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Siete

—¡Grappa!

Javi terminó de secar un vaso que en realidad no estaba mojado, levantó la cabeza y vio la figura cansada y vieja de Torrisi.

—¿Qué has dicho?

—Grappa ho detto —repitió Torrisi con toda la naturalidad del mundo.

Javi repasó las botellas casi vacías de whisky, de ginebra y de vodka barata que tenía en el mostrador pero no encontró nada que se pareciera a la grappa.

—Lo que ves es lo que hay —dijo con indiferencia.

Torrisi levantó la mirada para examinar mejor esas botellas que daban lástima. Sacó un Chestrefield, lo encendió y entendió que grappa no había allí.

Tampoco podía esperar milagros un lunes en la mañana. Si el bar estaba abierto después de todo lo que había pasado era porque Javi no tenía nada mejor que hacer, y no veía razón alguna para colgar el cartel de “Cerrado por luto” escrito con rotulador negro.

—Dame un pò di café con cognac —pidió resignado el italiano.

Javi aprovechó para hacer uno para sí mismo, como para tratar de despertarse del mal sueño que venía viviendo.

—É un bel posto —soltó Torrisi como para romper el hielo—. Un pò decadente, pero tiene il suo encanto.

—Es un bar como cualquier otro —respondió Javi con amargura.

—Sono Italo Torrisi, il detective que está llevando il caso del cadáver en el frigorífero.

Javi se acercó un poco para mirar mejor al policía que tenía delante. No se parecía en nada a los que lo habían interrogado la noche anterior. Este parecía más un prejubilado al que le sobraba más tiempo que vida. De alguna manera, a Javi le dio la impresión de verse a sí mismo unos cuantos años después.

—Detective, ya se lo he contado todo a tu gente, así que no preguntes cosas que ya os he dicho —respondió enseguida—. Escucha las grabaciones o lee el reporte, o alguna de esas cosas que hacéis, pero no me toquéis más los huevos.

Estaba cansado de repetir la misma historia una y otra vez, sin omitir siquiera el asunto de la tortilla, del suplemento de El País, del Ducados, del sudaca, de Meg Ryan y de todo lo demás.

Torrisi apoyó el Chesterfield sobre un cenicero rojo de Marlboro, tomó aire y se pasó la mano por la cara.

—Capisco que non è una situación molto agradable, pero questo è un caso molto especial y no tenemos muchas pistas.

En silencio, Javi terminó de preparar los cafés al tiempo que entendía que en el fondo Torrisi no parecía tan estúpido como los demás policías que llegaron al lugar, incluyendo a Arcas.

—Pues nada —dijo el barman—. ¿Tienes un pitillo?

El italiano sacó la cajetilla de Chesterfield del bolsillo derecho de su abrigo y lo puso sobre la barra mientras Javi le empujaba el carajillo, como si se tratara de un trueque.

De inmediato, Torrisi le dio un sorbo largo dejando que el cognac barato mezclado con café quemado le raspara la garganta demasiado curtida como para percibirlo. El café español le parecía realmente asqueroso.

—¿Cuándo viste a Helena per última vez?

—Ya lo dije, la noche del sábado aquí. Se encontró con un tal Antonio, y ella lo presentó como un viejo amigo de Colombia y nos pusimos a beber whisky. Ella no dejó de bailar y cantar en toda la noche. ¿Por qué no buscais al sudaca ese? Seguro que él tiene algo que ver.

—Non te preocupes, Javi. Tú solo responde a las mías preguntas. ¿Estaba felice? ¿Celebrando algo?

—No sé, pero aquí nunca hay mucho que celebrar. Si fuera por eso, lo mejor sería dedicarnos a otra cosa.

—Dices que el domingo por la mattina, cuando te despertaste, viste al tal Antonio pasar por delante del bar. ¿En quale direzione iba?

—Creo que hacia San Bernardo.

—¿Creo?

—Sí. ¿Nunca te has levantado con resaca? —respondió Javi, dándole una calada larga al Chesterfield.

—¿Hora?

—¡Yo que sé! A lo mejor ni lo vi. Quizás aún estaba borracho y me lo imaginé.

—A lo mejor ese tal Antonio non existe —sugirió Torrisi con impaciencia—. Guarda, Javi, la vertià es que no estás ayudando molto. ¿Sabes lo qué es la obstrucción de la justizia?

A esa altura, el barman ya no se sorprendía con nada. Apenas le dio un trago al carajillo y se rascó la cabeza.

—Detective, honestamente, lo que pienses me importa una mierda. Os he dicho ya todo lo que sé y no me interesa meterme en más líos. Ha muerto y punto.

—Ve bene, Javi. Entiendo lo que sientes. Pero si te pones a pensar, eres la única persona que sabe algo de ella. Secondo te, hay una muerta que se chiama Helena Bastidas. Lo hemos requisado todo y no hemos encontrado ni un teléfono ni una carta ni un nome, niente. Nemeno del tal Antonio, que hasta ahora solo existe nella tua imaginazione. Y si he venido hasta aquí es perché necesito que me acompañes al piso nuevamente.

Torrisi habló fuerte; tranquilo, pero fuerte. Sabía que Helena estaba viva, pero necesitaba saber hasta dónde la versión de Javi era una cuestión de ingenuidad o de estupidez.

Javi se quedó pensando en Helena, en la noche anterior y en la promesa que le había hecho. Intentaba serle fiel aunque la creyera muerta.

—¡Me cago en la leche, Torrisi! ¿Qué coños queréis que haga?

Javi estaba más allá de sí mismo y de lo que podía soportar. Más allá de su vida de barman en la que los días eran iguales.

Se vio frágil frente al viejo zorro que era Italo Torrisi, deseando que Walter Alabama estuviera allí para que le dijera qué hacer. También a él tendría que avisarle que su amante abandonada estaba hecha pedazos, literalmente. Extrañó a Helena para que lo besara en la frente y le dijera una vez más que todo iba a estar bien.

—Vamos, Javi —intentó consolarlo Torrisi—, lascia cosí, ayúdame a resolver esto y ya verás como nos olvidamos de esto pronto.

—Como si fuera fácil —respondió fastidiado.

El barman salió detrás de Torrisi y cerró la puerta de La Soledad con llave.

—Así, un locale non puede prosperar —dijo el detective con cierto sarcasmo intentando tranquilizar a Javi.

—Por mí, que se vaya a la mierda. Ni siquiera es mío y lo poco que da, apenas si me alcanza para malvivir.

Cuando llegaron al portal del edificio de la calle del Pez, Torrisi tuvo que valerse de los pocos agentes que vigilaban la entrada para esquivar a los periodistas que montaban guardia. Javi les miró desconcertado mientras se dejaba arrastrar por el italiano. No entendía que podía interesarles de algo tan burdo como la muerte.

En el piso, Javi reconoció a Arcas que seguía buscando entre los rincones algo, cualquier cosa, que pudiera parecerse a una pista. Se detuvo a apreciar la operación, pero le pareció demasiado infame hurgar en casas ajenas.

Tras saludar a su asistente con una mirada cómplice, Torrisi se dirigió a la ventana del salón y desde allí le ofreció un nuevo cigarrillo a Javi antes ponerse uno entre los labios.

—Lavoro é lavoro —se lamentó Torrisi como si le hablase al vacío. Ni siquiera se había fijado que el barman se había perdido mirando lo que quedaba del piso; la cama revuelta, el colchón manchado y lo triste que en realidad era ese lugar.

—Guarda, Javi —dijo Torrisi tomando a Javi del hombro—, per resumir tu historia, tenemos un sospetto principal que es un tal Antonio que solo tú puedes reconocer. Y tenemos un cadáver descuartizado que estamos tratando de comprobar que sea tu amica veramente.

—¿Veramente? —le interrumpió Javi con indignación—. ¿Quién cojones crees que podría estar en el refrigerador? ¿La vecina de al lado? ¡Por supuesto que es Helena!

Al italiano le sorprendió la seguridad que tenía Javi en la identidad del cadáver.

—Piano, vamos con calma —corrigió el italiano—. Aquí hay cosas que no cuadran bene. Per esempio, digamos el tal Antonio existe y que pudiera ser el asesino. ¿Por qué bebía contigo la noche anterior? ¿Para que lo pudieras reconocer? ¿Para que lo vieras salir con Helena? No, Javi. Secondo me, questo no funziona cosi. Y menos, si te lo presentó como un amico. Aquí alguien está mintiendo e aspetto que no seas tú.

—¿Yo? ¿Crees que yo la maté? ¿Y porqué cojones querría yo matar a Helena y luego llamar a la poli? —comenzó a preguntar Javi tratando de poner al italiano contra las cuerdas.

—È bastante semplice, Javi, perche la amabas y no podías soportar verla con altro. Perche ella no te quería. Y perche tu coartada es precisamente la de haber llamado a la policía varias horas después del crimen. Tutti tenemos motivos para matar a alguien.

—¿Y qué pasa con el tal Antonio? ¿Habéis hablado con él? ¿Lo Habéis encontrado? Ya sabes como es esto con los colombianos, cada vez que muere uno es un ajuste de cuentas, ¿no?

—Ecco perchè sei qui —dijo Torrisi—. ¿Arcas, has traído lo que te pedí?

—¡Por supuesto, jefe! —respondió el agente, sacando de un maletín varios archivadores con fotografías y poniéndolos sobre la pequeña mesa del comedor que aun tenía algunas migas de pan, quizás de algún desayuno olvidado ya en la memoria.

—Ho pensatto que era mejor hacerlo aquí, diciamo che para ayudarte a refrescarte la memoria. Necesito que mires queste fotografie y me digas si alguno de ellos es el tal Antonio. Alla fine eres un barman, ¿no? Y los barman recuerdan bene una faccia.

Javi suspiró y se rascó la cabeza. Miró hacia los amarios de la cocina como buscando algo.

—Será mejor hacer un poco de café —dijo como si fuera el dueño de la casa.

—Hai raggione. Arcas, encárgate del café —ordenó mientras se sentaba en una de las dos sillas de bar que estaban junto a la mesa—. É meglio que los compres en el bar de la esquina, per non estropear la escena del crimene.

Torrisi creía que sin la curiosidad de Arcas respirándole en la nuca a Javi, este se sentiría más cómodo.

—Dai, mettiamoci al lavoro —le propuso al barman mientras ponía el paquete de Chesterfield sobre la mesa.

Javi abrió el primer archivador e inmediatamente admitió que aquello sería completamente inútil. Todas las fotografías eran iguales: miradas fijas y facciones marcadas. Quizás unos más gordos o más delgados que otros, pero por lo general, imperaban esos ojos achinados, ese pelo castaño fino y a veces ondulado, y algunos bigotes esparcidos por ahí.

Sin pedirle permiso al detective, Javi sacó un Chesterfield del paquete, lo encendió y le dio una calada larguísima, expulsando el humo azul por la nariz con la poca fuerza que le quedaba en los pulmones.

Al cabo de unos minutos Arcas regresó con los cafés y se marchó de nuevo por orden de Torrisi: alguien debía averiguar la identidad del extraño cadáver del refrigerador.

Javi seguía mirando ya sin esperanza alguna. ¿Quién era toda esta gente? A todos ellos los podría haber visto alguna vez. En el metro, en el bar, en la calle, cerca de su casa; por Callao, Gran Vía o por Sol. En el Rastro. Algunos eran dibujos a mano alzada, otros retratos hechos por ordenador. Ninguno sonreía. Todos miraban fijamente a Javi a cada página que pasaba.

El barman empezó a sentirse intimidado, como si fuera un soplón o un chivato; como si todos esos rostros, de alguna manera, lo estuviesen amenazando. O simplemente diciéndole que a veces hay cosas en la vida que es mejor olvidar. Es lo más conveniente.

De repente, detuvo la mirada sobre una fotografía muy particular. No se parecía en nada a las demás. Solo se veía a un turista, con gafas de sol y un sombrero que le ocultaban el rostro, de pie frente a la escultura de una mujer gorda que miraba hacia otro lado. Javi no se acordaba como se llamaba la escultura, pero estaba seguro que esa era la plaza de Colón. ¿Qué hacía una foto como esa en medio de tantos matones?

En lugar de fijarse en el rostro del turista, se quedó mirando el trozo de cielo azul que se asomaba por los bordes de la fotografía y que delataba el calor insoportable de ese verano que le recordó a Helena y a sus camisillas de tirantes que dejaban entrever sus tetas pequeñas y firmes.

Levantó la cabeza para preguntarle a Torrisi por la foto, pero el detective parecía en otro lugar, tal vez absorto por tanto pasado que se le acumulaba en los huesos. Puso la foto junto a las demás para ahorrarse una conversación inútil y las siguió pasando con desgano.

Al fin de cuentas creía, de manera ingenua, que el no reconocer al tal Antonio entre toda esa colección de imágenes, era una buena noticia para él y para Helena.

Infelizmente no era así. Y Torrisi que fumaba muy despacio mirando por la ventana a los periodistas impacientes y la gente que pasaba por la calle del Pez a esa hora de la mañana, lo sabía de sobra.

Agotados los archivadores, Javi soltó un suspiro que parecía de alivio.

—Nada —dijo—. No reconozco a ninguno de estos pavos.

Al escucharlo, Torrisi regresó al salón y dirigió sus ojos al barman como si la respuesta no le sorprendiese. En el fondo, era lo que esperaba.

—Va bene, Javi, —le dijo—, en questo caso te tengo una noticia: la tu amica Helena non é morta. O al menos non è la morta que encontramos en el refrigerador.

—¿Qué?

Javi sintió como si una enorme explosión acababa de tener lugar justo al lado de su oído izquierdo.

—¿Dónde está Helena entonces? ¿Y quién es la mujer del refrigerador? ¿Y el sudaca? No creerás que....

—Guarda, Javi —intrrumpió el italiano—, lo que io credo é que tu quizás tengas algo que no me hayas querido contar. O quizás quieras contar mejor lo sucedido. O que al menos puedas dirmi dónde está Helena en este momento, o qui é la donna morta. Qualcosa Javi, senza corpo non c´e crimen, o mejor, é altro crimen, el de altra ragazza. Non capisco niente Javi. Solo capisco que a falta de más testigos, tú eres mi principal sospechoso.

A Javi todo comenzó a pasarle por la cabeza como una repetición continua de lo que había vivido desde que conoció a Walter y a Helena hasta la noche en que se emborrachó con ella por última vez y las cosas que le prometió. De todo lo que hablaron, solo recordaba un pacto de silencio.

¿Acaso formaba parte de una gigantesca tramoya de traiciones? De repente, sintió como si dentro de todo ese tinglado no fuera más que el comodín a usar cuando las cosas se ponían feas. El culpable siempre era el mayodormo, o en este caso el barman.

Casi como un autómata y ajeno a las palabras de Torrisi, Javi encendió otro cigarrillo y empezó a fumar de prisa.

El italiano puso las esposas sobre la mesa y tuvo la cortesía de esperar a que el barman terminara su cigarrillo antes de llevárselo a la comisaria.

Animales disecados

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