Читать книгу Amor entre viñedos - Un brote de esperanza - Kate Hardy - Страница 7

Capítulo Tres

Оглавление

Allegra dedicó el resto del sábado a estudiar los documentos de Xavier, consultar cosas en Internet y tomar notas. Xavier le había dado su número de teléfono, pero no su dirección de correo electrónico. Y no le podía enviar un informe al móvil, no si quería incluir gráficos y fotografías. Al final, le envió un mensaje donde le decía que se iba a Londres al día siguiente, que volvería el martes o el miércoles y que necesitaba una dirección de correo para enviarle sus propuestas.

Xavier contestó aquella misma noche, aunque de forma bastante escueta. Al parecer, se había convertido en un hombre escueto en palabras. Si lo quería impresionar, sería mejor que actuara en consecuencia y le enviara un informe lo más breve, conciso y exacto que fuera posible.

Los días siguientes, iba a estar muy ocupada. Tenía que cerrar los cabos sueltos de su vida en Londres y pensar en ideas que convencieran a Xavier de que podían hacer un buen trabajo.

–Lo siento, Guy. No tengo hambre.

Xavier miró la cassoulet y apartó el plato.

–Sé que está un poco pasada, pero estaría bien si hubieras contestado al teléfono cuando te llamé por primera vez.

–Lo siento.

–¿Por qué te has retrasado? ¿Algún problema en los viñedos?

–No.

–¿Algún cliente que no ha pagado lo que te debe?

Xavier sacudió la cabeza con impaciencia.

–Tampoco. Todo va bien.

Guy se cruzó de brazos y miró a su hermano con seriedad.

–¿Que todo va bien? Oh, vamos… trabajas hasta la extenuación y tienes unas ojeras como si llevaras varios días sin dormir. No me puedes engañar, Xav. Ya no soy un niño. Y no necesito que me protejas como hacíais papá y tú cuando la cosecha había sido mala y el banco se negaba a concedernos otro crédito.

–Lo sé… Pero no intento protegerte, Guy.

–Si es un problema de dinero, es posible que te pueda ayudar. La marca de perfumes va bien. Te puedo prestar lo suficiente para salir del agujero, como tú hiciste hace un par de años conmigo.

Xavier sonrió. Había ayudado a Guy cuando su exmujer lo dejó en la ruina y a punto de tener que vender su empresa para sobrevivir.

–Gracias, mon frere. Te lo agradezco mucho, pero no es necesario. Los viñedos van bien. No necesito dinero.

–Ah… se trata de Allie.

Xavier dudó un momento.

–¿Allie? Qué tontería.

–Lo siento, hermanito, pero te he pillado. Has tardado demasiado en responder –dijo–. La sigues queriendo, ¿verdad?

Xavier se encogió de hombros.

–Si aún la quisiera, no habría salido con otras mujeres.

–Mujeres con las que nunca has llegado a nada –dijo Guy–. No en el sentido que tuvo tu relación con Allie.

–Eso pasó hace muchos años, Guy. Los dos hemos crecido, cambiado… Ya no tenemos nada en común.

–Si tú lo dices… Pero tengo la impresión de que estás buscando excusas para convencerte a ti mismo.

–No, no es eso. Admito que su vuelta me ha descolocado un poco, pero solo porque no esperaba volver a verla –afirmó–. Olvida el asunto, Guy. No me apetece hablar de Allegra.

–Está bien, como quieras. Pero si necesitas hablar en algún momento, ya sabes dónde estoy. –Guy le dio una palmada en la espalda–. Estuviste a mi lado cuando Vera me la jugó, y yo estaré a tu lado cuando lo necesites.

Xavier asintió.

–Quién sabe. Puede que los Lefevre estemos condenados a elegir mal en cuestión de mujeres. Papá, tú, yo… Menudo desastre.

Guy sonrió.

–Sí, es posible. Y también es posible que no hayamos encontrado aún a las mujeres adecuadas para nosotros.

Xavier pensó que Allegra había sido la mujer adecuada para él; pero, lamentablemente, él no lo había sido para ella. Y si quería que su asociación funcionara, sería mejor que lo tuviera presente.

En Londres, Allegra no tuvo tiempo ni de respirar. Además de trazar un plan sobre los viñedos, tuvo que traspasar su piso de alquiler a su amiga Gina, decidir qué se quería llevar a Francia y qué debía dejar en Inglaterra, recoger las cosas que tenía en el despacho e intentar no llorar en exceso cuando descubrió que Gina y sus compañeros le habían preparado una fiesta de despedida a la que asistieron todos menos su exjefe.

Estuvo tan ocupada que ni siquiera pensó en Xavier.

Hasta que subió al tren que la llevaría de vuelta a Avignon. Entonces, estuvo pensando en él siete horas seguidas. En él y en el hecho de que no hubiera contestado a ninguna de sus propuestas ni le hubiera preguntado cuándo regresaba.

Pero se llevó una buena sorpresa cuando el tren se detuvo en la última estación, donde debía tomar otro para ir a Ardeche. Xavier la estaba esperando.

Llevaba unos vaqueros negros y una camisa blanca, remangada y con el cuello abierto. Estaba tan guapo que no parecía un vinicultor, sino un modelo de publicidad. Y todas las mujeres que pasaban, se lo comían con los ojos.

Cuando la vio, alzó una mano y la saludó. Allegra apretó el paso y, por fin, dejó las maletas en el suelo.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–¿Es que no me vas ni a saludar?

–Bonjour, monsieur Lefevre –dijo con ironía.

–Bonjour, mademoiselle Beauchamp –replicó, sonriendo.

–Y ahora que ya nos hemos saludado, ¿qué estás haciendo aquí?

–Me tenía que acercar a Avignon por una reunión de negocios y tú necesitas que alguien te lleve a Les Trois Closes, así que decidí venir a buscarte.

Ella arqueó una ceja.

–Gracias, pero ¿cómo lo sabías?

–Me lo dijo Hortense.

Allegra parpadeó.

–¿Hortense?

–Sí. Y ahora, ¿nos vamos a quedar en la estación todo el día o prefieres que nos vayamos?

Xavier se encargó de sus maletas.

–Las puedo llevar yo –dijo ella.

–Por Dios, Allegra… Puede que los ingleses no tengan modales, pero estás en Francia.

–Está bien, como quieras.

–¿Qué tal te ha ido en Londres?

–Bien.

–¿Esto es todo lo que traes?

–He dejado el resto de mis cosas en un trastero –explicó.

–Por si las cosas no salen bien, supongo… –comentó él.

Allegra no supo si el comentario era un halago o un insulto, así que lo dejó pasar.

–¿Has recibido las propuestas que te envié?

–Sí.

–¿Y?

–Me lo estoy pensando.

Allegra decidió no presionarle al respecto.

–¿Qué tal tu reunión?

–Bien, gracias.

–Supongo que estaría relacionada con los viñedos…

–A decir verdad, no.

Allegra lo miró con cara de pocos amigos; por lo visto, estaba decidido a no darle explicaciones. Pero Xavier sonrió de repente y declaró:

–Bueno, te diré la verdad. No tenía ninguna reunión de negocios. Me he tomado el día libre y he estado comiendo con Marc.

–¿Con Marc? ¿Con monsieur Robert? ¿Con mi abogado?

–Con tu abogado que también es el mío –le recordó él–. Pero tranquila, no hemos estado hablando de ti.

Al salir de la estación, Allegra se llevó otra sorpresa. El coche de Xavier era el que su padre le había regalado en la adolescencia, el viejo coche con el que la había llevado por toda Ardeche y desde el que le había enseñado todas las maravillas de la naturaleza de la zona.

–¿Qué ha pasado con tu deportivo?

–Que no era práctico. Y este lo es.

–¿Que no era práctico? –preguntó perpleja.

Allegra no entendía nada. Xav había estado enamorado de aquel deportivo, un vehículo clásico que había arreglado con ayuda de Michel, el dueño del taller mecánico de la localidad. Le dedicó tanto tiempo que Guy y ella le tomaban el pelo constantemente.

–A veces, tengo que ir en coche por caminos de tierra o llevar varias cajas de vino a algún cliente –explicó Xavier.

–Lo comprendo… Pero, si ahora te interesan tanto las cosas prácticas, ¿por qué le has puesto una tapicería tan elegante? –se burló ella.

–Porque tampoco hay que exagerar, ¿no? –respondió él–. No esperarás que vaya por ahí con poco más que un carro y un burro…

–Desde luego, sería más ecológico –observó.

–El motor de mi coche es ecológico.

–¿Lo dices en serio?

–Bueno, en realidad es un híbrido; mitad eléctrico, mitad de gasolina –contestó–. Quizás te sorprenda, pero esas cosas me importan mucho. He invertido mucho dinero para conseguir que nuestros vinos tengan el certificado de producto ecológico.

Allegra se quedó perpleja. Era evidente que Xavier había cambiado.

Dos maletas no eran demasiado. Xavier sabía de mujeres que llevaban más equipaje para pasar un simple fin de semana, y Allegra iba a estar allí dos meses. ¿Qué pensaba hacer? ¿Volver a Londres a recoger el resto de sus cosas? ¿Encargarse de que se las enviaran?

Fuera como fuera, había otro asunto que le quería preguntar.

–¿Cómo te vas a mover por Ardeche?

–Supongo que el dos caballos de Harry sigue en la casa…

–Sí, pero hace años que no se utiliza. Tendrías que llevarlo a un mecánico para que lo ponga a punto, si es que se puede –declaró–. ¿Qué has hecho con tu coche? ¿Lo has dejado en Inglaterra?

–Yo no tengo coche. En Londres no lo necesito. Utilizo el transporte público.

–¿Y si tienes que salir de la ciudad?

–Entonces, voy en tren o alquilo un vehículo.

Él asintió y cambió de conversación.

–¿Por qué has dejado tu empleo? Podrías haberte tomado un año sabático.

–Dudo que ese canalla me lo hubiera concedido.

Xavier arqueó una ceja.

–¿Ese canalla? ¿Te refieres a su jefe?

–Al que ha sido mi jefe los seis últimos meses.

–Ah…

–Peter compró la agencia una semana después de que mi antiguo jefe se jubilara. Yo pensaba que me ascendería, pero ha contratado a otra persona para que ocupe su puesto. Es evidente que no cuento con su confianza.

–Lo siento.

Ella se encogió de hombros.

–No lo sientas. Me alegro de haberme marchado. Peter fue el culpable de que no pudiera asistir al entierro de Harry. Cuando le comenté lo sucedido y le pedí que cambiara la fecha de la reunión, me dijo que no podía ser… que la empresa estaba por encima de cualquier otra cosa –dijo.

–Comprendo que te hayas ido –replicó Xavier–. Pero, ¿qué habrías hecho si Harry no te hubiera dejado la mitad de los viñedos?

–No lo sé. Supongo que buscarme otro trabajo o establecerme por mi cuenta –contestó.

–Si me vendes tu parte de los viñedos, te daré una suma tan generosa que podrás abrir tu propia empresa. Podrías volver a Londres y hacer lo que quisieras.

Ella alzó la barbilla.

–No voy a vender, Xav. Me voy a quedar aquí –sentenció–. Deja de presionarme como si fueras un vulgar matón.

Xavier la miró perplejo.

–¿Como un vulgar matón?

–Bueno, quizás he exagerado un poco, pero intentas intimidarme.

–Yo no intento intimidar a nadie.

–Pero intimidas de todas formas. Tienes puntos de vista tajantes y ningún miedo a expresarlos en voz alta.

–Eso no me convierte en un matón. Yo escucho a la gente. El otro día, hasta te escuché a ti sin juzgarte… O por lo menos, sin juzgarte demasiado –dijo con humor.

–¿Y qué me dices de tu seguridad? Eso también intimida.

–Oh, vamos… No me dirás que tener confianza en uno mismo es un delito –razonó él–. Además, yo soy como soy. Si te intimido, qué se le va a hacer.

–Descuida. Soy perfectamente capaz de enfrentarme a ti.

–¿Me estás desafiando, Allegra?

–Por supuesto que no. ¿Por que tienes que sacar las cosas de quicio? –preguntó, cansada.

–Yo no estoy sacando las cosas de quicio. Preferiría que fueras un socio como Harry, que se mantenía al margen de los viñedos, pero es evidente que eso no va a pasar… Durante los dos próximos meses, estamos condenados a trabajar juntos. Espero que lo hagas lo mejor que puedas, pero no te voy a dificultar las cosas.

–Gracias, Xav. No te preocupes por mí; nunca he sido una vaga.

Xavier se preguntó por qué había dicho eso. ¿Es que su exjefe la había acusado de serlo? En tal caso, era un tonto además de un canalla. Con sus informes, Allegra le había demostrado que sabía trabajar. Era cualquier cosa menos una vaga.

Xavier detuvo el vehículo al llegar a la granja de Harry. Después, salió del coche, abrió el maletero y sacó las maletas de Allegra.

–Gracias –dijo ella–. ¿Te apetece un café?

–Te lo agradezco, pero tengo trabajo que hacer.

–Sí, claro… Supongo que te estarán esperando. Espero que mi presencia en Ardeche no suponga un problema para tu esposa.

Xavier la miró con humor.

–¿Intentas saber si estoy casado? Si te interesa, ¿por qué no me lo preguntas sin más? Déjate de subterfugios, Allegra. Es irritante.

Allegra se ruborizó.

–Tienes razón… ¿Estás casado?

–No. Y tú, ¿ya estás contenta?

Allegra se arrepintió de habérselo preguntado.

–Tu estado civil no me importa en absoluto. Simplemente, me preocupaba que tuvieras una relación con alguien y que me considere una especie de amenaza.

–Pues no, no mantengo ninguna relación con nadie –declaró–. Estoy demasiado ocupado con los viñedos. No tengo tiempo para complicaciones.

–No me digas que ahora eres célibe…

Él arqueó una ceja.

–¿Te interesa mi vida sexual,?

Ella se volvió a ruborizar.

–No, claro que no… Lo siento.

–Pero lo has dicho. Es evidente que sientes curiosidad.

–Olvídalo.

Xavier sonrió.

–No soy célibe. El sexo me gusta. Y me gusta mucho, como tal vez recuerdes. Pero, como ya he dicho, no tengo tiempo para complicaciones.

–Has cambiado mucho en estos años…

–Y tú. Por lo visto, los dos somos más viejos y más sabios.

–Sí, supongo que sí. En fin, gracias por ayudarme con las maletas.

Xavier se marchó enseguida. Allegra entró en la casa y, tras saludar a Hortense, subió las maletas. Mientras estaba guardando sus cosas, sonó el teléfono y encontró un mensaje de Xav. Le decía que la esperaba en su despacho al día siguiente, a mediodía. Y le pedía que llevara una barra de pan.

Cuando terminó con las maletas, habló con Hortense para que le diera las llaves del dos caballos de Harry y se dirigió al granero que su difunto tío abuelo utilizaba como garaje; pero, desgraciadamente, el coche no arrancó.

Ya estaba pensando en la posibilidad de alquilar un vehículo cuando vio una bicicleta apoyada en la pared. Y entonces, tomó una decisión. Aquella bicicleta iba a ser su medio de transporte. Hasta tenía una cesta en la parte delantera, donde podía meter el bolso y el ordenador portátil.

Era perfecta. Justo lo que necesitaba para empezar una nueva vida.

Amor entre viñedos - Un brote de esperanza

Подняться наверх