Читать книгу La Pasión de los Olvidados: - Juan Manuel Martínez Plaza - Страница 9

Оглавление

2

La versión oficial cuenta que Ethan Sutton fue una persona íntegra, un buen chico como suele decirse, pero que realmente tuvo muy mala suerte durante la mayor parte de su vida. Perdió a toda su familia y, al caer en desgracia, terminó en manos de unos desalmados que desde el primer momento se aprovecharon de su vulnerabilidad y su buen corazón. Él jamás se hubiera metido en asuntos turbios, como tampoco deseaba terminar convertido en un ladrón o un criminal. Pero aquella gente lo embaucó, se hicieron pasar por sus amigos pues los conoció cuando Samuel todavía vivía y, mediante mentiras y falsas promesas, consiguieron arrastrarle a Edimburgo. Se ha dicho que Ethan nunca supo nada de los planes de Marcel Louis y su banda, que lo utilizaron haciéndole creer que viajaban hasta el frente para un trabajo por completo legal. Un pobre inocente destinado a cargar con todas las culpas llegado el momento. Así, cuando aquel chapucero intento de robo en los almacenes de la Cuarta División terminó en desastre, los demás pusieron pies en polvorosa dejando tirado al pobre Ethan, que por supuesto no tenía la menor idea de lo que se le venía encima. Si debía haber algún sacrificado en todo aquel asunto no podía ser otro más que él.

Así fue como comenzó todo según dicen o, más bien, según como nos lo han contado. A pesar de que Ethan se esforzó siempre por mostrar una actitud intachable en un mundo corrupto y degradado, fuerzas prácticamente irresistibles terminaban arrastrándole por el mal camino. No era culpa suya, tan solo las circunstancias de la época. Pero como todos los héroes han de encontrar al fin su recompensa, lo que en un principio parecía ser la mayor de las desgracias se convirtió en el punto de inicio de la gran aventura. Al fin y al cabo fue cosa del destino.

En realidad Ethan supo desde el principio de qué trataba exactamente el trabajo de Edimburgo. De hecho anduvo detrás de Louis durante semanas, suplicándole que lo incluyera en el grupo que viajaría hasta allí para perpetrar el gran golpe. Era la mayor oportunidad de su vida, la oportunidad que cualquier miserable que no tenía donde caerse muerto deseaba tener al alcance, pues cosas así rara vez se veían. Él no tenía ni idea de cerebros electrónicos para aplicaciones militares, ni mucho menos sabía cuál era su valor en el mercado negro, pero sí comprendía que participar en el robo de aquellos chismes le reportaría una suma de dinero con la que ni tan siquiera se había atrevido a soñar. Al menos eso era lo que decían. Si quedaba fuera de esto no merecía la pena seguir viviendo. Era algo así como el último tren que partía de la estación de la condena, si lo perdía ya no habría esperanza.

Sin embargo Louis tuvo muy claro desde el primer momento que no quería contar con Ethan para aquel trabajo. En realidad lo despreciaba, pues no veía en él más que a un torpe estúpido demasiado dado a intoxicarse con base o cualquier otra porquería que se pudiera encontrar en las calles de Londres. Alguien sin dignidad que incluso había llegado a rebajarse hasta extremos insospechados con tal de pagarse sus vicios. Tipos así los había a patadas y de entrada no los necesitaba para sus grandes planes. Si había tolerado a Ethan hasta ese momento era en cierto sentido para honrar el recuerdo de Samuel, que siempre le cayó bien y tenía un gran potencial. De haber vivido hubiera sido un buen socio en el que confiar, pero su patético hermano mayor en cambio sólo servía para tareas sencillas. A Louis le venía bien utilizarlo para ciertos recados, ya que lo tenía por un sujeto sin agallas y no especialmente avispado, razón por la cual sabía que nunca se atrevería a jugársela.

No, Ethan no entraba en los planes de Louis. Sin embargo una semana antes de partir para Edimburgo sus previsiones se vieron dramáticamente alteradas por un imprevisto catastrófico. El trabajo de aquella noche en los almacenes portuarios de Milwall era algo rutinario, ya lo habían hecho más de cien veces y nunca hubo complicaciones. Las patrullas de contención rara vez hacían acto de presencia en esa zona y mucho menos a esas horas, pero el caso es que en aquella ocasión sí lo hicieron. Tal vez alguien dio el chivatazo, tal vez sólo fue mala suerte, incluso se llegó a decir que aquello fue una trampa que los jefazos de la zona sur le tendieron a Louis, en respuesta a sus pretensiones de ir por libre para así controlar su propio territorio al otro lado del Támesis. Los motivos no importaron. Lo único que importó en ese instante fue que les pillaron con las manos en la masa y apenas quedó tiempo de reacción. Harold y Randall cayeron bajo los disparos de los soldados, que no dudaron ni un segundo a la hora de abrir fuego, Travis fue capturado y, en la confusión de la huida, el condenado Grabinsky desapareció y nunca más se supo de él.

De la noche a la mañana todo se había ido al carajo. Ahora el equipo de Louis había quedado reducido a tres personas incluyéndole a él, un número insuficiente para llevar a cabo el gran golpe en el frente. Necesitaban como mínimo a dos más si querían que aquello saliera bien. El trabajo no podía posponerse, pues el contacto que tenían en los almacenes de la Cuarta División en Edimburgo lo había dispuesto todo para la noche del dieciséis de octubre, fecha del antiguo calendario. El robo debía realizarse en ese momento o de lo contrario no habría otra oportunidad igual hasta el año siguiente y, como era de imaginar, nadie estaba dispuesto a esperar tanto. Sería como desaprovechar una oportunidad increíble y había demasiado en juego.

Por eso Louis adoptó medidas desesperadas. A menos de una semana para partir no había tiempo para buscar a gente experimentada en la que además se pudiera confiar. Tenía que tirar de lo que tuviera más a mano y, cómo no, ahí estaba Ethan arrastrándose tras él y suplicando formar parte de aquello. No era ni mucho menos la mejor opción, pero al menos sabía de su carácter sumiso, por lo que obedecería sin rechistar y no causaría excesivos problemas si se le encomendaba la parte más sencilla del trabajo. Además, si todo salía bien, podía darle una parte mínima de los beneficios, por no decir insignificante, y aquel pobre desgraciado estaría más que contento.

Así fue como Ethan terminó embarcado en todo aquello sin ser muy consciente de dónde se metía. El viaje había sido mucho más largo de lo que esperaba, pues en aquella época las infraestructuras del país estaban devastadas y el camino de Londres a Edimburgo, la frontera de la Guerra, presentaba numerosas complicaciones. A pesar de ello se sentía optimista por vez primera en mucho tiempo, su suerte parecía estar a punto de cambiar porque pensaba que participaba en algo grande, casi sentía que era alguien importante. Aun así los recuerdos de Samuel y el sentimiento de culpa no dejaban de atormentarle. Soñaba una y otra vez con aquel fatídico día que nunca debió llegar, con el rostro sonriente de su hermano despidiéndose en aquellas escaleras, con el espantoso momento en que le notificaron su muerte. Aquella noche no había sido una excepción y para colmo el sueño pareció ser más vívido, más real, que de costumbre. Tal vez era la excitación del momento.

- ¡Eh tú, capullo! - la voz cantarina de Fergie sonó detrás de Ethan - ¿Qué coño haces ahí encantado mirando esa mierda? Larguémonos ya de casa de estos putos viejos, Louis y los demás ya están junto a la cargo. Date prisa o te dejamos tirado.

- Vale, vale, perdona - se disculpó él -. Es que esta noche no he dormido bien porque he tenido problemas de vientre. He ido varias veces al baño y…

- ¿A quién cojones le importa que te vayas por la pata abajo? ¡Vamos joder!

Diciendo esto Fergie, un poco fiable mulato de ascendencia jamaicana, dio media vuelta y se apresuró a salir de la casa.

A decir verdad Ethan se había quedado ensimismado contemplando los retratos que había sobre la chimenea de la sala de estar del hogar de los ancianos Wallace. Fotos impresas, como las que se decía que la gente atesoraba mucho tiempo atrás, de rostros desconocidos posando en lugares igualmente desconocidos. Por lo visto algunas retrataban al hijo de aquellos dos viejecitos, fallecido hace años presumiblemente en combate. Otras no se sabía de quién eran, reliquias que los Wallace habían conservado como tesoros de un pasado lejano. Ethan nunca había visto nada igual, las fotografías sobre papel ya eran una auténtica rareza en aquella época y muy pocos las poseían. Aquellas en concreto mostraban un mundo muy distinto al que él conocía, posiblemente el que debió de existir antes de la Guerra y por eso lo cautivaron. En ese mundo gentes felices y despreocupadas disfrutaban de todo tipo de lujos, derrochaban y malgastaban como si no importara el mañana y desconocían por completo la escasez y la miseria que atenazarían a las generaciones posteriores. En algunas instantáneas se las veía retozar en playas paradisiacas que no parecían reales, en otras mostraban orgullosas flamantes casas y vehículos recién estrenados y aun en otras se entregaban a pantagruélicos banquetes donde se reunía más comida que toda la que Ethan había visto en su vida.

“¿Cómo era posible que las cosas hubiesen cambiado tanto?”, pensaba. Bien es verdad que aquellas increíbles fotos, bastante deterioradas y ya descoloridas, pudieron tomarse hace ya muchísimo tiempo. Era posible incluso que ni tan siquiera los abuelos de los, al parecer, octogenarios Wallace hubieran conocido esa época de infinita abundancia. Nadie lo sabía, pero daba la impresión que aquellas imágenes mostraban más bien la vida en otro planeta. No, sin lugar a dudas aquello no podía ser la Tierra.

- ¡Venga, maldita sea! - una irritada voz femenina resonaba procedente del exterior - ¡Vámonos antes de que los cabezas cuadradas vuelvan a cerrar los accesos a la ciudad!

Aquello era un claro aviso a Ethan, el rezagado del grupo. No quiso importunar más a los restantes miembros del equipo y salió presto de la casa para subirse a la cargo. La encantadora señora Wallace estaba también fuera para despedirles. Empujaba la silla de ruedas en la que iba su marido, que parecía más viejo incluso que ella, un hombre sombrío que apenas sí había abierto la boca desde que estaban allí.

- Que tengan un buen viaje - dijo la menuda ancianita, que para la ocasión se había ataviado un llamativo chándal color fucsia a buen seguro cortesía de anteriores huéspedes -. Y no desesperen, ya sé que el viaje desde el sur puede ser terrible, pero Edimburgo ya está a la vuelta de la esquina.

- Descuide señora y muchas gracias por todo - anunció Louis con fingida cortesía -. De no haber sido por su buen corazón no habríamos tenido más remedio que dormir una noche más en ese incómodo vehículo - señaló la cargo -. Ha sido todo un detalle por su parte que nos aceptara en su humilde hogar, nos ofreciera camas blandas, un baño y, sobre todo, que haya compartido su escasa comida con nosotros. Lamento muchísimo no poder compensar esta infinita muestra de hospitalidad, pero como ya dije ayer son tiempos de gran necesidad y apenas sí poseemos más que lo que llevamos puesto.

- ¡Oh por Dios no es necesario que me den nada! - repuso la señora Wallace -. Ustedes los brigadistas ya hacen bastante, son casi lo único que nos separa de la barbarie. Mi Henry y yo siempre tendremos la puerta abierta para todo aquel miembro del servicio que no encuentre cobijo por los alrededores. No es lugar este en el que la vida resulte sencilla, ¿saben ustedes?

- Razón de más para que, de parte mía y de mi grupo, mostremos nuestro más sincero agradecimiento así como un profundo sentimiento de admiración hacia ustedes - Louis se deshacía en falsos elogios y al final aquel discursito de despedida quedó excesivamente forzado -. Sólo unos auténticos héroes se atreverían a resistir fijando su residencia aquí, tan cerca de la amenaza del Enemigo.

- ¡Oh vamos tío, no te pases o al final la vieja se va a dar cuenta! - mascullaba Donna en voz baja desde el asiento del conductor en el interior de la cargo. Ella era la única mujer del grupo aunque, por su aspecto y maneras, más bien parecía un muchacho menudo y delgado que no hubiera cumplido los veinte -.

- Bueno, bueno, no sea usted tan adulador - sonreía la anciana con timidez repentina, pues parecía un tanto emocionada al tiempo que avergonzada por las palabras de Louis -. Márchense ya, no vaya a ser que luego tengan complicaciones.

- Eso, vayámonos - apremió Donna esta vez en voz más alta -.

Finalmente partieron enfilando el descuidado camino que moría en la vivienda de los Wallace. La anciana, empujando siempre la silla con su en apariencia inerte marido, se adelantó para despedir brazo en alto a los que ella consideraba unos valientes voluntarios que marchaban en pos de un abnegado servicio a la patria. La casa se fue alejando progresivamente, una vetusta y maltrecha construcción en medio de un paisaje inverosímil. Su mera existencia resultaba surrealista, allí junto a uno de los muchos baluartes del ejército en la retaguardia, un agujero infecto rodeado de desolación que al parecer se llamaba Gorebridge. Qué importaba, aquel anciano matrimonio vivía al borde del abismo como si nada y había logrado subsistir gracias a la caridad de los integrantes de las Brigadas de Salvación destinados al norte y seguramente también de algunos militares. Los Wallace eran el último y sorprendente residuo de una población que tiempo atrás habitó aquellas tierras, todo lo demás había desaparecido y sólo ellos quedaban. Pero tarde o temprano aquella casa y sus moradores también desaparecerían y serían olvidados.

- No entiendo cómo esos dos han logrado sobrevivir aquí durante todos estos años - confesaba Donna mientras tomaba el desvío que los llevaría hasta los accesos a Edimburgo -. Esto está demasiado cerca del frente y son lo suficientemente viejos como para haber vivido los tiempos más duros, cuando Ellos atacaban de verdad. A pesar de todo no huyeron al sur como los demás, decidieron quedarse aquí.

- ¡Qué más da! - espetó Rod, otro de los miembros del equipo y hombre de confianza de Louis -. Nos ha venido bien poder pasar una noche fuera de esta maldita cargo y comer algo de caliente. Por lo demás esa casucha estaba tan en las últimas como sus dueños, sin luz ni agua corriente. Nos hemos tenido que lavar con el agua fría de los bidones que les habían dejado los brigadistas.

- ¡Y que lo digas tío, ha sido una puta mierda! - le secundaba Fergie -. Esta mañana se me han congelado las pelotas, aquí es como si ya hubiera comenzado el invierno.

- Podéis quejaros todo lo que queráis, pero no habéis perdido la oportunidad de saquear la despensa de los viejos - manifestó Donna -. Un poco más y les dejáis sin nada.

- No te sientas culpable por eso - intervino Louis, que iba a su lado en el asiento del copiloto - ¡Estábamos muertos de hambre, joder! Durante cinco días no hemos comido otra cosa que la bazofia enlatada que nos coló esa maldita bruja tramposa de Charlotte. Hoy es el día grande y necesitábamos reponer fuerzas después de un viaje tan duro ¡Vamos mujer, ni que lo hubiéramos hecho con mala intención!

- No me malinterpretes, a mí los viejos me importan un carajo - replicó ella -. Lo que pasa es que no me hace gracia llamar la atención más de la cuenta. Vamos a colarnos en un área de máxima seguridad con identificaciones falsas, si pretendemos hacernos pasar por brigadistas debemos parecerlo de verdad. No estamos en Londres, esto no es el barrio, si nos comportamos igual que siempre levantaremos sospechas. Eso es lo que realmente me preocupa.

- Tú di lo que quieras, pero de momento lo de las identificaciones ha funcionado - afirmó Rod sacando pecho -. Para los trabajos serios busco a auténticos profesionales y ya has visto que las falsificaciones son de primera. Hemos pasado ya por un montón de controles ¡Joder, hasta he perdido la cuenta! Y en todos, los putos cabezas cuadradas no han sospechado una mierda, ha colado sin problemas y en Edimburgo no va a ser distinto.

- Eso es cierto, pero no estaría de más hacerle un poco de caso a Donna - reflexionó Louis -. Esto no es el barrio, no es el territorio que conocemos, habrá que ir con cuidado y no hacer gilipolleces.

- Ahora dirás que debemos cuidar nuestros modales, ¿no? - sonría burlón Rod, un sujeto que podía ser cualquier cosa menos delicado -. Vas a decir que esto será como asistir a una de esas jodidas fiestas que dan los ricachones que se refugian en Dublín ¡Venga hombre! Lo único que diferencia Edimburgo de Londres es que está metido en Tierra de Nadie y por eso hay muchos más cabezas cuadradas, por lo demás es la misma clase de estercolero con el mismo tipo de cucarachas. Que lleven petos de brigadista o no es lo de menos, cada vez hay más reclutamientos forzosos porque los palurdos dispuestos a alistarse escasean en estos días. Lo único que nos diferencia de ellos es que, una vez terminado el trabajo, nosotros podremos largarnos y los demás seguirán encadenados al servicio.

- Te entiendo Rod - contemporizó Donna -, pero aun así procuremos ir con cuidado, ¿vale? Sólo será un día, si todo va bien mañana estaremos de vuelta con el mayor botín de nuestras vidas.

- Yo siempre voy con cuidado - respondió ásperamente éste -. Y nadie desea más que yo que este trabajo salga a la perfección.

- Todos estamos en lo mismo tío - habló ahora Fergie -. Y si nos hemos pasado un poco en casa de esos dos tampoco creo que sea para preocuparse demasiado. Esa vieja chalada no paraba de hablar, pero seguía sin enterarse de nada ¡Fíjate que no ha dejado de llamarme Francis en todo momento! - exhibió una sucia sonrisa amarillenta que más bien parecía una mueca grotesca -. Y el carcamal de su marido no era más que un puto vegetal, ahí en la silla de ruedas cagándose y meándose encima. Si ni tan siquiera recordaban bien nuestros nombres menos aún habrán sospechado nada.

- Pues mira tú que en lo del viejo no te doy la razón, listillo - indicó Rod -. Podía parecer que estaba en la Luna, pero a mí me daba mal rollo. No hablaba nada y era como si no nos quitara ojo, como si se oliera el pastel o algo así.

- Bueno, bueno, de todas formas no importa - intervino Louis -. Lo único que importa ahora es entrar en la ciudad y contactar con Sergey en el lugar convenido.

- Sí tío, eso… eso es lo único que importa - habló entonces Ethan tratando de sonreír -.

Siempre ocurría igual, las pocas veces que abría la boca tenía la sensación de que nadie lo escuchaba. Quizá fuera porque muchas de sus intervenciones no aportaban nada, si bien parecía pasar lo mismo dijera lo que dijera. En todo el viaje Donna y Rod no habían dejado de tratarlo con desdén, ni al él ni al liante de Fergie, pues eran los dos sujetos de última hora que no habían tenido más remedio que fichar.

Ethan miró a Fergie, que estaba a su lado en la parte trasera de la cargo. No es que lo considerara un gran tipo, ya que no era más que otro tirado como él que malvivía haciendo recados para Louis y que tenía tendencia a meterse en toda clase de líos. Como en su caso la base tenía mucho que ver en eso. Sin embargo a lo largo del viaje había tratado de mejorar su relación con Fergie, pues lo veía casi como un igual, aunque para su decepción el mulato no se había mostrado especialmente receptivo a dicho acercamiento. Trató de marcar distancias con él manteniendo una actitud no pocas veces despectiva, quizá porque lo consideraba el miembro más débil del grupo y no quería contagiarse de esa debilidad. A pesar de todo ahora ambos compartían un secreto, uno que ya no podía durar más y había que mostrar al resto.

- Lo llevas encima, ¿verdad? - quiso saber Ethan al cabo -. Anda, enséñalo.

Fergie dudó, como si no estuviera muy seguro. Después dijo:

- ¿Y tú, acaso no pillaste nada?

- No, como dijiste sólo eran baratijas. Nadie me daría gran cosa por ellas.

- ¿De qué cojones estáis hablando vosotros dos? - Louis se había vuelto y los miraba con el ceño fruncido. No sabía de qué iba aquella conversación y eso no le gustaba -.

El mulato mantuvo el suspense durante unos instantes. Tampoco resultaba sensato soliviantar en exceso al líder del grupo, así que metió la mano en uno de los muchos bolsillos de su pantalón estilo militar y extrajo un pequeño objeto redondeado y plano de color dorado.

- ¿Qué coño es eso, un maldito reloj de pulsera? - quiso saber Louis -. Ya no se ven demasiados.

- Sí tío, la vieja nos lo enseñó anoche mientras los demás os acostabais - intervino Ethan deseoso de algo de protagonismo -. No dejaba de hablar de lo maravillosos que son los brigadistas, de lo agradecida que estaba por la ayuda que le prestaban y todo eso. Entonces Fergie y yo fuimos a su habitación y ella sacó un cofre pequeño y lo abrió para mostrarnos todas las cosas que había guardado a lo largo de los años. Decía que eran joyas de su familia o algo así, aunque la mayoría no valían nada.

- Salvo este reloj - se adelantó a decir Fergie mostrando su amplia sonrisa amarilla -. Tengo ojo para estas cosas y en seguida vi que no era como el resto de la chatarra que había en el cofre. Os lo aseguro, esta mierda es mucho más valiosa de lo que parece. La vieja aseguraba que no era un reloj cualquiera, que se trataba de un Rolex.

- ¿Un Rolex? ¡Venga ya, esas cosas ya no existen!

Diciendo esto Rod se apoderó del reloj de un rápido zarpazo ante las airadas protestas de Fergie. Después de inspeccionarlo manifestó:

- No sé, no sé, esto tendría que verlo un especialista. Las falsificaciones de esta clase de antiguallas son casi lo único que queda en estos días. Pero si fuera auténtico…

- ¿Tú sabes de qué se trata? - Louis parecía intrigado -.

- Si fuera auténtico lo podríamos vender por una pequeña fortuna a unos tíos que conozco.

- ¡Lo veis, sabía que acertaría llevándomelo! - exclamó pletórico Fergie, recuperando de manos de Rod el preciado objeto que había robado -. Consideradlo como ingreso extra, aunque si nos dan un buen precio la mayor tajada me la quedo yo al haber tomado la iniciativa.

- ¡Eh, en esto vamos a medias! - saltó Ethan indignado -. Yo fui el primero que dije que debíamos cogerlo sin que la vieja se diera cuenta.

- ¡De eso ni hablar maldito capullo! Dudaste y después te entraron ganas de cagar y desapareciste. Yo fui el que arriesgó y terminó metiendo la mano en el cofre ¡El puto reloj es mío!

- ¡Pero la idea fue mía y quiero mi parte! - insistía Ethan repentinamente envalentonado -. De no haber sido por mí no se te habría ocurrido.

- ¡Eso es una puta gilipollez! - replicaba Fergie - ¿A quién no se le va a ocurrir aprovechar una oportunidad así? No vas a poner tus asquerosas manos en mi reloj. Nadie dijo nada de ir a medias.

- Sí lo dijimos.

- No desgraciado, estás tan podrido por dentro que te imaginas cosas. Y todo el mundo sabe por qué.

Se hizo el silencio después de aquella insinuación. Donna estaba a punto de explotar y no paraba de mirar de reojo a Louis. Robar un viejo reloj que ni tan siquiera parecía funcionar no entraba ni mucho menos en los planes de aquel día, si nadie decía nada al respecto ella terminaría haciéndolo.

- ¿Qué has querido decir con eso? - entretanto Ethan exigía que Fergie fuera más claro -.

- Sabes perfectamente a qué me refiero - replicó éste - ¿Acaso pensabas que no se enteraría nadie?

- ¿De qué habrían de enterarse?

- ¡Ja, este tío es más tonto de lo que pensaba! - se burló Fergie -. Todo el mundo sabe lo que eres y por eso no quiero tener nada que ver contigo, ¿me oyes? Nadie desea juntarse con un puto chapero come rabos.

- ¿Qué has dicho? - Ethan abrió los ojos como platos -.

- ¡Lo que has oído imbécil! No eres más que un maldito chapero come rabos. Todos saben que se la chupaste a ese cerdo seboso de Arnold porque andabas muy mal y estabas dispuesto a hacer cualquier cosa para poder pillar ¡Hay que tener algo de dignidad tío, yo al menos no me rebajo hasta esos extremos con tal de colocarme! ¡Joder, soy un hombre hecho y derecho!

A esas alturas el daño ya estaba hecho y poco se podía hacer para repararlo. Ni tan siquiera hubiera importado que aportara su versión, si bien no tenía ninguna. Aquella fatídica noche tocó fondo, iba tan puesto que apenas sí recordaba nada de lo sucedido, tan solo imágenes vagas y borrosas de verse por los suelos en el garito de Arnold. En ese estado cualquiera podría haber hecho con él lo que le diera la gana, habría sido casi como abusar de un cadáver. Sólo de pensarlo le entraban ganas de vomitar, pero si le obligaron a hacerle una felación a aquel puerco vicioso y grasiento poco pudo hacer para impedirlo. Al día siguiente se despertó tirado en un callejón y tan hecho polvo que no podía ni moverse, la noche anterior una prolongada y oscura laguna. Los rumores no llegaron a él hasta días más tarde y, una vez empezaron, fue como si tomaran vida propia y resultó imposible desmentirlos con argumentos creíbles. Si Samuel hubiera estado vivo aquello no habría ocurrido.

A pesar de todo Ethan estaba obligado a responder a aquel ataque, no hacerlo era mucho peor. No podía permanecer callado y, venciendo el estado de bloqueo inicial, gritó:

- ¡Eso es mentira Fergie, eres un hijo de puta! ¡Estoy harto de esa historia, no sé quién coño la inventó pero juro que algún día me las pagará!

- Lo que tú digas cretino, pero todos la hemos escuchado - se mofaba ahora Louis -.

Pero ni Ethan ni el pendenciero mulato prestaron atención a sus palabras, pues ahora se habían enzarzado en una patética pelea a manotazos, tirones y empujones, al tiempo que gritaban y se insultaban sin parar.

- ¡Puto bastardo mentiroso, quiero mi parte de lo del reloj! - exigía uno -.

- ¡Lo único que te voy a dar es un puñetazo en tu asquerosa boca de chupa pollas! - respondía el otro -.

Finalmente Rod, que iba detrás junto a ellos, se hartó del barullo y, haciendo valer una fuerza física muy superior, separó a ambos sin miramientos mientras amenazaba:

- ¡Basta ya retrasados de mierda! Como sigáis con esto yo mismo os tiraré de la cargo en marcha. No pienso arriesgar lo de esta noche por culpa de dos descerebrados que no saben cuál es su sitio, ¿ha quedado claro o tengo que moleros a palos para que lo entendáis?

Fue en ese momento cuando, indignada por el hecho de que nadie comprendiera exactamente la situación, Donna terminó explotando:

- ¡Maldita sea Louis, te advertí que no podríamos confiar en una basura como ellos, no digas que no había avisado de lo que sucedería! ¿Es que no lo ves? Ésta es precisamente la clase de mierda que puede terminar jodiéndolo todo ¿A qué santo se les ocurrió a estos dos putos yonquis anormales robar nada en casa de los viejos? Cuando se enteren de lo del reloj nos denunciarán y nos convertiremos en sospechosos en una ciudad militarizada ¡Eso es lo primero que debíamos haber evitado, dentro de poco tendrán nuestras descripciones y puede que nos estén buscando! ¿Cómo vamos a hacer el trabajo en esas condiciones? ¡A lo mejor esta noche no podemos ni entrar en el complejo de los almacenes!

- ¡Para que te enteres zorra de mierda, yo sé lo que hago y ando con pies de plomo! - contraatacó furioso Fergie - ¡Por el amor de Dios, pero si esos viejos no sabrán ya ni dónde tienen el ojo del culo! Fue un golpe seguro y dudo que puedan dar una descripción fiable de nosotros cuando hay miles de brigadistas trabajando en el frente. Te vas a arrepentir de lo que has dicho so guarra, yo te enseñaré a…

- ¡Un malnacido como tú no puede enseñarme nada!, ¿me oyes? - cortó ella, que no se amilanaba -. Y no puede porque no eres más que un yonqui descerebrado y apestoso que no tiene donde caerse muerto, deberías estar besando el suelo que pisamos por haber permitido que vinieras con nosotros ¡Sí, los dos deberíais besarlo, tú y ese otro chapero idiota que está a tu lado!

Ethan y Fergie hicieron el ademán de replicar, incluso dio la impresión de que éste último quiso incorporarse como para retorcer el pescuezo de Donna. Pero Rod intervino y los puso a los dos en su sitio.

- Una gilipollez más y os garantizo que no llegáis vivos a esta noche - volvió a amenazar agarrándolos con firmeza -. Ya ni tan siquiera me importa que no seamos suficientes en el equipo.

Donna y Louis no paraban de intercambiar miradas, la preocupación de ella era más que evidente. Él la tenía en alta estima, puede que por su aspecto no pareciera gran cosa, pero sin duda la consideraba una especie de genio de la informática. Aquella chica era un miembro imprescindible del equipo, sin sus conocimientos no podrían descifrar los códigos que daban acceso a la cámara donde los militares guardaban los preciados cerebros electrónicos y mucho menos podrían manipularlos para dejarlos en condiciones de ser vendidos en el mercado negro. Louis la necesitaba más que a nadie para aquel trabajo y no podía tenerla en su contra.

Además, en lo del reloj tenía toda la razón. En aquellos tiempos sustraer bienes ajenos era una práctica tan habitual, tan extendida, que la mayoría de la gente, lejos de considerarlo reprobable, lo tomaba por algo natural. Casi era de tontos desaprovechar la oportunidad de hacerlo, más si había un objeto de valor por medio, pues todo el mundo lo hacía. En la práctica cotidiana robar ya no se consideraba delito, por mucho que en teoría siguiera siéndolo, más bien era una forma más de sobrevivir. Precisamente por eso Louis no había concedido demasiada importancia al principio al incidente del reloj, cosas así se veían todos los días, no obstante ahora Donna le había abierto los ojos haciéndole ver el terrible riesgo que corrían.

- Escuchadme los dos - se giró muy serio hacia Ethan y Fergie -. Si estuviéramos en Londres incluso habría aplaudido que me hubierais traído esa cosa, si resulta ser tan valiosa como decís bien merece la pena robarla. Pero como ya hemos repetido mil veces nos encontramos fuera de casa y en un terreno que no conocemos. Si los viejos echan en falta su baratija nos habréis metido en un buen lío o, mejor dicho, en el peor de todos los líos. Tened por seguro que si esto se jode por vuestra culpa vais a tener que pagarlo.

- Yo personalmente me encargaré de cortaros en pedazos - añadió Rod más amenazante si cabe -. Y tened por seguro que no será una muerte rápida ¿Queda claro?

Ambos asintieron en silencio, no eran tan estúpidos como para no entender lo que significaban aquellas palabras. Bien sabían que Rod no tenía escrúpulos a la hora de ser el brazo ejecutor de Louis o cualquier otro para quien trabajara. Su cabeza rasurada al estilo de los matones de la zona sur, esa mirada fría pero al mismo tiempo fiera y su sólida figura atestiguaban que ya se había deshecho de otros en más de una ocasión.

- Bueno, creo que así está mejor - se dio por satisfecho Louis. Volvió a mostrar su habitual sonrisa socarrona, pues amenazar y andar cabreado no formaban parte de su temperamento, si bien en ocasiones como aquella se veía obligado -. Ahora que todos sabemos lo que se debe y no debe hacer este asunto irá sobre ruedas.

- Puede que sí o puede que no - concluyó Donna -. Sé que ahora ya es demasiado tarde porque estamos a las puertas de Edimburgo, pero no deberías haberlos traído.

Mientras tanto la cargo siguió avanzando por una descuidada carretera llena de baches y apenas distinguible, en pos de su destino. Sobre ella una negra cúpula de ciega oscuridad que convertía el día en noche. Ya estaban muy cerca, tal vez demasiado cerca.

La Pasión de los Olvidados:

Подняться наверх