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CAPÍTULO 3

Estudios sobre la modernidad

El hombre medio no puede imaginarse la vida sin un horario tan estrictamente establecido. Pero una mente traviesa y sacrílega se divertiría mucho imaginándose la existencia de la gente en el caso de que el día durara diez horas hoy, ochenta y cinco mañana, y pasado mañana sólo unos minutos.

Vladimir Nabokov

En los lindes entre la filosofía y la sociología se encuentran los estudios culturales y los estudios sobre la modernidad: los primeros hacen observaciones en torno a las actividades humanas a lo largo del tiempo en regiones específicas; los segundos aluden a los cambios en la vida del hombre en los últimos tiempos, particularmente desde el siglo xvi, cuando se empleó el término modernidad, pero específicamente, como ya hemos visto, desde la Revolución Industrial del siglo xviii, al originarse la aceleración social.

Aludimos a los estudios sobre la modernidad, pues al igual que la aceleración social, son transdisciplinarios, pero también porque la modernidad se ha abordado desde múltiples perspectivas y de maneras muy completas. Por ejemplo, en la década de los años ochenta del siglo pasado, hubo un intenso debate sobre la crítica hacia los logros alcanzados hasta ese momento, crítica que contemplaba reflexiones del marxismo, los movimientos sociales de los años sesenta respecto de la política, la ecología, el pacifismo y el feminismo. Desde entonces, se ha vuelto relevante una cultura de revisión constante de los procesos y autocorrecciones que permiten un diagnóstico teórico-cultural de la sociedad.

Quizá una primera exploración se encuentra en la filosofía existencialista, en Heidegger, Sartre y Beauvoir, quienes enfatizan el desencanto del mundo tras las guerras mundiales y la responsabilidad individual frente a los procesos culturales y sociales. Una segunda revisión se puede hallar en la crítica a la modernidad que configuró la denominada posmodernidad, donde pensadores como Jean François Lyotard, Michel Foucault, Cornelius Castoriadis y Guy Debord, entre otros, debatieron, académica e incluso mediáticamente a través de la televisión en los años ochenta, sobre los cambios de valores morales, culturales, de normas sociales y jurídicas de finales del siglo xx. Un tercer examen podría situarse en la crítica a la posmodernidad, como sugieren la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, la segunda modernidad de Ulrich Beck, la modernidad postradicional de Anthony Giddens o la hipermodernidad de Gilles Lipovetsky. Estos nuevos debates querían comprender la actuación social y su distanciamiento con el mundo, desentrañar si se trata de una nueva etapa o simplemente de una transición de algo por venir. Aún hoy, frente a la crisis que el planeta enfrenta por el covid-19, el debate sigue abierto y queda en evidencia la falta de reflexión tras la polémica publicación del compendio Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia.

Sin embargo, de acuerdo con Rosa, ningún estudio se ha centrado suficientemente en la variable de la temporalidad para realizar una exploración más consistente sobre la denominada modernidad: “Característica universal de la modernidad, la experiencia de aceleración de la vida, cultural y/o historia desde el siglo xviii […] los mecanismos y efectos de la aceleración social aún son estudiados en las ciencias sociales de forma deficiente; ignorados penosamente en las teorías sobre la modernidad”.[1]

En la historia de la sociología, la modernización ha sido principalmente analizada desde cuatro perspectivas diferentes referidas a la cultura, la estructura social, los tipos de personalidad y la relación con la naturaleza (frecuentes en los trabajos de Weber, Durkheim, Simmel y Marx, respectivamente); el proceso de modernización es identificado como un proceso de racionalización, diferenciación, individualización o domesticación instrumental, respectivamente (véase fig. 1).[2]

Los sociólogos Anthony Giddens y Niklas Luhmann han señalado un descuido de la dimensión temporal en las teorías sociológicas del siglo xx, y con el advenimiento de la tercera revolución industrial en los albores del siglo xx, se imprime más la necesidad de introducir la variable de la temporalidad en sus estudios, pues las categorías de aceleración, como veremos más adelante, aumentaron la velocidad a la que se ha acostumbrado vivir en el mundo contemporáneo.

La dimensión temporal no pasa ni por encima ni por debajo de las cuatro perspectivas ya mencionadas, sino que las aborda de manera transversal: “La dimensión temporal se entrelaza con las cuatro dimensiones ‘materiales’ de la sociedad y no puede ser claramente separada de ellas en términos fenomenológicos; no existe un ‘tiempo social’ independiente de la estructura social, la cultura, etc.”.[3]

En los estudios sobre la modernidad, los cambios sociales se discuten como procesos que implican un tiempo pasivo o histórico y no como un continuum. Precisamente, lo que le falta a estos estudios sociales es comprender que son las personas las que tienen experiencia de esos cambios sociales y quienes se ven afectadas por ellos. El elemento antropológico en los estudios sociales es fundamental para la comprensión de sus fenómenos; muchos autores se han dado cuenta de ello, pero pocos han sentido la necesidad de investigarlo:[4]

A todas estas versiones les falta algo: autores y pensadores desde Shakespeare a Rousseau, Marx, Marinetti, Charles Baudelarire, Goethe, Proust, Thomas Mann, casi invariablemente observan (siempre con asombro, pero muy a menudo con gran preocupación) la decadencia de la vida social y la transformación acelerada del mundo material, social y espiritual.[5]


Figura 1. Proceso de modernización.

La sociología se ha convertido en una ciencia inerte que confía en conceptos estáticos, de manera que ha olvidado el dinamismo social existente, pues la sociedad está conformada por seres humanos. Los mismos autores que dieron forma a la sociología se dieron cuenta de ello; por ejemplo, Georg Simmel identificó, en sus estudios sobre la modernidad, el incremento de la vida nerviosa que se padece tanto entre los contemporáneos; a su vez, Émile Durkheim definió la anomia, una consecuencia probable de cambios sociales ocurridos con demasiada velocidad como para permitir el desarrollo de nuevas formas de moralidad y solidaridad en las sociedades; por otro lado, Max Weber define la ética protestante como la estructura moral de rigurosa disciplina temporal que considera la pérdida de tiempo “el más mortal de los pecados”; mientras que Marx y Engels criticaron la sociedad capitalista donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

La promesa de la modernidad

Algunos filósofos como Jürgen Habermas, Charles Taylor y Johann Arnason hablan de un “proyecto de modernidad” centrado en la idea y promesa de una nueva autonomía, en el sentido de una autodeterminación ética.

El mundo de las familias, de la política, del trabajo, del arte, de la cultura, de la religión y demás […] debería dejarse en manos de los propios individuos. Habermas está estrechamente vinculado con el concepto político de participación democrática y autogobierno, porque las condiciones socioeconómicas ‘macro’ de nuestras acciones y vidas no pueden ser controladas por los individuos por sí solos. El proyecto de la modernidad es, necesariamente, un asunto político.[6]

La idea del proyecto de modernidad consiste en superar las restricciones impuestas por la naturaleza y todo aquello que impida a un individuo tener su propia autodeterminación; por ejemplo, la pobreza, escasez, enfermedad, discapacidad, ignorancia y cualquier forma de condición natural adversa. Así, no debe extrañarnos la aspiración contemporánea por modificar o mejorar nuestros cuerpos mediante el transhumanismo; tampoco puede extrañarnos la vanguardia del futurismo en las artes y la política en los albores del agitado siglo xx. Ésa es la razón por la que la modernidad se vuelve más atractiva y prometedora conforme se aceleran los procesos de la vida social, y el mejor ejemplo de ello se encuentra en la historia de los medios masivos de comunicación.

Heidegger en 1950 previó gran parte de esta aceleración de la vida social. Habla del ‘encogimiento’ de las distancias de tiempo y espacio, la importancia de la ‘información instantánea’ en la radio y la forma en que la televisión está aboliendo la lejanía y, por lo tanto, ‘desvirtuando’ a los humanos y las cosas.[7]

El proyecto de modernidad y la revisión de sus ambivalentes consecuencias se han estudiado a través de perspectivas diferentes, desde la estructura social, la cultural o la personalidad, pero nunca mediante un enfoque temporal. Las enormes aportaciones, expuestas en la fig. 1, no contemplaron esta posibilidad; sin embargo, desde el siglo xix con las tesis de Carl Marx, se observa la separación del espacio y la preponderancia del tiempo en los procesos de producción y consumo a principios del pasado siglo, a partir, por ejemplo, de los cambios en las operaciones industriales del giro automotriz: “El post-fordismo implica una nueva solución espacial y formas significativamente más nuevas en las que se representan el tiempo y el espacio. “La compresión del ‘espacio-tiempo’ es central como experiencia de los procesos humanos y físicos”.[8]

El capitalismo, como sistema preponderante económica y culturalmente, fue aceptado porque sus defensores, desde Adam Smith en el siglo xviii, hasta Milton Friedman en la década de los setenta del siglo xx, sostuvieron que la productividad del tiempo permitiría liberar a los seres humanos de sus labores y podrían llevar a cabo sus planes de vida sin preocuparse del tiempo ni del dinero; no obstante, ésta fue una promesa de la modernidad que no se puede cumplir. Tal vez a causa de esto, el paradigma cambió después de la bomba atómica y la teoría de la relatividad de Einstein, además del advenimiento del ser digital y la hipertextualidad en los años noventa, con lo cual el espacio y el tiempo se separaron; y quizá ésta sea la razón por la que se aceleró el tiempo, mientras que el espacio se convirtió en un lugar meramente.

A diferencia de la promesa de la modernidad, afirma Hartmut Rosa, el día de hoy: “Ya no se experimentan las fuerzas de aceleración como potencia liberadora, sino más bien como presiones esclavizadoras […] ahora resulta que la aceleración social es más poderosa que el proyecto de la modernidad: sigue delante imperturbablemente mientras su lógica se vuelve hoy contra la promesa de autonomía”.[9]

La aceleración social en sus efectos sociales representa a la vez una promesa y una necesidad; es decir, algunas necesidades humanas se verán cubiertas gracias a la tecnología, ésa es la promesa, pero muchas otras, en su propio afán por solucionarlas, terminarán por ser contraproductivas, como veremos más adelante.

El siglo xxi enfrenta una crisis debido a esta separación dañina entre el espacio y el tiempo, pues ambos coexisten ontológicamente; sin embargo, la aceleración social que sufre la sociedad contemporánea está aquí y es perfectamente observable porque sus consecuencias se hacen sentir.

Se observan inmediatamente dos tendencias de desarrollo paradójicas: por un lado, los procesos de diferenciación cada vez más sutiles están acompañados por un crecimiento paralelo de cadenas de Independencia (hoy globales) y, por otro lado, la unidad y la coherencia de toda la sociedad parece desaparecer a raíz de la diferenciación (estabilidad y aumento de la eficiencia) [...] En este sentido, la otra cara de la diferenciación es la desintegración social.[10]

El año 2020 ha supuesto un reto al respecto a partir del confinamiento, casi global, que los gobiernos han impuesto a sus poblaciones con la solicitud de un encierro físico y nulo contacto social e interpersonal, ante lo cual sólo ha quedado el acercamiento virtual.

La dimensión temporal

Los estudios sobre la modernidad buscan descifrar los fenómenos presentes en la relación del ser humano con su entorno. Así, se han explicado las estructuras sociales, las formas culturales, los problemas humanos de la personalidad frente al mundo y la posición que el ser humano ocupa en él; sin embargo, aunque se han realizado estudios en relación con el tiempo, no se habían relacionado con los cambios en la velocidad de los movimientos humanos en el mundo. Es por esto que la dimensión temporal en los estudios sobre la modernidad tiene relevancia y, podemos asegurar, no estorba al resto de los estudios hechos, ni tampoco a los que se pueden llegar a hacer. La dimensión temporal se entrelaza con las dimensiones materiales de la sociedad y no puede ser claramente separada de ellas en términos fenomenológicos, pues no existe un tiempo social independiente de la estructura social, la cultura, etcétera.

Los fenómenos sociales son complejos porque implican las relaciones entre el ser y el mundo que le rodea; si bien podemos afirmar que las dimensiones materiales de la modernidad se encuentran correlacionadas, ignorar la función del tiempo en esa correlación sería igual que estudiar un objeto estático, cuando la sociedad es dinámica y sus fenómenos requieren explicaciones complejas: “La aceleración es más fundamental que las otras categorías en la medida en que los procesos de diferenciación, racionalización o individualización se detienen o incluso se convierten en su opuesto, en caso de que se vuelvan disfuncionales para una mayor aceleración social”.[11]

Por otro lado, muchos estudios académicos alrededor de los problemas de la modernidad sólo replican trabajos anteriores, ora quitando ora agrandando alguna variable novedosa para entender si hay cambios significativos. Es necesario animarse a romper paradigmas y paradojas en la investigación, agregar variables como la del tiempo, para ver con nuevos ojos el mundo que nos rodea y explorarlo con nuevas dimensiones. La velocidad del siglo xxi exige que los nuevos enfoques de la teoría crítica no sigan ciegamente o repitan las ideas metodológicas y planteamientos de antaño, pues necesita herramientas que faciliten comprenderla de un modo más completo.

La teoría de la aceleración social refiere al aumento en la velocidad de las relaciones del ser humano con el entorno; esta velocidad puede ser referida al objeto, cuando es éste el que aumenta su velocidad, o bien, el sujeto, cuando la impresión subjetiva recibe una afección temporal. Lo importante es que existe una impresión generalizada de que la vida del ser humano pasa cada vez más rápido y es evidente en el transcurrir cotidiano que muchas cosas han aumentado su velocidad. Ejemplo de este punto son los transportes, la producción y la comunicación; pero no todos los procesos de la vida del ser humano se aceleran: los embarazos, las gripes, el tiempo de las estaciones o los procesos educativos no pueden acelerarse. “Es muy obvio que el tiempo no puede acelerarse en ningún sentido significativo, y no todos los procesos de la vida social se aceleran. Una hora sigue siendo una hora y un día sigue siendo un día, sin importar si hemos tenidos la impresión de que transcurrió rápidamente”.[12]

También debe admitirse que, de manera observable, no hay un patrón único y universal de aceleración que aumenta la velocidad de todo, incluso, hay muchas cosas que disminuyen su velocidad, es decir, se ralentizan tales como el tránsito, un resfriado común que ofrece más resistencia o el promedio de sueño que ha disminuido dos horas desde el siglo xix y treinta minutos desde los años setenta.

Estas contradicciones requieren una explicación aparte ya que el mundo del siglo xxi está particularmente lleno de ellas debido, en buena medida, a la influencia que tiene la aceleración social sobre las estructuras, cultura y formas de moldear la personalidad en la era moderna.

Paradojas de las fuerzas de la modernidad

En el año de 1989 ocurrieron dos fenómenos aparentemente contradictorios que, sin embargo, formaron parte de la historia del siglo xx: por un lado, el gobierno de China recurrió a la fuerza militar para poner fin a una protesta en la plaza de Tiananmen, las imágenes que se conservan de un joven sólo enfrentando a un tanque militar hablan por sí solas; por el otro lado, en Alemania, cayó el muro de Berlín, signo de la liberación de un país y la caída de un régimen, el soviético.

Estos dos acontecimientos que tuvieron lugar en ese mismo año son paradójicos. Siguiendo las reflexiones del economista estadounidense Philip Kotler (1931), el modo de vida contemporáneo produce paradojas, es decir, fenómenos aparentemente contradictorios que, quizá, no sean tan contradictorios como parecen.

Desde el punto de vista de la economía y la mercadotecnia Kotler analiza tres paradojas:

1 La paradoja política. Mientras la democracia es adoptada cada vez en más países del mundo, China, que no fue precisamente democrática en aquellos años, se ha ido volviendo más poderosa. El capitalismo no precisa de la democracia; el mundo moderno genera apertura en la economía, pero no en la política, por lo que el panorama político continúa siendo nacional.

2 La paradoja económica. El mundo moderno favorece la integración económica, pero no genera economías equitativas; la economía capitalista perjudica a una cifra de países similar a la de países beneficiados por el proceso, tal y como ocurre con los efectos de suma cero en la teoría de juego.[13]

3 La paradoja sociocultural. La modernidad no genera una cultura uniforme, sino diversa, pues da origen a una cultura global universal, pero a la vez fortalece la cultura tradicional.

Del mismo modo en que se pueden observar estas paradojas de la modernidad a partir de la globalización, se encuentran otras, fruto de la aceleración, que sin embargo, nos permiten ver que no todo en el mundo puede ser acelerado. Por ejemplo, los ya mencionados embarazos no pueden ser acelerados, ni se puede acelerar el periodo de descanso; asimismo, las amistades no pueden sufrir ese proceso, ya que requieren de tiempo para gestarse como relaciones duraderas, además de que los pensamientos o los sentimientos tampoco pueden procesarse a mayor velocidad. A su vez, existen cosas que quizá sí puedan acelerarse, pero las consecuencias serían contraproducentes; por ejemplo, el amor o el sexo, sin embargo, el efecto sería evidente, por un lado relaciones de corta duración y por otro, algún tipo de disfunción, o bien, la banalización del acto sexual. La comunicación es otra de las variables que pueden acelerarse, pero la consecuencia podría derivar en una falla en el intercambio o incluso, en una incomunicación total.

La búsqueda por aumentar la velocidad en los procesos institucionales, como se podrá observar, tiene consecuencias paradójicas. Revisemos algunos ejemplos: los Estados buscan acelerar sus procesos para unificar u homologar tiempos, lenguaje, leyes y moneda, etcétera, sin embargo, provocan a su vez obstáculos en las transacciones financieras e intercambios en los flujos globales. Podemos hallar un caso en los cambios al uso horario de un país para homologar los tiempos de cierre de bolsa con respecto a otros. En la burocracia también hay una viñeta paradigmática, cuando los esfuerzos por acelerar la administración del trabajo producen retraso en el desarrollo social y económico; de nada sirve, por ejemplo, realizar trámites digitales, si la mitad de la población no tiene acceso a una computadora o no sabe operarla.

Por otro lado, la dirección de la política busca nuevas dinámicas para convencer al electorado, pero aspira al mismo tiempo al control de todas las variables y termina por destruir esa dinámica. Con la democracia ocurre algo similar, acelera la sucesión de sus gobernantes, pero ralentiza la toma de decisiones que pareciera que nunca se llevarán a cabo; sin embargo, las decisiones irreversibles requieren una planificación y una recopilación de información mucho más cuidadosas y, por lo tanto, inevitablemente requieren más tiempo que las reversibles.

En este libro buscamos comprender el impacto de la aceleración en la vida individual, donde también encontraremos problemas paradójicos derivados de la aceleración como que cada vez se encuentren más facilidades para conseguir trabajo en otros lugares del planeta, pero se haya extraviado el rumbo y el sentido del tiempo de la vida en el mundo. El capitalismo permite que el sujeto alcance con mayor facilidad sus metas personales; pero nunca como hasta ahora, la identidad de la persona estaba tan extraviada entre individuos cortados con la misma tijera. Finalmente, el plan de vida se ve truncado por la aceleración del ritmo en el que se vive debido en gran medida a una falta de adaptabilidad a ese mundo vertiginoso.

En un mundo donde los cambios rápidos son la regla general, no hay tiempo para generar una identidad propia, pues lo que hace unos años podía tener un valor especial para alguien, ahora es devaluado o incluso, rechazado por la misma sociedad que antes lo acogía. De esta manera, es imposible mantener el apego por una idea sólida e invariante; por consiguiente, se llega a la conclusión de que no hay identidad posible por una ruptura entre presente pasado y futuro de un sujeto que se ve obligado a cambiar de personalidad cada vez que cambia de grado escolar.

Podemos observar, siguiendo a Hartmut Rosa, cuatro factores que brindan seguridad y continuidad a la identidad personal:

1. La identidad situacional permite al menos una conexión narrativa mínima del pasado, presente y futuro y las diversas providencias de la vida con sus significados y funciones. 2. El habitus ciertamente no es inmune al cambio ni es invariable en el contexto. 3. ‘Objetos de transición’ que representan y simbolizan la continuidad en los momentos en que cambian las identidades y las relaciones. 4. Los sujetos posiblemente tienen a su disposición un ‘yo’ central ‘innato’ y sin predicaciones que les permite preservar un sentimiento de identidad, en ciertas circunstancias incluso cuando existe una discontinuidad situacional completa.[14]

Una teoría completa sobre la modernidad no puede olvidar ni los aspectos macro-sociales ni los aspectos particulares de los individuos que interactúan en ella; es más, no es posible modificar el sistema moderno de aceleración en que vivimos, el único modo de desacelerarlo es a través de acciones individuales.

Las generaciones van creciendo y desarrollándose en diferentes ámbitos de aceleración social: “¿Cuáles son los principales problemas de la juventud de hoy? ‘No hay esperanza para el futuro’ y ‘una sociedad rígida y al mismo tiempo agitada en la que todos sólo piensan en sí mismos y es difícil encontrar un lugar para sí mismos sin ayuda’”.[15] Los nacidos antes de la década de 1950 tendrán una perspectiva del ritmo de la vida y una concepción del tiempo muy diferente a la de los nacidos entre 1950 y el nuevo milenio, quienes a su vez, serán totalmente diferentes a la generación centennial, nacida en los albores del siglo xxi; todo esto debido a la velocidad con que unos y otros aprendieron a relacionarse consigo mismos y con su entorno.

Uno de los problemas más grandes que podría enfrentar el siglo xxi es el de la incompatibilidad o desincronización entre las generaciones, tal como vaticinaba el literato argentino, miembro del boom latinoamericano, Adolfo Bioy Casares en El diario de la guerra del cerdo; su novela ilustra una desconexión entre la juventud y la vejez tan radical, que los unos comienzan a morir a manos de los otros. Para bien o para mal, el ser humano ha logrado, por medio de la tecnología y los avances científicos, prolongar su vida hasta casi el doble de tiempo, si consideramos que el promedio de vida en la antigüedad era de cincuenta años (el cuerpo humano comienza a decrecer a los cuarenta) y lo comparamos con la esperanza de vida estimada de nuestra generación (noventa años aproximadamente). No es casualidad que haya choques generacionales marcados y manifiestos en estas primeras décadas del milenio. Respecto a este punto, hay casos paradójicos en la historia reciente: el triunfo del Brexit en Gran Bretaña, la imposibilidad de un acuerdo de paz con las farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en este país latinoamericano, el triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016 y el de Andrés Manuel López Obrador en 2018 en México, claros ejemplos de desincronización generacional.

La modernidad es un todo complejo que requiere un análisis exhaustivo, transdisciplinario y completo. Quizá ninguna investigación alcance estas pretensiones, sin embargo, podemos buscar aportar la temporalidad como variable en su estudio con el fin de comprender sus paradojas.

Una de las preguntas fundamentales sobre la aceleración consiste en saber si existe algo en común en todos los fenómenos para que puedan reunirse en un mismo término de aceleración social. Desde la perspectiva de Hartmut Rosa, no lo hay directamente, pero sí desarrolla tres categorías de aceleración que pueden explicar este fenómeno; de igual manera, la aceleración social misma trae como consecuencia fenómenos de desaceleración social y ralentización, los cuales se han vuelto particularmente visibles a principios del siglo xxi e incluso, serán más importantes de analizar para encontrar una respuesta filosófica a los retos planteados por la modernidad tardía.

[1] Hartmut Rosa, Aceleración social…, p. 1.

[2] Obtenido de Hartmut Rosa, High-speed Society…, p. 109.

[3] Ibid., p. 12.

[4] Aunque todas las clasificaciones son susceptibles de revisión, podríamos hablar de cuatro principales formas de antropología: la biológica, la cultural, la lingüística y la filosófica. Es esta última a la que damos más énfasis en el presente trabajo.

[5] Hartmut Rosa, Alienación y aceleración…, p. 16.

[6] Ibid., p. 138.

[7] Hartmut Rosa, High-speed Society…, p. 188. “Heidegger in 1950 foresaw much of this speeding up of social life. He talks of the ‘shrinking’ of the distances of time and space, the important of ‘instant information’ on the radio, and the way that television is abolishing remoteness and thus ‘undistancing’ humans and things”.

[8] Hartmut Rosa, High-speed Society…, p. 187. “Post-Fordism involves a new spatial fix and most significantly new ways in which time and space are represented. Central is the ‘time-space compression’ of both human and physical experiences and processes”.

[9] Hartmut Rosa, Alienación y aceleración…, pp. 141 y 143.

[10] Hartmut Rosa, Social Acceleration…, p. 59. “Two paradoxical developmental tendencies immediately come into view: on the one hand, processes of ever finer differentiation are accompanied by a parallel growth of (today global) chains of Independence and, on the other hand, the unity and coherence of the whole of society seems to disappear in the wake of (stability-and efficiency-increasing) differentiation […] In this sense the flip side of the differentiation is social disintegration”.

[11] Ibid., p. 61. “Acceleration is more fundamental than the other categories insofar as processes of differentiation, rationalization, or individualization come to a standstill or even turn into their opposite just in case they become dysfunctional for further social acceleration”.

[12] Ibid., p. 18.

[13] En teoría de juegos que no son cooperativos, los juegos de “suma cero” son aquellos en los que se presenta un caso en el que la ganancia o pérdida de uno es directamente proporcional con pérdida o ganancias de los otros.

[14] Hartmut Rosa, Social Acceleration…, pp. 240-241. “1. Situational identity allows at least a minimal narrative connection of past, present, and future and the various providences of life with their meanings and functions. 2. The habitus is certainly neither immune to change nor context-invariant. 3. ‘Transitional objects’ that represent and symbolize continuity at just those times when identities and relationships change. 4. Subjects possibily have at their disposal, ‘innate’ predicateless ‘core self’ that allows them to preserve a feeling of identity, in certain circumstances even when there is complete situational discontinuity”.

[15] Ibid., p. 278. “What are the main problems of youth today? ‘no hope for the future’ and ‘a rigid and at the same time hectic society in which everyone only thinks about themselves and it is difficult to find a place for oneself without help’”.

Los bordes del tiempo

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