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Capítulo 2

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ESTABAS saliendo con una mujer casada? –Tess no sabía qué era lo que más la incomodaba, si ese hecho o el que Rafe hubiese estado pensando en esponsales y en bebés–. ¿Quieres tener hijos?

Rafe, que había lamentado su insólita confesión nada más pronunciarla, se pasó una mano por el pelo con ademán enérgico mientras Tess, después de apartarse de él como si tuviera una enfermedad contagiosa, lo miraba con la expresión que sin duda reservaba para los depravados. Rafe reprimió el impulso de señalar que ella tampoco era una santa.

–No es que me apasione la idea –Rafe no comprendió por qué su respuesta sarcástica hizo retroceder aún más a Tess–. Y, para que lo sepas, no supe que estaba casada hasta que no fue demasiado tarde –no sabía por qué diablos le estaba dando explicaciones.

–¿Demasiado tarde para qué?

Rafe frunció el ceño ante aquella persistencia.

–¡Demasiado tarde para no enamorarme! –rugió.

Vio cómo a Tess le temblaban sus suaves labios y una expresión melancólica se adueñaba de sus rasgos casi bonitos. «Cielos, lástima no, por favor», pensó Rafe con una mueca de repulsión.

–¿Qué haces? –preguntó Tess.

–Necesito sentarme, y yo diría que tú también.

Tess miró con recelo la mano con la que Rafe la había agarrado del brazo, pero decidió no oponerse: descubrió que ella también necesitaba sentarse. No estableció ninguna relación inmediata entre la taza de licor medio vacía que todavía sostenía en la mano y el temblor de sus rodillas.

Rafe se alegró al descubrir que la operación limpieza de Tess no se había extendido al pequeño salón de vigas de roble. Empujó a un gato dormido del sofá mullido y barato y se sentó con un gruñido. El gruñido se convirtió en un grito de dolor y se levantó dando un respingo. Un rápido escrutinio debajo del cojín bastó para extraer el objeto responsable de su humillación. Sostuvo en alto al culpable, un viejo tractor de tres ruedas.

–Lo he buscado por todas partes –dijo Tess. Tomó el juguete de los dedos de Rafe y lo meció contra su pecho.

–¿Estás llorando? –preguntó Rafe con recelo. No relacionaba con Tess las lágrimas de mujer, ni los senos aún más de mujer, y aquella noche estaba presenciando ambos hechos. Su vaga sensación de incomodidad se intensificó.

Tess le dio la espalda con brusquedad y guardó el juguete en un cofre de alegres colores que se encontraba en un rincón del salón. Se pasó los nudillos por las mejillas húmedas y volvió junto a él.

–¿Y qué si lloro? –gruñó con rebeldía. A Rafe se le pasó una idea desagradable por la cabeza.

–Ben se encuentra bien, ¿verdad? –una imagen de un bebé manchado de baba surgió en su mente, y sintió una inesperada oleada de afecto–. ¿No estará enfermo o algo así?

Se le ocurrió pensar, como tal vez debería haber hecho antes si era el amigo que aseguraba ser, que debía de ser muy duro para Tess criar sola a su hijo. Ben no podía ser ya un bebé, debía de tener… ¿qué edad? Un año por lo menos.

–Ben se encuentra bien. Está durmiendo arriba, en su cuarto –las lágrimas empezaron a fluir de nuevo y Tess se sentía incapaz de contenerlas, así que abandonó cualquier intento de parecer dueña de sí… de sus lágrimas, de su vida, ¡de cualquier cosa!

–Pero ocurre algo malo.

–No sueles señalar lo evidente –graznó. Rafe exhaló un suspiro indulgente.

–Será mejor que me lo cuentes.

–¿Para qué? –preguntó Tess con una pequeña carcajada histérica–. ¡No puedes ayudarme!

–Mujer de poca fe.

–Nadie puede –insistió con voz lúgubre. El alcohol había derribado todas sus defensas de un plumazo. Sin levantar la cabeza para mirarlo, la apoyó en el pecho sólido y amplio que, de repente, estaba muy a mano. Con los ojos fuertemente cerrados, apenas consciente de lo que hacía, le dio uno, dos y tres puñetazos en el hombro.

En un nivel profundo del inconsciente que registraba detalles ajenos a su desgracia, el cerebro de Tess estaba almacenando información irrelevante, como la firmeza de los músculos de Rafe y su fragancia.

–¡No soporto la idea de perderlo! ¡No lo soporto, Rafe! –sollozó en un susurro atormentado.

La angustia de Tess le hacía sentirse impotente. Impotente y ¡un canalla! Tess se estaba poniendo literalmente en sus manos, exhibiendo una confianza en él que tenía todo el derecho del mundo a esperar si realmente era el amigo que afirmaba ser. Por eso, la reacción de su cuerpo a la mujer suave y fragante que estaba abrazada a él tomaba aún más el cariz de una traición.

–¿Perder a quién? ¿A tu veterinario? –inquirió. La asió por los hombros y la zarandeó con suavidad.

–¡No se puede perder lo que nunca se tuvo y ni siquiera se quiere! ¿Es que no me escuchas? –le preguntó Tess con ardor.

–¿Entonces, a quién o qué has perdido?

–He perdido mis inhibiciones… Debe de ser el licor.

–Deja de bromear.

Estupendo. Si prefería las lágrimas, las tendría.

–No quiero perder a Ben.

–No vas a perder a Ben –la tranquilizó Rafe en tono confiado.

Rafe siempre creía que lo sabía todo. ¡Pues en aquella ocasión, no! Tess alzó con furia la cabeza. Las lágrimas brillaban en las puntas de sus pestañas.

–Claro que voy a perderlo. ¡Chloe quiere quedarse con él! –gimió.

Rafe la miró sin comprender. Lo que Tess decía no tenía ningún sentido… Quizá tuviera menos tolerancia al alcohol de la que Rafe había creído.

–Sé que Chloe siempre consigue lo que quiere –observó con ironía–, pero en esta ocasión, no creo que estés obligada a decir que sí. No deberías beber, Tess…

–¡No lo entiendes!

Rafe movió la cabeza y no contradijo la afirmación de Tess cuando ella fijó sus angustiados ojos de color esmeralda en los de él.

–Yo no soy la madre de Ben, sino Chloe… –con lastimeros sollozos, volvió a derrumbarse sobre el pecho de Rafe, dejando que él asimilara la increíble noticia.

Si eso era cierto, y a Rafe no se le ocurría una sola razón por la que Tess mentiría sobre ello, era todo un notición.

Cuando Tess solicitó la excedencia en su trabajo como dinámica agente de bolsa, Rafe se quedó tan atónito como el resto de sus amigos al ver que regresaba con un bebé. Comparado con eso, la sorpresa fue leve cuando Tess dejó el trabajo que amaba, después de un intento fugaz y frustrado de combinar la maternidad con su profesión, y se mudó a la casa que había heredado de su abuela.

Y, de repente, afirmaba que no era la madre de Ben. ¡No era la madre de nadie!

Pasaron más de diez minutos antes de que Tess fuera capaz de proseguir la explicación. Al contemplar su expresión hermética y obstinada cuando se sentó cruzada de brazos en la mecedora, Rafe supo que lo último que deseaba era hablar con él.

–¿Por qué?

–Morgan y Edward estaban fuera del país, en alguna que otra selva –recordó Tess en tono inexpresivo, refiriéndose a su hermana mayor y a su cuñado, ambos brillantes paleontólogos de renombre internacional, aunque ajenos a las cuestiones mundanas. Quizá fueran las primeras personas a las que alguien acudiría tras desenterrar un cráneo prehistórico, pero en lo relacionado con el embarazo de su hija, no habrían sido de mucha ayuda.

–Y aunque hubieran estado aquí, no habrían sabido qué hacer.

Tess optó por pasar por alto aquella acertada conclusión.

–Chloe ya estaba de cinco meses cuando se dio cuenta y se llevó un gran disgusto cuando le dijeron que era demasiado tarde para… –Tess hizo una pausa y lo miró con incomodidad.

–Quería deshacerse de él –Rafe se encogió de hombros–. Era de suponer. Siempre ha sido una niña mimada y egoísta.

La sinceridad impedía a Tess refutar aquel juicio cruel. Su hermana y su cuñado siempre habían consentido o hecho caso omiso de su hija única y, como resultado, Chloe se había convertido en una joven muy hermosa, pero muy egocéntrica.

–Una niña mimada y asustada por aquel entonces –le espetó Tess con aspereza–. No quería que nadie se enterara, me lo hizo prometer. Así que me la llevé lejos.

–¿No es una medida un poco…? No sé… ¿Melodramática?

–No sabes de qué manera se estaba comportando –Tess había temido sinceramente que Chloe hiciera algo drástico–. Pensé que un cambio de aires, lejos de sus conocidos, podría ayudarla. Pensé que, cuando naciera el niño…

–Se despertaría su instinto maternal –Rafe profirió un resoplido burlón.

–Suele pasar –replicó Tess con indignación.

–Un caso típico de optimismo cegador. Chloe nunca iba a renunciar a ir a fiestas para quedarse en casa a hacer de niñera. No puedo creer que fueras tan ingenua.

–¿Por qué me insultas? –preguntó Tess, enojada por aquel tono condescendiente. Para él era fácil condenar… No había estado allí, no podía saber cómo había sido.

–A ti no te cuesta trabajo pensar que yo soy idiota.

–No sé por qué te cuento todo esto. No servirá de nada. La cuestión es que Chloe es su madre y si quiere quedarse con él, no hay nada, salvo que huya del país, que pueda impedirlo. Ojalá lo hubiera adoptado legalmente cuando ella lo sugirió –concluyó con una nota triste de condena hacia sí misma–. No te preocupes –añadió, y le brindó una pequeña sonrisa amarga–. No tengo dinero suficiente para huir del país.

Esa era otra cuestión que lo inquietaba. Tess llevaba una vida sencilla desde que había vuelto a la aldea. Era propietaria de la casa, no tenía deudas, que Rafe supiera, y debía de haber amasado una buena fortuna durante su corta, pero próspera vida laboral. Sin embargo, aquel lugar necesitaba una mano de pintura. De hecho, necesitaba muchas cosas, no grandes cosas, pero… ¿Y desde cuándo no tenía coche? No lo recordaba, no le había parecido importante en su momento. ¿Pero cubrir las primarias de los Estados Unidos sí? La angustia de Tess le hacía pensar sobre sus prioridades.

–No puedo creer que hayas tenido a todo el mundo engañado –Rafe la estaba mirando como si la viera por primera vez. Le había costado trabajo hacerse a la idea de que era madre y, en aquellos momentos, debía desechar lo que tan difícil le había resultado aceptar.

–No lo hice a posta, surgió así –replicó Tess, aunque sabía que la excusa era endeble.

–Dejar un trabajo fantástico y agradable no es algo que «surja», sin más. Ni tampoco pasar más de un año de tu vida criando al hijo de otra persona.

–Había veces en que lo olvidaba –reconoció–. Olvidaba que no era mío, en realidad –le explicó Tess con nerviosismo–. Y sé que lo que hice debe de parecerte un poco surrealista, pero no lo planeé como una solución definitiva. Chloe no quería a Ben, quería deshacerse de él, darlo en adopción. Me pareció tan terrible, tan definitivo… Siempre se oyen historias de mujeres que han renunciado a sus bebés en momentos de dolor y que luego lo han lamentado. No quería que Chloe acabara así. Pensé que solo era cuestión de tiempo que deseara a su hijo y supongo que, a medida que transcurrían los meses, yo me he olvidado de que solo era un parche –con un gemido ahogado enterró el rostro entre las manos–. Tenía razón, ¿no? Se ha dado cuenta de que lo quiere. Solo que ha pasado tanto tiempo que…

–¡Por Dios, Tess! –bramó Rafe, y dio un puñetazo a un inocente escritorio. Una docena de imágenes de Tess y el niño que no creía haber retenido surcaron su mente. Tess y Ben se querían. Fuera su madre o no, debían permanecer juntos–. ¡No puede arrebatártelo así como así!

Los labios de Tess, casi sin vida en aquella faz pálida, temblaron. Lo miró con ojos trágicos.

–Sí, Rafe, sí que puede.

–No te hagas la mártir, Tess. No puedes creer que sea bueno para Ben vivir con Chloe –masculló con incredulidad–. Ya la conoces… se cansará de la novedad a los dos meses y ¿qué será del pobre Ben? Así que deja de llorar y piensa en cómo vas a impedírselo.

La cruel insinuación de que se estaba comportando como una mema le dolió.

–¿Y qué crees que he estado haciendo? Lo mires por donde lo mires, Chloe es su madre –le recordó en tono agudo–. Yo solo soy un familiar.

–Eres la única madre que Ben ha conocido.

Tess reprimió un sollozo y desvió el rostro ceniciento.

–He sido tan egoísta al quedármelo… Debí animar a Chloe a que participara más activamente… –el horror de su voz se intensificó–. Ben no entenderá lo que pasa. Dios mío, ¿qué he hecho?

Rafe se puso de rodillas junto a la mecedora y tomó la barbilla de Tess en la mano.

–Tú lo querías –la reprochó con suavidad–. Hay una persona a la que no has mencionado –Tess lo miró sin comprender–. ¿Qué hay del padre?

Tess enderezó la espalda en actitud defensiva.

–¿Qué hay de él?

–¿No tiene ninguna influencia? Imagino que Chloe sabrá quién…

–Por supuesto que lo sabe.

–¿Le ha dado apoyo económico?

–El padre ya no está.

–Podrías ponerte en contacto con él y preguntarle…

–Está muerto –lo interrumpió Tess con aspereza–. Murió antes de que Ben naciera. Chloe va a casarse, por eso siente que ha llegado el momento de recuperar a Ben.

–¿Quién es el afortunado?

–Ian Osborne.

Rafe arrugó la frente.

–Me suena. ¿Ian Osborne el actor? –Rafe movió la cabeza.

–Tiene su propia serie…

Rafe asintió.

–El culebrón de médicos y enfermeras. Supongo que ha sido una astuta maniobra de Chloe para promocionarse en su profesión, más que amor verdadero.

–La verdad es que está colada por él –le dijo Tess con pesimismo. A juzgar por su conversación telefónica, Tess tenía la impresión de que Ian Osborne tenía mucho que ver en el cambio de opinión de Chloe–. No sé cómo puedes ser tan mal pensado, Rafe.

–Es mejor que hacerse la víctima.

–¡Yo no me estoy…!

Rafe se alegró al ver la chispa de enojo en los ojos de Tess; el enfado era mucho mejor que la desesperación.

–Da igual –la interrumpió–. Podrías convencer a ese tal Osborne de que no le conviene tener a un niño por medio.

Tess lo miró fijamente. Solo Rafe podía concebir una idea como aquella y hacer que pareciera razonable.

–No quiero conocer los maquiavélicos planes que urde tu mente retorcida. Necesito hacer lo que es mejor para Ben –replicó con firmeza, intentando parecer más valiente de lo que se sentía–, lo que debería haber estado haciendo desde un principio, preparar a Ben para que vaya a vivir con su madre.

Si el desenlace era inevitable, tenía que dejar a un lado sus sentimientos y hacer que la transición fuera lo menos dolorosa posible. Y si Chloe y el tal Ian hacían desgraciado a Ben, les haría desear no haber nacido nunca.

–No puedes preparar a un niño para perder a la única madre que ha conocido –Rafe tenía los ojos entornados cuando Tess desvió la mirada–. Lo que necesitamos es inspiración. Mientras tanto, ¿te apetece un café?

–No quiero café.

–Lo necesitas, estás borracha.

Tess abrió la boca para negarlo cuando se le ocurrió pensar que Rafe podía tener razón. De no estar bebida, no habrían tenido aquella conversación, ni la camisa de Rafe estaría bañada en lágrimas.

–No te muevas, yo lo prepararé.

Tess, que no había tenido intención de ofrecerse, permaneció en la mecedora. De no sentirse tan exhausta, le habría preguntado a Rafe desde cuándo había hecho de su problema una cruzada. Ella ya conocía la razón, por supuesto, aunque él ni siquiera fuera consciente de ella. El paralelismo era tenue, pero entendía que estuviera tan indignado.

Rafe había adorado a su madre, todavía la adoraba. Las razones por las que Natalie había huido y abandonado a sus dos hijos eran diversas y numerosas dependiendo de qué habitante de la aldea contara la historia… Todos tenían su propia teoría.

Decir que la relación de Rafe con su madrastra había sido mala era como decir que él era moderadamente alto y moderadamente atractivo. Un niño de siete años no tenía las armas necesarias para impedir que una mujer astuta y manipuladora lo apartara de su padre. En la actualidad, a Rafe no le faltaban armas, ni tenía demasiados escrúpulos para no usarlas. En resumen, Rafe podía ser bastante despiadado. Quizá fuera eso lo que requería la situación… Tess desechó con firmeza la tentadora idea de dejar las manos libres a Rafe.

Varios minutos después, Rafe regresó con dos tazas de café solo.

–¿Quieres azúcar? No me acordaba…

La figura menuda de la mecedora se movió en sueños, pero no se despertó.

Amigo o marido

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