valenciano» (realizado también en colaboración con Manuel Sánchez Ayuso), que apareció en la revista Agricultura y Sociedad de enero-marzo del mismo año.

Finalmente, están los trabajos específicos sobre mi propia comarca, el Camp de Túria, destacando entre ellos el artículo «La industrialización hacia el interior del País Valenciano», publicado en colaboración con Ricard Torres en la revista Panorama Bursátil de enero de 1977. Ricard era un magnífico estudiante de Económicas que estaba acabando la carrera por entonces y con el que tuve mucho gusto de trabajar. El artículo en cuestión fue elogiado por Vicent Ventura en Valencia Fruits, y además se nos pagó por él. Con el dinero que recibimos, Ricard se compró un perro y yo me compré una alfombra para la nueva casa.

De aquel artículo derivó después el opúsculo Llíria i la comarca Camp de Túria: les transformacions econòmiques cap a l’interior del País Valencià, publicado por la editorial Lindes, de Valencia, avanzado el año 1977. Un pequeño libro donde se completó el artículo realizado con Ricard Torres con otros análisis sobre la materia, y que por el momento en el que apareció dediqué especialmente a Carmen.

Cada generación mira la historia desde la perspectiva de su tiempo, y la mirada de mi generación a la realidad regional y local se vio, sin duda, deslumbrada por las grandes transformaciones recientes experimentadas por esta. En mis trabajos publicados en 1977, subrayaba que a partir de 1960 la economía española comenzó a abrirse hacia el exterior y recibió el impacto favorable de Europa Occidental. En ese contexto, Valencia y la comarca de L’Horta se convirtieron en un auténtico foco de desarrollo económico cuyos efectos impulsores incidieron de manera progresiva en la vecina comarca del Camp de Túria. Cabía hablar, así, de una especie de rutas centrífugas hacia el interior de la Comunidad Valenciana. A través de estas iban perdiendo fuerza gradualmente aquellos efectos impulsores, hasta llegar a perderse en los municipios más alejados del interior (ya en la Serranía) que se hallaban estancados o en regresión.

Mis trabajos de entonces, por otro lado, se situaban en el contexto de una gran oleada de publicaciones sobre la realidad valenciana, muchas de ellas a cargo de profesores de la Facultad de Económicas de Valencia. Como botón de muestra, cabe recordar dos libros de Josep Picó, Empresario e industrialización. El caso valenciano (editado por Tecnos) y El moviment obrer al País Valencià sota el franquisme (editado por Tres i Quatre, con un interesante prólogo de Ramiro Reig); el libro Raons d’identitat del País Valencià, premio de ensayo Joan Fuster, escrito por el colectivo Pere Sisé (entre cuyos componentes aparecían Vicent Soler y José Antonio Martínez Serrano), y el libro de J. A. Tomás Carpi Economía valenciana: modelos de interpretación, editado por Fernando Torres.

Profesor adjunto numerario

Durante el curso 1977-1978, aparte de impartir mi docencia habitual, centré mis energías en la preparación de la oposición que se había convocado para cubrir algunas plazas de profesor adjunto numerario de universidad en la asignatura «Política Económica». Dicha oposición tuvo lugar en Madrid, en el edificio del Instituto de Estudios Fiscales, en mayo de 1978. Nos presentamos a ella Juan Antonio Tomás Carpi y yo, junto a diversos aspirantes de otras universidades españolas, realizando distintos ejercicios a lo largo de varios días. Afortunadamente, aprobamos los dos, lo que estabilizó nuestra situación como profesores titulares de universidad, ocupando sendas plazas en la Facultad de Económicas de Valencia. Todo ello era ahora aún más importante para mí, ya que el 25 de enero de aquel año Carmen y yo habíamos tenido nuestro primer hijo, Ernesto.

En aquellos momentos, el Departamento de Política Económica había crecido ya bastante, y a los profesores mencionados anteriormente se habían añadido otros nuevos: Eduardo Fayos Solá, Margarita Sanz Alonso, José Luis Monzón Campos y Agustín González Díaz. Además, teníamos una eficiente y paciente secretaria, Amparo San Luis, que hacía más fácil nuestra tarea (aunque nos dejó unos años después, cuando ganó unas oposiciones de profesora de griego en secundaria). Los profesores Manuel Sánchez Ayuso y Emèrit Bono combinaban su labor como diputados en el Congreso con su dedicación parcial a la Universidad, y siguieron publicando y alentando nuestros propios trabajos.

En mi caso, reuní una parte del material que había preparado para la oposición de profesor adjunto en un libro de ensayo que titulé La Política Económica como Economía Política. Apareció publicado a principios de 1979 por la editorial Fernando Torres de Valencia, y lo dediqué a mi hijo Ernesto. Era un libro sobre los fundamentos de la política económica, con las orientaciones que mostraban distintas corrientes de pensamiento en la materia. El prólogo lo hizo Manuel Sánchez Ayuso, fechado el 1 de julio de 1978, y Raúl Herrero aportó un documentado apéndice sobre la experiencia de las economías socialistas.

Con este libro, quedé mejor equipado para impartir mis clases de política económica en el curso 1978-1979, en el que figuré ya como profesor adjunto numerario de Universidad. Eran clases que daba en tercero de Económicas, combinándolas con otras de política monetaria y de comercio exterior en cuarto de la misma carrera.

Pero además del trabajo académico, ahora debo referir igualmente mi labor periodística vinculada a un compromiso cívico. En tal sentido, llevé a cabo por entonces colaboraciones esporádicas en los diarios Las Provincias y Levante, en los semanarios Dos y Dos y Valencia Fruits, y en las revistas Valencia Semanal y Saó. Ahora bien, fue en la revista Cal Dir, que se hallaba conectada al PCPV-PCE, donde realicé una colaboración más constante e intensa (en torno a una quincena de artículos y reportajes) entre septiembre de 1977 y febrero de 1979; tiempo en que dicha revista estuvo dirigida primero por Joan Oleza y después por Ernest García, ambos profesores de la Universidad de Valencia (uno de Literatura y otro de Filosofía).

Aquel fue un buen entrenamiento periodístico para seguir de cerca la evolución de los problemas reales del país y ofrecer análisis y reflexión al respecto, aunque confieso que llegué a caer también en algún exceso ideológico. Por entonces, España acusaba sensiblemente el impacto de la crisis económica internacional más grave desde la gran depresión de 1929-1933, mientras realizaba su transición desde una dictadura a un sistema democrático. Algunos de mis artículos se ocuparon de la política económica de los primeros gobiernos de la democracia bajo la presidencia de Adolfo Suárez, y otros se centraron en diversos aspectos de la realidad sectorial y territorial valenciana.

Y bien, con aquel material de base escribí después mi libro El país que nos duele, publicado por la editorial Fernando Torres en 1980. Un libro prologado por el profesor Emèrit Bono y que dediqué a la memoria de mi madre, que había fallecido en agosto de 1979. Su contenido se organizaba en dos partes: la primera centrada en la crisis económica y en la respuesta de los primeros gobiernos democráticos a esta, con especial atención al análisis de los Pactos de la Moncloa; la segunda parte orientada al estudio de los problemas socioeconómicos de la Comunidad Valenciana, con notable énfasis en la perspectiva comarcal.

Mucho antes de publicar este libro, sin embargo, e incluso antes que el anterior, tuve otra experiencia literaria muy distinta, aunque vinculada también en cierto sentido a mi compromiso político y cívico. Sucedió a principios del verano de 1978, cuando me sentía bastante relajado tras haber aprobado la oposición a profesor adjunto de universidad. Recibí entonces la visita de una persona curiosa y muy interesante, Vicente Vila Castillo. «Quiero que me ayudes a escribir mi biografía», me espetó sin demasiados preámbulos. Tomamos un café y tardó poco en convencerme. Su vida era desde luego apasionante. Me la contó con detalle durante muchas tardes de aquel verano en su casa de L’Eliana. Y basándonos en aquellas conversaciones, reconstruimos su historia personal en el libro Generación Truncada, que publicó la editorial Difusora de Cultura a finales de 1978.

Vicente Vila había nacido en Albal en 1908, y su historia, que aparece relatada en primera persona en el libro, representa en buena medida la de toda su generación, cuya vida quedó cortada de repente por la Guerra Civil. Él vivió dicha guerra como teniente de las Fuerzas de Asalto de la República, y después sufrió la clandestinidad y la cárcel. No quedaba, sin embargo, en nuestro personaje odio ni resentimiento alguno, y las páginas del texto, nutridas de anécdotas de gran humanidad, traslucían una gran esperanza y el deseo de un futuro mejor. Así lo fuimos contando ambos en las distintas presentaciones que hicimos del libro por la Navidad de 1978 y los inicios de 1979, quedando establecida una relación muy afectuosa entre nosotros hasta su muerte el 31 de diciembre de 1987.

Alcalde de Llíria

Una de las instituciones donde presentamos Generación Truncada fue la Asociación de Vecinos de Llíria, de la cual yo era entonces un miembro bastante activo; entre otras cosas, colaborando en su boletín La Veu de Llíria, centrado en los problemas y otros aspectos de la realidad local. En ese ambiente de preocupación ciudadana, me animé a encabezar la candidatura del PCPV-PCE al Ayuntamiento de Llíria en las primeras elecciones municipales que se celebraron en España el 3 de abril de 1979.

Llíria era aquellos momentos un pueblo de unos 12.500 habitantes, y yo era muy joven y muy idealista. Mi falta de experiencia la quise suplir con el mayor conocimiento posible de la realidad local, y por eso la estudié concienzudamente antes de encarar el reto de la gestión municipal. Para esta me sobraba entusiasmo y me faltaba quizá también suficiente madurez. Pero ¿cuándo se adquiere esta? Los resultados de dicho estudio los agrupé en un pequeño libro titulado Gent de Llíria (economia i societat d’un cap comarcal del País Valencià), que publicó aquel mismo año la Conselleria de Benestar Social i Transports del Gobierno preautonómico valenciano, regida por José Galán.

Quise captar en aquel trabajo el alma de este pueblo. Por eso analicé de manera sintética su evolución demográfica a través de la historia; su forma de vida tradicional, deteniéndome especialmente en la agricultura y en la industria del pasado; las transformaciones que experimentaba el municipio en los últimos años, y la situación específica de distintos colectivos sociales, prestando particular atención a la inmigración y a la juventud. Fue un relato que elogió singularmente Enric Pla Ballester, del Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia. Y esa realidad local iba a depender ahora de mi propia gestión, al menos por un tiempo, a partir del 19 de abril de 1979 en que fui elegido alcalde.

Aquella fue, sin duda, una experiencia muy interesante, y creo que hicimos una gestión aceptable. Dos años en los que ejercí dicho cargo sin dejar de dar mis clases en la Universidad, tan solo reduciendo un tanto mi dedicación a esta. Hasta que presenté mi dimisión a la alcaldía de Llíria el 28 de abril de 1981. Lo he relatado todo en el libro Una història de dos anys publicado por la editorial Tres i Quatre. Un libro que refleja el día a día de aquella experiencia (incluyendo el 23-F) y habla de la precaria mayoría del equipo de gobierno municipal; su núcleo lo formábamos los regidores socialistas y comunistas, mientras que dos regidores republicanos basculaban frecuentemente hacia la oposición y nos dejaban en minoría en los temas más importantes. Busqué el mayor consenso posible pero no lo conseguí. Así pues, como comportaba un alto coste y mucha tensión prolongar aquella situación, decidí cortar por lo sano y dimitir, dando la oportunidad de gobernar el municipio a la derecha (independientes y UCD) con el apoyo de los republicanos.

Todavía permanecí unos meses en el Ayuntamiento de Llíria como concejal en la oposición. En aquella tesitura, recibí el encargo de instruir el preceptivo expediente para conceder el título de hijo predilecto del municipio al escultor Silvestre de Edeta, autor de una importante obra artística, incluyendo el conocido grupo escultórico Homenaje al río Turia de la plaza de la Virgen de Valencia. Me tomé aquel trabajo como una liberación de otras cosas, y a lo largo del verano de 1981 me volqué en el estudio de la vida y la obra del artista. Al final, más allá de presentar el expediente que se me había encargado, escribí el libro L’escultor Silvestre d’Edeta i el país del seu temps, que publicó la editorial Fernando Torres. Por aquel entonces Silvestre tenía 72 años, y yo pensaba que su vida ya no se alargaría demasiado. Sin embargo, el insigne escultor murió cerca de cumplir los 105 años, el 17 de julio de 2014.

De cualquier manera, mi tiempo en el Ayuntamiento de Llíria se había agotado. Más aún cuando dejé de militar en el Partido Comunista en enero de 1982 a raíz de una crisis interna que provocó la salida de este del sector más «eurocomunista». Dejé constancia de ello en un par de artículos que escribí en Diario de Valencia, uno el 19 de noviembre de 1981 y otro el 13 de enero de 1982. Por todo lo cual, entregué también mi acta de concejal y me concentré en mi trabajo en la Universidad, donde por otro lado había recuperado la dedicación exclusiva desde el inicio del curso 1981-1982.

Lo más gratificante de aquel periodo en la alcaldía de Llíria fue sin duda el contacto con mucha gente, y especialmente con aquellos compañeros con los que compartí la gestión del municipio (Miguel y Julia Arastey, Miguel Contreras, Enric Llopis, Juan Muñoz, Manuel Pacheco, Juan Palacios y Paco Pla), algunos fallecidos ya. Un periodo en el que murió mi madre, en agosto de 1979, y nació mi hija Mari Carmen, el 29 de octubre de 1980, una bendición esta última que nos compensó a Carmen y a mí de las tristezas y los sacrificios de aquellos momentos. A mi hija y a mi hijo dediqué después el libro El Camp de Túria, publicado por el Institut Alfons El Magnànim de la Diputación de Valencia, a finales de 1981, en su colección «Descobrim el País Valencià».

Este fue un pequeño libro que hice por encargo, con gran gusto e interés, y en el que quise dar una visión de conjunto de la comarca, estimulando la realización de otros trabajos más específicos. Había allí una reflexión sobre la denominación y la delimitación del Camp de Túria, sobre su situación en las distintas etapas históricas y sobre sus principales cambios y desafíos en el presente. Además, acompañaban el texto unas cuidadas fotografías realizadas por Josep Vicent Rodríguez en unos entretenidos paseos que ambos hicimos entonces por los pueblos de la zona. El libro me consta que fue bastante leído y sirvió también como instrumento de apoyo en determinadas actividades docentes.

Tiempo después realizaría otro libro con la misma metodología sobre la vecina comarca del interior, Los Serranos, publicado asimismo por el Institut Alfons El Magnànim en la colección «Descobrim el País Valencià». Aparte de la relación de vecindad, mi interés por esta comarca derivaba también de mi colaboración con la Asociación Democrática Cultural de Villar desde la creación de los Premios Histórico-Literarios de La Serranía en 1979, uno de cuyos artífices fue Jesús Martínez Guerricabeitia (empresario que una década después auspició la creación de un conocido patronato artístico de la Fundación General de la Universidad de Valencia). Tuve el honor de formar parte del jurado calificador de dichos premios en tres ediciones. Durante las dos primeras, junto al profesor Manuel Sanchis Guarner. Este murió, sin embargo, el 16 de diciembre de 1981. De hecho, la tercera edición, celebrada en febrero de 1982, sirvió para rendir un emotivo homenaje a la figura del eminente filólogo valenciano. Por mi parte, a lo largo de aquel año concluiría el libro Los Serranos, aunque no se publicó hasta 1984.

Este libro tuvo también una buena difusión. En realidad, el conjunto de la colección «Descobrim el País Valencià» fue un verdadero acierto editorial. Mi libro sobre la Serranía, que iba acompañado igualmente de unas interesantes fotos a cargo de Josep Vicent Rodríguez, mereció en particular los elogios de la escritora María Ángeles Arazo, autora entre otros de dos excelentes trabajos publicados por Prometeo: Gente del Rincón (1966) y Gente de la Serranía (1970). María Ángeles era redactora a la vez de Las Provincias. Este periódico fue muy crítico conmigo (como lo fue en general con toda la izquierda) durante mi periodo de gestión municipal, pero ella no dejó de comentar allí favorablemente mis escritos en aquella época difícil. Algo que siempre le agradeceré.

Los desafíos de una gran crisis

Se me difumina la memoria. Veo en mi archivo que, además de colaborar esporádicamente en la revista Saó y en Diario de Valencia, volví a publicar artículos académicos tan pronto recuperé la dedicación exclusiva a la Universidad; el primero de ellos, titulado «Notas sobre la financiación de las Autonomías y el reequilibrio espacial de la economía española», realizado en colaboración con Emèrit Bono, apareció en la revista Iglesia Viva en el último cuatrimestre de 1981. Encuentro también un folleto en el que aparezco participando en Benetússer, en diciembre de 1981, en un seminario sobre la economía valenciana junto a Vicent Soler, Emèrit Bono, Manuel Pérez Montiel y Ernest Lluch. Con todo, recuerdo que mi estado de ánimo en aquellos momentos era de cierto desconcierto ante la larga crisis económica que estábamos viviendo y la falta de respuestas adecuadas de carácter teórico.

Veo en mis estanterías algunos textos que aportaban avances positivos en este sentido (como los realizados por el profesor Luis Ángel Rojo), mientras que otros se alejaban entre dogmas en el túnel del tiempo (particularmente los de una cierta corriente marxista). En la facultad se estaban haciendo algunas cosas interesantes (encuentros, seminarios, papeles). Recuerdo, por ejemplo, un libro de Aurelio Martínez Estévez, publicado por Fernando Torres en 1977, con el título Reflexiones en torno a la crisis de los años 70, y otro de Manuel Sánchez Ayuso e Isidro Antuñano, publicado por Pirámide en 1981, con el título Crisis económica: hechos, políticas e ideas. Pero aún faltaba avanzar más para entender mejor los factores explicativos de aquella gran crisis y orientar políticas apropiadas en pos de la reactivación económica y la creación de empleo.

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años setenta había predominado en el mundo occidental, y especialmente en Europa, un paradigma económico de carácter keynesiano y socialdemócrata, ya que la experiencia de la gran depresión de los años treinta debilitó la fe en los planteamientos liberales extremos. Había un reconocimiento generalizado de que el capitalismo, la economía de mercado, era un sistema imperfecto, propenso a la evolución cíclica y a la desigualdad social, que requería como complemento la intervención del Estado en los ámbitos de la regulación, la estabilidad macroeconómica y la redistribución de la renta. Se forjó así un amplio consenso en la necesidad de establecer unas economías mixtas que contaran con una importante presencia del Estado de Bienestar.

En su conjunto, ello produjo unos resultados económicos bastante satisfactorios en los países donde se aplicó, de manera que el capitalismo puso allí su capacidad productiva al servicio de los ciudadanos y se conjugaron con mayor armonía los criterios de eficiencia, estabilidad y equidad. Ahora bien, la crisis de los años setenta implicó un cambio drástico en la situación anterior. Primero el fin del sistema monetario internacional de Bretton Woods (de tipos de cambio fijos y controles sobre la circulación de capitales) y después las fuertes elevaciones en el precio del petróleo (en 1973-1974 y 1979-1980) crearon un difícil escenario para responder a una crisis esencialmente de oferta (con grandes reajustes productivos, donde se combinaban de manera muy complicada los problemas de paro e inflación) mediante políticas keynesianas de regulación de la demanda. Y el déficit público se disparó de manera general.

El fracaso de las políticas de corte keynesiano ante la crisis de los años setenta propició un relanzamiento de las propuestas de inspiración liberal. Según estas, la intervención del Estado en la economía estaba dificultando la capacidad de respuesta de los mercados ante el cambio de circunstancias. Es decir, si los socialdemócratas habían subrayado antes los «fallos del mercado», ahora los neoliberales insistían en los «fallos del Estado» que obstruían los necesarios reajustes productivos. Se entendía que el Estado había alcanzado un tamaño demasiado grande e introducido un exceso de regulaciones en detrimento del funcionamiento de los mercados, por lo que convenía una política tendente a reducir todas esas interferencias.

En la práctica, hubo un notable desconcierto del paradigma keynesiano-socialdemócrata en su respuesta a aquella prolongada crisis económica. Ello favoreció el avance de las posiciones más conservadoras, las cuales alcanzaron sus victorias más sonadas en los casos de Margaret Thatcher en Reino Unido (en 1979) y Ronald Reagan en Estados Unidos (en 1980). Con estos mandatarios tomó cuerpo una nueva ortodoxia liberal que inspiró la aplicación de importantes recortes en la función del Estado en la economía e impulsó la desregulación de los mercados a escala nacional e internacional.

En España los problemas económicos internacionales se sumaron a los fuertes desequilibrios internos, a la vez que tenía lugar la transición política hacia la democracia. Hubo que realizar así un severo ajuste, tanto macroeconómico como microeconómico, que fue difícil de asumir y llevar a la práctica, y que abarcó casi una década. La economía española tardó bastante en recuperar la senda del crecimiento. Hicieron falta grandes reformas que fueron facilitadas por un importante consenso político, económico y social, y por la posterior incorporación a la Comunidad Europea.

La crisis alteró también los planteamientos de la teoría y la política de desarrollo regional. La teoría del crecimiento económico se orientó gradualmente hacia modelos (de tipo schumpeteriano) cuyo factor clave es la innovación de los procesos productivos y los productos. Y la política regional puso su punto de mira, coherentemente, en la capacidad de activar el desarrollo endógeno de los distintos territorios.

Pero todas estas ideas se fueron produciendo a lo largo de aquellos años muy poco a poco, y yo las fui asimilando ciertamente muy a tientas, modificándose progresivamente mi visión de la realidad económica, con una combinación de elementos de distintos paradigmas, sin circunscribirse necesariamente a uno solo. Ello era, en definitiva, la consecuencia de una crisis estructural que había desafiado muy en serio el conocimiento adquirido previamente.

Los frutos de una fallida agregaduría

Supongo que todas esas inquietudes se pondrían de manifiesto en mis clases de Política Económica en la facultad en los primeros años ochenta. Un periodo en el que inicié también mi participación en distintos congresos y foros de debate académico. Así, en mayo de 1982 presenté la ponencia «Requisitos generales para una política regional valenciana» en las I Jornadas de la Asociación Valenciana de Ciencia Regional, una asociación que presidía en aquellos momentos el profesor Ángel Ortí. Y de aquella ponencia derivó después el artículo «Frente a los desequilibrios comarcales del País Valenciano», que publicó la revista Generalitat, de la Diputación de Valencia, en diciembre del mismo año. La Comunidad Valenciana había tenido una experiencia de gobierno preautonómico desde 1979 hasta 1982, cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía que permitió iniciar en 1983 un régimen propiamente autonómico en el marco de un Estado español ampliamente descentralizado.

En otro orden de cosas, en la primavera de 1982 formé parte, por sorteo, de un tribunal de oposiciones a profesor adjunto de Universidad en la asignatura Política Económica. Yo era el secretario del tribunal y su miembro más joven. Y en aquella oposición, celebrada en Madrid, en el Instituto de Estudios Fiscales, obtuvieron brillantemente su plaza tanto Andrés García Reche como Isidro Antuñano.

Sin duda, la gente de mi promoción iba consolidando su posición académica y afianzándose como unos buenos profesionales. Así, recuerdo que por aquel entonces la editorial Blume publicó el excelente libro Economía española 1960-1980. Crecimiento y cambio estructural, realizado por un equipo de la facultad entre cuyos componentes aparecían Francisco Pérez, José Antonio Martínez Serrano y Ernest Reig. Escribí una recensión sobre él en el número 6 de la revista Trellat, una publicación que dirigía en aquel tiempo Gustau Muñoz, otro colega de mi promoción.

Y bien, en junio de 1982, cuando realizábamos los exámenes de final de curso, salió publicada la convocatoria de una oposición para ocupar una plaza de profesor agregado de Política Económica en la Universidad de Valencia. Fue una de las últimas agregadurías que se convocaron en España, pues poco después desapareció esa figura de profesor y quedó simplemente la cátedra, además de la adjuntía (o titularidad). El candidato de nuestro departamento a aquella plaza era Juan Antonio Tomás Carpi, pero tanto Manuel Sánchez Ayuso como Emèrit Bono me pidieron que preparara yo también dicha oposición para ayudar a J. A. Tomás en su competencia con los candidatos de otras universidades.

Así pues, aquel mismo verano inicié los trabajos necesarios al respecto. Poco a poco realicé una amplia Memoria sobre concepto, metodología, programa y fuentes de la disciplina de Política Económica, que vino a actualizar y completar el trabajo de mi oposición anterior a profesor adjunto. Además, preparé una investigación original mientras daba mis clases y llevaba a cabo otras tareas que reclamaba el día a día de un profesor. Así, en el diario Noticias al día (que vino a sustituir, aunque por poco tiempo, al recién desaparecido Diario de Valencia) analicé algunos problemas clave de nuestra economía y reseñé las Memorias de John K. Galbraith que acababa de publicar la editorial Grijalbo. Por otro lado, formé parte de un equipo de la facultad, coordinado por los profesores Aurelio Martínez y José Honrubia, que elaboró un informe sobre las consecuencias económicas de la trágica riada del Júcar que tuvo lugar el 20 de octubre de 1982.

Poco después de aquella riada, como es sabido, se celebraron las elecciones generales que dieron la victoria por primera vez al PSOE y convirtieron a Felipe González en presidente del Gobierno. Manuel Sánchez Ayuso se hallaba entre los diputados electos por Valencia, pero de pronto sucedió algo totalmente imprevisto y tremendamente doloroso. Manolo murió el 8 de noviembre de 1982 a causa de un infarto de miocardio. Un hombre joven (41 años), con una considerable labor académica, una notable dedicación pública a sus espaldas (había sido decano de la facultad, conseller de Sanidad, diputado en el Congreso) y un futuro muy prometedor, veía de repente sesgada su vida. El Departamento de Política Económica de la Universidad de Valencia había perdido a su director y a un buen amigo para todos. Los miembros de este, encabezados por Emèrit Bono, realizamos una publicación sobre su figura que fue editada por la Facultad de Económicas. Una publicación que subrayaba su humanidad y su valía intelectual, algo que permanece en la memoria de cuantos le conocieron.

Pero la vida debía seguir, y en el departamento teníamos pendiente el reto de la oposición a una agregaduría, sin que ahora pudiéramos contar con la asistencia de Manolo. De una manera natural, Emèrit pasó a ser el nuevo director.

En ese contexto, en diciembre de 1982 presenté la comunicación «El enseñante, la enseñanza de la Economía y la crisis de la Universidad», en el I Congreso de Economía y Economistas de España. Tal congreso se celebró en Barcelona, organizado por el Consejo General de Colegios de Economistas de España, y en su clausura produjo un gran interés la conferencia pronunciada por José Luis Sampedro sobre la crisis económica, una conferencia a la que asistí en compañía de Roberto Escuder y Ricard Torres.

El tema de la crisis era, por supuesto, el centro de todos los encuentros celebrados entonces por los profesionales y los académicos del área de la economía. En tal sentido, la Universidad del País Vasco y el ISMEA de París organizaron en Bilbao, a finales de enero de 1983, un seminario internacional sobre el mismo tema, al que presentamos una ponencia conjunta Emèrit Bono, J. A. Tomás y yo mismo. Nuestra aportación, titulada «Notas sobre crisis de legitimación, déficit público y transición política en España», despertó un cierto interés y fue publicada después en la revista Economies et Sociétés del ISMEA. Allí subrayamos las dificultades que afrontaba una política de reducción del déficit público en nuestro país, dado el bajo nivel de satisfacción de las necesidades públicas y la exigencia de legitimación del nuevo Estado democrático. En consecuencia, llamábamos a continuar la reforma fiscal ya emprendida y a reestructurar (sin reducir) el gasto público.

Por fin, la oposición a la plaza de profesor agregado para la Universidad de Valencia se celebró en Madrid, en el Instituto de Estudios Fiscales, en la primavera de 1983. Pasé el primer ejercicio (consistente en una exposición de la memoria referida antes), pero ya no pasé el segundo (en que presenté una investigación original) porque el tribunal quería concentrar su atención en el tercer ejercicio en la pugna entre los dos candidatos principales: J. A. Tomás Carpi y José M.ª Marín Quemada (de la Universidad Complutense). Finalmente, el tribunal se inclinó por dar la plaza objeto de concurso al segundo y J. A. Tomás hubo de esperar a ganar una cátedra dos años después.

Por mi parte, no fue un trabajo inútil la preparación de aquella agregaduría. De allí surgieron, para empezar, dos artículos importantes que aparecieron en el primer cuatrimestre de 1984: una reflexión metodológica publicada en Cuadernos de Economía con el título «Teoría y Política Económica: la consideración de la Economía como una ciencia aplicada y prescriptiva», y el estudio «Perspectivas neoliberal y postkeynesiana de la política económica de oferta», publicado en Cuadernos Económicos de ICE.

Pero más allá de esos artículos, la oposición me hizo pensar también en la necesidad de dar un salto cualitativo en mi trayectoria si quería impulsar mi trabajo en la Universidad. Aquella fue la base para que tomase más adelante una importante decisión de cambio. De momento, sin embargo, había unos compromisos que cumplir y un camino condicionado por ellos el resto de aquel curso y el curso siguiente.

Una buena aunque difícil decisión

¿Cómo y cuándo sucedieron las cosas entre 1983 y 1984? No lo sé con plena exactitud. Me resulta difícil rescatar y ordenar aquellos recuerdos, incluso en asuntos que fueron importantes para mí. No consigo ubicar, por ejemplo, el preciso momento en que Emèrit Bono y yo participamos en un seminario interdisciplinar organizado por la revista Iglesia Viva sobre el tema «Posibilidad y criterios de valoración ética de los diferentes sistemas económicos». Un seminario tremendamente estimulante en el que participaron también, entre otros, Antonio Duato, Adela Cortina, Jesús Conill y Antonio Ariño, a quienes conocí allí por primera vez. Tengo el número monográfico de la revista que derivó de aquel seminario. Corresponde al primer cuatrimestre de 1984, y cuenta con dos colaboraciones mías: «Tres grandes doctrinas político-económicas: el liberalismo, la socialdemocracia y el socialismo» y «Desigualdades económicas y necesidad de un Nuevo Orden Económico Internacional».

Tampoco consigo precisar el momento en el que visitaron nuestra facultad dos interesantes profesores de la Universidad de Reading: Geoffrey Denton y George Yannopoulos. El primero era coautor de un conocido manual sobre la política económica en Gran Bretaña, Francia y Alemania, recomendado en nuestras clases. El segundo, un profesor griego afincado en el Reino Unido, responsable del máster sobre Estudios Europeos de la Universidad de Reading. Ambos nos hablaron precisamente de este máster, cuyo interés era evidente para los universitarios de un país como el nuestro que estaba preparando su entrada en la Comunidad Europea. Comencé a considerar entonces la posibilidad de realizar dicho máster, salvando las dificultades que ello podía representar.

Yo era entonces vicedecano de la Facultad de Económicas de Valencia, en el equipo decanal de Aurelio Martínez. Ocupé dicho cargo solo un año, entre marzo de 1983 y marzo de 1984, siendo mi cometido principal la relación con los estudiantes. Con todo, participé activamente en la organización del acto de homenaje póstumo al profesor Sánchez Ayuso que tuvo lugar en junio de 1983 y en el que se lanzó la publicación sobre su figura realizada por el Departamento de Política Económica. También participé en algunos actos relacionados con la visita a nuestra universidad del profesor John K. Galbraith, de la Universidad de Harvard. Esta visita tuvo lugar en febrero de 1984, y tanto Isidro Antuñano como yo escribimos algunos artículos para explicar a la sociedad y a la comunidad universitaria la relevancia de dicho profesor. Isidro había hecho su tesis doctoral sobre este y dio cuenta de ello en el diario Levante. Por mi parte, publiqué unas notas en las revistas Generalitat, de la Diputación de Valencia, y Estudi, de la propia Universidad.

John K. Galbraith fue un referente intelectual para muchos de los profesores que nos dedicábamos entonces a la economía pública y a la política económica. Su enfoque institucionalista lo apartaba sensiblemente de la ortodoxia dominante en el gremio. Por otro lado, su estilo desenfadado e irónico y su lenguaje claro y directo hicieron que su obra (plasmada en libros como El crack del 29, Capitalismo americano, La sociedad opulenta, El nuevo Estado industrial y La economía y el objetivo público) llegase a un público bastante amplio. Aunaba la experiencia en distintos cargos de la Administración pública con una gran creatividad intelectual. Tenía ya 75 años cuando vino a Valencia en 1984, pero aún fue capaz de publicar después algún nuevo libro de sumo interés (como La cultura de la satisfacción, que apareció en 1992), antes de fallecer en 2006, a la edad de 97 años.

En otro orden de cosas, en 1983 habían tenido lugar las segundas elecciones municipales en España y tuve presiones para encabezar la candidatura del PSOE al Ayuntamiento de Llíria. Dados mis planes de futuro, me resistí a estas presiones, pero acepté ir como número dos en aquella lista con la condición de estar solo unos meses en el grupo municipal. La candidatura la encabezó Vicente Soldevila, que pasó a ser el nuevo alcalde de Llíria. Junto a él aún participé en las negociaciones para comprar los terrenos de la antigua fábrica de Ríos (Fatex), que dieron un amplio espacio para ubicar con posterioridad importantes servicios públicos. También apoyé al concejal de Cultura, Miquel Nácher, en su iniciativa de crear una interesante revista municipal (Lauro. Quaderns d’Història i Societat), en cuyo número 1 (aparecido en la primavera de 1984) publiqué una nota introductoria y el artículo «Llíria i el Camp de Túria en la crisi dels anys setanta».

Pero mi permanencia en el Ayuntamiento de Llíria solo duró hasta finales de 1983, pues entonces yo ya tenía claramente decidido mi plan de marchar a Inglaterra. En efecto, esta fue una importante decisión que tuve que madurar, sopesando muy bien los pros y los contras. Como he dicho antes, la idea surgió inicialmente con la visita a Valencia de los dos profesores de la Universidad de Reading, pero aún tuve que rumiarla bastante antes de decidirme por completo.

El Departamento de Política Económica estaba evolucionando en aquellos momentos y había oportunidades de promoción a catedrático. J. M. Marín Quemada había tomado posesión de su plaza de profesor agregado, pero se marchó inmediatamente a la UNED en una comisión de servicios. En diciembre de 1983 se incorporó un nuevo profesor al departamento, Amat Sánchez, mientras que otros antiguos lo habían dejado ya por distintas razones (Marga Sanz era profesora de secundaria, Raúl Herrero trabajaba como economista en el Ayuntamiento de Valencia y Eduardo Fayos se hallaba en Inglaterra al frente de la oficina del Comité de Gestión para la Exportación de Frutos Cítricos).

En el plano positivo, sentía la necesidad de alejarme por un tiempo del camino recorrido hasta entonces y hacer una inversión en mi propia formación. En el plano negativo, estaba el gran esfuerzo que podía representar marcharme un año a Inglaterra, incluyendo el coste personal del alejamiento familiar (pues Carmen y yo habíamos decidido que ella se quedaría en casa con nuestros dos hijos). No era un balance (de beneficios y costes) fácil de dilucidar, pero poco a poco me incliné por la decisión de realizar un curso en Inglaterra. Quizá sin saberlo, el último empujón en ese sentido lo recibí del profesor Antoni Zabalza, catedrático de Teoría Económica en nuestra universidad, que había hecho el doctorado en la London School of Economics. En una de las comidas que compartimos en la facultad me habló del gran beneficio que aportaba romper la inercia y cargar temporalmente las baterías en una universidad en el extranjero. Le hice caso y emprendí de inmediato los pasos en esa dirección.

Solicité una beca de la Diputación para ampliar estudios en la Universidad de Reading, y aproveché las vacaciones de Pascua de 1984 para viajar a Inglaterra con el fin de realizar los trámites necesarios para cursar el máster de Estudios Europeos en dicha universidad. A raíz de estas gestiones, pude conocer que la Universidad de Reading ofrecía también unos cursos de inglés para los estudiantes extranjeros que iban a realizar cursos de posgrado en ella. Consideré que esa opción era muy conveniente para mí y me matriculé en dichos cursos, aunque ello supusiera tener que adelantar mi estancia en Reading a primeros de agosto, en lugar de hacerlo a finales de septiembre.

El final del curso 1983-1984 fue así un tanto ajetreado para mí. Los temas municipales y del vicedecanato habían quedado ya atrás, pero tenía que cerrar diversos aspectos de la docencia y profesionales (aparte de los familiares) para estar con tranquilidad un año fuera. Por ejemplo, la Generalitat Valenciana había convocado el Primer Congrés d’Economia Valenciana, y Ricard Torres y yo consideramos de interés presentar una comunicación a este. La dejamos lista antes de marcharme a Inglaterra, con el título de «Efectos de la crisis económica sobre el proceso de industrialización hacia el interior de la Comunidad Valenciana: el caso del Camp de Túria». La presentó Ricard en nombre de los dos en el momento de la celebración del congreso, ya en diciembre, y salió publicada en sus actas. Posteriormente, sobre la base de esta, publicamos el artículo «La industria del Camp de Túria y la crisis económica» en el número 2 de la revista Lauro, que apareció en la primavera de 1986.

Por otra parte, tenía que intensificar mi estudio del inglés para ir lo más preparado posible a Inglaterra. En ese sentido, guardo como recuerdo especial de aquel verano la lectura de la novela de Graham Greene Monseñor Quijote, en castellano y en su versión original. Siempre es un placer leer a Greene, y más en su propia lengua. Lo haría después también con otras de sus novelas. Una buena compañía en cualquier momento, y particularmente en periodos de cambio, como lo era aquella etapa de mi vida que entonces emprendía.

Oficio y compromiso cívico

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