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2 Caso: La familia de Anna Campbell

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(Nota: Los nombres del caso 1523 y de los miembros de su familia se han cambiado para mantener la confidencialidad.)

En 1938 una mujer de veintinueve años visitó a Edgar Cayce en busca de una lectura psíquica (caso 1523). Estaba desesperada y lo consideraba su última esperanza. Se sentía agotada física y mentalmente. Su matrimonio no marchaba bien, y no se le ocurría qué hacer al respecto. Se debatía entre divorciarse de su segundo marido o quedarse con él. Aunque se sentía infeliz en esa situación, una parte de ella esperaba que su matrimonio funcionara para cumplir su sueño de tener una familia.

Sin embargo, no fue la consejería matrimonial lo que motivó su visita al señor Cayce, sino una dolencia física. Temía que su problema requiriera cirugía y la dejara incapaz de concebir. En su desastroso primer matrimonio, un embarazo tubárico provocó la extirpación de la mitad de los tubos de Falopio. Había empezado a experimentar síntomas físicos similares, y revivieron sus temores de que un segundo embarazo tubárico acabara con sus posibilidades de concebir un bebé. Deseaba ser madre, más que nada en el mundo. Otros miembros de la familia habían estudiado carreras universitarias y su hermana estaba haciendo una maestría, pero no Anna, desde que podía recordar, su sueño había sido uno: «tener seis hijos y envejecer con ellos». Esperaba que una lectura psíquica le ayudara a evitarse otra operación.

La historia de la vida de Anna era desconocida para Edgar Cayce al momento de la lectura. Pero una perspectiva general de la misma nos permitirá comprender mejor su situación, así como su conexión con el pasado.

Anna había nacido a principios del siglo veinte, en un pequeño pueblo. Tan pequeño, de hecho, que medio siglo más tarde fue anexado a las comunidades que lo rodeaban y literalmente desapareció. Sus padres eran granjeros, pero su madre provenía de Kentucky y de un origen mucho más refinado y elegante que el de su padre, hecho que pareció molestarlo durante buena parte de su vida. El padre había sido uno de los últimos colonizadores, profundamente arraigado en la tierra y en el conocimiento de lo que ésta podía proveer para su familia.

Ella era una de los seis hijos que llegarían a la edad adulta y la mayoría del tiempo se llevó bien con todos sus hermanos a excepción de su hermana mayor. Desde que podía recordar, entre las dos había existido antagonismo, celos y desconfianza. Aunque sus padres habían creado un entorno bastante bien estructurado—había estudios y labores que realizar—, los años de enfrentamiento entre Anna y su hermana Vera habían provocado tal frustración a su madre, que finalmente dejó de interceder. La pelea quedó entonces en manos de Anna y de Vera, y la siguieron peleando.

Aunque las riñas familiares son comunes, el antagonismo entre ellas dos parecía reconcentrado. Curiosamente, Anna se dio cuenta que en su hogar había otras dos personas con grandes dificultades para llevarse bien, tantas como tenían ella y su hermana. Su padre y su tercer hermano, Warren (que había nacido poco después de Anna), reñían constantemente. Parecía que Warren siempre era «azotado» por cosas por las que cualquiera de los otros chicos se habría salido con la suya. Su padre parecía resuelto a mantenerlo «alineado». Por esta razón ella pensaba que era su deber (y también de su madre) ir al rescate de Warren cada vez que su padre lo «sacudía a azotes».

Su madre parecía llevarse bien con todos. Incluso, alguien la había descrito como «un ángel». Aunque en muchos casos ella y Anna no estaban de acuerdo, eran muy unidas. Sin embargo, a pesar de la bondad, gentileza y compasión, algo parecía totalmente fuera de lugar en el carácter de su madre: odiaba con todas sus fuerzas a los católicos. Se sabía que alguna vez había dicho que preferiría ver muerto a cualquiera de sus hijos y no casado con un católico. La oportunidad de cambiar de parecer se le presentaría a través de uno de sus hijos varones.

En este entorno campesino, Anna siempre tenía algo de qué ocuparse. Había que desherbar, limpiar, recolectar, lavar, plantar, coser, planchar o estudiar; su tiempo libre era mínimo. Anna sentía que no alcanzaba a hacer todo lo que ella quería, simplemente porque no había tiempo. Las familias debían trabajar duro para ganarse la vida con la tierra. La actividad secundaria de su padre era la construcción de casas y además tenía unas cuantas propiedades alquiladas, a fin de poder vivir con sus ingresos.

Para mayor complicación en su joven vida, a Anna le resultaba imposible escapar de la presencia de Vera; las dos compartían una misma habitación. En las pocas ocasiones en que las labores permitían que jóvenes amigos o primos las visitaran, Vera trataba de llevarse a los visitantes para otra habitación con fabulosas historias de divertidos juegos que podían practicar, «pero no con Anna». Con el tiempo, la hermana mayor empezó a mostrarse obsesionada cada vez que había visitantes masculinos. Mostraba un temor extremo de que ellos prestaran la más mínima atención a Anna. Le provocaba celos hasta la forma en que Anna lucía y actuaba; aunque Anna siempre pensó que la modelo era su hermana y no ella. Durante todo el tiempo en que crecieron juntas, Vera creyó que de Anna eran «todas las oportunidades» y de ella ninguna. Anna, en cambio, jamás creyó tener ventaja alguna.

A pesar de la presencia de su hermana, de chica Anna fue relativamente feliz mientras estuvo en casa. Tenía cuatro hermanos, dos mayores (Mitchell y Carl) y dos menores (Warren y Everett) para acompañarla, un padre a quien seguir los pasos cuando era posible escapar de los platos y las tareas del hogar, y los hermosos sueños de su edad adulta como madre, que ocupaban su mente. Sin embargo, en cuanto entró a la escuela su felicidad y cualquier alegría que pudiera tener, se desvanecieron.

No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que las demás chicas no simpatizaban con ella. La consideraban poco femenina o muy coqueta, aunque ninguna de las dos descripciones era acertada. Aunque al principio se sintió herida por esa actitud, decidió que no importaba puesto que al fin y al cabo ellas tampoco eran de su agrado. Se sentía mucho más cómoda con los chicos, como sus hermanos, pero no se veía bien jugar con ellos, y ni siquiera hablarles. Así que empezó a andar sola.

Aunque en la década de 1910 podría parecer poco usual para una chica, con el tiempo ella empezó a sobresalir en dos cosas que podía disfrutar por su cuenta: la música y el baloncesto. El tiempo pasaba y ella seguía solitaria, sin compartir sus pensamientos con nadie y deseando que llegara el día en que tuviera un esposo y una familia. Finalmente llegó al octavo grado, cuando su vida daría un vuelco total. Aunque seguía estando muy sola, entró a formar parte del equipo de baloncesto de las chicas. No obstante, se pasaba buena parte del tiempo añorando alguien que a lo mejor ni siquiera existía, con quien pasar el resto de su vida.

Hasta que un día sucedió. Fue como verlo salir de la nada. Se llamaba Robert, y aunque era varios años mayor que ella (y ciertamente ignoraba su existencia), Anna supo que él era su príncipe ideal. Ella no tenía muy claro cómo lo supo, pero nunca puso en duda que Robert sería su esposo.

Ese «saber» fue apenas una de varias experiencias extrañas que forjarían su vida. En una de las primeras, ella estaba en la ciudad, en casa de una tía. Un lugar que había frecuentado docenas de veces antes; por la ventana de atrás podía ver los pantanos y los pastos, y también los árboles en la distancia. Pero en lugar de ser tranquila, de repente esa imagen se llenó de terribles premoniciones, como si ese temor hubiera estado muy profundamente dentro de ella todo el tiempo. Empezó a sentirse helada, muy sola y más aterrorizada de lo que jamás hubiera podido estar. Y de pronto se escuchó a sí misma murmurar: «Tengo que salir de este lugar . . . ¡Tengo que salir de este lugar!». El miedo desapareció casi tan rápido como había surgido, y todo lo que quedó fue el paisaje a través de la ventana trasera. Ella estaba en casa de su tía, sana y salva, pero lo sucedido la acompañaría siempre y lo recordaría más de veinte años más tarde en casa de Edgar Cayce mientras él presenciaba una escena similar contenida en los registros akásicos.

La experiencia con Robert fue parecida. Ella se encontraba en el patio de la escuela donde jugaban, reían y alegaban docenas de escolares. De repente, a ella se le ocurrió levantar la mirada de lo que estaba haciendo, en dirección a un grupo de estudiantes, no muy lejos de allí. Instantáneamente, en medio de todo el ruido, el alboroto del juego, y el rebotar de las pelotas, ella lo vio, y lo que pasó después la maravillaría durante el resto de su vida:

Todas a una, las voces empezaron a desvanecerse. Los chicos que jugaban en el patio fueron desapareciendo de su vista y ella se encontró completamente a solas con un muchacho que ni siquiera conocía. No había sonidos, nadie más estaba por ahí. Sólo existían ellos dos. Su asombro ante la escena la hizo perder la respiración y en ese instante el patio y todos sus chicos reaparecieron. De ese día en adelante, su sueño de un esposo tendría el rostro de Robert . . . pero pasaría mucho tiempo antes de que éste se diera por enterado siquiera de que ella existía.

Por fin, para principios del año escolar, Anna empezó a sentirse más cómoda con algunos de sus compañeros de escuela. Sin embargo, desafortunadamente para su reputación, la mayoría de ellos eran muchachos. Las engañosas e hirientes charlas entre algunas de las chicas continuaron, y hacia el final de su octavo grado, un incidente arruinaría su reputación.

Una noche en la que sus padres pensaban que ella estaba en una fiesta en el vecindario, en una aventura inocente ella y algunos amigos salieron en un auto. Sus amigos, todos muchachos, tenían «sus chicas» con ellos, y Anna simplemente iba en el paseo, soñando con Robert. El viaje empezó de lo más bien, pero en lugar de regresar pronto según lo planeado, el carro se averió a millas de distancia de su casa. Todas las otras chicas y chicos se las arreglaron para conseguir quien las llevara a sus respectivas casas. Sólo tres se quedaron—los tres que vivían cerca unos de otros—, Anna y dos de los chicos. Pasaron horas antes de que ellos tres consiguieran otro auto y los dos muchachos pudieran llevar a Anna a casa.

Su padre había ido a buscarla a la fiesta. Allí escuchó disparatados relatos de que Anna se había ido en un auto con «un montón de chicos». Las horas siguientes le dieron tiempo de sobra para que lo asaltaran los más terribles temores. Cuando el trío llegó al frente de la casa, él los estaba esperando, escopeta en mano.

Sin esperar una explicación, amenazó con matar a los chicos si alguno de ellos volvía a ponerle mano encima a Anna. Su hija trató desesperadamente de relatar lo ocurrido, pero el hombre estaba furioso y no escuchó ni una palabra de lo que ella le estaba diciendo. Temiendo por sus vidas, los dos chicos corrieron a toda prisa; y Anna fue «azotada» y enviada a la cama. Desafortunadamente, a la mañana siguiente lo sucedido se había esparcido como reguero de pólvora por todo el pueblo. Pero no era la historia del auto averiado, o del viejo con la escopeta, o de los tres amigos y su inocente aventura. Era una historia de la chica y todo tipo de imaginativos relatos de lo que ella había hecho a altas horas de la noche con dos muchachos.

Durante una semana, Anna no pudo llegar a ningún sitio sin que alguien la señalara y se cubriera la boca para cuchichear acerca del incidente. Su reputación había estado mucho tiempo en duda, pero ya no quedaba ninguna. Fue tachada de libertina. El episodio la hizo retraerse aún más dentro de sí misma hasta un lugar donde su única fantasía era Robert. Su desempeño escolar decayó en forma drástica, su depresión se agravó mucho más y sus padres empezaron a verla muy distinta después del incidente.

El padre y la madre se alarmaron. Conocían perfectamente la fama que su hija estaba adquiriendo en el pueblo. También les preocupaba el encaprichamiento de Anna por Robert porque sabían muy bien que el muchacho había adquirido toda una reputación de «donjuán». A su modo de ver, él era del peor vecindario del pueblo, hijo de una familia totalmente disfuncional y definitivamente no era el indicado para su hija. Les preocupaba que la hermosa figura de Anna, su reputación perdida, y su propio encaprichamiento la llevaran a las manos de Robert, cuando él finalmente se diera cuenta de su existencia. Viendo que no tenían otra opción, la enviaron lejos a otra escuela por un año, a Kentucky con su hermano mayor, Mitchell, que había conseguido empleo como maestro.

Deprimida hasta lo más profundo del alma, Anna cumplió diligentemente los deseos de sus padres. Pero pasado un tiempo vio que no se sentía mejor en Kentucky. Bien pronto se dio cuenta de que las chicas la odiaban de igual manera y no confiaban en ella en cuanto tenía que ver con muchachos. Para empeorar las cosas, una de las profesoras de Anna se impuso como tarea personal disciplinar a esa chica díscola, y le causó gran sufrimiento. Muy pronto, Anna ya estaba padeciendo los mismos horrores que había experimentado allá en casa, pero se sentía aún peor porque Robert se encontraba fuera de su alcance. A medida que su estado mental se deterioraba, la profesora que consideraba a Anna un espíritu rebelde, empezó a hostigarla despiadadamente. La disciplina parecía no tener efecto sobre la chica, de modo que para mediados del invierno, la maestra se las arregló para hacer que la expulsaran.

Habría sido desastroso volver a casa expulsada, porque eso sólo confirmaría en la comunidad su reputación de chica corrupta. Sus desconsolados padres no se explicaban cómo habían podido criar una hija así. Pensando que no había de otra, le aconsejaron permanecer en Kentucky; pasando de un pariente a otro hasta que hubiera finalizado el año escolar. Nadie tenía que saber de su vergüenza en la escuela y sería mejor volver a casa cuando el período escolar finalmente hubiera acabado.

El resto del año pasó lentamente, pero al fin se encontró otra vez en la casa paterna. Sin embargo, incluso antes de su regreso a casa, su vida nunca había vuelto a la normalidad. Ella simplemente tendría que marcharse. Y sin que sus padres lo supieran, a los diecisiete años se escapó con Robert, en una fuga que solo sería un desengaño más entre sus experiencias.

Desde el principio, Anna se sintió fuera de lugar con la familia de Robert. Sus padres tenían razón, las familias de ambos provenían de mundos distintos. Su única solución fue afrontar de la mejor manera su triste situación. Ella quería hijos más que cualquier otra cosa en el mundo, y se propuso lograr que su matrimonio funcionara.

Por su parte, Robert parecía haber cambiado después que se casaron. Se consideraba a sí mismo algo así como el centro del universo. Y lo peor es que muchos de sus amigos parecían pensar lo mismo. Eran como un séquito de admiradores que hacían fila para cumplir sus deseos. Robert parecía obtener mucho por poco, y se comportaba como si tuviera derecho a vivir sin trabajar y sólo ocuparse de seguir igual. Buena parte del tiempo, Anna se sentía como una intrusa en ese círculo cada vez más amplio de amigos de su marido. No obstante, cada vez que llegaba a lo más profundo de su depresión, él le prestaba suficiente atención como para tenerla segura.

Con el paso del tiempo, creció su infelicidad con Robert y la familia de él. Un embarazo tubárico le causó gran sufrimiento físico y mental. Y su mundo se vino abajo cuando supo que Robert ¡estaba saliendo con otras mujeres! Muy pronto él dejó de preocuparse por mantener el secreto y ella se sintió avergonzada.

Anna estaba total y definitivamente perdida. De todos modos se sentía completamente conectada a Robert, pero él no podía o no quería cambiar. Durante toda su vida Anna sólo había querido ser una esposa y madre. Cuando su matrimonio acabó en divorcio, ella también se derrumbó.

Después de una breve estadía con sus padres, Anna supo que tenía que abandonar el lugar. La atracción que Robert ejercía sobre ella era algo increíble. Sin importar lo que había hecho, ella era incapaz de borrarlo de su mente. Su salud mental se deterioró tanto, ¡que se mudó a Nueva York a vivir con Vera! Ambas hicieron un trato. Anna pagaría todas las cuentas y la renta, y Vera terminaría de estudiar. A cambio, Anna tendría un lugar donde estar y Vera le pagaría a Anna la mitad de todo, tan pronto le fuera posible. Para reducir gastos, las dos hermanas tomaron otra chica como compañera de apartamento.

Aunque Anna trató de conseguir trabajo como cantante—tenía una voz preciosa—, acabó trabajando como mesera. Todas las noches traía a casa las propinas y las guardaba en una caja. Sin embargo, después de un tiempo, notó que el dinero parecía desaparecer con regularidad. Para convencerse a sí misma de lo que estaba pasando empezó a fijarse muy bien cuánto dejaba. Pronto descubrió que estaba en lo correcto e incluso pilló a la persona que lo hurtaba cuando lo estaba haciendo. Debió ser toda una sorpresa para Anna cuando descubrió que no era la tercera compañera de apartamento, ¡sino su propia hermana!

No le dio importancia al asunto. Más adelante, cuando las dos volvieron a quedar solas y Vera había conseguido un trabajo en un restaurante diferente, acordaron dividir todas sus ganancias por partes iguales. Por largo tiempo, Vera trajo a casa no más de $5,00 diarios. Sostenía que $5,00 era lo más que alcanzaba a hacer, incluso en un «día bueno». Sin embargo, Anna debió reemplazarla por un tiempo porque Vera se enfermó. La hermana menor se horrorizó al encontrar que aún en los días menos congestionados, hacía un promedio de $18,00. Resultó que la mayor se había estado apoderando del dinero extra todo el tiempo. Vera pensaba que nada de lo que le quitara a su hermana menor debía pagarlo y jamás pareció molestar su conciencia.

Finalmente, Anna conoció un hombre con el que decidió casarse. No estaba encaprichada con él y no lo amaba; ese lugar todavía pertenecía a Robert. Sin embargo, ella deseaba una familia, le parecía que se le estaba acabando el tiempo, y él sí parecía quererla en realidad.

Vera no podía resistir estar en la misma habitación con Anna y su prometido. Aunque a Vera parecía gustarle Alan, y ella y Anna se estaban llevando tan bien como podría esperarse, se negaba a formar parte de un trío. La situación no mejoró mucho después de Alan y Anna se casaron, lo único que cambió es que Vera apoyaba a Alan en todo lo que hacía y todo lo de Anna le parecía mal.

Alan no pudo conseguir trabajo en Nueva York, de manera que Anna volvió con él a casa, donde su padre trató de acomodarlo en algún empleo. El deseo de Anna de estar con Robert no había desaparecido, de modo que se sentía agradecida de que la vida lo hubiera llevado en una dirección por donde no se cruzarían sus caminos. Por un tiempo, pensó que todo saldría bien, pero pronto fue obvio que estaba equivocada.

Su matrimonio se volvió insoportable. Ella no amaba a su esposo y a veces la contrariaba el hecho de que siguieran juntos. Cuando más desgraciada se sentía, se dedicaba a fantasear que Robert volvía para llevársela. Aún con lo miserable que se había sentido estando con Robert, ella no podía sacárselo de la mente. Se quedó con Alan únicamente por tener hijos, casi llegaba a los treinta y ya no le quedaba mucho tiempo.

Uno de sus peores momentos fue cuando su condición física indicó otro embarazo tubárico. Se sintió derrotada y perdida. Era desdichada con Alan y se sentía irremisiblemente conectada a Robert. Varios amigos la habían remitido a Edgar Cayce. Antes de visitar al señor Cayce, ella se había dejado caer al piso sollozando y deseando morir. Estaba por finalizar el mes de enero de 1938, y aunque pensaba que ya su vida había acabado, en realidad estaba a punto de cambiar dramáticamente.

Para verificar por sí misma la autenticidad de la clarividencia del señor Cayce, no le habló de su problema ni mencionó su operación previa. Simplemente dijo que necesitaba una lectura física. Aunque ya desesperaba de conseguir ayuda, todo este asunto psíquico le parecía muy sospechoso y había buscado la posibilidad sólo ante la insistencia de uno de sus amigos.

Sin embargo, todas sus dudas desaparecieron cuando el señor Cayce, en la mitad de la lectura y mientras se encontraba «dormido» en el diván, pronunció una frase: «. . . trastornos en las actividades de los órganos pélvicos, y actualmente existe una falsa concepción producida en la trompa que queda, hay un . . .». Debido al tono en general de toda la lectura y su innegable precisión, ella siguió al pie de la letra las sugerencias de Cayce, que incluían un cambio de dieta, medicaciones internas y masajes; en el término de dos semanas ya fue evidente una franca mejoría y pasados dos meses ella se sentía perfectamente normal. No hubo necesidad de operación alguna.

Ella había recibido su primera lectura en abril de ese año, y su información había transformado lo que pensaba de sí misma, de sus penurias y de su familia. Cayce empezó la lectura diciendo: «Sí, tenemos aquí los registros de esa entidad que ahora es conocida como o llamada Anna Campbell» (1523-4). Aunque Anna jamás había considerado siquiera algo tan ajeno a ella como la reencarnación, las percepciones que obtuvo de la lectura cambiaron su vida para siempre y se volvieron tan reales para ella como el presente. Más tarde, Anna le diría al señor Cayce que el haber entrado en contacto con él y su familia para ella significaba «más que ninguna otra cosa que hubiera llegado jamás a su vida . . .» porque el pasado parecía estar conectado al presente de la manera más asombrosa. La historia que surgió de los registros akásicos contenía impresionantes conexiones con sus problemas actuales.

Cien años antes, ella había nacido como hija en el hogar de una familia que vivía al límite de territoritos todavía no colonizados. Sus padres eran colonizadores estadounidenses que a duras penas se ganaban la vida trabajando la tierra. Al parecer, en esa época Anna estaba interesada más que todo en ella misma, sin importarle el estilo de vida recomendado por sus padres del siglo diecinueve. Esta lectura resumió la motivación de Anna durante ese período así: «¡Ella tomaba lo que deseaba y obtenía lo que quería!».

En un interesante anticipo de su presente, cuando tenía diecisiete años, un vagabundo poco recomendable la convenció de escaparse de casa para ser su «pareja». Ella aceptó sin dudarlo un instante, y ambos partieron en dirección oeste a una región entonces conocida como Fort Dearborn, cerca de lo que actualmente es Chicago.

Pronto, una madam propietaria de una de las tabernas, se hizo amiga de ella. La mujer era fuente de gran ayuda e inspiración para muchas de las chicas que trabajaban para ella. De hecho, había ayudado a muchas de ellas a volver al buen camino cuando su vida parecía más perdida. La madam consideraba el trabajo de ellas como una forma de brindar compañía a hombres solitarios y un medio de dar tiempo a las mujeres para que recapacitaran sobre sus vidas. Por su parte, Anna lo veía como una forma de obtener lo que se le antojara. A pesar de sus distintos enfoques, la madam se convertiría en su amiga más querida y consejera más cercana; y en su propia madre cien años después, en el futuro. Por decisión propia, Anna se convirtió en una artista de taberna y no tenía problema en brindar diversión privada a los clientes del bar. Con el tiempo, tuvo un hijo de su pareja el vagabundo, pero insistió en conservar su posición como artista, mesera y moza de cantina.

A excepción de uno de los guías del fuerte, pocos inconvenientes parecían afectar su vida. El guía, que se las daba de eclesiástico, aborrecía las «abominaciones» que tenían lugar en la taberna. En cambio, consideraba su propia vida bastante ejemplar. A su juicio era tan inapropiado todo lo que estaba ocurriendo, que con frecuencia encontraba ocasión para condenar las actividades de la taberna, sus artistas e incluso sus clientes. Esto condujo a frecuentes enfrentamientos (¡y peleas a puñetazos!) entre el vagabundo-pareja de Anna y el guía. Fueron varias las veces que el guía recibió sus buenas palizas, y el conflicto entre los dos nunca se solucionó realmente: para Anna no fue ninguna sorpresa encontrar que su vagabundo-pareja volvería como hermano de ella, Warren, y que el guía del fuerte no era otro más que su papá.

Por último, la contraparte de Anna en el siglo diecinueve se aburrió de su relación con el vagabundo y se juntó con un colonizador llamado John Bainbridge. La vida siguió sin muchos cambios hasta que los ataques de los indios al fuerte obligaron a escapar a Bainbridge, Anna y un grupo de personas. Durante uno de los ataques y la consiguiente huída, Anna se vio obligada a abandonar a su hijo. Aunque en ese momento no tuvo alternativa, al parecer Anna jamás volvió a pensar en el niño. Lo que correspondería a un giro interesante en el siglo siguiente cuando ella no podría pensar en nada más que en tener hijos y se preguntaba por qué sería estéril.

Los indios persiguieron al grupo, y en algún momento los rodearon mientras flotaban arrastrados por la lenta corriente de un río. Muy asustada, Anna tuvo un pensamiento recurrente durante todo el episodio: «Tengo que salir de este lugar. ¡Tengo que salir de este lugar!». Ese mismo pensamiento se repetiría en casa de su tía cuando un paraje activó en su memoria el recuerdo del fuerte y los indios, aunque el peligro ya había pasado mucho tiempo atrás.

Finalmente, Anna se las arregló para escaparse de los indios, pero Bainbridge perdería su vida por salvar la de ella. Con el tiempo, ella acabó en Virginia, el lugar de su «actual natividad», donde se convirtió en una nueva persona. Quizás por los acontecimientos de su vida anterior o tal vez por su deseo de empezar de nuevo, cualquiera que fuera la causa, Anna llegó a ser conocida como un «ángel» por los necesitados. Ella consolaba a los enfermos, aconsejaba a los díscolos y ayudaba a los pobres. Su vida tocó a muchos y fue muy querida por su bondad, y nadie supo jamás de sus aventuras como moza de cantina.

En alguna oportunidad, ella cuidó hasta que recuperó la salud, a un colonizador que parecía estar emocionalmente descuidado por su esposa. Anna lo recibió no tanto porque ella lo amara, sino porque él la amaba y ya Anna no se preocupaba sólo por sí misma. Curiosamente, aunque la mujer del hombre no estaba interesada en él, tampoco quería que nadie más se interesara, y se amargó muchísimo sobre todo contra Anna por robarle lo que era «suyo». Cien años más tarde la amargada esposa se convertiría en Vera, la hermana de Anna, y el hombre que en realidad nunca había amado volvería a ella como su segundo esposo, Alan.

Aunque su vida en el siglo diecinueve no fue muy larga—murió de cuarenta y ocho—, implicó muchas aventuras, experiencias y lecciones, todas las cuales afectarían directamente su siguiente vida en el siglo veinte, al nacer en una familia de colonizadores en un pueblo muy pequeño.

La experiencia de Dearborn no fue la única vida que Cayce le contó a Anna; no obstante se informó como la de mayor influencia sobre su actual estadía. Le contó de otras dos vidas anotadas en los registros, que estaban ejerciendo una tremenda influencia en su vida presente: una en Francia y otra en Laodicea (parte del Imperio Romano). En total, Anna supo de seis vidas que estaban afectando en gran medida su experiencia actual: Fort Dearborn, Francia, Laodicea, Israel, Egipto y Atlántida. Y era la de Francia la que había dado origen a la situación con Robert, su primer marido.

En Francia, ellos habían sido amantes, pero todo se había mantenido en gran secreto. Robert formaba parte de la nobleza, y como católico no podía pedir un divorcio. Por necesidad y en muy pocas ocasiones, ella se había convertido en su amante. Anna se pasaría toda una vida deseando estar con él.

Tristemente, aunque estar con él era su único deseo, Robert no lo compartía. Perteneciente a la nobleza, había crecido amando la pompa, la elegancia y el respeto que su posición le aseguraba. Le gustaba entrar a un salón y ver cómo giraban las cabezas para captar su mirada; le encantaba llevar un séquito tras él, pendiente de cada una de sus palabras; le fascinaba poseer mujeres que se arrojaban a sus pies, deseando ser parte de su mundo. Todas estas cosas lo seguirían durante doscientos años, generando situaciones que lucirían por demás extrañas comparadas con su status y falta de educación en el siglo veinte.

La lectura dejó claro que buena parte del encaprichamiento de Anna por Robert se debía a que ella había deseado y seguía deseando una relación perfecta con él. También se dio a entender el hecho de que esto había sido sólo un deseo y no una posibilidad real, pero fue un deseo que no superaría fácilmente.

Su lectura dijo que ella experimentaría «mayor armonía» en su vida pero que duraría «hasta los años 40 y 41, cuando DE NUEVO vendría un período de perturbaciones». La lectura la exhortaba a continuar trabajando en la relación con su actual esposo, Alan, especificando incluso que concebir un hijo sería posible sólo si ellos lograban resolver las cosas. Sin embargo, independientemente de la posibilidad de tener hijos, había razones muy específicas para que ambos estuvieran juntos. La lectura dio a Anna percepciones sobre las cuales podría trabajar, pero ella muy poco discutió la información con nadie, ni siquiera con miembros de su propia familia.

En las décadas de 1930 y 1940, el tema de vidas pasadas y reencarnación no era el más común en la sobremesa. En algunas ocasiones, los miembros de su familia recurrieron al señor Cayce para una lectura física y obtuvieron ayuda. De hecho, Vera sería curada de tuberculosis (pero se negó a recibir una lectura de vida), y el primogénito de Mitchell sería salvado de una enfermedad con riesgo de muerte. Incluso entonces, sólo algunos de ellos se mostraron abiertos a los detalles de la reencarnación, y a los demás no les interesó escuchar siquiera lo que estaba ocurriendo en casa del señor Cayce. Para Anna, la información fue toda objetiva y le permitió reconstruir las vidas de aquellos cercanos a ella. Como breves ejemplos, ella aprendió lo siguiente acerca de sus padres:

Además de ser el guía del fuerte en Dearborn, su padre había sido recaudador de impuestos e inspector de guarniciones militares, en Roma. Esta existencia lo había vuelto muy severo en su trato con los demás, y esa severidad aún lo acompañaría casi 1.900 años más tarde como padre de seis hijos. Una interesante cualidad que no correspondía a esa manera de ser de su padre y que Anna siempre había notado en él, era su habilidad para escoger ropa y telas finas; a ella le maravillaba que fuera capaz de comprar un vestido o un abrigo para ella, o para su hermana, o su madre y les quedara perfecto. Según los registros akásicos, él había sido comerciante de géneros finos, en Persia. En Egipto, se le había conocido por la excelente calidad de su trabajo en la construcción de casas, tal como ocurriría siglos más tarde en Virginia. Relacionado con miembros de su familia a través del tiempo, él había conocido a su esposa en Dearborn, Palestina y Egipto, y a Anna en Dearborn, Egipto y Persia. Reconociendo que a menudo se comportaba como un juez severo, los registros también decían que era un gran líder y motivador de las personas, así como talentoso en su mano de obra. El consejo que se le daba en la lectura era que debía empezar a practicar la devota vida espiritual que tan a menudo había predicado.

Como la bondadosa madam de la experiencia en Dearborn, la madre de Anna había estado relacionada de una u otra manera con todos sus hijos. Su habilidad para saber siempre qué decir o preparar personas para una nueva vida—una capacidad que había quedado más que probada en Dearborn—, había sido cultivada en el antiguo Egipto. Al parecer, como maestra, su deber había sido ayudar a preparar los emisarios y maestros que irían a otros países. Curiosamente, ella había sido maestra antes de casarse con el papá de Anna en esta vida. Su vida más influyente había sido en Palestina donde varios de sus actuales hijos también habían sido hijos de ella entonces. En esa vida ella también había experimentado una sanación ¡de manos del propio Jesús! Desde esa misma época, había desarrollado su odio por los católicos: ella había sido miembro del grupo familiar del apóstol Pedro y había conocido al apóstol Pablo. Había visto de primera mano la forma en que el mensaje de este Hombre, Jesús, casi se pierde por la primera disputa de la Iglesia entre esos dos. Esa frustración de 2.000 años atrás todavía anidaba en su corazón. La lectura dijo que además de sus otros talentos, era experta en sanación y en cultivar plantas. En 1941, después de haber criado a sus hijos, surgiría un negocio de floristería.

Los Registros Akasicos segun Edgar Cayce

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