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3. Convite
ОглавлениеCinco horas después, estamos en la boda, nosotras y nuestros magníficos peinados. Me encuentro en un jardín de rosas con las demás damas de honor, mis hermanas de diferentes madres. Los arbustos son tan frondosos que solo alcanzamos a ver a los hombres fugazmente.
Me pongo de puntillas para buscar a Ojos Plateados, pero no lo localizo, así que me obligo a echarme atrás. Total, la mayoría ya están casados.
Callan está espectacular. Entre el cuello en pico, la pajarita y el esmoquin negro, parece preparadísimo para dar el gran salto; el valiente paso que muchos hombres no logran dar.
El que Emmett evitó a toda costa.
Callan no se parece en nada a Emmett.
Se lo ve… entusiasmado. Creo que Callan quiso casarse con Livvy desde la primera vez que la vio. Ahora espera al amor de su vida, y sé que ella se muere de ganas de lanzarse a sus brazos.
Liv está preparadísima para su gran día. Callan está guapísimo, pero Livvy está deslumbrante.
Suena la música.
Por un instante, me entra el pánico. Se me van a doblar las rodillas antes de llegar al arco cubierto de hiedra que conduce a los jardines en los que tendrá lugar la ceremonia.
Antes de que ocurra, tengo a Cullen al lado. Lo siento con solo verlo. Enlaza su brazo con el mío y, de pronto, me envuelve su calor.
No vino al ensayo de la semana pasada. No sabía que me llevaría él.
En teoría iba a ir sola. De repente, agradezco que me acompañe alguien, pero no se lo diré.
Me aferro más a su brazo cuando Cullen murmura:
—Pensaba que Livvy y tú erais mejores amigas.
—Y lo somos.
Todavía con la vista al frente, alza una ceja.
—¿Y nadie te ha dicho que es de mala educación que la dama de honor vaya más guapa que la novia?
Me arde la piel. Me quema a fuego lento y de dentro a fuera. Estoy incómoda, pero necesito oír más. Me pregunto si Playboy tendrá otra jugada en su manual.
Mientras seguimos a Gina y Tahoe al mismo ritmo, me roza el dorso de la mano con los dedos. Su contacto hace que me estremezca, pero me mantengo serena y tranquila.
—Deja de cortejarme —susurro.
—Eso fue anoche. Hoy empieza el juego. Te estoy seduciendo.
—¿Aquí? —Hago una pausa y él me ayuda a reincorporarme a la marcha—. Para.
—No puedo evitarlo.
—No te va a funcionar.
—Lo hará.
Llegamos al final de nuestro paseo juntos.
—Ya veremos. —Nos separamos.
Cullen se pone al lado de Callan. Me giro de golpe para esperar a la novia; nuestro breve encuentro me ha dejado sin aire.
Nuestras miradas se cruzan y se encuentran de nuevo. Como no pare seré un manojo de nervios húmedo para cuando declaren a Callan y Livvy marido y mujer.
Observo a nuestras amigas dirigirse al altar para situarse junto a Callan y Livvy.
Está todo el grupo.
Eso es lo que me gusta de nosotras, que nos desvivimos por las demás.
Miro a Cullen a los ojos, no sé por qué. Será que soy masoquista. A lo mejor lleva un amuleto en el bolsillo. Bajo la vista. Cuando me doy cuenta de lo que hago, miro arriba enseguida.
Se le crispan los labios y maldigo mi existencia. Me estoy follando a un tío con la mirada en la boda de mi mejor amiga. Peor todavía: estoy pensando en acostarme con el hermano del novio.
¿Se puede caer más bajo?
La multitud empieza a murmurar. Aparto la mirada de él.
Rachel y Saint se hallan bajo el arco. Están tan impresionantes juntos que casi les roban el protagonismo a los novios cuando Rachel le da la mano a su niño de tres años, y su niña, a la que su padre lleva en brazos, señala a Saint y dice: «Papi».
Les hacen fotos. Una famosa bloguera de estilo de vida garabatea unas notas y una periodista del Times hace una foto con su teléfono inteligente y envía un correo electrónico a toda prisa. La hija de Malcolm y Rachel, que todavía le da golpecitos a su papi, ha causado sensación.
Se oyen unas débiles risitas. Cullen la observa divertido.
Ahora sí que me ha conquistado.
Mientras esperamos a la preciosa novia de Callan, una orquesta completa toca «Never Tear Us Apart». Qué bonito. Es absolutamente perfecto.
Oír a Livvy y a Callan pronunciar sus votos me hace llorar. Él dice que quiere regalarle el mundo y que es lo más importante de su vida. Y, vete a saber por qué, sigo llorando cuando da comienzo la marcha nupcial.
Lloro porque estoy feliz por ellos y triste por mí.
Lloro porque hace solo unos meses me imaginaba que algún día estaría ante el altar con el hombre que me amaba; un hombre con los ojos, el pelo y la cara de Emmett. Y que él pronunciaría sus votos.
No me creo que me esté pasando esto; que sea la única soltera de mis amigas. Que no solo ya no esté con Emmett, sino que no crea ni por un segundo que el sueño de casarme y de amar y ser amada «hasta que la muerte nos separe» se vaya a hacer realidad.
Durante el banquete, me dirijo al baño para empolvarme la cara y me reprendo. «No seas llorona, Wynn. Es el gran día de Livvy. Alégrate por ella. Distráete y no pienses en Emmett».
Es más fácil decirlo que hacerlo… hasta que llega él.
Cullen.
Lo localizo y, por alguna extraña razón, ya no tengo ganas de llorar, sino de estar deslumbrante.
No sé por qué, tal vez sea para que le salga competencia.
Es que está como un queso.
Le digo a Rachel en voz baja:
—Si aparte de jugar al póquer es bombero, préndeme fuego, ¿vale?
Se echa a reír y procede a observarlo con ojo experto. Está casada con el hombre más atractivo de todo Chicago, así que… sabe de qué hablo.
—Sí. Está buenísimo. —Le da un sorbo a su vino. Le brillan los ojos mientras lo miramos—. Pero no te acerques a él.
Quiero lamerme los labios y una imagen de mí lamiéndole los labios a Cullen me asalta.
¿En qué estoy pensando?
A decir verdad, no sé si quiero venderle mi alma a Cullen Carmichael, pero me entra un calor de mil demonios cuando lo miro. Hasta la camisa que lleva debajo de la chaqueta del esmoquin es negra, y ese color le sienta de maravilla.
No le quito ojo durante el banquete, que de pronto se traslada al interior porque empieza a llover.
Vigilarlo no es mi intención. Pero una parte de mi subconsciente siente la curiosidad justa como para percatarse de que solo bebe agua, se ha fumado medio puro porque los padres de Livvy le han obligado a apagarlo y se ha reído una vez; una risa que iba dirigida a su hermano por adular a su mujer, así que ni siquiera estoy segura de que eso cuente como risa.
Después de echarle miradas furtivas durante un rato, reparo en que le estoy prestando demasiada atención, por lo que me esfuerzo por ignorarlo… hasta que llega mi ex.
Emmett.
Mi exnovio, que es escoria, bueno, no es escoria, solo es el tío que me rompió el corazón en un montón de pedazos tan diminutos que no consigo que vuelva a tener su forma original porque algunos de los trozos no se ven ni con lupa.
Localizo su cabeza rubia al fondo. Está saludando a Callan y Livvy.
Emmett tiene un aspecto impecable mientras abraza a Livvy y un tornado despierta en mi estómago. Con la intención de alejarme lo máximo posible, llego a las mesas. Entonces veo el nombre de Emmett en la tarjeta de comensal que hay justo al lado de la mía. Parpadeo y vuelvo a mirarlas.
¡No, no, no, Emmett a mi lado no!
Ya nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir. Ya hemos hablado de todo lo que teníamos que hablar.
HEMOS TERMINADO.
Echo un vistazo a mi alrededor, presa del pánico, y veo que mis amigas están ocupadas charlando con sus maridos o mezclándose con los demás. Vuelvo la vista hacia la tarjeta, sorprendida de que esté ahí, y sé que no es culpa de los novios. Han estado realmente ocupados con los preparativos; a la organizadora no le llegaría la nota que decía que habíamos roto hacía tres semanas.
Así que hago lo que haría cualquier chica. Busco el nombre de Cullen en la mesa de enfrente y cambio su tarjeta por la de Emmett.
Así no solo me libraré de estar sentada al lado —justo al lado— del hombre al que amé durante cuatro años y que me rompió el corazón, sino que tendré la oportunidad de sentarme junto a un tío que parece estar soltero (lo cual es un suponer, claro, pero bajo mi punto de vista es demasiado callado y taciturno como para imaginarme a una mujer que quiera estar con él toda la vida). Y, lo que es más importante, me resulta indiferente y no siento la necesidad de impresionarlo.
Así pues, intercambio las tarjetas y observo a Cullen pasearse por la sala luciendo palmito con una bebida en la mano.
No estoy muy segura de si me gusta. No es que sea difícil de mirar, es que no sé si me gusta Cullen. Me pone demasiado nerviosa como para «gustarme», pero me intriga lo bastante como para no habérmelo sacado de la cabeza desde anoche.
Se acerca a mí tranquilamente, lo que provoca que se me acelere el corazón.
Saca la silla con los pies y se sienta. Parece de mal humor. Como si estuviese molesto conmigo, y no sé por qué, si soy yo la que está molesta con él.
Ni siquiera me explico cómo un hombre que desprende tanto calor no derrite el suelo a su paso.
El aire que lo rodea parece inflamable.
—Wynn.
—Cullen.
Se limita a sonreírme.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Que mi nombre no estaba aquí.
—¿Y tú qué sabes? —pregunto.
—Lo he visto antes.
—Uy. —Lo miro sorprendida, su semblante estoico no me dice nada—. ¿Y te parece mal?
Un momento. ¿Que lo había visto? Qué cabrón.
—Fatal —dice con un tono que deja entrever que no habla en serio.
Pongo los ojos en blanco.
—No sé por qué me molesto en hablar contigo.
—Porque tu ex nos está mirando.
Se me para el corazón. No estoy segura de si es porque Cullen se ha acercado un poco más o porque tiene razón. Emmett nos observa.
—¿Y? —pregunto.
—Que todavía lo quieres —declara con una sonrisa mientras sus bellos y pronunciados rasgos se burlan de mí y sus ojos relucientes se mofan—. ¿Qué te hizo? ¿No te compró una obra en esa exposición superimportante?
Ni siquiera conozco a este tío y ya tengo ganas de pegarle dos bofetones. En cambio, le sigo el juego y pregunto:
—¿Te estás cachondeando de mi amor por el arte?
Frustrada, no aguanto más y me voy a por una copa de vino. Sigue mi trayecto con la mirada.
Se me forma un fuerte nudo en el estómago cuando le arrebato una copa a un camarero y vuelvo a sentarme a su lado.
—Lo que yo hago tiene mucho más valor que a lo que te dedicas tú —añado mientras lo miro con el ceño fruncido.
—Se me ocurre algo para demostrar que te equivocas, pero tendrías que venir conmigo a Las Vegas. Así verías cómo consigo un sitio en una mesa de nueve para el campeonato Texas Hold’em.
—No he ido nunca a Las Vegas.
—Aunque no estoy seguro de si te quiero cerca en la final. En realidad, no estoy seguro de si te quiero cerca. —Me observa con esos ojos plateados, desconcertantes e impenetrables, y se inclina hacia delante con una mueca pícara en los labios—. Pero has conseguido que vuelva a estar en racha.
—Y tú has sido justo lo que necesitaba para salir de la rutina. Gracias a ti no quiero volver a tener pareja en la vida.
—Me alegro de haberte inspirado, Pelirroja. Tú también me inspiras.
—¿A ti?
—Haces que juegue mejor.
—Ah, sí, cartas. Es verdad, que tu trabajo es mucho más importante que el mío.
—No has jugado lo suficiente para saberlo con certeza.
—Tú tampoco sabes nada de arte. El arte es muy superior.
—Me encantaría estar de acuerdo contigo, pero en ese caso los dos estaríamos equivocados. A mí me gusta más jugar. —Me observa—. Te pasas por mi trabajo, yo te ayudo con el tuyo y luego decidimos cuál es el mejor. Quien gane, se lo lleva todo.
—¿A qué te refieres con todo?
—¿Cien mil dólares? —sugiere.
—¡Sí, hombre! No voy a apostar el dinero que consigo trabajando.
Tiemblo solo de pensarlo.
—No me puedes ofrecer nada más.
Y una mierda. Todos los hombres quieren algo.
—¿En serio? Tienes hambre de dinero, ¿eh?
—Mi apetito no tiene límites.
Eso sí me lo creo. Este hombre apostaría por casi todo.
Al principio me emociona, hasta que pienso en por qué apuesta. Tal vez regenta un club privado y juega con los matrimonios y los divorcios, y con los nacimientos y las muertes. Eso último hace que me cueste respirar. Qué macabro. Y, sin embargo, sé que es verdad. Si se juega una partida o se hacen cábalas, Cullen apostará cómo quedarán.
Y yo me pregunto: «¿Qué querrá apostar conmigo?
—Tú sigue ganándote la vida con las apuestas que llegará un día en que sabrás lo que es pasar hambre.
Pese a lo mucho que me irrita, Cullen Carmichael también me intriga. He pasado casi todo el día pensando en él. Y ahora que me siento a su lado, me comporto como una maleducada. ¿Es porque Emmett nos observa y quiero que sepa que es posible que un hombre se interese por mí, aunque pase de él? ¿Parezco sofisticada o estoy siendo una bruja?
Y, bueno, para empezar, ¿qué le importaría a Emmett?
O a mí.
—¿Cómo puedes odiar algo que no entiendes? —Cullen acerca la silla y pone un brazo en la mesa.
—Entiendo lo justo. Quizá es una forma estupenda de ganarse la vida. —Estupenda para él, supongo, pero yo no voy a vivir así—. La vida de un jugador está llena de altibajos. Un minuto estás forrado y al siguiente, no puedes pagar la luz. ¿Qué clase de vida es esa?
Se hace un largo silencio mientras considera mi respuesta y me suelta sin rodeos:
—Te vienes conmigo a Las Vegas.
—¿Cómo? —Sacudo la cabeza, segura de que nunca me he negado a nada tan rápido como a esto—. No. Olvídalo.
—Es el único modo de demostrarte que te equivocas. —Se reclina en la silla como si ya estuviese decidido—. Los tahúres tienen sus propios «desafíos», pero yo no soy un tahúr. Soy mucho más disciplinado.
—Venga, vale, te escucho.
—El póquer es diferente. Si eres bueno… —me dice mientras me penetra con una mirada que tardaré en olvidar—. Y yo soy… muy pero que muy bueno, puede convertirse en una profesión lucrativa con unos beneficios que te dejarían asombrada.
—Quiero apostar.
—¿Sí?
De pronto, me apetece hacer muchas cosas con y para este hombre, pero jugar no es una de ellas.
—¿No estás satisfecho con todos tus millones y las mansiones que tienes repartidas por el mundo? ¿Quieres un par más?
—Quiero todo lo que se pueda comprar con dinero.
—Bueno, pues yo tengo cosas que no se compran con dinero. Como un canalillo precioso.
—Cariño, veo escotes más pronunciados que el tuyo todos los días. Si te digo la verdad, estoy empezando a desconectar.
Bosteza, y mi ego se resiente.
—Mi culo —suelto—. Tengo buen culo.
Lo último que necesito tras una ruptura horrible es que este tío me genere inseguridades, pero me ha provocado y no puedo quedarme callada.
—Te propongo un reto: si ganas, hago lo que me digas. Y si gano yo, tú haces lo que yo te diga —añado.
—Es demasiado impreciso. Nunca juego sin saber cuál es el premio.
—A ver que piense…
Se humedece los labios con la punta de la lengua.
—Deslúmbrame con un poco de creatividad.
—Te la chupo.
Se atraganta con la bebida y da un golpe con la copa.
—¿Es lo bastante creativo para ti? —Sonrío y me levanto para que se lo piense. Quiero añadir algo como «voy con todo», pues aprendí la expresión en la timba de póquer de anoche.
—Eh, eh. —Se levanta al momento, me agarra el codo para que me gire y se cierne sobre mí—. Entonces, ¿si ganas tú, te lo hago yo a ti? ¿Quieres que te lo coma?
—¿Cómo?
—Di.
Su tranquilidad me deja sin aliento.
Sus ojos, todavía inescrutables, brillan con un nuevo fulgor.
—Mmm, sí, no estaría mal —admito.
Se queda quieto un momento, salvo por el brillo cegador de su mirada, que me hipnotiza. Su agarre es lo único que me mantiene en pie, debido a la sorpresa que me provoca su interés.
No estoy muy segura de si soy atractiva, pero me mira con una fijeza que parece que quiera comerme para desayunar, almorzar y cenar.
—Para —digo con la voz entrecortada.
Me observa, perplejo.
—¿Por?
Resoplo, exasperada.
—Hay gente mirando.
De repente, me doy cuenta de que nos mira todo el mundo. Sobre todo Emmett, que me ojea desde su mesa con expresión preocupada. Hay una mujer sentada a su lado. Puede que no haya venido con ella, pero duele igual, como el hecho de que antes ese lugar me correspondía a mí.
Me apresuro a encarar los ojos plateados que me observan.
—Emmett nos está mirando.
—Que mire.
—No. Vale, no pasa nada —digo más relajada—. Baila conmigo.
—Yo no bailo. Necesito un trago. —Empieza a alejarse cuando se vuelve hacia mí con aspecto desconcertado—. ¿Quieres que se dé cuenta de lo que se está perdiendo? Créeme, lo sabe.
Frunzo los labios y asiento. No sé qué hacer para asegurarme de que no se me ve afectada. De pronto, estoy afectada.
Me dije a mí misma que no iba a contratar a un acompañante para darle celos. Me dije que me comportaría como una adulta. Pero me siento vulnerable e indeseada, como si hubiese hecho bien en dejarme porque ha encontrado algo mejor.
Cullen me mira, y yo arqueo las cejas cuando me pone la mano en el pelo. Se inclina y posa sus labios sobre los míos.
Su beso me embriaga. No tengo ni idea de cuánto dura, solo soy consciente de su nombre y de la humedad, el sabor, el calor y la fuerza de sus labios. Del hambre de su boca.
Se aparta con brusquedad y me deja jadeando. Se le ha acelerado un poco la respiración. Me roza los nudillos con los dedos para alargar el momento y me mira de pasada.
El martilleo de mi corazón se convierte en un estruendo.
El fuego que ha prendido es imposible de sofocar.
Le acaricio el pecho y trago saliva al notar el relieve de los abdominales.
—¿Qué iba a decir? —pregunto aturdida. Niego con la cabeza mientras trato de recomponerme—. Aaah, ya me acuerdo. Ibas a disculparte —miento.
—¿Por?
—Por no bailar.
—No lo siento. Soy el tío que se queda en la barra, no el que sale a bailar.
—Pues entonces por besarme.
Sus ojos se convierten en dos rendijas cuando se concentra en mi boca.
—Tampoco lo siento.
En su expresión no queda ni rastro de la emoción por el beso.
La facilidad con la que oculta sus sentimientos hace que sienta la necesidad de besarlo de nuevo y ver cómo se le intensifica la mirada unos segundos más. Como no me distraiga, me volveré loca.
—Te estás esforzando mucho —le digo de repente—. Me pregunto si de verdad tienes tantas ganas de que te la chupe. ¿Qué tal si te doy un lametón y te dejo con los pantalones bajados?
—No podrás resistirte al sabor.
—Vaya, estás hecho todo un playboy.
—Hago honor a mi nombre.
—Bueno, pues a ver si ganas y te pruebo.
—No me importaría que ganases tú, así soy yo quien te prueba.
Me asalta una sensación súbita de sorpresa seguida de un calorcito cuando me doy cuenta de lo que eso significa.
Me muestra una sonrisa tan brillante como el ocaso. En sus ojos oscuros se refleja una promesa.
De repente, me vuelvo consciente de su presencia y de lo grande que es su cuerpo en comparación con el mío, y me siento cada vez más abrumada cuando me mira fijamente.
Se me remueve todo.
—¿Te vas a llevar el vestido que te pusiste anoche? —me pregunta.
—Sí.
—¿Y las botas?
—Sí, son mis favoritas.
—¿Y lo que te pusiste en las orejas, esas cosas largas de oro?
—Pues… —¿Es consciente de que acaba de enumerar todo lo que llevaba puesto? ¿Siempre se fija en esas cosas?
—Llévatelas también —añade, pues la sorpresa me ha dejado muda.
—¿Te apetece bailar, Wynn? —me pregunta Valentine, uno de los amigos de Rachel.
—Ella no baila —gruñe Cullen.
—Le encanta bailar —lo contradice Valentine.
—Ya no.
¿La temperatura ha bajado treinta grados de pronto? De repente hace frío y los pezones se me han puesto duros bajo el vestido sin tirantes.
Cullen me arrastra de vuelta a la mesa, y noto que Emmett me observa mientras reflexiono acerca de la situación. Cullen y yo nos hemos embarcado en un estúpido juego para valorar el trabajo del otro. Y lo que es más importante: él vuelve a estar en racha y yo he escapado de mi rutina. Y pienso en que voy a estar con un tío con el que no me quiero casar, lo cual es una novedad. Y pienso en que me voy a ir de la ciudad, y cada vez me gusta más la idea.
—Te recogeré a las ocho. Vas a venir a Las Vegas conmigo. ¿Lo has entendido? —dice Cullen.
—Pues claro que lo he entendido, y estoy totalmente de acuerdo. Pero solo puedo estar fuera el domingo y cuatro días entre semana. Luego volvemos y me ayudas con mi exposición. —Siento que he hecho una travesura de la que ni siquiera me arrepiento. Cuando Rachel y Saint me llevan a casa al cabo de unas horas, sonrío.
Hablan de la boda mientras yo miro por la ventanilla y me pellizco el labio inferior.
Ay, madre. Le he dicho guarradas al hermano del novio. Acabo de aceptar irme de viaje con él. Peor aún, ¿también le he exigido que me ayude con mi preciada exposición?
Me pregunto si mis hormonas femeninas habrán asaltado mi mente. Emmett me estaba observando. Nuestra ruptura todavía es muy reciente en mi cabeza, y duele demasiado pensar en ello. He trabajado sin parar, he intentado mantenerme ocupada y distraída para no pensar, para no sentir, y Cullen Carmichael es una distracción tan válida como cualquier otra.
Por no hablar de que estoy deseando ganar el premio. Emmett, pese a ser un chef al que le gusta probarlo todo, nunca bajó al pilón. Debería sentirme insultada. Bueno, y ahora un hombre parece disfrutar con la idea de hacerlo, lo que consigue que vuelva a sentirme deseada.
Me gusta.
Lo necesito.
Aunque decida que no quiero nada como premio.