Читать книгу La Pasión de los Olvidados: - Juan Manuel Martínez Plaza - Страница 10

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Al igual que Londres Edimburgo ya no se podía considerar una ciudad, por mucho que la gente siguiera pensando en ella como tal. Más bien era algo así como el puesto más avanzado del reino, la última porción de lo que pomposamente se denominaba la Gran Bretaña Libre, rodeada casi por completo por Tierra de Nadie. Más al norte de ésta última lo desconocido, la Escocia ocupada por el Enemigo desde hacía más de un siglo. Eso era lo que decían, si bien nadie quedaba para recodar en qué fecha exactamente se perdió esa porción del territorio patrio. La Guerra lo devoraba todo, incluso también la memoria histórica de los pueblos.

Nada quedaba de lo que una vez fue la capital escocesa, sólo campos de ruinas calcinadas. Sobre ellas crecían ahora las instalaciones y fortines de las fuerzas destacadas en el frente, construcciones prefabricadas y terriblemente antiestéticas que se disponían sin orden ni concierto aparente. A decir verdad parecían poca cosa, si bien constituían la parte visible de un entramado subterráneo mucho más vasto, aquel que se conectaba con las posiciones de retaguardia mediante líneas férreas enterradas a más de medio centenar de metros de profundidad. En realidad Edimburgo era un puesto ocupado por hombres-hormiga, allí no era raro hacer la vida bajo tierra porque se consideraba más seguro y por eso ahora a la antigua ciudad muchos la llamaban coloquialmente el Hormiguero. Hasta ciertos términos guardaban relación con dicha denominación. Los militares empleaban la palabra “hormiguita” para referirse de manera despectiva a cualquier brigadista, algo que sea hacía extensivo al resto de civiles reclutados para hacer trabajos de todo tipo en esa parte del frente. Para los civiles por su parte los soldados eran los “cabezas cuadradas”, otro nombre despectivo que no era exclusivo de aquel lugar, ya que se empleaba en toda la isla y quién sabe si más allá.

Sí, allí en aquel escenario de pesadilla era preferible salir a la superficie cuanto menos mejor. Hacía mucho tiempo que el Enemigo no emprendía una ofensiva de envergadura, que el Terror no avanzaba desde las sombras del norte para llevárselo todo por delante. Al igual que ocurría en el resto de Gran Bretaña ni tan siquiera los ataques mediante lluvias ciegas eran especialmente intensos desde hacía años. Pero aun así el temor prevalecía, recuerdos traumáticos de un pasado que muchos no conocieron porque todavía no habían nacido. La Gran Oscuridad estaba ahí para recordárselo permanentemente, indisoluble, opaca, extendiéndose en todas direcciones como si no tuviera principio ni fin. Aquel eterno manto de negras nubes resultaba más opresivo y asfixiante allí en el frente, tanto que muchos no podían soportarlo a pesar de que ya lo conocían bajo múltiples formas. Pero no aquella, aquella sencillamente parecía demasiado.

Esa sensación opresiva terminó dominando a todo el grupo una vez superaron el último control y penetraron en el perímetro de máxima seguridad del área militarizada de Edimburgo. Hasta el momento las identificaciones falsas habían cumplido con su labor, tal vez no las necesitaran por mucho más tiempo, ya que gracias a ellas no habían dejado de tomarles por miembros de las Brigadas de Salvación. El disfraz se completaba con el clásico peto y brazalete grises al uso entre todos los miembros del servicio. Era para felicitarse, pero en aquel momento nadie se mostraba alegre. Puede que fuera por la proximidad del golpe, la hora señalada se acercaba y la tensión iba en aumento, pues no dejaba de ser un trabajo extremadamente arriesgado. Puede que fuera porque el condenado contacto en la Cuarta División, un tipo que utilizaba el sobrenombre de Sergey y que Louis no veía desde hace años, estaba tardando mucho más de la cuenta en presentarse. Hacía horas que lo esperaban en el punto de encuentro convenido y seguían sin noticias de él. O simplemente puede que fuera la Oscuridad, se decía que al principio a todos les pasaba lo mismo.

Donna no dejaba de mirar al cielo, en su rostro se podía ver la angustia contenida. A pesar de lo que pudiera parecer no era una mujer que se asustara con facilidad, pero el asunto del reloj había ensombrecido su ánimo desde primera hora de la mañana. Louis se acercó a ella.

- Aquí es más compacto, como… como un muro - comentaba Donna con la vista todavía puesta en lo alto -. Más bien parece que te vayas a estrellar contra esas nubes si intentas atravesarlas.

- No deberías obsesionarte con esa mierda, muchos han perdido la cabeza al hacerlo - replicó él - ¿Qué más da que sean más compactas o menos? Sí de acuerdo, son las tres de la tarde y es como si fuera de noche, aquí siempre parece de noche y eso debe de ser muy deprimente. No es peor que en otras partes, llevamos toda la vida bajo esas nubes y estamos acostumbrados. Si te sientes intranquila es porque esto es el frente, el límite del mundo, y parece un lugar muy peligroso. Luego está lo de esta noche, sería un idiota si no reconociera que a mí también me pone nervioso, pero si permanecemos concentrados y cada uno hace lo que tiene que hacer todo saldrá bien. Eso es lo único que debe importarnos, olvídate del cielo.

- También me ponen nerviosa esos dos - confesó ella señalando a Ethan y Fergie, que permanecían más apartados -. Lo de esta mañana ya es agua pasada, pero ahora el uno no puede mantener el pico cerrado y el otro se caga encima cada dos por tres. Ya se ha metido ahí dentro para aliviarse un montón de veces.

Diciendo esto indicó la negra abertura que era uno de los accesos al edificio abandonado junto al que permanecían aguardando la llegada de Sergey. Aquella era prácticamente la única construcción de carácter no militar que todavía quedaba en pie y relativamente intacta en varios kilómetros a la redonda, un rascacielos de siniestra apariencia compuesto por dos bloques gemelos de treinta plantas que en el pasado estuvieron conectados por una pasarela a media altura, cuyos restos todavía resultaban visibles. La construcción se ubicaba en el sector más meridional de Edimburgo y, dada su singularidad, resultaba imposible confundirla con cualquier otra cosa. Por eso el contacto les había citado allí.

- ¡Mira, ha sido hablar del cagón y vuelve su problemilla! - indicó jocoso Louis, al ver que Ethan sentía otro repentino apretón y regresaba de nuevo al interior de uno de los bloques -. Se ha descompuesto nada más entrar en Edimburgo, tanto lamerme el culo para conseguir venir hasta aquí y llega la hora de la verdad y parece a punto de venirse abajo.

- ¡Oh sí, eso es fantástico Louis! - protestó Donna -. Ese bobo está cagado de miedo pero vamos a depender de él para sacar los putos chismes del complejo ¿No crees que es jugársela demasiado? Desde el principio se veía a la legua que no valía para esto.

- Tranquila, sé cómo canalizar ese miedo - contemporizó él -. Le haré saber que tiene mucho más que temer por lo que le haré si nos falla, que por lo que le harán los cabezas cuadradas si le pillan.

- No sé si colará, estos cabrones del frente tienen fama de ser una panda de jodidos salvajes. No me gustaría caer en sus manos.

- Pues dentro de unas horas estaremos en la boca del lobo, rodeados de ellos por todas partes.

- ¡Eso está muy bien, pero a mí me gustaría saber cuándo cojones se dignará en aparecer ese maldito ruso que dices que es amigo tuyo!

A Fergie se le veía especialmente nervioso, harto de esperar había decidido enfrentarse a Louis.

- ¡Que no es ruso capullo, utiliza un nombre falso para cubrirse las espaldas! - medió Rod - ¿Cuántas veces van a tener que repetírtelo?

- ¿Y eso qué más da? - replicaba el mulato -. Louis lo conoce, imagino yo que sabrá su verdadero nombre.

- Ya os dije que hace mucho que no lo veo, esto lo hemos organizado contactando de forma indirecta y los dos convenimos en mantener su identidad oculta hasta que todo haya pasado - explicaba el cabecilla del grupo -. Por seguridad, ya sabéis. Trabajé con él hace años, cuando todavía estaba en lo más bajo y no me había hecho un sitio. El caso es que lo cogieron y se vio obligado a alistarse para evitar una condena peor, fue una putada pero al menos ha servido para darnos esta oportunidad. Os repito que es un tío legal y por su parte no debemos temer nada.

- De verdad espero que tal y como dices no haya cambiado estando aquí - dijo Rod -. Hubiera sido mejor traer armas. Más vale tenerlas y no necesitarlas, que necesitarlas y no tenerlas.

- Ya sabes que eso habría sido demasiado arriesgado - replicaba Donna -. Los brigadistas no van armados, si en un registro nos las hubieran encontrado todo se habría ido a tomar por culo.

- Dirás lo que quieras, pero con un hierro en la mano yo me siento mucho más seguro - fanfarroneó Fergie, Donna lo miró con cierto desprecio y ni se dignó en contestarle -. Además, todo este asunto tiene algunas cosas raras. Tanto insistir en que tiene que ser esta misma noche, que no puede ser mañana ni pasado ¿No iban a estar los putos brigadistas haciendo inventario en esos almacenes durante quince días? Ese Sergey podría colarnos cualquier otra noche.

- Veo que la mierda que te metes ha dejado tu puto cerebro más atrofiado de lo que imaginaba, Fergie - se enfureció Rod -. No habrá más oportunidades aparte de esta noche hasta dentro de un año porque hoy es cuando entran los nuevos reemplazos. Los cabezas cuadradas más novatos tienen su primer día de curro en el complejo de la Cuarta División y los que van a ser sustituidos sólo piensan en lo poco que les queda para largarse. Será el mejor momento porque es cuando más descontrol hay. Unos que llegan, otros que se van y en medio de todo más de un centenar de brigadistas ayudando en los inventarios. Nadie sospechará cuando Sergey nos introduzca y, una vez dentro, tan sólo tiene que dejarnos en algún lugar cerca de la cámara del tesoro y hacer como si nos encomienda algún tipo de tarea.

- ¿Y los sistemas de seguridad? - Fergie seguía sin fiarse -.

- Si superamos los controles de acceso al complejo el resto ya no me preocupa - afirmó Donna -. Desde dentro y haciéndonos pasar por brigadistas todo será mucho más fácil, puedo ocuparme de la vigilancia electrónica sin problemas. Por mucho que digan los sistemas que emplean aquí no son muy distintos de los de otras partes.

El grupo pareció tranquilizarse por unos momentos, hasta que una serie de lejanos fogonazos verdosos sobre el horizonte y un rumor de tormenta les hizo recordar de nuevo dónde estaban exactamente. Una ráfaga repentina de viento se alzó llenando el aire de desperdicios flotantes.

- Estoy harta de todo esto - comentó Donna sin dirigirse a nadie en concreto -. Llevo toda la vida soñando con largarme de esta puta isla que no es más que un enorme cementerio. Aquí es como si estuviéramos muertos y enterrados en vida, si las cosas salen bien ganaremos lo suficiente como para hacer lo que nos dé la gana. Y yo pienso irme bien lejos.

- ¿A dónde? - quiso saber Louis -.

- Qué se yo, a Sudamérica por ejemplo. He oído decir que aquello es lo más parecido al paraíso que puede haber en la Tierra.

- No creas todo lo que dicen por ahí. También llevo media vida escuchando que llegará el día en que Ellos lancen su ataque final, aquel que lo destruirá todo, y que no dejarán vida tras su paso. Sin embargo nunca vienen, incluso aquí sólo se limitan a lanzar de vez en cuando sus lluvias de fuego o a enviar a esas malditas zorras dragón que acaban con todo aquel que se les pone por delante. Parece que se contentan con dejarnos como estamos porque así no suponemos una amenaza - Louis se detuvo como para reflexionar -. Mira, la vida que he llevado hasta ahora es lo único que conozco, Londres es para mí el único mundo que existe. Sé que es un maldito estercolero, pero al menos allí controlo la situación, en una tierra extraña ni tan siquiera sabría qué hacer o por dónde empezar. Con esos chismes en nuestras manos entraremos en las ligas mayores, nada de libras convertibles o tan siquiera bonos de la Alianza. Cualquier traficante que quiera introducirlos en el mercado continental estará dispuesto a pagarnos con la única moneda que realmente tiene valor, onzas de oro de veinticuatro quilates - ahora sus ojos brillaban de excitación y seguramente también de codicia -. La cosa es bien simple, cuantos más cerebros electrónicos consigamos esta noche más oro nos darán a cambio. Y con él compraremos poder y seguridad, al fin podré controlar mi propio territorio, reclutaré gente de confianza, nos armaremos, expandiremos nuestras actividades y ya nadie se atreverá a decirme lo que tengo que hacer. Tú dices que quieres largarte en busca de un paraíso que ni tan siquiera sabemos si existe, ¿quién sabe si el resto del mundo no está igual que nosotros? Yo construiré mi propio paraíso sobre las ruinas del lugar que me vio nacer.

En cierto modo aquel discurso sonó un poco como el cuento de la lechera, pero el caso es que pareció convencer al resto.

- Louis tiene razón - advirtió Rod -, aquello lo conocemos y es donde se encuentra nuestro futuro. Pero estoy con la mosca detrás de la oreja con un pequeño detalle, ¿de verdad son tan valiosas esas cosas? Ya sé que lo habéis repetido un montón de veces, pero suena demasiado bonito como para ser verdad.

- De bonito nada, primero hay que hacerse con ellas - respondió Louis - ¿Acaso olvidas lo que hemos tenido que pasar para llegar hasta aquí?

- Verás, el ejército utiliza esos cerebros electrónicos para equipar a sus drones inteligentes - explicó entonces Donna, que era quien más sabía de esos temas. De hecho el resto no tenía ni idea -. Aquí sólo les dan ese uso, pero son tan potentes y versátiles que, una vez desprogramados, sirven para casi cualquier sistema y no necesariamente para aplicaciones militares. Pero aquí viene lo bueno, más allá de las bases y cuarteles de la Alianza son unos chismes verdaderamente escasos porque sólo los cabezas cuadradas pueden importarlos. Se fabrican en la India y no hay ningún lugar en Europa que sea capaz de producir nada parecido. Ésa es la razón de que alcancen un valor tan elevado en el mercado negro.

- Visto así este trabajo es un auténtico bombón - reconoció Rod atreviéndose incluso a sonreír. No lo hacía muy habitualmente -. Sólo espero que cuando llegue el momento todos…

- ¡Eh escuchad, por ahí viene un vehículo! - interrumpió Fergie a grito pelado -. Nuestro amigo de los almacenes llega al fin.

No anduvo desacertado en su observación, pues alguien se aproximaba. No obstante de la sensación de alivio inmediata se pasó un segundo más tarde a la preocupación, ya que el vehículo que iba hacia ellos era un semioruga del ejército. Hasta donde Louis sabía Sergey no se iba a presentar de esa manera.

- ¡Maldita sea, una patrulla de superficie! - advirtió temiendo una visita no deseada -. Me da mala espina, escondámonos por si acaso.

Así lo hicieron en el interior del bloque abandonado con la esperanza de que la patrulla pasara de largo. Pero no lo hizo, el semioruga se detuvo al pie de la singular construcción y de él surgieron una decena de soldados. Iban armados hasta los dientes y con uniforme de combate, su sargento transmitió órdenes de inmediato y, antes de que el grupo hubiera sido capaz de asimilar lo que estaba sucediendo, la patrulla ya estaba peinando el lugar.

- ¡Joder, joder! ¿Qué coño vamos a hacer ahora? - exclamaba Donna alarmada pero en voz muy baja desde el parapeto donde observaban la escena -. Dentro de poco encontrarán la cargo y sabrán que estamos aquí.

- ¿Pero no la has ocultado dentro como te he dicho? - inquirió Louis -.

- Sí, pero si lo registran todo a conciencia terminarán dando con ella ¿Cómo iba a imaginar que tendríamos que esperar tanto y que para colmo unos cabezas cuadradas vendrían a husmear en este sitio desierto?

- Tú misma lo dijiste, estamos en un área militarizada, era de esperar que algo así pudiera suceder - convino el pelirrojo -.

- A mí esto me da muy mal rollo tíos - Fergie comenzó a ponerse muy nervioso -. Lo mejor sería largarse de aquí sin que se den cuenta.

- ¡Cállate imbécil! - lo reprendió Rod susurrando pero amenazante. Acto seguido se dirigió al resto -. Y vosotros dos dejaos de cháchara, los cabezas cuadradas se han dividido en parejas y peinarán todo este sitio. No pueden encontrarnos aquí escondidos, eso sería demasiado sospechoso ¡Movámonos y vigilemos a ver qué hacen!

Era imposible tener a la vista a todos los miembros de la patrulla, ya que se habían dispersado para completar el registro más rápidamente. El grupo fue hacia donde tenían escondida la cargo, tal vez con idea de escabullirse si les era posible. Pero para su desgracia dos soldados la descubrieron antes y en seguida avisaron a otros. Al momento ya eran cinco, sargento incluido, los que se disponían a registrar el vehículo.

- ¡Mierda, que poco les ha costado encontrarla! - maldecía Donna. Desde un nuevo escondite los cuatro eran testigos de lo que sucedía -. En los controles de acceso tienen la matrícula y estamos identificados como sus ocupantes, ahora ya saben que andamos cerca.

Después de meditar durante un instante Louis dijo:

- La cosa se ha complicado mucho, pero habrá que apechugar. Salgamos y presentémonos ante la patrulla, con suerte si les contamos cualquier milonga se la tragarán y nos dejarán tranquilos.

- ¡De eso ni hablar tío! - Fergie no se fiaba -.

- De normal no le daría la razón a este idiota, pero la situación ahora es bien distinta - confesó Donna -. Cualquier brigadista que llega a la ciudad ha de presentarse de inmediato en la Central de Servicios. Ése es el procedimiento y nosotros no lo hemos seguido porque imaginábamos que a estas horas ya estaríamos junto al puto Sergey ese, que será muy amigo tuyo y todo lo que quieras, pero nos ha dejado en la estacada ¿Cómo les vas a explicar a los cabezas cuadradas que hemos estado aquí escondidos durante horas? Algo así huele muy mal desde el principio. Nos van a obligar a ir con ellos y entonces todo se irá a la mierda.

- ¡Razón de más para esfumarse! - insistía el mulato -.

Aquello no pintaba nada bien. Aun así Louis no estaba dispuesto a tirar la toalla, no en aquel asunto que consideraba crucial para su futuro y en el que había arriesgado tanto. “Quien no arriesga no gana”, ése había sido siempre su lema y estaba dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias. Dispuesto a presentarse ante los soldados quiso hacer un gesto a los demás como para indicar que él no vacilaba ni tenía miedo.

Pero todo sería en vano. Antes de que pudiera hacer nada pudo comprobar horrorizado como uno de los miembros de la patrulla, una mujer en concreto, salía de la cargo mostrando con la mano izquierda en alto un pequeño objeto. Era redondeado y poseía un inconfundible brillo dorado.

- ¡Fergie, puto desgraciado de mierda! - las palabras salieron de su boca de forma casi automática - ¡Te has dejado olvidado el maldito reloj dentro de la cargo!

Pero Fergie ya no estaba, había puesto tierra de por medio ante lo que se avecinaba. Rod fue tras él, consciente tal vez de que todo estaba perdido, pero seguramente también con intención de hacerlo pedazos. Louis estaba paralizado, catatónico, de repente todos sus planes se habían derrumbado. Era como si toda una vida de lucha constante para hacerse un hueco en el mundo no hubiera servido absolutamente para nada.

- ¡Louis, Louis, maldita sea! - Donna tiraba de él para hacerle reaccionar -. Tenemos que largarnos de aquí antes de que nos encuentren, ¡vamos!

Finalmente le hizo caso y ambos huyeron justo a tiempo. Otros soldados peinaban los dos edificios y no hubieran tardado en atraparlos. Así acabaría la gran aventura de la banda londinense en Edimburgo. En la nada porque ni tan siquiera llegó a comenzar.

***

Se ha dicho que Ethan fue capturado en el momento del robo. Hasta el último momento creyó que no estaba metido en nada ilegal y, cuando todo salió mal y los demás se esfumaron sin avisarle, una patrulla de vigilancia en superficie cayó sobre él, desprevenido como estaba, y lo culpó de las fechorías del resto. No fue más que un inocente que tuvo que pagar por los delitos de otros, la versión oficial se ha repetido en no pocas ocasiones y nadie se ha molestado en cuestionarla.

Es cierto que Louis y los demás lo dejaron tirado, que aquello lo pilló desprevenido, pues dadas las circunstancias nadie se acordó de él y, de haberlo hecho, resulta más que dudoso que estuvieran dispuestos a arriesgar el pellejo para ir en su busca y advertirle. Pero la verdad es que ni tan siquiera llegó a haber intento de robo en la Cuarta División, todo acabó antes de eso. Ethan había pasado todo el día atormentado a causa de sus problemas intestinales, una mezcla de nerviosismo, puro miedo y una dieta nada recomendable, pues ni las conservas que se llevaron para el viaje, ni las varias viandas que ofreció generosamente la señora Wallace en su casa la noche anterior, se encontraban en el mejor de los estados para ser consumidas. Él siempre había sido delicado en esos asuntos y las gastroenteritis lo afectaban con relativa asiduidad.

Tal vez fuera la quinta o sexta vez que iba a hacer de vientre desde que estaban esperando junto a aquel condenado edificio. En su interior había agujeros oscuros y apartados más que de sobra para hacerlo y, en uno de ellos, lo sorprendieron dos soldados con los pantalones bajados y en indigna postura. Así fue como lo detuvieron. Ethan ni tan siquiera tuvo tiempo de asimilar nada, entre gritos salvajes, golpes furibundos y amenazas terribles se lo llevaron prácticamente a rastras y lo arrojaron fuera del bloque como si fuera un saco de arena. En el exterior, junto al semioruga, la mayor parte de la patrulla y el sargento que la dirigía ya se habían reunido. Muchos rieron al verlo tirado en el suelo, ya que nada más atraparlo la pareja de soldados le había atado las manos a la espalda con una brida y, a causa de ello, todavía llevaba los pantalones por los tobillos y el trasero al aire.

- ¡Levantad a ese gusano y traédmelo aquí! - rugió el sargento. Tras él continuaban las risas -.

- Lo hemos pillado cagando dentro del edificio, señor - informó uno de los autores de la captura -. Del resto no hay ni el menor rastro, habrán huido al vernos venir.

Acto seguido lo alzaron sin dignarse a subirle los pantalones, por lo que las vergüenzas de Ethan continuaron a la vista para mayor escarnio. Aquello hizo que las carcajadas aumentaran de volumen, pero él estaba tan aturdido por la situación y la rudeza del trato recibido que se vio incapaz de reaccionar.

- ¡Silencio! - tronó el oficial al mando, un hombre relativamente alto, enjuto y de semblante feroz. Los soldados callaron de inmediato y pudo dirigirse al prisionero para preguntar - ¿Cuál es tu nombre?

- E… Ethan s… su… Sutton - logró balbucear después de un rato -.

- ¿Dónde están tus amigos?

Yo… yo… no sé… no he hecho nada. So… soy u… un brigadista y…

Aquella respuesta no pareció ser del agrado del sargento, que rápidamente se aproximó más a Ethan y le propinó un contundente manotazo mientras los otros dos soldados continuaban sujetándole. Del golpe le había partido el labio y pronto comenzó a manar sangre. El terror y la confusión fueron en aumento, se encontraba en la peor de las situaciones imaginables.

- Con que brigadista, ¿eh? - de nuevo le dio en la cara, aunque no tan fuerte -. Veo que estás tan acojonado que casi no puedes ni hablar ¿Y sabes una cosa? Haces bien en estar muerto de miedo, porque esa historia de que eres brigadista apesta tanto como tu asqueroso culo lleno de mierda.

Otra bofetada más y continuó el interrogatorio:

- ¿Dónde están tus amigos?, ¡vamos contesta!

- ¡No sé… no… no lo sé, lo juro! - gemía Ethan mientras notaba el sabor de la sangre en su boca -.

Entonces vio que el reloj que Fergie había robado en casa de los Wallace obraba en poder de una mujer soldado que se encontraba justo detrás del oficial. Un pavor ciego lo invadió, estaba perdido.

- También he encontrado varias identificaciones en el interior de la cargo, mi sargento, entre ellas la del detenido - informó la soldado -. Pertenecen a las Brigadas de Salvación y parecen auténticas, aunque no sería la primera vez que unas buenas falsificaciones logran superar los controles. Inteligencia lo corroborará.

- A mí me da que ni este ni ninguno de sus amiguitos fugados son hormiguitas - habló uno de los hombres que sostenían a Ethan -. Apretémosle un poco y nos dirá la verdad.

El sargento volvió a centrar su incendiaria mirada en aquel patético individuo con los pantalones todavía bajados y que no se atrevía a alzar la vista. Tembloroso y rendido estaba claro que no había venido hasta Edimburgo para trabajar como voluntario en el servicio.

Entonces aquel oficial empezó a explicar el motivo que había llevado a su patrulla hasta allí. Como dejado caer sobre su silla de ruedas, el decrépito señor Wallace podía parecer más muerto que vivo, pero sin duda se había mostrado especialmente astuto. Sin decir apenas una palabra desconfió de los falsos brigadistas desde el primer momento y, una vez abandonaron su casa, exhortó a su confiada esposa a comprobar si echaba en falta algo. No era la primera vez que unos desaprensivos paraban por allí y trataban de aprovecharse de la aparente vulnerabilidad de unos ancianos que sobrevivían milagrosamente en los confines del mundo. Tuvo menos dificultades en denunciar lo sucedido de lo que cabría esperar ya que, si algo no faltaba en aquellas tierras, eran militares yendo y viniendo constantemente. Para desgracia de Ethan el anciano había dado una descripción de la cargo y el vehículo sospechoso fue identificado después aproximándose a los dos bloques en los que ahora se encontraba. Un par de patrullas de superficie acudieron a inspeccionar la zona y finalmente una de ellas dio con lo que buscaba. Sencillamente habían estado demasiado tiempo sin moverse del mismo lugar y eso iba a suponer su perdición, no la de los demás. Los demás habían escapado y ahora a él le harían responsable de todo.

- En otras condiciones un simple robo no nos importaría lo más mínimo - afirmó el sargento como para concluir su explicación -. Pero resulta que, aunque no sé si lo sabes, estamos en guerra. Ésta es el área más sensible del frente y no nos hace demasiada gracia que en ella se infiltre gente que se hace pasar por lo que no es. No sé si me entiendes.

Ethan no respondió, el pánico lo dominaba por completo y las palabras permanecían atascadas en su interior.

- Como parece que se te ha comido la lengua el gato te llevaremos al centro de detención de New Town - prosiguió el oficial -, a ver si allí te animas a hablar un poco más - ahora se dirigió a su gente - ¡Coged a este pedazo de basura y registrarlo a fondo, después subidlo al semioruga! Acabad ya con la cargo y dejadla aquí para que se ocupen de ella los de intendencia. No hay tiempo para seguir buscando al resto de la banda, ¡nos vamos!

Varios soldados obedecieron las órdenes de su superior y registraron concienzudamente al prisionero entre risas y algún que otro gesto de repugnancia, pues Ethan ni tan siquiera había tenido oportunidad de limpiarse. Finalmente hallaron una pequeña armónica que él ocultaba en uno de los bolsillos de su pantalón.

- ¡Eh mirad! - exclamó el autor del descubrimiento -. No sé si valdrá para algo, pero de momento la requiso.

- ¡No, mi armónica no!

- ¡Cállate puerco! - otro soldado lo silenció de un puntapié, haciéndole caer al suelo hecho un ovillo y sin respiración -.

Al momento un tercero estaba sobre él y, sin que nadie interviniera para impedirlo, se bajó la bragueta y comenzó a orinarle encima hasta dejarlo empapado. Mientras lo hacía exclamaba pletórico:

- ¡Bienvenido al Hormiguero hijo de puta! ¡Ya verás lo bien que te lo vas a pasar aquí con nosotros!

Finalmente lo arrastraron hasta el interior del semioruga con la misma falta de delicadeza que habían mostrado desde un primer momento. Como seguía con el trasero al descubierto y ahora además apestaba a orina fue objeto de innumerables muestras de desprecio mientras yacía en el frío suelo metálico del vehículo blindado. Allí lo dejaron después de cubrirle la cabeza con una capucha de privación sensorial al tiempo que se ponían en marcha.

Tal vez hubiera sido mejor relatar una historia distinta para el comienzo de la aventura particular de Ethan Sutton. Pero lo cierto es que, detalle más o detalle menos, así fue como seguramente sucedió. Nadie puede conocer su futuro con precisión, ni tan siquiera predecir lo que puede terminar ocurriendo al día siguiente. En aquellos momentos Ethan seguramente pensó que a él ya no le quedaba ningún porvenir. Había huido de Londres para escapar de sus muchas miserias, para escapar del doloroso recuerdo de Samuel, pero en lugar de esperanza había encontrado la peor de las condenas. Aquella aventura planeada por Louis tuvo visos de terminar en desastre desde un primer momento, casi todo había salido mal y a pesar de ello él no había sido capaz de verlo hasta que no fue demasiado tarde. Qué peligroso podía llegar a ser aferrarse ciegamente a vanas ilusiones.

Aquella fatídica tarde, mientras era llevado por la patrulla, a Ethan ya no le quedaba ninguna. Hubiera sido mejor morir allí mismo, ya que alguien como él, útil para nada, no merecía otra cosa. Y esos terribles pensamientos lo consumirían al tiempo que se sumía en un profundo pozo de desesperación. Tan oscuro, terrible y falto de esperanza como el cielo sobre Edimburgo.

La Pasión de los Olvidados:

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