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Duros años de penurias

Hitler mostró muy poco interés en cuestiones educativas… La única vez en que formuló una auténtica sugerencia [...] fue en 1935, creo, cuando me dijo que debería asegurarme de que el boxeo se extendiera más entre la juventud.

Baldur von Schirach, antiguo líder de las Juventudes Hitlerianas, hablando en los Juicios de Núremberg.

Europa se estaba recuperando lentamente de la Gran Guerra y luchando por reconstruirse económicamente. La madre de Django Reinhardt, abandonada por su marido Jean-Eugene Weiss (una desgracia muy infrecuente en la comunidad manouche), daba de comer a su hijo recogiendo casquillos de artillería usada en los campos de batalla de Marne en Francia. Le enseñaba a Django a reconocerlos en las viejas trincheras, lavarlos y reciclar el latón en pulseras con grabados.

Al no conseguir salir adelante con tales proyectos, los Reinhardt se trasladaron desde Francia a la Argelia colonial. En la casba de Argel encontraron un vecindario a la sombra de la Gran Mezquita donde los manouches recién llegados de Europa se mezclaban con gitanos afrikaya, como eran llamados los manouches que habían abandonado Francia generaciones antes rumbo a la periferia, así como con nómadas musulmanes de otras partes del norte de África. Bregaban con las opciones a su alcance y siempre andaban a la caza de otras formas de supervivencia. Cuando Django tenía diez años se volvieron a mudar, de regreso a París. A los doce años, consiguió un banjo y empezó a aprender a tocarlo por su cuenta. Pocos meses después, trabajaba hasta el amanecer tocando en clubes nocturnos y salones de baile, en compañía de prostitutas y chulos hasta la hora del cierre, cuando su madre lo recogía y lo llevaba de vuelta a dormir a su caravana.

Si la gente buscaba creativas formas de ganarse el pan en los países que habían ganado la última guerra, las cosas eran aún más difíciles en el bando perdedor. La economía de Alemania empeoraba. Los Trollmann sobrevivían. Los hermanos mayores de Rukeli trabajaban. Su padre y sus hermanas viajaban y buscaban jornales en granjas. A veces mendigaban. En 1923, el consumo nacional de trigo había caído a la mitad. En octubre, un grupo de mujeres entró en el ayuntamiento de Hannover para protestar. La gente que no podía permitirse la carne compraba huesos para darle algún sabor a sus guisos de verduras como el repollo, que se podían conseguir cerca. Poco después, el pan se volvió demasiado caro.

Mientras muchos iban a las cocinas municipales a comer gratis, Rukeli conseguía un sándwich después de los entrenamientos y una comida caliente después de las peleas en el gimnasio. La asociación daba de comer a sus protegidos. Las peleas eran ya la forma en que Johann Trollmann se ganaba el pan.

Los niños de la edad de Rukeli empezaron a desaparecer de la ciudad vieja. En febrero de 1924 se hallaron los primeros huesos en el río Leine. En mayo, unos niños descubrieron un cráneo en un estanque. La policía no tardó en encontrar los huesos de veintidós víctimas, la mayoría de ellos chicos jóvenes. En junio, Friedrich Haarman fue arrestado. Había estado viviendo en la pensión de la familia Engel y ayudaba a encontrar «carne de caballo» para la cocina, así como ropas usadas para los Engel. Así continuó hasta que la madre de uno de los chicos desaparecidos reconoció el abrigo de su hijo que llevaba puesto el hijo de la señora Engel. Hannover estaba traumatizada. La gente ansiaba desesperadamente un cambio. Rukeli no comía porque tuviera suerte; se ganaba la comida entrenando duro. Tuvo la suerte, sin embargo, de no ser comido.

Rukeli y los otros chicos y hombres que boxeaban tenían al menos un sitio al que ir y donde ensimismarse en sus esfuerzos. En 1926 había cuarenta y cinco clubes de boxeo en el noroeste de Alemania, con más de 2.000 miembros. Un año después, el número había subido a sesenta y seis asociaciones con 3.552 miembros. Los medios de comunicación se interesaron. Los boxeadores profesionales podían llegar a convertirse en estrellas, ninguna más grande que Max Schmeling.

Los boxeadores eran duros y valientes. Su éxito, a diferencia de tantas otras cosas en la República de Weimar, no podía nacer de contactos o herencia familiar. Un boxeador ganaba sobre sus dos pies y no por sus conexiones. Después de la guerra, los soldados se sentían derrotados y con su hombría mermada. Los chicos necesitaban héroes y el boxeo se los ofrecía. Figura política en ascenso, Hitler se percató de ello y se convirtió en un entusiasta admirador. Tal como dijo: «Si nuestra clase alta hubiera aprendido a boxear, una revolución alemana de chulos, desertores y otra calaña similar no sería posible».

En 1920 el Partido Obrero Alemán fue renombrado Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, o NSDAP en sus siglas alemanas. Los nazis, al renombrarlo y reestructurarlo, crearon una Sección de Gimnasia y Deportes. Hitler y el partido creían en la importancia no solo de la competición atlética sino también de alentar la agresividad y el espíritu guerrero en todos los jóvenes alemanes.

El boxeo, más que ningún otro deporte, interesaba a Hitler y a los nazis y se recomendaba a los nuevos reclutas. En los años en que el partido tuvo prohibida la implicación directa en ciertas actividades políticas, Hitler supervisó la creación de un Sportabteilung (SA) o Batallón Deportivo que animaba a sus jóvenes seguidores a aprender boxeo y otros deportes. El SA se ocupaba de la seguridad de los miembros del partido de más rango en mítines y eventos, y de empezar peleas en las reuniones de los partidos rivales.

Hitler disfrutaba teniendo a su SA cerca y animaba a la organización a reclutar boxeadores y a entrenarse en el deporte. En Hannover, había varios miembros del SA con experiencia en el boxeo. Después de que el partido fuera renombrado y tras una infame pelea de bandas en Múnich, parecía que Hitler iba a controlar a los jóvenes matones. En vez de hacerlo, avaló su imagen pública más obvia y amenazante. Rebautizó el SA como Sturmabteilung (Batallón de Asalto), yendo mucho más allá del ámbito deportivo e insinuando así que la destrucción y el caos eran su cometido.

Por supuesto, los desafíos y el orgullo del boxeo no solo atraían a la creciente comunidad fascista. Era un deporte que tocaba la fibra de personas enfrentadas a la adversidad. Hay algo meditativo y calmante en el entrenamiento de un boxeador. Uno no puede trabajar así de duro físicamente ni entrenar, concentrarse en un atacante, mientras piensa en otras cosas. La mente de un luchador tiene su propio centro de atención y su objetivo. «El boxeo», escribió Norman Mailer, «es la exclusión de influencias externas»34. Qué apreciado debió de haber hecho eso al club de boxeo en la Alemania de los años 20, en la que las influencias externas y la confusión de la derrota y la pérdida eran tan abrumadoras. Roger Repplinger lo expresa así: «Lo que había parecido absoluto en la época del Káiser no lo era. El Káiser se ha ido. Está en el exilio. Esto duele a alguna gente. Dios se fue con el Káiser al exilio [...]. En la República de Weimar, el protestantismo perdió su función directora [...]. Mujeres con el pelo corto, exóticas bailarinas sin mucha ropa [...], homosexualidad, pintura abstracta, jazz, cocaína… Los combates de boxeo eran respiraderos para esta sociedad sobrecalentada… Por otro lado, el boxeo también añade calor [...] mucho más claramente que el resto de la vida»35.

No era la única ni la más loca de las novedades que ganaban ímpetu. Los alemanes estaban buscando algo con lo que rellenar un hueco. El periodista de Chicago Edward Mowrer y su esposa Lilian, que vivían en Berlín en la década de 1920, reflexionaron sobre un país que atravesaba momentos de profundas dudas y confusión: «¿Dónde sino en Alemania podría uno encontrar a 150.000 nudistas organizados?»36, preguntaba. A Lilian le preocupaba el «desatado fervor emocional» del movimiento nudista, señalando su ardiente ansia de algo diferente. La mayoría de los jóvenes que conoció en las colonias nudistas, escribió, votaban a los comunistas, creyendo que esta era la vía para mejorar la humanidad. «Aquellos sentimientos fácilmente podrían ser canalizados y utilizados en cualquier otra dirección por un líder sin escrúpulos». Le preguntó a su marido: «¿Crees que los alemanes están más locos que cualquier otro pueblo? Parecen tan… histéricos».

Edgar respondió que «no hay casi nada que no puedan persuadirse de creer».

34 Mailer, N. (2013). El combate. Editorial Contra.

35 Repplinger, Op. cit.

36 Nagorski, Op cit.

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