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Permítame su educación: ¿qué es un corroncho y qué viene siendo un cachaco?

Mi primera reacción, cuando recibí aquel mensaje de España, en octubre del año 2016, fue negarme a creer lo que me proponían. Casi me caigo de la emoción.

Cristina Fuentes Laroche, directora del Hay Festival de Literatura de Cartagena, escribió un correo electrónico para preguntarme si me gustaría participar en una gran tertulia pública sobre lo que es un corroncho auténtico, sus orígenes, sus características, su manera de ser. Participar en lo que ahora llaman “un conversatorio”, que es uno de los términos más feos del idioma, siendo tan bonita la palabra conversación. La propuesta de Cristina me dio en la vena del gusto: llevo como doscientos años dedicado a leer sobre la corronchería, a investigarla, a comentarla con mis amigos.

Como si fuera poco, y para terminar de completar la dicha, Cristina me informaba que mis compañeros de palique serían Daniel Samper Pizano, uno de los periodistas que más admiro en esta vida, y Hernán Villa, que ha asumido para sí mismo el seudónimo de “El Corroncho”, compositor de música popular, el hombre que inventó la única receta que se conoce para preparar la ensalada corroncha de suero costeño con cebolla picada y huevos.

Yuca, sombrero, abarcas

A finales de un enero, en una espléndida noche de verano corroncho, salpicada de viento y moteada de estrellas, nos reunimos con un público incontable en el legendario y hermoso Teatro Heredia, al pie de las murallas históricas.

A manera de adorno apropiado pusieron en el centro del escenario una mesa en la que había dos yucas harinosas, un par de abarcas de cuero cimarrón, un sombrero de vueltas –pero sin barboquejo– y un plato de suero sabanero. Solo faltó el burro pollino.

Pocas veces en mi vida me he divertido tanto y pocas veces mi corazón se ha sentido tan regocijado. Me dieron ganas de ponerme a cantar. Por lo que vi, el auditorio estaba en las mismas. Al día siguiente, bien temprano, el propio Daniel Samper me escribió para sugerirme que dejara por escrito todo lo que había dicho, el rastreo de los diccionarios, la historia de corronchos y cachacos.

De manera que aquí estoy, cumpliendo la recomendación de Samper, porque a mí me enseñaron en la casa que a los mayores hay que obedecerlos.

Orígenes del corroncho

A finales del siglo diecinueve el término corroncho surgió en la costa caribe colombiana casi como un elogio amoroso para describir al campesino de esa región, limpio e incontaminado, elemental, de espíritu candoroso, sencillo y puro como la rama de un matarratón, como el caminito que hacen las hormigas, como el cagajón fresco de un burro.

El corroncho nunca había visto un carro ni el grifo de un acueducto, porque bebía el agua de la acequia; ni luz eléctrica, porque lo alumbraba la Luna, y comía de lo que le daban el río y el suelo.

La palabra, según los testimonios confiables de aquellos tiempos, provino inicialmente de la corteza más ordinaria de los árboles, la concha rasposa que se agrieta con el calor. Eso era lo que llamaban “corroncha” en las soleadas sabanas de lo que son hoy los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre. Mi propia tierra, a mucha honra.

Luego le dieron ese mismo nombre a un árbol fuerte y resistente que no tenía fruto. Y después lo heredó un pescado de la misma región, que poblaba los ríos, y que más tarde pasó a llamarse “coroncoro”, al cual le dedicaron hace algunos años una célebre canción popular.

Del candor al agravio

El problema comenzó a principios del siglo veinte, cuando las primeras oleadas de jóvenes costeños fueron a estudiar en Bogotá, viajando por el río Magdalena hasta Honda y La Dorada.

Los discretos caballeros de la capital, perplejos ante aquellos muchachos que reían a carcajadas y hablaban en voz alta, comenzaron a usar la expresión corroncho para referirse a una persona ordinaria, de mal gusto, grotesca. Y así fue como se regó por todo el país.

En Venezuela, como dato curioso, la palabra fue introducida por los peones colombianos que buscaban trabajo en las grandes haciendas, al contrario de la que ocurre hoy con la migración, que es de allá para acá. Pero en ese país solo queda un uso de la palabra corroncho: llaman así a un pescado que puebla el Lago de Maracaibo.

De modo que he invertido media vida en la tarea de rastrear viejos libros y diccionarios venerables en busca de materiales que el tiempo se ha ido llevando, como la sobrevienta de enero cuando sopla en los playones, una brisa recia pero fugaz.

¿Pescado o flacuchento?

Ahí les va una pequeña muestra de lo que he encontrado:

1. Diccionario de Colombia, de Jorge Alejandro Medellín y Diana Fajardo Rivera. Publicado en el 2005. “Corroncho. Adjetivo despectivo. Costeño de mal gusto. Usado especialmente en el interior del país. En Colombia, ignorante y de modales burdos”.

2. Diccionario de costeñismos colombianos, del padre Pedro María Revollo, edición de 1942. Trae una de las más curiosas e inesperadas definiciones: “Corroncho. Expresión que se usa en Riohacha para referirse a una persona enjuta, seca, flacuchenta, escuálida. Corroncho también llaman en Medellín al pescado que en la Costa se denomina coroncoro”.

3.-Y el mejor diccionario de colombianismos que se ha escrito, el lexicón del profesor y abogado momposino Mario Alario di Filippo, trae tres definiciones de corroncho: “Pez de río, pequeño, de escamas ásperas y de color apizarrado. Es de cuerpo deprimido, labios negruzcos y piel blanca y gustosa. Aplícase también a la persona intratable, incivil, de genio áspero. Aplícase igualmente a la persona tarda, poco lista en el hacer y en el decir”.

4.- El estupendo Vocabulario costeño, de Adolfo Sundheim, trae la expresión “corronchoso”, y dice que se emplea en el Caribe como áspero, rugoso o escamoso, a la manera de aquel árbol montuno del que ya hablamos.

El cachaco

Veamos ahora lo que ha pasado con el cachaco, que viene siendo como la otra cara de esta misma moneda. Antiguamente se definía como cachaco a la persona bien educada y decente. Nadie sabe, hasta hoy, cuál es el origen del vocablo. En la costa se le decía cachaco, con cariño y admiración, al forastero blanco, de acento atildado, buenos modales, elegante y discreto.

Según la máxima autoridad de la lengua castellana, que es el Diccionario de la Real Academia Española, “en Colombia se llama así a una persona procedente del interior del país”. Y agrega que en Puerto Rico el cachaco es un español adinerado y en Perú es una manera despectiva de referirse a los policías.

Pero de repente, tal como había sucedido con el corroncho en las tierras andinas, en las playas marinas le voltearon el sentido al cachaco, y de caballero distinguido pasó a ser un hombrecito hipócrita, taimado, solapado.

Palabras y frases

El padre Revollo anota que en Cartagena inventaron el terminacho cachuzo para referirse a la persona “de baja ralea que procedía del interior del país. La caridad cristiana y la tolerancia social aconsejan no utilizar esta expresión”.

Y como éramos pocos, parió la abuela: Mario Alario añade que a todo eso le agregaron los costeños un adjetivo, cachacada, que “suele usarse como sinónimo de hipocresía o deslealtad”.

El novedoso y muy reciente Cachacario, diccionario de cachaquismos de Alberto Borda Carranza, deja sentado que hoy en día, en la propia Bogotá, se sigue llamando cachaco al “hombre elegante y caballeroso que cuida en demasía su compostura y sus modales”.

Pero ya no nos conformamos con el agravio-palabra, sino que además inventamos el agravio-frase. El moderno Diccionario de colombiano actual, del periodista Francisco Celis Albán, consigna dos ejemplos excelentes que ilustran lo que estoy diciendo: “Costeño tenía que ser”, le aplican en Bogotá al ruidoso, desparpajado, brusco, chabacano, aunque no sea costeño. Y esta otra, que es su contraria, que habla por sí sola y la repiten los costeños: “Cachaco, paloma y gato, tres animales ingratos”.

Todos contra todos

En eso se nos ha ido la vida a los colombianos, denigrando unos de otros, iracundos. Nunca hemos querido reconocer ni aceptar que la verdadera riqueza de este país está en su diversidad humana.

Por el contrario, en vez de aprender de ella y de ayudar a incrementarla todavía más, partimos de una presunción terrible, según la cual el colombiano que no se parezca a mí es un enemigo. Por eso nos pasamos la vida entera pensando y hablando mal de los otros: todo costeño es perezoso, todo bogotano es hipócrita, todo paisa es avivato, todo pastuso es majadero, todo opita es ingenuo.

Con ese mismo encono hemos logrado la dudosa hazaña de invertir el sentido de palabras que eran nobles, de forma que aquel corroncho amoroso es ahora un ser grotesco y aquel cachaco caballeroso ahora es solapado y ladino. Hemos llegado al colmo de descalificar las virtudes de nuestra propia gente, que es como descalificarnos a nosotros mismos.

Epílogo

La expresión que encabeza el titular de esta crónica, “permítame su educación”, se ha ido perdiendo en los últimos años, desgraciadamente, y ya está a punto de desaparecer.

Significa “perdone que lo moleste”, o “excúseme que lo interrumpa” o “présteme su atención”. Es uno de los decires cachacos más bellos y delicados que he podido escuchar en mi vida. Proviene de la altiplanicie que une a Bogotá con Boyacá, donde revolotea el colibrí, donde florece el geranio, donde sombrea el duraznero, donde el aire huele a feijoa y pepitas de agraz. (Ahora que evoco esas frutas, recuerdo que la primera vez que oí mencionar el mangostino, en Bogotá, pensé que se trataba de un injerto de mango con langostino. Corroncho que es uno).

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