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La increíble historia del mejor

amigo del hombre

Antes de que pasara mucho tiempo, Iván y yo nos convertimos en los mejores compañeros.

Somos una pareja poco común, por supuesto. Iván es callado y sereno, un filósofo, un artista. Desearía poder ser más así. Nadie me ha acusado nunca de ser sensato.

¿De ser temperamental? Por supuesto.

Y no puedo hablar con palabras bonitas, como Iván. Soy un perro callejero, después de todo. Y me siento orgulloso de serlo.

Aun así, estamos conectados de una manera que nunca he conseguido con los humanos.

¿“El mejor amigo del hombre”? De ninguna manera. ¿“El mejor amigo del gorila”? Puedes apostar por ello.

Me parece que la primera vez que escuché esa frase —“El mejor amigo del hombre”— fue mientras veía la televisión con Iván.

En algún momento, Iván tuvo un pequeño televisor, y veíamos un montón de cosas juntos. Películas viejas o de vaqueros, dibujos animados, lo que se te ocurra. El pobre grandullón se encontraba atrapado en una jaula diminuta y no tenía mucho más que hacer más allá de lanzar sus “bolas de mí” a los boquiabiertos humanos.

El caso es que Iván y yo éramos grandes admiradores de la televisión. Anuncios de comida para gatos. Concursos de bolos. Operación Triumfo. ¿Qué más se podría pedir?

Una vez vimos un programa especial en el canal de naturaleza. Se llamaba La increíble historia del mejor amigo del hombre. Todo el programa era sobre perros famosos. Había perros de rescate y perros de terapia y perros de guerra y perros bomberos y perros actores y estos perros y aquellos perros. Y aquí, entre nos, la mayoría eran simplemente canes triunfadores.

Luego hablaron de este perro llamado Hach-no-sé-qué. ¿Hach-chico, tal vez? Parece que su dueño murió (sólo por curiosidad, me opongo a la palabra “dueño”, pero dejemos ese detalle de lado por ahora), y Hach-no-sé-qué se sentó durante más de nueve años en el mismo lugar, en la misma estación de tren, día tras día, esperando a que éste regresara.

La cosa es que el narrador hablaba sin parar sobre este perro, y todo lo que decía eran verdaderas exageraciones: ¡Qué leal! ¡Qué cariñoso! ¡Saca los pañuelos! ¡Bla, bla, bla, y más bla, bla, bla! ¡El mejor amigo del hombre!

Y a Hach-no-sé-qué le hicieron su propia estatua. No es broma.

Al perro que se sentó alrededor de nueve años a esperar a un hombre muerto.

El único e incomparable Bob

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