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16 de febrero - Familia

Las pisadas del Maestro

“Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas”

(1 Pedro 2:21).

Joellen Johnson, madre de familia numerosa, se dio cuenta de que su hijito de tres años la seguía constantemente. Pero el niño resultaba un estorbo, pues impedía que su madre llevara el ritmo necesario para terminar las tareas domésticas. Intentó persuadirlo para que jugara a un lado. Pero cada paso que daba la madre, el niño también lo daba. Cuando su mamá le pedía que no la siguiera, él replicaba sonriendo:

—Yo quiero estar contigo.

Finalmente, la mamá se dio por vencida y dijo:

—Está bien, pero dime, ¿por qué estás todo el tiempo a mis pies?

A lo que el pequeño respondió:

—La maestra de preescolar nos dijo que siempre siguiéramos las pisadas de Jesús y, como no veo a Jesús, te sigo a ti.

Con lágrimas de gozo, Joellen abrazó a su hijito y se sentó a conversar un buen rato con él. Tan sencillo ejemplo resultó ser inspirador.

El texto de hoy nos invita a seguir las pisadas de Jesús. Pero el mensaje se nos presenta en el contexto del padecimiento. Es decir, Cristo sufrió por nosotros y se nos pide que sigamos su ejemplo. El sufrimiento es parte de conocer a Jesús, pues su vida fue sufrimiento: herido, molido, castigado y afligido (Isa. 53). El sufrimiento también conduce al perfeccionamiento (1 Ped. 5:10). Y la prueba lleva a la paciencia que acaba haciéndonos cabales y cubriendo todas nuestras necesidades (Sant. 1:3, 4).

Ser padre o madre se traduce a veces en sufrimiento. En efecto, aparte de las muchas satisfacciones que proporcionan los hijos, también son fuente de preocupación, ansiedad y dolor por cuestiones de salud, relaciones, temperamento, estudios, planes de futuro e incluso abierta rebeldía. Con frecuencia es un reto criar y educar a nuestros hijos y, para ellos, no es fácil mantener una relación óptima con sus padres.

La solución viene necesariamente de ambas partes: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efe. 6:1) y también “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos…” (vers. 4). En todo caso, la tarea no es fácil y requiere mucha sabiduría. Pídele hoy a Dios ese don de la sabiduría en lo tocante a las relaciones familiares. Su promesa certera dice: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Sant. 1:5).

Un corazón alegre

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