Читать книгу Rukeli - Jud Nirenberg - Страница 6
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El mejor de Alemania
Los nazis prestaron mucha atención al boxeo. Para ellos e, indudablemente para Hitler, no era un deporte cualquiera. Los jóvenes alemanes debían, escribió, practicarlo y forjarse a través de él para la guerra. Debían encorajarse e inspirarse mediante el boxeo, así que los nazis decidieron que los judíos no podían volver a participar en él. No habría más judíos en el boxeo ni como boxeadores, ni como entrenadores, cutmen1; ningún doctor judío a pie de ring. Fuera.
La ley era demasiado importante para aprobarla en el Reichstag y confiar su cumplimiento a la policía. Debía ser aplicada con urgencia y con un toque personal. Erich Seelig, el campeón nacional de Alemania del peso semipesado, a quien Hitler tuvo la inquietante experiencia de ver desde un asiento en la primera fila y cuyo éxito tanto incomodó al más fervoroso creyente de todo el mundo en la superioridad de la raza aria, recibió una carta que le daba dos semanas para abandonar tanto el deporte como el país. Cuando su tiempo hubo terminado, unos hombres fueron enviados a su casa. Encogido en el asiento trasero de un coche entre policías malcarados que le apuntaban a la cabeza con sus pistolas, Seelig fue conducido directamente al aeropuerto. Su familia, le dijeron, moriría si regresaba.
El título nacional quedaba vacante, a la espera de un nuevo héroe del boxeo.
La prensa deportiva controlada por el Gobierno dejó claro quién debería ganarlo mientras Adolf Witt y Johann Trollmann se preparaban para subir al ring. Witt tenía que vencer. Trollmann, que había tenido como mentor al judío Seelig, no era el arquetipo adecuado de luchador alemán. Era un inferior racial, un gitano. Puesto que era el boxeador con el mejor récord en su peso, no había forma de no dejarle pelear por el título, pese a lo cual Box-Sport afirmó que su estilo «tenía poco que ver con el boxeo». Bailaba, era impredecible. Era escurridizo, escribieron. Usaba el instinto más que el cerebro. Le gustaba demasiado «dar saltos por el ring» antes de noquear a sus oponentes. Era un insulto para los valerosos y audaces hombres blancos.
Había pasado un mes desde la quema por todo el país de libros antialemanes cuando Trollmann y Witt subieron al ring en la enorme cervecería Bockbierbraurei de Berlín. Era un ring al aire libre y se acercaba una tormenta. Los aficionados se bajaban los homburg2 y se inclinaban hacia delante en sus asientos de madera.
Witt ganó el primer asalto antes de que Trollmann pudiera descifrarlo. A partir de ese momento, no tuvo ningún problema. Trollmann acertaba una vez tras otra con la izquierda. Witt trataba de colocar golpes contundentes pero se encontraba con que el juego de piernas del gitano era demasiado esquivo.
Aquello era intolerable. Devoto nazi y presidente de la Asociación Nacional de Boxeo, Georg Radamm corrió al ring y susurró algo al árbitro, pero este no podía hallar motivo alguno que justificara detener la pelea o influir en el resultado.
Solo los boxeadores podían decidir el ganador.
La campana sonó al final del decimosegundo y último asalto. El público esperaba. «Combate nulo», anunció el árbitro. El título permanecía vacante. Durante lo que pareció una eternidad no se produjo ningún sonido o movimiento.
Y entonces el público despertó, se volvió loco, gritando y saltando en sus asientos. El mánager de Trollmann se contagió de aquella atmósfera. Maldecía. Corría alrededor del ring profiriendo amenazas. Cogió las tarjetas de puntuación de los jueces y se las mostró a cualquiera que quisiera mirarlas.
Trollmann había ganado con claridad según las puntuaciones de todos los jueces. En las gradas, estallaron más peleas.
Radamm y los promotores se plantaron ante el público y llamaron al orden. Echarían un vistazo a las puntuaciones. Examinaron con ostentación las tarjetas. Sí, había habido un error.
Trollmann fue declarado ganador y el nuevo campeón semipesado. Un hombre cuya raza de piel oscura la política gubernamental había declarado sucia y un peligro para la sociedad aria había alcanzado el olimpo atlético de Alemania en un deporte que Hitler y el nazismo habían considerado la mejor demostración del coraje y el espíritu guerrero. El público lo ovacionó.
El lunes, los líderes de la Asociación de Boxeo se reunieron y anularon con prontitud el resultado. La pelea se registraría como nula como consecuencia del «esfuerzo insuficiente de ambos luchadores». Alegaron también que Trollmann no merecía el título porque su comportamiento no había sido deportivo y había llorado (tras el anuncio del combate nulo).
Cuando Trollmann volvió a pelear un mes después, había descendido a una categoría inferior de peso para combatir contra el púgil de Dortmund Gustav «Eisener» (Hierro) Eder.
Eder era más bajo y ligero, incluso después de la rápida pérdida de peso de Trollmann. ¿Importaba en qué categoría por peso estuviera, o cómo peleara? ¿No había quedado demostrado que el hombre blanco, el hombre alemán siempre ganaría? Tenía que hacerlo.
Con el público pidiendo a voces que el espectáculo comenzara, Trollmann recorrió el pasillo hasta el ring. Estaba irreconocible. Su pelo estaba teñido de un rubio casi blanco. Brillante y húmedo, estaba cubierto desde la cabeza a las pantorrillas de una especie de polvo blanco. ¿Era esto lo que querían? ¿Tendría que cambiar de color para ser un auténtico alemán?
Hizo algo más que cambiar su aspecto aquella noche. Ya no se trataba de ganar. Peleó como los comentaristas habían dicho que debía hacerlo un ario. Desde el primer asalto, mantuvo los pies fijos en la lona. Retaba a Eder a que se acercara hasta estar frente a frente, sin retroceder. Desafiaba al público y a la prensa de boxeo a enfrentarse a su obsesión racial.
Trollmann continuó peleando. Mientras el régimen fascista reunía a roma y sinti para su deportación a los campos de concentración, él peleaba por su país —luchaba por el nazismo— en los frentes de Francia y la Unión Soviética. Mientras él luchaba por Alemania, muchos otros roma y sinti luchaban contra ella, en los ejércitos de sus países y en grupos de resistencia clandestinos. En la Rumanía fascista, donde las autoridades simultáneamente deportaban a roma para que murieran en las nieves de Transnistria y los llamaban a filas, roma de uniforme obligaban al régimen a dar marcha atrás en su limpieza étnica.
Lo que sigue es la historia de cómo Trollmann y muchos otros roma y sinti lucharon, resistieron, murieron y sobrevivieron al Holocausto, de cómo la sociedad y los gobiernos convirtieron a atletas individuales, seres humanos complejos, en símbolos simplistas de sus políticas raciales y de cómo la lucha por la memoria de los roma y los sinti en los años de la guerra aún continúa.
1 Los cutmen son los especialistas en detener hemorragias, que acompañan al equipo técnico en la esquina del boxeador o la boxeadora (N. del T.).
2 El homburg es un tipo de sombrero de fieltro de estilo tirolés (N. del T.).