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Capítulo Dos

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Iris no pudo evitar ruborizarse.

–Es más una proposición profesional que personal.

No era la primera vez que le proponían algo de aquella naturaleza, pero siempre habían sido mujeres que querían entrar en su mundo de la jet set.

–Me intrigas –confesó. Aquella mujer era preciosa, y el hecho de que le estuviera ofreciendo dinero así, sin más, era una locura; era más bien una agradable fantasía pensar que alguien como ella podía patrocinar su equipo para la Copa América, y no una corporación sin alma, o su propio padre.

–Voy a asistir a una boda, y necesito ir acompañada. Son cuatro días y tres noches, y estoy decidida a invertir en tu proyecto a cambio de tu compañía. Sería solo para la galería. No espero que hagas nada indecente.

–Qué lástima. La idea me gustaba.

Qué curioso. Él iba a asistir a una boda que iba a tener esa misma duración. ¿Sería también ella una invitada en la boda de Adler?

Le gustaba aquella mujer. Era completamente distinta a las deportistas con las que solía salir, y aunque obviamente era una mujer refinada y se movía en los mismos círculos en los que él había crecido, le parecía distinta.

–Pues me temo que eso no entra en el menú.

–¿Por qué quieres contratar a un tío?

–Es una larga historia –contestó–, y no me apetece entrar en detalles. Baste decir que estaba saliendo con alguien, pero ha roto conmigo y no me apetece ir sola al evento. Van a televisarlo, y yo también voy a rodar mientras esté allí…

–¿Tiene algo que ver con la imagen? –preguntó, desilusionado. Ya le habían engañado otras veces.

–Sí, pero no es lo que te imaginas. Es mi profesión. Soy gurú de estilo… tengo un programa y una línea de productos, y la hermana de mi mentora ha diseñado el vestido de la novia, así que voy a rodar todo el backstage. Si fuera solo yo como invitada, no me importaría.

–¿Quién eres? Espero que no te importe que te lo pregunte, pero he estado fuera del país y me paso la mayor parte del tiempo embarcado.

–Me llamo Iris Collins.

Había oído aquel nombre, en particular de labios de su hermana Mari, quien quería seguir su modelo de negocio. Es decir, que no tenía ni idea de a qué se dedicaba.

–Soy Zac.

–¿Me equivoco al pensar que buscas inversores para tu equipo de la Copa América?

–No. Necesito financiación para participar. Tengo gente nueva e ideas que quiero probar.

–Creo que puedo ayudarte con eso.

–¿Tanto ganáis los gurús?

–No ganamos mal –se rio–. Otra razón por la que necesito dar la imagen adecuada. Tú solo tendrías que vestirte bien y darme la mano. Puede que también darme un beso o dos, pero solo necesito que seas mi acompañante en los eventos.

Su respuesta debía ser no. No necesitaba que Carlton Mansford, el mago de las relaciones públicas de su padre, le dijera que contratarse como acompañante no iba a valer la pena si llegaba a saberse. Y llevaba tiempo más que suficiente siendo un Bisset para saber que algo así no podría mantenerse en secreto.

Tenía que ser sincero con ella y hacerle saber que no estaba tan desesperado.

–Yo…

Quería decirle que no, pero sin avergonzarla. En otras circunstancias la habría invitado a cenar, pero no era esa clase de ocasión. Ya tenía que asistir a una boda bastante problemática por su cuenta, y tenía que centrarse en conseguir inversores para su proyecto.

–No digas nada más –le cortó, sonriendo–. Sabía que era un tiro al aire. Mi hermana me había dicho que tenía que hacer de Richard Gere y buscar un tío guapo al que llevar del brazo.

–Tiene razón, pero es que yo no soy ese tío.

Iris asintió.

–Gracias por tu tiempo. Yo invito a la copa.

Se levantó y se alejó con tanta clase y elegancia como él nunca sería capaz de conseguir.

De pronto hubo cierta conmoción en la entrada, y vio a un cámara y a varios fotógrafos que entraban a pesar de que la maître intentaba detenerlos. Fueron directos a por Iris.

–Señora Collins, hemos oído que Graham Winstead III ha roto con usted –gritó uno de los paparazzi–. ¿Afectará a su lanzamiento de Domestic Goddess? ¿Cómo puede decir que sabe qué es la felicidad del hogar cuando…

–¡Chicos, por favor! Los rumores son solo eso, rumores. Ni siquiera me voy a dignar a contestarlos. Como siempre dice mi padre, tener la oreja cerca del suelo y escuchar con atención está bien, pero repetir lo que has oído es buscarte problemas –Iris dedicó su sonrisa de ganadora a las cámaras y consultó el reloj–. Me marcho. Tengo una reunión importante.

Dio media vuelta para alejarse de los paparazzi, pero tropezó con una mesa y perdió el equilibrio. Zac se levantó antes de poder recordarse que ya había decidido que era mala idea. Pero verla mantener la dignidad con tanta gracia se lo había hecho olvidar. Quería saber más de aquella mujer. La rodeó con los brazos y ella lo miró atónita.

–Te tengo, carita de ángel.

Se agarró a sus hombros y sonrió de manera automática, pero convencida de que parecía el Joker de La patrulla suicida. Que la asaltaran en persona nunca le gustaba. Prefería enfrentarse a aquella clase de situaciones online, pasárselo a su asistente, sonreír y escribir una respuesta. Aún más incómodo era saber que Zac lo había oído todo.

–Gracias –dijo, enderezándose. Pero él seguía reteniéndola.

–Adelante –dijo.

–¿Has cambiado de opinión? –preguntó, sin soltar sus hombros y con la mirada puesta en sus ojos azules. Aunque en parte le gustaría que no tuviese nada que ver con el acuerdo, así era más fácil. Nada de sentimientos, ni de enamorarse de alguien que acabara considerándola aburrida y gris. Simplemente un intercambio de favores.

–Sí –contestó él en voz baja.

Iris le rodeó el cuello con los brazos y le plantó el beso más aparatoso y llamativo que le fue posible. Sabía que tenía que engañar a los paparazzi y se aplicó a conciencia. Le pareció que él se desconcertaba en un primer momento, pero luego su lengua entró en su boca, y se olvidó de las cámaras y del juego. Lo olvidó todo, aparte del hecho de estar en los brazos de aquel hombre, y que nunca se había sentido tan viva.

Echaron a andar para salir del bar, perseguidos por la nube de paparazzi que les lanzaba preguntas. En cuanto llegaron a la calle, un Bentley se paró delante de ellos y un chófer les abrió la puerta.

–Señor.

–Malcolm –lo saludó él, sujetando la puerta para que ella entrase.

En cuanto la puerta se cerró, Iris sacó el móvil y empezó a escribir.

–Perdona –se disculpó–, es que tenía que encontrarme con mi gente de maquillaje y peluquería en el bar. Les estoy escribiendo para cancelar. Bueno, ¿quién eres? ¿Qué está pasando? ¿De verdad has accedido a pasar por mi chico durante cuatro días? Estoy segura de que no necesitas el dinero… a menos que seas un gigoló profesional… que no eres, ¿verdad?

Él se tocó los labios y la miró como si no pudiera dejar de pensar en el beso. Siendo sincera, ella tampoco, pero quería fingir que no había ocurrido nada. Era una mujer gris, ¿no? Una mujer como ella no besaba a un desconocido, ni sentía aquella pasión abrasadora en un instante. Debía estar pillando la gripe. Sí, sería eso.

–Me dijiste que te ayudara a cambio de inversión en mi proyecto –explicó–. No iba a hacerlo, pero al ver a lo que te estabas enfrentando, no he podido resistirme.

–¿Estás haciendo esto por compasión?

–No. Lo hago por dinero –contestó, guiñándole un ojo.

Demonios, era tan guapo que por un minuto se limitó a devolverle la sonrisa… hasta que sus palabras calaron.

–Entonces, ¿necesitas dinero? Pero no eres un gigoló, ¿verdad?

–No conozco a nadie más joven que mi madre que use esa palabra.

–Por favor, contéstame. ¿Aceptas dinero de las mujeres a cambio de salir con ellas?

–Solo de ti.

Estaba siendo muy mono, pero aquella situación había pasado de ser casi una broma a una realidad, y estaba comprometida por las fotos que les habían tomado y que seguro se hacían virales. Tenerlo a su lado iba a salvarle el cuello, pero al mismo tiempo crearía un montón de situaciones a las que su equipo y ella tendrían que enfrentarse.

–Me alegro de saber que soy especial. ¿Dónde vamos? –preguntó.

–Donde tú quieras que vayamos para hablar de esto.

–¿Adónde los llevo? –preguntó el chófer sin apartar la mirada de la carretera.

–Llévenos a Collins Commons –dijo. Era la dirección de su padre en el distrito financiero. Podrían tratar los detalles en una de sus salas de conferencias. Su teléfono empezaba a llenarse de mensajes. Era su equipo, que quería saber dónde estaba y quién era el bombón que estaba con ella.

–¿Qué es Collins Commons?

–La oficina de mi padre. Podremos hablar de tu proyecto, mi inversión en él y lo que voy a necesitar de ti este fin de semana. Creo que lo mejor es que lo pongamos todo por escrito para que no haya confusión.

–¿Este fin de semana?

–Sí. La boda Osborn-Williams en Nantucket.

Zac se la quedó mirando en silencio y, al final, respiró hondo.

–¿Tu padre se dedica a esta clase de cosas?

–A inversiones, sí. A contratar hombres para un fin de semana, no. Creo que soy la primera de la familia que lo va a hacer.

Desde luego tenía que reconocer que sabía cómo recuperarse en un abrir y cerrar de ojos. Estaba claro que había mucho más en Iris Collins de lo que se veía a primera vista. La había visto manejar lo ocurrido con más aplomo del que él tendría jamás. El único instante en que la máscara se le había resquebrajado había sido al besarla.

Así que iba a asistir a la boda de su primo. Debería decirle quién era, pero igual entonces no se creía que buscaba inversores externos. Seguían siendo desconocidos, y decirle a la gente que era un Bisset le había complicado mucho la vida en el pasado.

La sala de conferencias a la que los condujeron estaba bien amueblada. Bastante parecida a la impresionante sala de juntas que había en Bisset Industries.

En algún momento iba a tener que decir quién era, pero aún no. Se lo estaba pasando bien. Ella le había arrebatado el control, había algo en aquella mujer que le fascinaba.

El problema era que su familia también iba a asistir a aquella boda, y aunque él era muy celoso de su intimidad, la clase de relación de relumbrón que ella quería… podía despertar preguntas. Iba a tener que tomar decisiones rápidamente.

–¿Te has asustado ya? –preguntó ella.

–¿Y tú?

–Yo, sí. Mira, has sido tan dulce acudiendo a mi rescate cuando iba a caerme, pero no estoy segura de que sepas dónde te estás metiendo.

Se recostó en el sillón de cuero y repiqueteó con los dedos sobre el pecho, un movimiento que había visto hacer a su padre cientos de veces, siempre que se enfrentaba a un oponente en un consejo de administración.

–Háblame de ello –dijo.

Ella asintió y caminó hasta el otro lado de la mesa. El sol del verano se filtraba el ventanal, y pudo admirar su magnífica figura.

–Como ya te he dicho antes, me dedico al estilo de vida. Mi carrera empezó con un blog, y fui asistente personal de Leta Veerland. No sé si habrás oído hablar de ella.

–La conozco.

Leta Veerland era la par de Martha Stewart. Había hecho carrera en los ochenta y los noventa con libros de estilo de vida, revistas y programas de televisión. Su madre la consideraba el summun del buen gusto y la emulaba en todas sus fiestas veraniegas de los Hamptons.

–Me lo imaginaba. Ella quería recortar el show y yo comencé a aportar una perspectiva más fresca y joven, según ella misma dijo. Y la gente comenzó a responder. Ya han pasado siete años. Mi mercado ha ido creciendo y ha pasado de ser el de una-chica-soltera-en-la ciudad, al de vida-en-pareja-y–hogar…

–Pero no tienes pareja.

–Sí, bueno, salía con alguien, pero no funcionó. Y he ido dejando pistas que parecían decir que iba a revelar la identidad de mi chico nuevo en esta boda en la que soy dama de honor. También estoy promocionando el lanzamiento de un nuevo producto para futuras novias y esposas, así que…

–Quedaría fatal que te presentaras sola –concluyó–. Vale, eso tiene sentido. ¿Qué es exactamente lo que necesitarías de mí si accedería a hacerlo?

Se volvió, y Zac cayó en la cuenta de que, cuando hablaba de negocios, la dulzura desaparecía. Tenía una expresión tan seria de emprendedora que le recordó mucho a su padre y a su hermano Logan cuando estaban a punto de cerrar un trato.

–Los paparazzi acaban de vernos abrazados. Me temo que, o es contigo, o con nadie más. Solo nos queda acordar un precio.

Se levantó y se tomó su tiempo para llegar al otro extremo de la sala de conferencias. Le había llegado una mano ganadora, y aunque era consciente de que financiar la participación en la Copa América era un precio demasiado alto para que ella lo pagase por cuatro días de noviazgo, ambos estaban en una posición en la que no había otra salida.

Ella no retrocedió cuando se le acercó hasta quedar a escasos centímetros el uno del otro.

–Me temo que lo que necesito es muy valioso.

Solo por una noche

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