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Las raíces de un luchador
ОглавлениеRukeli nació la mañana del 27 de diciembre de 1907, de Wilhelm y Friederike Trollmann. Lo hizo en el apartamento del tabernero local. Wilhelm, analfabeto, firmó la partida de nacimiento con tres equis.
Uno de ocho hermanos, fue criado en la pobreza en un duro barrio de la ciudad de Hannover. Creció en licenciosas calles, entre viejas y a menudo desoladas viviendas adosadas de propiedad municipal. Friederike, o Daju («mamá» en sinti), se quedaba en casa. El padre de Rukeli, Wilhelm, era conocido en la familia y por los amigos como Schniplo por sus habilidades cortando y cincelando. Veterano de la Gran Guerra, conseguía dinero donde podía. Pasó algún tiempo como fabricante de paraguas y trabajó durante una temporada para la «policía de protección del agua». Cuando algún mueble se rompía, Schniplo ponía en práctica sus habilidades y trataba de repararlo. Era un hombre de recursos y nada se tiraba.
Schniplo y Friederike se habían casado en 1901 en Hambergen y trasladado a los alrededores de la zona de Hannover antes de asentarse. Los Trollmann habían estado en el norte de Alemania durante siglos y muchos se habían establecido en un solo lugar durante largos periodos de tiempo. Entre ellos había titiriteros y músicos profesionales, afiladores de cuchillos y fabricantes de cestas. Ninguna de estas profesiones son raras para los sinti o los roma.
Daju fumaba cuando podía conseguir tabaco, aunque nunca en la calle. Los cigarrillos solo se habían convertido en algo común tras el final de la Gran Guerra y no se vendían aún por paquetes en Alemania. Una mujer fumando en público era algo raro (y con el tiempo ilegal una vez que los nazis hubieron llegado al poder). Daju ya era objetivo de suficientes miradas por el solo hecho de ser una mujer gitana, con sus pendientes de oro y su largo pelo negro. Evitaba comportamientos considerados inadecuados para no atraer más atención. La familia evitaba hablar sinti en público mientras hacían esfuerzos por no destacar.
Las calles vecinas eran el lugar de trabajo de prostitutas y los hombres se paseaban por ellas en busca de acción. A veces las hijas de los Trollmann recibían miradas y comentarios que no eran bien recibidos. Rukeli y sus hermanos jugaban con frecuencia con los hijos de los Weiss, que también eran sinti de piel oscura y vivían cerca. Iban a nadar juntos al río cercano, lo que siempre preocupaba a Daju. No había nada que temer. Rukeli era un fuerte nadador, un buen atleta.
Cuando Rukeli empezó a ir al colegio, recibió azotes por no responder cuando lo llamaban. No se había dado cuenta de que había sido registrado en la escuela como Johann. Nadie lo había llamado nunca antes por su nombre alemán. El pelo de los niños de tez blanca era corto. Él tenía largos y salvajes rizos negros y agujeros en los zapatos. Encajaran o no en la escuela, Rukeli y sus hermanos aprendieron a leer —principalmente enseñándose los unos a los otros—; pero no las chicas.
Rukeli no fue criado para ser una estrella que destacara bajo la luz de los focos, sino un miembro de un grupo, compartiendo siempre los momentos de diversión y los recursos con sus siete hermanos. El mayor de los chicos era Carlo. Si se dice con acento alemán suena «kahlo», que significa «negro». Era el que tenía la piel más oscura y responsable de sus hermanos. En primavera y otoño, cuando los granjeros necesitaban ayuda extra, toda la familia se subía a un carromato con otros parientes y buscaban trabajo itinerante. Los hijos iban a la escuela dondequiera que se detuvieran y encontraran trabajo. Rukeli, su hermano Mauso —tres años menor— y su hermano Benny, siete años más joven que Rukeli, eran muy flacos, por lo que llamaban la atención. La compasión a veces traía comidas gratis. Cuando no había trabajo ni caridad, Schniplo recurría a robar un conejo o una gallina. Los roma y los sinti que viajaban se dejaban unos a otros señales a lo largo de los caminos, tronchando hojas y ramas —la propia palabra que se usa para decir «señal» es patrin u «hoja» en romaní— para avisar cuando los lugareños eran malvados o para indicar si eran hospitalarios. Aún hoy, en Norteamérica, hay gitanos que enseñan a sus hijos a leer una patrin e incluso, sinti y roma usan señales mutuamente inteligibles.
A los siete años de edad, Rukeli y su familia vivían en el número cinco de Haus Tiefenhal, un sitio con baños en la calle y sin agua corriente. Nueve familias compartían tres casas. Esto no se debía a la pobreza de la familia. Los edificios de apartamentos en las ciudades alemanas de la época solían obligar a los inquilinos a compartir tales instalaciones. Cuando un niño quería usar el retrete, cogía un trozo de periódico viejo y una llave colgados de las escaleras y se iba fuera. Los retretes eran tablones con agujeros en la mitad.
El combustible y el calor se obtenían de la madera y el carbón cuando había suficiente. El carbón se guardaba en una caja en la cocina. En verano, la caja y la estufa se sacaban fuera para hacer sitio.
Rukeli compartía cama con Carlo y con chinches y ratones. La ciudad tenía planes para derribar el edificio y construir viviendas para familias en mejor situación económica. Los Trollmann y los demás inquilinos vivían con la conciencia de que el momento de buscar una nueva residencia estaba siempre a la vuelta de la esquina.
Así pues, por el momento, este era su hogar. Las mujeres lavaban la ropa en una olla de agua caliente en la cocina. Pensando en la casa, miembros de la familia recuerdan haber tenido una llave pero no haberla necesitado. Siempre había alguien en casa. La familia alquilaba un huerto cercano para cultivar judías. La mayoría de los días comían guisos de judías, patatas y cualquier grasa que pudieran conseguir. Sin el huerto, no habría habido suficiente. Toda la comida se cocinaba en una gran olla de hierro forjado. Rukeli no era lo bastante fuerte todavía para levantarla. A menudo comían chucrut rojo, coloreado con tomates o paprika. La paprika era crucial. A los sinti les gustaba su comida más picante que a otros alemanes.
La escuela a la que asistía Rukeli era una institución solo para chicos donde los profesores recurrían al castigo corporal. Rukeli era rápido y, cuando veía la mano del profesor acercándose, la esquivaba. Esto enfurecía a la figura de autoridad y empeoraba las cosas. A su profesor no le gustaba tener al resto de la clase riéndose mientras el pequeño gitano se escapaba de su castigo.
Rukeli, cuando no iba al colegio, cogía erizos para venderlos como comida. Para sinti y roma, un erizo asado es una delicia. Más gordos en otoño, cuando están cogiendo peso para la hibernación, se les pueden quitar las púas haciendo un agujero en la piel con una fina caña o una aguja y soplando después a través de la caña o algún tipo de paja, inflando el cuerpo para separar la piel y las púas fácilmente del carnoso cuerpo. Sinti y roma asan el animal sobre un fuego o lo hacen guisado con salsa. Los manouche tienen la tradición de cocinarlo en una vasija de arcilla, idealmente con tomillo y ajo antes de quitarle las púas y la piel. No es costumbre alemana comer erizo pero aquellos eran tiempos difíciles y la gente del barrio de Rukeli comía la carne que se podía permitir.
Por las noches la familia se apretaba en el estrecho apartamento. Rukeli miraba por la ventana el farol de gas de la esquina. Los candiles de gas tenían agujeros en el fondo. Por las mañanas temprano un hombre con una pértiga venía y apagaba la llama.
Rukeli tenía ocho años cuando visitó una sala de boxeo por vez primera. Un amigo lo llevó para que echara un vistazo al gimnasio de la escuela local, donde había estado entrenando durante unas cuantas semanas. Boxear era ilegal, en parte porque muchos lo veían como una importación extranjera, algo inglés. E Inglaterra no era amiga.
El boxeo era por tanto ilegal y asociado a tipos duros y sin embargo allí estaba, este tentador y fruto prohibido y una oportunidad de demostrar quién era el más fuerte. Carlo creía que era mala idea dejar que su hermano pequeño fuera noqueado pero su padre no veía nada malo en aprender a defenderse19.
Empezó a ir al gimnasio de la calle Schaufelder, caminando los pocos kilómetros cuando podía y saltando a un tranvía si el tiempo era malo. Los tranvías eran otra novedad y también polémicos. Los tranvías eléctricos acababan de empezar a sustituir en Hannover al transporte tirado por caballos. No todo el mundo estaba de acuerdo en considerarlo un progreso ni todos se sentían seguros en los nuevos medios de transporte. Cuando se movía lentamente por la ciudad, la gente saltaba para subirse o bajarse en cualquier punto, lo que significaba que la gente joven se colaba casi tantas veces como pagaba el billete. Uno siempre podía saltar del tranvía al ver aparecer al revisor. Rukeli viajaba de esta forma.
Cuando se presentó en el gimnasio de la calle Schaufelder para comenzar a entrenar, los estudiantes mayores que él lo rehuyeron. Parecía demasiado pequeño, demasiado frágil. Lo echaron y pocos días después volvió. No tenía zapatillas de tenis ni ropa de ejercicio pero había vuelto. Cedieron y le dieron un tour por el gimnasio.
Una descripción de la sala de entrenamiento no sorprendería a nadie que conozca los clubes de boxeo de hoy día. Para Rukeli, todo lo que veía con sus ojos asombrados era nuevo. Había olor a sudor, un vestuario y una ducha. Rukeli, que se lavaba en una palangana en casa, no había visto nunca una. Los otros chicos le enseñaron cómo funcionaba.
En el área de entrenamiento de boxeadores, Rukeli encontró espacios abiertos, un muro para trepar y anillas que colgaban del techo. No había ring de boxeo. No siempre estaba montado sino que se armaba cuando era necesario.
Se entregaban guantes a los estudiantes. Los niños no necesitaban comprar ningún equipamiento. Si hubiera habido que comprar algo, habría sido la primera y la última vez para el recién llegado. Los protectores bucales no eran aún obligatorios en el deporte. Las protecciones de goma se habían empezado a vender solo recientemente.
Dario Fo imagina la escena: los chicos se animaban a gritos los unos a los otros y comentaban, aplaudiendo y riendo mientras el maestro, moviéndose entre dos pupilos haciendo sparring, gritando órdenes: «¡Respirad por la nariz, no por la boca!» «Moveos con las piernas!»20.
Los boxeadores se arremolinaron cuando le tocó el turno a Rukeli. Era hora de probar la nueva sangre. Rukeli fue golpeado en la cara hasta que su nariz hinchada empezó a sangrar. Aquel era el primer paso hacia la aceptación. Uno tenía que sangrar y después elegir quedarse a por más.
Tendría que venir y entrenar durante meses antes de que le llegara el momento de subir al ring. Cuando le llegó la oportunidad, no se le emparejó con una victoria fácil. Se le puso contra un chico un año y medio mayor y mucho más grande. Rukeli recordaría más tarde que pensó que había ganado pero el árbitro contó más puntos para el otro chico. Trollmann tuvo miedo de que la derrota supusiera no poder volver a entrenar más21. Los otros chicos le dieron palmadas en la espalda y le dijeron que todo el mundo tenía que perder a veces. Y aprender de ello.
El amigo que lo trajo por primera vez lo dejó pronto; Rukeli no. Él estaba enganchado.
En 1916, antes de cumplir los nueve años, ya tenía tres peleas a sus espaldas y había llegado hasta el campeonato del distrito Sur en la categoría de bantamweight (53 kilos o 116 libras). Con las costillas marcándose a través de su camiseta, era una cosa pequeña y esmirriada en un juego para chicos vigorosos y bien alimentados. Perdió pero aprendió de la experiencia. En los siguientes años, llegaría a ganar el título del distrito en cuatro ocasiones.
En 1919 la prohibición del boxeo, que ya por entonces no se hacía cumplir y era objeto de bromas en los gimnasios, terminó. En 1920 fue fundada la Asociación del Reich Alemán para el Boxeo Amateur y en 1922 se formó el Club de Boxeo Héroes de Hannover. Alemania, vista como el agresor de la Gran Guerra, fue excluida de los Juegos Olímpicos de 1920 y 1924. Sin embargo los alemanes necesitaban distracciones más que nunca y, en un país donde había tanta incertidumbre y donde la pobreza y el desempleo eran fuente de tantas humillaciones, muchos se volvieron hacia un deporte que ofrecía la posibilidad de demostrar la fuerza propia.
En 1922, el ministro de Asuntos Exteriores Walther Rathenau, el judío de más rango dentro del Gobierno alemán fue asesinado. Sucedió dos meses después de haber firmado el Tratado de Rapallo, por el cual Alemania y la Unión Soviética resolvían las disputas financieras y territoriales fruto de la guerra. Estaba en su descapotable, que se dirigía desde su casa en el Grunewald de Berlín al ministerio cuando un Mercedes se detuvo junto a él. Uno de los hombres del otro coche lo disparó con un subfusil MP 18, del tipo que los soldados alemanes habían utilizado en la guerra. El ministro de Asuntos Exteriores murió al instante pero los asesinos no corrieron riesgos, arrojando una granada al interior del coche. Fueron arrestados apenas unos días después. Uno de ellos, Ernst Werner Techow, declaró en el tribunal que Rathenau había admitido ser uno de los malvados Sabios de los Protocolos de Sión, refiriéndose al ficticio pero ampliamente creído libro antisemita que tan popular era en Alemania (y que en los Estados Unidos fue distribuido en la misma época por Henry Ford). Rathenau pronto se convirtió en un icono para quienes estaban preocupados por el mantenimiento de la democracia en Alemania. Cualquiera que fuera el valor de su muerte como símbolo para los antifascistas, el asesinato tuvo éxito al añadir caos y miedo a un frágil sistema, lo que debilitó al régimen.
La vida en Hannover y al resto de Alemania se hacía más difícil rápidamente. En 1923 el desempleo aumentaba y los negocios cerraban. Los pobres se volvían más pobres y la inflación hacía que la gente se preguntara de qué servían sus ahorros. En noviembre, Adolf Hitler lideró un golpe. Interrumpiendo al gobernador de Baviera durante un discurso en una cervecería de Múnich, Hitler disparó una pistola al aire y, con varios soldados armados respaldándolo, declaró: «¡La revolución nacional ha comenzado!». Varios de sus seguidores, un espectador y cuatro agentes de policía murieron antes de que se restaurara el orden y transcurrieron dos días antes de que Hitler fuera encontrado y puesto bajo custodia.
Doscientos miembros del partido nazi se manifestaron a su favor en la calle Georg de Hannover. La policía no intervino. Cuando se lo encarceló finalmente, las multitudes aclamaron a Hitler.
En 1924, él y sus compañeros fueron juzgados en Bavaria por traición. Utilizó la atención mediática para anunciar claramente a los medios nacionales que su objetivo había sido derrocar a la República de Weimar. El lugar de su osada declaración fue bien elegido, pues políticos locales de Bavaria se habían manifestado en numerosas ocasiones contra el Gobierno de Berlín. Cuando dijo que él y la gente al mando tenían «el mismo objetivo… deshacerse del Gobierno del Reich» no sonó como un loco. Sonó como una voz franca pidiendo el cambio contra unas políticas disfuncionales. Se le condenó a cinco años en prisión, la sentencia mínima por su crimen, y fue liberado en mucho menos tiempo, antes de las navidades de ese mismo año. Hitler dijo más tarde: «El fracaso del golpe fue quizá el acontecimiento más afortunado de mi vida»22.
En 1925 Rukeli ganaba su primer título del distrito, como peso medio.
19 Repplinger, R. (2012). Leg dich, Zigeuner: die Geschichte von Johann Trollmann und Tull Harder. Piper Verlag.
20 Fo, D. (2016). El campeón prohibido. Ediciones Siruela.
21 Repplinger, R, Op. cit.
22 Range, P. R. (2016). 1924: The Year that Made Hitler. Hachette UK.