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Apapache I

Cuando dejes de etiquetar las cosas, como si fuéramos productos, empezarás a comprenderlas.

1. La geografía de la noche en tu cuerpo

La noche que decidiste quedarte

me miraste por dentro,

y no te pude mentir.

Tus ojos redondos como la luna

se burlaban como diciéndome que esta vez

habría fase nueva.

Tus rodillas eran rombos cuarteados por el tiempo,

y las ondas de tu pelo

aterrizaban ariscas en mi piel.

La noche que decidiste quedarte

te tumbaste sin ropa mirando por la ventana,

y descubrí que la curva de tu cintura

era la única carretera

en la que me quería ver viajando desde entonces.

Y fue entonces cuando sucedió.

Tan inconexos,

como el rectángulo de una cama,

perdido en un mundo redondo.

Quise capturar ese momento

y guardarlo para siempre,

hacerlo eterno como un marcapáginas

en la mejor parte del libro.

Quise sentir la inconsciencia de que ese amor

acabaría por matarnos,

y que esta sería la última historia

que escribirían mis manos

en la demografía de tu espalda.

Era como mirarte continuamente a los ojos,

mientras tú hacías otras cosas.

Es difícil huir cuando no sabes si esos brazos abrazan,

o atrapan.

Es difícil cuando es fácil ver la vida

desde el balcón de tus pestañas,

tomar un vino en la terraza,

llegar a pensar que estás a salvo

y sentir el precipicio a la de tres.

La geografía de tu cuerpo era imperfecta,

la notaba sinvergüenza entre mis manos,

fugaz como espuma entre mis dedos,

que, como tal, se iban apagando.

La noche que decidiste quedarte

supe que sería la última vez.

Ahora no estás aquí,

y aunque todo está en calma,

sigue descuadrando.

Por fin me he dado cuenta,

era isósceles jugando.

2. Secreto

«Todo el mundo siente su dolor como algo grande e inmenso». Bebe

William Cowper dijo que

alejarnos de lo que amamos

es peor que la muerte.

Yo he dejado trocitos de mi corazón roto

por el camino,

por si decides salir a buscarme.

Decirte adiós es complicado,

algo así como volver a casa para morir en tu cama,

porque sabes que ya no volverás.

Yo he caído otra vez en tu forma de mirarme,

como la piedra a la que siempre recurro y amo,

y nada es una excusa,

pero es que no hay nada más impactante

que ver a tu cerebro

intentando conquistar un corazón,

y con razón.

Recuerdo el día que te pedí

que escucharas una canción que habla de mí.

Lo hiciste y me puse muy contenta.

Luego, cuando te fuiste,

hundí la cara en tu almohada,

y ahora tu olor vive instalado en mis mejillas,

tan grabado en mi mente

como las estrellas de Van Gogh.

3. Bocetos

Admiro la alegría más que la calma,

más que a la propia inteligencia incluso.

Esta última te acompaña siempre,

pero la primera solo viene a visitarme a veces,

es nómada y por eso la valoro.

Hoy he salido de la ducha

y mi pelo me ha pedido que no lo peine,

quiere sentirse libre en sus propias ondas.

Es el momento de ver lo obvio,

y yo le dejo ser.

Le he dicho que sí, porque me siento culpable,

culpable de esconderme debajo de muchas capas,

no sé si de barreras o barras de labios.

Culpable de haber gastado todo mi dinero

en libros, revistas y obras de teatro,

viviendo por encima de la palabra suficiente.

Preferí eso a una tele, porque detrás de esta

no había un viaje que nos llevase a reflexionar,

mientras volvíamos a casa juntos.

Aun así,

esta es la primera vez que he sentido

que podría despegarme de ti.

Otras veces pienso que estás adherido a mí,

y que si pretendiese alejarme, sería algo así

como arrancarme la piel.

Luego he visto una serie,

y la figura exacta de tu cuerpo

le faltaba a mi sofá.

Tomar una decisión,

y que la película nos regale lecciones y nostalgias,

es uno de mis clásicos.

De las cenizas y el humo yo me quedo las señales.

¿Cómo puede algo alimentar y dar hambre a la vez?

El amor es, a veces, dar lo que no tenemos,

y aun siendo conscientes de esto,

ir a buscarlo.

Somos seres incompletos e inestables,

por eso necesitamos sentirnos imprescindibles.

Lo cierto es que quise quedarme

cuando descubrí que tus ventanas

también eran puentes al sol,

aunque estos tanteen cuándo llevarme a buen puerto.

Si fueses una estación,

serías la de un tren,

hecho de despedidas a medias,

porque tus palabras dicen adiós,

pero tu cuerpo, al final,

siempre se queda.

Lo dicho:

cuestión de adherencias

y piel.

Un hogar es mucho más que estas cuatro paredes,

en las que encuentro paralelismos,

como que tú me des comida mientras yo

muero de sed.

¿Sabes?

Yo sé que te quiero, porque te veo reír,

y no quiero que la tuya sea nómada.

Y no sabré escribir un final,

pero si mañana todo acabase,

hoy querría pasarlo contigo.

4. Domingo a las ocho en los balcones

Te has ido y ha empezado a llover.

El cielo se ha pintado de negro,

pero yo ya no quiero estar triste.

Lo bueno de todo esto

es que mi capacidad de dar amor sigue ilesa,

y mis flores también.

Hoy nos mueve el deseo de que mañana

todo sea diferente.

«¿Hasta cuándo?», me preguntas.

Hasta que se convierta en lo que habíamos soñado.

Isósceles

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