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INTRODUCCIÓN: Hacia una nueva visión de la transición valenciana

Los valencianos parece que tenemos un contencioso inacabable con nuestra historia más reciente. La realidad es que nadie puede quedar indiferente a lo que sucedió durante el periodo 1976-1982 y a las cuestiones más controvertidas que lo acompañaron: la violencia anticatalanista, el nacionalismo, la izquierda en el poder, la guerra de los símbolos... Todo esto ya forma parte de nuestra propia biografía personal. De hecho, la sociedad valenciana de principios del siglo XXI no puede entenderse sin echar una mirada retrospectiva a aquellos años, y todo pese a que nuestra Transición ha acabado siendo instrumentalizada y tergiversada tanto por los medios de comunicación como por los intereses derivados del debate político.

La Transición valenciana representó la consecución de un proceso histórico de intensa secularización, liberalización económica y modernización social, que culminó con el recambio de las élites políticas –proceso en consonancia con el español–, aunque destacó, particularmente, por la forma en cómo se produjo ese relevo, de una violencia inusitada que sorprendió a propios y extraños, y cuyo epicentro se situó en la ciudad de Valencia. El recambio consistió en la sustitución de la élite política franquista, compuesta por falangistas y «franquistas puros» –sin más adscripciones–, de inquebrantable fidelidad «al régimen del 18 de julio», por un nuevo tipo de político formado en las organizaciones sociales, cívicas y culturales de oposición al franquismo. Una cuestión que hay que tener muy en cuenta es que no encontramos en las filas del franquismo valenciano ni el más mínimo atisbo de existencia de reformistas en condiciones de proceder a la reforma de las instituciones locales y provinciales. Esto condicionó el proceso transaccional y explica el carácter violento que tuvo la Transición valenciana, la cual acabó por resolverse de forma traumática, con vencedores y vencidos. Y esto, debido a diversas y complejas causas políticas, sociales y culturales que hunden sus raíces en la historia más reciente.

Como se analiza en el capítulo II, los fundamentos de nuestra convulsa Transición empezaron a gestarse en el periodo 1958-1962, cuando el franquismo valenciano sufrió una sacudida de gran magnitud a raíz de la riada del 14 de octubre de 1957 que devastó la ciudad de Valencia (la popularmente conocida como la riuà del 57), y que se resolvió con la vuelta al Ayuntamiento de Valencia del falangismo más exaltado. A todo esto, a partir de 1962, se sumaron una serie de factores como la polémica desatada con la publicación ese mismo año de El País Valenciano de Joan Fuster, y el renacer del movimiento estudiantil en la Universidad de Valencia, que resultaron ser mecanismos que se retroalimentaron entre sí. Se iniciaba así un periodo de reacción antifusteriana cuyos rasgos esenciales consistieron en el rechazo de la modernidad por parte de los sectores sociales más conservadores de la sociedad valenciana. Consecuentemente, con el franquismo más ultramontano en el poder local, quedó frustrada cualquier posibilidad de existencia de un sector reformista que procediera en un futuro a la reforma de la dictadura. He ahí por qué, durante el periodo 1977-1979, la resistencia al cambio político ofrecida por el Ayuntamiento y la Diputación de Valencia adquirió visos de resistencia numantina, aunque –haciendo uso de la ironía fusteriana– «de resistencia saguntina». Solo por la fuerza de los votos fue apartado el establishment franquista de la escena política (sabedor de que se le había agotado el tiempo histórico) no sin antes dejar su impronta al dejar en herencia a todos los valencianos un legado envenenado: el anticatalanismo.

La Unión de Centro Democrático (UCD) –a la vista de los decepcionantes resultados electorales que cosechó en todo el País Valenciano en 1977 y 1979– hizo del anticatalanismo un arma política para dividir a la izquierda y tomar la iniciativa en un territorio que le era adverso. El resto lo hizo todo un entramado mediático y financiero que avivó la airada reacción de determinados sectores de la sociedad valenciana que se alzaron en nombre de un pueblo herido en su orgullo e identidad (capítulo III). El GAV (Grup d’Acció Valencianista), la URV (Unión Regional Valencianista), Valencia 2000 y otras entidades y organizaciones satélites al servicio de la reacción se encargaron de realizar el trabajo sucio. Y, en medio de ese escenario, los jóvenes procedentes de la oposición política que anunciaban los nuevos tiempos, los representantes de la nueva política; jóvenes con ideas claras pero sin experiencia en la política del regate corto y en la gestión de los asuntos públicos. Unos advenedizos para las fuerzas vivas del cap i casal (término que hace referencia a la ciudad de Valencia con la finalidad de distinguirla de la provincia y del País). El resultado final fue toda una «desfeta» para las fuerzas políticas y sociales que representaron el antifranquismo valenciano.

Este es el cuadro general que presenta un conflicto político de enorme magnitud y que ha sido escasamente tratado por la historiografía. Por ello, a la hora de emprender un trabajo de estas características, resulta obligado plantearse si tiene sentido tamaña empresa. Como estudioso del pasado y vivamente interesado por nuestra Transición, pero también como ciudadano que se siente parte activa del presente, he pretendido escribir el libro que hubiera deseado leer sobre la Transición valenciana. Mi intención ha sido hallar respuesta a las muchas preguntas que, desde hace años, nos envuelven sobre nuestro pasado más reciente y contribuir a lo que hasta ahora ha sido la narrativa de la Transición valenciana. Consciente de la cercanía de los hechos y reconociendo la subjetividad en el análisis histórico –pero con la más sincera honestidad intelectual posible–, me he exigido historiar la Transición valenciana (1976-1982) desde el análisis de la violencia y de uno de los fenómenos sociales más decisivos del conflicto identitario valenciano (el anticatalanismo), que logró fracturar a la sociedad valenciana en dos bandos antagónicos e irreconciliables, catalanistas y anticatalanistas.

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El título de este libro, Anticatalanismo y transición política, posee dos significados inseparables en la conciencia colectiva de los valencianos. De hecho, han vuelto a cobrar gran significado en la actualidad en la escena política española. Por una parte, el anticatalanismo ha despertado, «súbitamente», entre la opinión pública a raíz de la declaración unilateral de independencia de Cataluña el 27 de octubre de 2017 y de los sucesos que se desencadenaron tras la intervención de la Generalitat catalana por el poder central. Las imágenes que se vieron en televisión, de guardias civiles jaleados a la salida de sus cuarteles camino a Cataluña, muestran cómo en una amplísima parte de la sociedad española ha renacido un rancio fervor patriótico que creíamos superado por los tiempos. Y es que el anticatalanismo nunca ha dejado de ser una formidable arma política para la derecha de cara a mantener cohesionada su base social, tensar la sociedad y, de este modo, obtener rédito electoral. Y todo esto sin miramiento, pese a las devastadoras consecuencias que pueda producir al conjunto de la sociedad española. Es la herencia que hemos recibido del franquismo: una derecha con una cultura política basada en la criminalización del adversario como enemigo de los valores patrios. Con esta política, el consenso de la transición está roto.

Por otra parte, la transición política ha sido objeto en pocos años de un despiadado revisionismo político. Si la actual crisis catalana ha materializado, por un lado, la quiebra de lo que Pierre Vilar acuñó como el armazón del Estado español (la clase política madrileña y la burguesía catalana), por otro lado, ha hecho emerger de debajo de la superficie cuestiones que en la Transición acabaron cerrándose en falso. Y por varias razones, entre otras, por la falta de voluntad y visión de Estado de una élite política incapaz de regenerarse y de adaptar las instituciones y la Constitución a las exigencias políticas e históricas del momento. Cuestiones como la plurinacionalidad de España y la reorganización territorial del Estado o el lacerante desprestigio de la Monarquía han erosionado en poco tiempo el sistema político español. A todo esto hay que añadir que el discurso oficial sobre el carácter pacífico de la Transición ha quedado en entredicho, cuando no obsoleto.

Efectivamente, que la Transición española ha sido «pacífica y modélica» es frase que ha hecho fortuna, incansablemente repetida desde el poder político y los medios de comunicación. Sin embargo esta visión de la Transición presenta no pocos claroscuros. La violencia estuvo a la orden del día (a la vista del alto número de muertos y heridos que hubo) y convulsionó la vida política alterando la paz ciudadana, a veces, de una forma considerable. Así lo demuestran las investigaciones aparecidas en los últimos años, tales como las de Mariano Sánchez Soler (2010), Sophie Baby (2012) y la más reciente de Xavier Casals (2016), que ponen el foco en la violencia política.1 Estas investigaciones desenmascaran el discurso oficial de que la Transición española fue un proceso modélico de cambio político. Al contrario, fue uno de los procesos de cambio político más violentos del sur europeo. Ni Portugal, ni Grecia sumaron tal cantidad de víctimas mortales como España. Ahora bien –todo hay que decirlo–, con el tan denostado consenso se evitó lo que en aquellos momentos la ciudadanía en su fuero interno no deseaba bajo ningún concepto: que la dictadura acabara como empezó, con una nueva guerra civil. Y se vivió al filo de la navaja. La escalada de tensión política, junto a la siniestra dialéctica de acción y reacción del terrorismo de extrema derecha y extrema izquierda, consiguió moderar a los protagonistas políticos del proceso transaccional. El tenso ambiente político –con el ruido de sables de fondo– forzó a los actores políticos a la vía del pragmatismo y posibilismo que desembocó en la promulgación de la Constitución de 1978.

Por lo que se refiere a la Transición valenciana, la violencia adquirió características singulares respecto al proceso español, y por una serie de factores, del que destaca uno de extraordinario peso histórico: el radical carácter popular de nuestra Transición, en la que se vieron envueltos amplios sectores sociales –la gran mayoría silenciosa– que, de una forma u otra, justificaron una violencia dirigida contra personalidades e intelectuales demócratas, partidos nacionalistas y de izquierda, y organizaciones cívicas o culturales democráticas. El papel de la violencia fue determinante, pues tuvo un claro objetivo político: dinamitar las posiciones de los partidos de izquierda que, en el País Valenciano, habían ganado las elecciones (tanto las generales de 1977 y 1979, como las municipales de 1979), reconducir el proceso autonómico hacía la vía del art. 143 de la CE, e inclinar la balanza a favor de las fuerzas más conservadoras de una sociedad que se escoraba peligrosamente hacia la izquierda. De esta forma, se consiguió que la violencia acabara dictando la agenda política valenciana y salvaguardara el proyecto de reforma política en el País Valenciano.

Consecuentemente, la Transición valenciana fue un periodo convulso, de difícil convivencia debido a la disputa por el control de un proceso en el que la política pasó a tener una profunda carga simbólica (y emocional), lo que facilitó un escenario de enfrentamiento muy favorable a las fuerzas más conservadoras. La espada de Damocles estuvo pendiendo desde el primer momento sobre los partidos políticos, o mejor dicho, sobre la izquierda que ganó las sucesivas elecciones celebradas hasta el año 1982. El resultado fue que, sobre el escenario de la transición, acabó por representarse una tragicomedia que mostró lo más grotesco de la política valenciana. Todo un lastre histórico para la sociedad, la cultura y la economía valencianas.

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Desde un punto de vista historiográfico, estas páginas pretenden sumarse a la extensa bibliografía existente sobre el tema y contribuir, en la medida de lo posible, a lo ya publicado, aportando tanto algunas sugerencias de relieve como nuevos enfoques. Se han escrito toneladas de papel, infinidad de artículos, ensayos y estudios que invariablemente han querido ofrecer una explicación a la cuestión identitaria, auténtico elemento catalizador de la política de la Transición valenciana. Son innumerables los trabajos publicados desde diversos campos como el ensayo periodístico, la política o la sociología. El listado resulta interminable, pero existen una serie de obras –sobradamente conocidas por el lector– que han constituido un eslabón en el largo camino del estudio y conocimiento de nuestra Transición. Ahí tenemos La pesta blava de Vicent Bello (1988), Roig i blau de Alfons Cucó (2002), No mos fareu catalans de Francesc Viadel (2006) y la más reciente, Noves glòries a Espanya de Vicent Flor (2011). Por cierto, obras con las que me encuentro totalmente en deuda.

Sin embargo, a estas alturas cabe preguntarse qué es lo que ha aportado la historiografía al estudio de la Transición valenciana. Pues bien, a pesar de que existe al alcance de cualquier ciudadano una extensa bibliografía, contrasta con la escasez de trabajos históricos realizados sobre el tema. Desde la historiografía no se ha ofrecido un argumento satisfactorio a las causas y orígenes de la convulsa Transición valenciana. Posiblemente, ha faltado un tratamiento de la Transición que pudiera haber cautivado al público, con nuevas ideas, con nuevas perspectivas. Ha faltado, también, vocación por historiar –como señalaba Pierre Vilar, no como atracción al pasado sino como voluntad de captar mejor el presente–. Por tanto, han sido periodistas, politólogos y sociólogos los que se han encargado de la custodia de la memoria de la Transición, pues la recuperación por parte de los historiadores de nuestro pasado más inmediato ha quedado fundamentalmente atascada por la investigación del franquismo, que ha absorbido toda la atención y el esfuerzo investigador.

No obstante, ya han pasado cuatro décadas (el mismo tiempo que duró el franquismo) y aún no se ha abordado con decisión el estudio de nuestra Transición. A ello ha contribuido poderosamente la amnesia colectiva que padece la sociedad valenciana sobre su historia más reciente. Además, a esto hay que sumar la desacertada percepción que, en ocasiones, se ha tenido de algunos aspectos de nuestra Transición y a la que han contribuido una serie de tesis emplazadas en el debate académico y ampliamente interiorizadas por la opinión pública. La primera es la relativa a la falta de industrialización del País Valenciano. Sin embargo, esta tesis pronto fue impugnada por Ernest Lluch en sus estudios sobre la estructura económica valenciana. Pero gracias a sus trabajos y a la influencia lluchiana en el estudio de nuestra economía ha llegado a superarse tal controversia. Desgraciadamente, no tuvimos ocasión de deleitarnos con lo que hubiera sido un enriquecedor debate entre Joan Fuster y Ernest Lluch que hubiera podido esclarecer, desde sus inicios, importantes aspectos de esta polémica.

Y a esta tesis hay que añadir otras que han tenido amplio predicamento entre la intelectualidad valenciana, tales como la ausencia de una burguesía demócrata e ilustrada o la que concibe el blaverismo como un tipo de «fascismo autóctono»; un movimiento de «quatre gats» las cuales han resistido el paso de los años. Lamentablemente, estas tesis han acabado siendo utilizadas de forma abusiva de cara a elaborar un análisis, bien sea político o bien cultural, de la cuestión identitaria. En consecuencia, su utilización ha acabado produciendo más confusión que beneficio al estudio de la Transición valenciana. A los jóvenes historiadores les corresponde rendir cuentas sobre una de las etapas históricas más apasionantes del siglo XX valenciano.

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Asimismo, quisiera tener un emotivo recuerdo para el profesor y filólogo Manuel Sanchis Guarner (1911-1981) –referente en la recuperación de la historia y la lengua de los valencianos–, quien junto a su familia padeció de forma inmisericorde la violencia. La sociedad valenciana no ha sido justa con Sanchis Guarner. No hemos sabido valorar (o ver) con claridad el lugar que su personalidad ocupó; por un lado, desde su integridad humana y moral, en su papel conciliador; y por otro, desde su compromiso cívico, por la posición social que ostentó entre la burguesía de la ciudad de Valencia.

Sanchis Guarner continúa siendo una referencia viva para todo el ámbito de la filología, donde hizo escuela en diversos campos, como la gramática normativa, la dialectología o la historia de la lengua, siendo entrañablemente recordado por las generaciones de filólogos valencianos que se han formado desde entonces. Sin embargo, queda pendiente un reconocimiento público y explícito de su figura entre el gremio de los historiadores. Su recuerdo entre nosotros ha sido imborrable pero, todo hay que decirlo, la influencia guarniana ha sido más bien exigua. No le hemos prestado la atención que merece, hecho que nos hubiera permitido apreciar, desde otra perspectiva, la caledoscópica Transición valenciana. Posiblemente, por la escasa influencia de la obra guarniana entre historiadores, politólogos y sociólogos, se ha generado una escolástica de la Transición valenciana (y del blaverismo) que ha acabado haciendo más daño que beneficio al conocimiento de la historia reciente de los valencianos.

Sanchis Guarner, por su talante y visión de la realidad, comprendió la «sana valencianía», ese valencianismo temperamental del que hicieron gala amplios sectores de la sociedad valenciana y que se encuentra escrito en las estrofas del himno regional. No rehuía la crítica al mundo de la cultura y la intelectualidad de la que él era referente de primera magnitud. Entendió el carácter pasional de ese sector de valencianos que, con toda vehemencia, se declara visceralmente anticatalanista. Sanchis Guarner tenía una visión de la sociedad más a ras de suelo. Era plenamente consciente de que tener la razón histórica no implicaba tener la razón política. Y es este el gran legado que nos ha dejado Sanchis Guarner y que los historiadores estamos obligados a recuperar.

Como se constata en el capítulo IV, cuestión destacable ha sido el estudio realizado sobre la base del examen de los expedientes judiciales de la violencia de que fue objeto el insigne filólogo e historiador; unos expedientes, por cierto, que pudimos consultar en el Archivo Judicial Provincial de Valencia allá por noviembre-diciembre de 2013 y que fueron expurgados en marzo de 2015, dos meses antes de las elecciones municipales y autonómicas celebradas en la Comunidad Valenciana. Quede constancia en estas páginas del contenido de los expedientes judiciales para el conocimiento de investigadores e interesados. Con la consulta de los expedientes judiciales también hemos podido reconstruir los sucesos del 9 de Octubre de 1979 en los que la reacción, camuflada de insurrección popular, campó a sus anchas en una operación de acoso y derribo de las nuevas instituciones democráticas (Ayuntamiento de Valencia y Consell preautonòmic). Además, el acceso a otros archivos públicos, como los del Gobierno Civil y de la Diputación de Valencia, ha permitido una serena valoración de la postura que tomó la autoridad gubernativa respecto a la violencia. Y es que el acceso a las fuentes primarias nos aporta una particular visión del conflicto identitario, despejando el camino para el esclarecimiento de algunos aspectos de nuestra Transición. Es el momento de repensar históricamente la Transición valenciana.

Para acabar, quisiera agradecer a todos los que han participado, de una u otra forma, en mi investigación. En primer lugar, a quienes han aportado su testimonio personal a este trabajo. A todos y cada uno de ellos: César Llorca, Carmen Alborch, Salvador Blanco, Eliseu Climent, Paco Burguera, José María Adán, Manuel Broseta Dupré, Josep Lluís Albinyana, Manuel Sanchis-Guarner Cabanilles, Vicent Bello, Mariano Sánchez Soler, Ferran Belda, Josep Guía, Manuel Girona, Alfons Llorenç, Juan José Pérez Benlloch y Rosa Solbes.

En segundo lugar, deseo agradecer a los directores de mi tesis doctoral, Dr. Marc Baldó Lacomba y Dr. Ricard Camil Torres Fabra, su inestimable colaboración, sin la cual esta investigación no hubiera alcanzado el rigor histórico que requiere un trabajo de estas características. A ellos se lo debo. Además, quiero tener un especial recuerdo para los miembros del tribunal que evaluó mi tesis doctoral, el Dr. José Miguel Santacreu de la Universitat d’Alacant, el Dr. Pelai Pagès de la Universitat de Barcelona y la Dra. Rosa Monlleó de la Universitat Jaume I de Castelló. Asimismo, también, quiero agradecer al Dr. Juan Carlos Colomer Rubio y al Dr. Miquel Nicolàs Amoròs, de la Universitat de València, los valiosos consejos que me han ofrecido en mi investigación. Y finalmente, añadir a esta nómina a todo el personal de la Hemeroteca Municipal y de la Biblioteca Municipal Central de Valencia, así como al personal de todos los archivos que he visitado y que tan diligente y eficientemente han facilitado el trabajo investigador.

Mención aparte, deseo dejar constancia de mi gratitud personal a Miguel Ángel Piqueras y Manolo Peretó, quienes, en nuestras acostumbradas tertulias, me han proporcionado innumerables sugerencias, y lo más importante, me han colmado de ánimos en los momentos más difíciles de mi investigación. No quisiera tampoco pasar por alto mi agradecimiento a Xavier Giner y Stefano Cecchi por sus oportunas observaciones sobre los orígenes de la violencia política.

Para acabar, quiero recordar a todos quienes, en cada instante, me han mostrado su apoyo, y en especial a mi familia, Amparo Lluna, Juan Hortelano y mi esposa Concha Hortelano, quien, desde la intendencia, ha colaborado incansablemente, en la recta final de esta investigación. Aunque el recuerdo más emotivo es para mis hijos, Ferran y Daniel, permanente fuente de inspiración.

Valencia, junio de 2018

1 Manuel Sánchez Soler: La Transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España. (1975-1983), Barcelona, Península, 2010; Xavier Casals: La transición española. El voto ignorado de las armas, Barcelona, Pasado&Presente, 2016; y Sophie Baby et al.: Le myte de la transition pacifique: violence et politique en Espagne (1975-1982), Madrid, Casa de Velázquez, 2012.

Anticatalanismo y transición política

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