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13 de febrero - Familia

Por la boca muere el pez

“El que guarda su boca guarda su vida, pero el que mucho abre sus labios acaba en desastre”

(Proverbios 13:3).

El pianista polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), además de ser un intérprete genial, hablaba con gran prontitud. No en vano dominaba varios idiomas. En una ocasión, sufrió un ataque agudo de ronquera que provocó rumores de cáncer u otra enfermedad fatal. Temeroso, Rubinstein acudió a su especialista para que lo examinara. Durante la visita, Rubinstein observó con atención el rostro del médico, pero este no reflejaba sentimiento alguno. Simplemente le indicó que regresara al día siguiente. El virtuoso, sumido en el temor a perder la vida, no durmió aquella noche. La escena se repitió en su segunda visita. El facultativo seguía observando y reflexionando en silencio. Finalmente, el músico irrumpió:

—Doctor, dígame lo que sucede. No me importa saber la verdad. Mi vida ha estado llena de satisfacciones y éxito. ¡Estoy preparado para lo peor! Por favor, dígame, ¿qué tengo?

Luego de una breve pausa, el galeno respondió:

—¡Habla usted demasiado!

La Biblia nos advierte en varios lugares de lo peligroso de hablar demasiado, pero no por riesgo de ronquera, sino por el daño que las palabras imprudentes pueden causar a otras personas y los problemas que a veces nos acarrean a nosotros mismos. El texto de hoy se refiere precisamente al “desastre” que puede sufrir quien “mucho abre sus labios”. No en vano reza el refrán castellano: “Por la boca muere el pez”. Una de las maneras más prácticas de poner en el verdadero amor de Cristo es utilizar nuestras palabras con tacto y sabiduría. Esto es cierto en todo tipo de relación y muy especialmente en el ámbito familiar donde nos olvidamos de este principio por la excesiva confianza y la intimidad que ofrece el hogar. Hemos de hacer todo esfuerzo posible y pedir a Dios la sabiduría necesaria para decir lo debido y lo justo y callar el resto.

En el sur de Turquía hay una cordillera llamada Taurus, donde habita una variedad de grulla con la peculiar conducta de lanzar graznidos agudos de forma incontrolada en medio de su vuelo. Estos sonidos atraen a las águilas que hacen presa sobre las grullas. Sin embargo, se ha observado que, para acallar sus propios graznidos y menguar su impulso natural, las grullas recogen piedrecitas y las alojan en su boca. Así impiden el graznido y no llaman la atención de los predadores.

Si tienes problemas para controlar tus palabras, invita hoy a Dios en tu vida y él te dará sabiduría para decir lo apropiado y callar lo impropio.

Un corazón alegre

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