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22 de febrero - Familia

La influencia paterna

“Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Átalos siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello”

(Proverbios 6:20, 21).

En una ocasión un autobús lleno de pasajeros cubría una línea de larga distancia a través de una región muy árida y calurosa. Al principio, el viaje transcurría con normalidad, pero con el paso de las horas, algunos viajeros empezaron a renegar del calor que hacía y de lo largo del recorrido. El mal humor y la queja se hicieron generales. Con el calor y el paisaje desértico, el trayecto se hacía por momentos más largo, incómodo y aburrido. En uno de los asientos se encontraba un joven que, a pesar del malestar reinante, mantenía un talante tranquilo, feliz y radiante. Su actitud no parecía variar con el paso del tiempo. Esto llamó poderosamente la atención de la anciana que estaba sentada a su lado.

—Pareces contento y satisfecho, ¿no tienes calor? ¿No estás cansado? —preguntó la mujer.

Sonriendo, el joven replicó:

—Sí, señora, claro que tengo calor y estoy cansado, pero estoy feliz porque sé que mis padres me esperan al final del viaje.

No hay duda de que la relación entre este joven y sus progenitores era óptima, pues el solo pensamiento del cercano encuentro, le hacía olvidarse casi por completo del malestar que obsesionaba a otros pasajeros. Tal vez, esto era posible porque llevaba en su corazón y, de alguna forma, enlazada al cuello, la influencia ejercida por su padre y madre. Si su relación familiar hubiera sido adversa, en vez de gozo habría habido temor y aprensión ante el encuentro con sus padres.

Si eres padre o madre, proponte edificar una relación de calidad con tus hijos, no solo de órdenes y reglas. Dedícales tiempo, ten mucha paciencia, dales el mejor ejemplo posible y, sobre todo, ámalos a pesar de sus errores e incluso sus actitudes erróneas. Antes de hablar/actuar, reflexiona. No sea que caigas en lo que el apóstol Pablo dice que evitemos: “No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4).

Si tus progenitores viven, haz todo lo posible para retener las enseñanzas de tus padres; pruébalas y verás cómo hay mucha sabiduría en sus consejos. Obedece, a no ser que te pidan algo contrario a la voluntad de Dios. Exprésales tu gratitud a ellos por cosas específicas que hicieron por ti. Finalmente, atesora esos consejos en tu corazón (en tu interior) y, al mismo tiempo, colgados al cuello (hacia el exterior) como si se tratase de un hermoso adorno visible.

Un corazón alegre

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