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Capítulo Uno

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La comida con su familia los miércoles era siempre uno de los mejores momentos de la semana para Iris Collins. Era una tradición que comenzó cuando ella y Thea, su hermana gemela, volvieron a casa del internado, y que las había acompañado hasta la edad adulta. Siempre cenaban en el club del edificio de oficinas de su padre, en el distrito financiero de Boston. Hal Collins era el dueño de Collins Combined, una firma especializada en inversiones a largo plazo.

El teléfono de Iris sonó justo cuando entraba en el edificio. Era su novio. Volvió a guardarlo en el bolsillo de su vestido entallado y abrazó a su hermana.

–Sabía que ibas a llegar pronto. Yo también he venido rápido para que pudiéramos hablar antes de que lleguen papá y mamá –dijo Thea–. ¿Qué tal tu viaje con Graham?

–Bien –contestó Iris.

–¿Solo bien?

Menos que bien, en realidad. Durante las vacaciones en Bermudas, Graham la había presionado para que fuera más osada en la cama y la cosa había terminado mal, con él bebiendo en el bar y ella sentada en el balcón escuchando las olas. Estaba intentando no romper antes de la boda de Adler, su compañera de habitación en la universidad, que se celebraría en diez días. Era dama de honor.

El teléfono vibró. Otro mensaje de Graham.

–Hablando del diablo…

Sacó el móvil y leyó:

Mira, las cosas no funcionan entre nosotros, así que hemos terminado. Espero que lo entiendas.

–¿En serio? –exclamó Thea, que había leído por encima de su hombro–. ¿Rompe contigo con un mensaje de texto?

Ojalá le sorprendiera, pero lo que sintió fue alivio. Rápidamente contestó.

Iris: Claro que lo entiendo.

Graham: Me lo imaginaba.

–¿Entender, qué? –preguntó Thea.

–Nada –respondió. No iba a hablar de sexo en el vestíbulo del edificio de su padre.

Thea le quitó el teléfono de la mano y escribió:

Iris: Por supuesto. Espero de la vida más de lo que tú puedes ofrecerme.

–¡Thea, devuélveme el teléfono!

Graham: Bien. Yo quiero a alguien que no sea básica, gris y aburrida. Que te den, zorra.

Thea quiso volver a quitárselo, pero Iris lo apartó y se limitó a enviar el emoji del pulgar levantado.

–¿Por qué has hecho eso? –protestó–. No tengo ganas de dar explicaciones.

–¿De qué tienes que dar explicaciones? –preguntó su madre, que se había acercado por detrás y las abrazaba. Corinne Colins, Coco para sus amigos, una persona siempre desbordante, iba vestida de Ralph Lauren.

–De Graham. El tío con el que salía.

–Ha roto con ella con un mensaje, el muy grosero.

–Desde luego. Pero no todo el mundo presta atención a la buena educación estos días.

–Cierto –contestó iris–. ¿Y papá?

–Se va a retrasar. Le he advertido que, como tarde mucho, os llevo de compras a las dos.

Las tres se echaron a reír pero, mientras Iris seguía a su madre y a su hermana hasta el restaurante, estaba que se subía por las paredes. ¿Cómo se había atrevido a decirle semejante grosería? Aburrida, vale, ¿pero gris? ¡A ella, Iris Collins, gurú del estilo de vida en televisión! Su estilo marcaba tendencia y en Instagram la seguía toda la jet set.

Había sabido que era un imbécil cuando le sugirió lo del trío, pero aquello era el colmo.

Su madre vio a una amiga del club de bridge y se acercó a saludarla.

–Tienes que llevarte a un tío que esté cañón a la boda –refunfuñó Thea–. ¡Enséñale quién es gris! No puedo creer que se haya atrevido a decirte eso.

–Vale, pero ¿a quién? No conozco a nadie. Y solo quedan diez días.

–Déjame pensar…

–No puede ser un conocido.

–Claro. Tendrías que contratar a alguien. Puedes hacerlo.

–No.

–¿Por qué no?

–Porque me resultaría embarazoso, por eso.

–No es embarazoso. Podrías ir del brazo de un tío estupendo, y como la factura la vas a pagar tú, tendría que comportarse como tú quisieras. De hecho, conozco a algunos que podrían estar interesados.

–¿A quién, si tú trabajas en casa con dos gatos?

Su hermana llevaba un exitoso blog sobre etiqueta y buenos modales.

–Tengo amigos –replicó.

–Gracias, Thea, pero yo lo arreglaré. Mejor no gastar ni un minuto más con Graham.

Su padre llegó y la comida resultó agradable, pero Iris sintió aquella desazón que siempre le inspiraba ver cómo sus padres se daban la mano mientras tomaban el café y los postres. ¿Era demasiado pedir encontrar a un compañero? Quería lo que tenían ellos, pero solo parecía atraer a hombres como Graham.

Quizás Thea estuviera en lo cierto. Podría encontrar algún tío sexy al que contratar para que la acompañase a la boda. Solo faltaban cuatro días y tres noches.

Zac Bisset detestaba Boston, pero en ocasiones la vida real se colaba en mitad de su entrenamiento y se veía obligado a dejar el barco y hacer lo que hubiera que hacer. No importaba que hubiese amanecido un día de junio perfecto. Llevaba traje y mocasines en lugar de bañador e ir con los pies descalzos. Haber nacido en el seno de una familia rica, privilegiada y con demasiadas restricciones nunca le había gustado mucho, y de todo ello escapaba estando en el mar, navegando. Era una pasión que había crecido en él durante los años de universidad y que había culminado con su inclusión en el equipo británico que competía en la Copa América. Había pasado cuatro años dedicado a ello, pero hacía poco que había dejado el equipo para hacer algo por su cuenta.

Preparar un equipo para competir en la Copa América era caro. Podría pedir dinero a la empresa de su familia, Bisset Industries, pero ese dinero llevaría consigo demasiados compromisos. Su padre llevaba tiempo intentando conseguir que se sentara en el consejo de administración de la empresa, pero lo último que él quería era tener que responder ante August Bisset. O peor aún, ante su hermano mayor, Logan.

Le gustaba tener libertad, pero sus opciones eran limitadas. Después de que conquistara la copa el equipo norteamericano patrocinado por Oracle se había decidido a intentar reunir su propio equipo y presentarse a la competición. Necesitaba una gran empresa que lo patrocinara, o bien la parte de la herencia que le fuera a corresponder, y lo cierto era que el tiempo se le estaba acabando. Ya deberían estar entrenando.

Acababa de salir de una reunión con una compañía de telecomunicación de las grandes con la que había estado hablando del patrocinio y se había parado en al bar a tomar un agua con gas. El teléfono comenzó a pitar y entraron varios mensajes. El primero era de su hermano mayor, Darien, que se dedicaba a la política y no al negocio familiar. Quería quedar a tomar algo antes de que las festividades por la boda de su prima dieran comienzo. A continuación entró otro de su equipo. Los chicos querían que los pusiera al corriente. El último era de su madre, diciéndole que estaba en Nantucket, en casa de la abuela, y lo animaba a que llegase pronto para que pudieran charlar un rato tranquilamente.

En aquel momento no le apetecía responder a ninguno. Por supuesto, sus dos personas favoritas de la familia habían hecho un esfuerzo por conectar, lo cual era de agradecer. Logan y su padre querían boicotear la boda de Adler porque se casaba con un miembro de la familia Williams. Eran los principales competidores de Bisset Industries, y el negocio lo había puesto en marcha un hombre al que su padre detestaba.

Zac no tenía nada contra el novio, así que se había ofrecido a asistir a todos los eventos. Le gustaban las fiestas de las bodas. Bebida, chicas guapas y bailoteo. Iba a ser una boda temática, así que todos se iban a desplazar a un resort de lujo de Nantucket, el buque insignia de Williams Inc., y que su hermana Mari no dejase de cantar las glorias del lugar hacía que Logan y su padre se mostrasen todavía más reticentes a asistir.

La familia era a veces un engorro.

Decidió contestar primero a sus compañeros de equipo. Los tres se encontraban en Nueva Inglaterra buscando patrocinadores y trabajando en el nuevo diseño del casco. La competición se ganaba tanto con habilidad en el mar como con un buen diseño del casco.

Zac: De la pasta, nada. Tenemos una reunión más. Luego, tendemos que buscar más opciones.

Yancy McNeil fue el primero en contestar:

Yancy: Qué mierda. Una amiga me ha dicho que conoce a alguien que anda buscando una inversión a largo plazo. Te pasaré el contacto.

Enseguida intervino Dev Kellman.

Dev: Yo no tengo ninguna idea por ahora, pero sí que tendré unos margaritas preparados en cuanto recuperéis la fe.

Zac: Gracias, Dev. Pásame el contacto, Yancy.

Mientras le pedía al camarero que le sirviera otra agua con gas, levantó la mirada y se quedó paralizado al ver a la rubia que acababa de entrar en el bar. Llevaba un vestido ceñido con manga corta. Estaba morena y en forma, y se movía con confianza y decisión. Sus miradas se cruzaron y ella sonrió tímidamente. Tenía los ojos tan azules como el mar de la isla de Nueva Zelanda. Su boca era… demonios, no podía dejar de mirarla. Tenía el labio superior más carnoso que el inferior, y de pronto en lo único en que podía pensar era en cómo sería besarla.

Estiró las piernas bajo la mesa y apartó la mirada. Sí, llevaba demasiado tiempo embarcado si lo primero que se le ocurría al ver a una mujer era pensar en besarla. Tenía que recuperar el control antes de pasar toda una semana rodeado de la familia.

Oyó pasos que se acercaban y levantó la vista, esperando ver al camarero, pero se equivocaba. Era esa mujer. Olía bien, como las flores de verano del jardín que su madre tenía en los Hamptons, y tenía una mirada franca que le gustaba. Él no era tímido, y nunca sabía bien cómo tratar con quienes lo eran. De cerca no era tan rubia. Había mechones de color caramelo en aquella melena que le rozaba los hombros, y lucía al cuello un fino collar con un colgante en forma de flor.

Iris andaba aún pensando en el consejo de su hermana cuando entró en el bar, al otro lado de la ciudad, una vez finalizada la comida. Miró a su alrededor. La tarde estaba ya mediada y se iba a reunir con su glam squad para repasar los preparativos para la boda en Nantucket. Dado que la boda de Adler iba a ser televisada y que habría montones de blogueros y sitios web de cotilleos, iba a tener que estar preparada para ser enfocada por las cámaras constantemente.

Había construido su propia plataforma durante los últimos cinco años, ascendiendo desde el puesto de asistente de Leta Veerland hasta tener su propio programa de televisión. De Leta había aprendido que siempre tenía que interpretar su papel en cuanto pusiera un pie fuera de su casa, aunque solo fuese a comprar leche al supermercado. Si alguno de sus seguidores la viera actuando o con un aspecto que contradijera su imagen de marca, perdería la credibilidad.

Thea le había escrito diciendo que había encontrado a un tío que sería su pareja todo el fin de semana por mil dólares, pero Iris guardó el teléfono. No le interesaba.

Miró a su alrededor. Ni rastro de su maquilladora, KT, ni de su estilista y asistente personal, Stephan, así que se dirigió a una de las mesas del fondo, y a punto estuvo de darse de bruces contra el suelo al ver a un tío rubio y escultural sentado en una de las butacas de cuero de al lado de la puerta. Tenía un maxilar cuadrado y perfecto, el pelo largo le llegaba casi hasta los hombros, pero lo llevaba limpio y brillante. Parecía un vikingo… pero no de los que asaltaban aldeas, sino de los que estaban para comérselos.

«Hazle una oferta que no pueda rechazar».

La voz de Thea se le había activado en la cabeza y la rechazó de plano. Eso no iba a ocurrir.

Pero ahora que su hermana había sembrado la semilla, se preguntó si podría hacerlo. Dirigía un negocio millonario, y de pronto recordó algo que le había dicho su madre cuando empezó a ganar dinero como influencer: «no temas pagar a la gente para que haga cosas que necesites que hagan».

Técnicamente no pasaba nada porque se presentara sin pareja a la boda, pero es que iba a ser televisada en su totalidad, y se estaba preparando para lanzar una línea de productos domésticos y un libro, y todo el equipo le había dicho que se estaba estancando, según revelaban las investigaciones, mientras que la competencia avanzaba. Gente como Scarlet O’Malley, heredera e influencer en las redes sociales, que ya se había casado y estaba esperando su primer hijo. Las demás habían pasado ya de ser chica-soltera-en-la-ciudad a recién-casada-y-mamá, mientras que ella seguía atascada en… en la tierra de aburrida-y-básica.

Si apareciera con alguien como aquel vikingo colgando del brazo, sería un subidón para su imagen social, y le proporcionaría un hombre junto al que posar. Podía considerarlo un acuerdo laboral…

Él levantó la mirada. La había pillado mirándolo y ella le sonrió. Le devolvió la sonrisa. Decidió acercarse. Ojalá hubiera prestado más atención a aquella película que puso su madre la última noche de chicas… Proposición indecente. Necesitaba interpretar a su mejor Robert Redford… o transformarle a él en su Pretty Woman y asumir el papel de Richard Gere.

La confianza era la clave. Podía mostrarse confiada. ¿Acaso no había convencido a sus padres para que la dejasen tener su propio canal de YouTube con solo catorce años?

–Hola.

Iba a dejarlo boquiabierto. Bajó la mirada y vio que llevaba los zapatos sin calcetines. El destino le sonreía.

–Hola. ¿Quieres sentarte?

Iris miró el reloj. Tenía unos quince minutos antes de que se viera obligada a llamar a su equipo.

–Vale, pero solo si me permites que te invite a una copa.

–Nunca rechazo a una mujer guapa –contestó él, levantándose para separar una silla.

–¿Ah, no?

–No. Nunca.

–¿Y alguna vez lo has lamentado?

Parecía un tío valiente, pero también era posible que estuviera viendo al hombre que quería ver y no al auténtico.

–Nunca. Alguna vez ha resultado distinto a lo que me había imaginado, pero así es la vida, ¿no?

–La tuya puede que sí. Yo soy más de seguir siempre un plan.

¿En serio se estaba planteando seguir la sugerencia de Thea?

–Lo de seguir los planes no es lo mío.

–¿Y qué tal te va?

–Voy donde el viento me lleve.

–¿El viento?

–Soy marino. Participo de las competiciones náuticas.

¡Ja! ¡Un vikingo! En lugar de dedicarse al pillaje, lo suyo era conquistar el mar.

–¿Como la Copa América?

–Exacto. En este momento estoy organizando un equipo y buscando inversores para participar dentro de cuatro años.

Así que necesitaba inversores…

–¿Por qué lo preguntas? –quiso saber.

Respiró hondo. Si de verdad iba a hacerlo, no encontraría mejor opción que la de aquel tío.

–Necesito un favor.

–¿Y solo puede hacértelo un desconocido?

Había un montón de documentos sobre la mesa. Eran prospectos, la clase de documento que alguien en busca de inversores utilizaría para dar a conocer su producto.

–Perdona –se disculpó, al ver que él los organizaba y los dejaba boca abajo–. No pretendía cotillear.

–No te preocupes. Pero has dicho que necesitabas un favor, y siento curiosidad. Siéntate, por favor, y cuéntamelo todo.

Iris se sentó, cruzó las piernas a la altura de los tobillos y mantuvo la espalda recta. Su padre le había dicho en una ocasión que la postura era el primer paso para transmitir confianza. Tragó saliva y respiró hondo. Tenía que andarse con cuidado. No quería que pensara que le estaba haciendo proposiciones deshonestas.

–Voy a hacerte un ofrecimiento que no vas a poder rechazar –dijo. ¿No habían sido esas las palabras de Robert Redford?

–¿Quién eres? ¿El Padrino?

–No, no. Estoy intentando decir que necesito un hombre para el fin de semana, y si ese prospecto significa que estás buscando inversores, quiere decir que necesitas dinero, así que… la estoy liando, me parece.

–¿Es una proposición indecente?

Solo por una noche

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